La crisis financiera es, ante todo, una crisis moral. Para acabar con la crisis debemos reconocer que fue el gobierno quien la causó, y exigir que el gobierno empiece a apartar sus coercitivas manos de la economía.
. . .
Las intervenciones gubernamentales están
causando estragos una vez más en el sistema financiero de los Estados
Unidos y en la seguridad económica de millones de americanos – una
trágica reproducción de crisis anteriores. En 2008-2009, por segunda vez
en esta década (la primera fue en 2000-2002), el valor de las acciones
negociadas en bolsa cayó en un 50% – pero en esta ocasión con una bajada
adicional en el precio medio de las casas, que cayó un 23% desde su
máximo en 2007. De esa forma, las familias americanas han sufrido
declives de 8 y 4 billones de dólares, respectivamente, en el valor de
sus dos principales activos – acciones y casas – y una caída de un 20%
en su patrimonio neto respecto al valor máximo reciente.
Mientras tanto, los políticos de
Washington han sumido a los americanos en una recesión más, con una
producción de declive, un estancamiento de los ingresos y una tasa de
desempleo en aumento. La recesión actual no es aún tan grave como otras
muchas anteriores, pero se agravará si las intervenciones se
intensifican.
En comparación a recesiones económicas
anteriores, pocas instituciones han quebrado o se han arruinado en la
crisis económica de 2008-2009, pero aquellas que lo han hecho incluyen
algunas de las más grandes y los nombres más conocidos, como Merrill
Lynch, Bear Stearns, Lehman Brothers, Citicorp, AIG, Washington Mutual,
Wachovia, y Countrywide Financial. Desde el otoño de 2008, Washington ha
alimentado aún más una crisis que comenzó modestamente en 2007,
saltándose a los tribunales de quiebras y en su lugar rescatando o
nacionalizando a estas firmas, o obligándoles a empresas sanas a
absorberlas (debilitando así a las sanas). Mientras que desde mediados
de 2007 las acciones de la bolsa de Estados Unidos, en general se han
desvalorado en un 50%, las acciones de las grandes instituciones
financieras han caído un 80%, el peor comportamiento desde la Gran
Depresión. Con cada nueva intervención del gobierno en el sector, el
único resultado ha sido una aceleración de la fuga de capitales y la
caída de los precios de las acciones.
¿Qué causó la actual crisis financiera?
Si hemos de creer a la mayoría de los economistas, políticos y
comentaristas, la causa es el capitalismo y su inherente codicia. Según
el candidato presidencial demócrata Barack Obama “nosotros perdonamos e
incluso llegamos a abrazar una ética de codicia”, “fomentamos un
ambiente en el que el ganador se lleva todo, y en el que todo vale”, y
“en lugar de establecer un marco regulador para el siglo XXI,
simplemente desmantelamos el antiguo”. [1] En su papel de senador el
pasado otoño, Obama criticó como “una atrocidad” la necesidad de un plan
de rescate “para salvar nuestra economía de la codicia y la
irresponsabilidad de Wall Street” (y luego rápidamente votó a favor de
ese plan). [2] El candidato presidencial republicano John McCain dijo
que la crisis financiera fue causada por “la codicia, la corrupción y el
exceso”, y que Wall Street “trató a la economía estadounidense como si
fuera un casino”. [3] En el New York Times de diciembre 2008,
el presidente Bush “compartió sus puntos de vista de cómo el país estaba
al borde del desastre económico”, citando “la avaricia empresarial y
los excesos del mercado alimentados por una inundación de divisas”,
concluyendo que “Wall Street se ha emborrachado”. [4] En su columna en
el New York Times, Paul Krugman, ganador del Premio Nobel de
Economía en 2008, en repetidas ocasiones le echa la culpa de la crisis a
la “desregulación” y a los “dogmas” del libre mercado. Alan Greenspan –
que fue durante veinte años quien dirigió la Reserva Federal como
monopolista del dinero de Washington y el principal regulador bancario –
le dijo al Congreso el otoño pasado que “aquellos de nosotros que
contábamos con el interés propio de las instituciones de crédito para
proteger el patrimonio de los accionistas, yo especialmente, nos
encontramos en un estado de estupefacta incredulidad”, estuvo de acuerdo
que era “un fallo” en su ideología y pidió una aún mayor regulación
gubernamental – lo que llevó a muchos periodistas a declarar, con
alborozo, que “Greenspan admite que el libre mercado ha fracasado”. [5]
El Washington Post encuentra el origen de la crisis en una
“cruzada liderada por Estados Unidos para convencer a gran parte del
mundo que deben aflojar la pesada mano del gobierno en finanzas e
industria”, para “difundir el evangelio del capitalismo laissez-faire”, y
afirma que este “tipo no-intervencionista de capitalismo” únicamente
logró “enfermar el mercado de la vivienda y permitir que un
irresponsable Wall Street creara un fondo de inversiones tóxicas que ha
infectado al sistema financiero mundial”. [6]
Las típicas interpretaciones
anticapitalistas que culpan a la codicia, como las citadas arriba, han
provocado en los últimos meses intervenciones masivas en el sector
financiero de los EEUU, incluyendo nacionalizaciones parciales. El mayor
banco de Estados Unidos (Citigroup) y la mayor compañía de seguros
(AIG) son ahora de hecho propiedad del gobierno y están controlados por
él, a través de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro. Desde
octubre, Washington ha invertido cerca de 500 mil millones de dólares de
los contribuyentes en las acciones de los cuatrocientos bancos más
grandes de América, tanto sanos como fallidos – a menudo contra la
voluntad de los altos directivos de dichos bancos. [7] En marzo de 2009
el dinero invertido en los diez mayores bancos del país llegaba al 45%
de su valor bursátil, el doble que en octubre de 2008; en el proceso,
políticos y burócratas están dictaminando cada vez más las políticas de
los bancos con relación a préstamos, dividendos, fusiones y remuneración
de los ejecutivos. [8] En otra intervención, la Reserva Federal ha
garantizado más de 2 billones de dólares en dudosos préstamos de
negocios e hipotecas inestables a corto plazo – y comprará y garantizará
un billón de dólares adicional durante 2009. Mientras tanto, la Federal
Deposit Insurance Corporation (FDIC), que garantiza los depósitos en
cuentas corrientes de los bancos, ha aumentado enormemente el alcance de
su cobertura – de $100.000 a $200.000 por cada cuenta bancaria – y
ahora también asegura billones de dólares en bonos de banco y fondos
mutuos del mercado monetario, un riesgo gigantesco que nunca había
asumido antes de 2008. La FDIC garantiza ahora el 70% de todos los
depósitos bancarios en cuentas corrientes, en vez del 50% una década
atrás.
Tales rescates y garantías del gobierno
(y rescates menores dirigidos a grandes pero insolventes compañías de
seguros y a los fabricantes de coches de Detroit que están perdiendo
dinero) resultaron en un aumento de $8,7 billones en las obligaciones
federales (deudas y garantías) en la segunda mitad de 2008. [9] Para
poner esta cifra en perspectiva, consideremos que a finales del 2007 la
deuda nacional total era de $9,3 billones, que el gasto anual en 2007
era de $3 billones, y que toda la producción económica anual (PIB) en el
2007 fue de $14 billones. Para comparar la magnitud de las recientes
intervenciones con las del pasado, hay que tener en cuenta que el
aumento del gasto en el bienio 2008-2009 es diecisiete veces mayor que
el costo total del New Deal del presidente Roosevelt (que fue de $500
mil millones, ajustado por inflación). Y el primer presupuesto del
presidente Obama amplía la presencia de Washington más aún, con un gasto
total previsto de $4 billones en 2009 (un 33% más que en el 2008), y
que representa un 28% del PIB (por encima del 21% en 2008).
Las alegaciones sobre la necesidad de
contener las supuestas “inestabilidades” inherentes en los mercados
libres han conducido necesariamente a exigencias persistentes para que
Washington regule, rescate, garantice y nacionalice las instituciones
financieras. Según el Economist, “el gobierno de la nación capitalista
líder en el mundo ha sido arrastrado hacia la vorágine de la más
capitalista de sus industrias”. Esta afirmación alegremente asume que
América es hoy un país capitalista y que los políticos de Washington son
víctimas de un mercado capitalista, obligados a intervenir y arreglar
la economía americana afectada por sus fracasos. Los críticos modernos
del capitalismo asumen que los mercados abandonados a sus propios
recursos son intrínsecamente frágiles y propensos a crisis, mientras que
el gobierno de los EEUU es un Peñón de Gibraltar, sólido e inspirador
de confianza.
Las interpretaciones anteriores ignoran
el simple hecho de que América hoy no tiene un sistema de libre mercado –
y mucho menos un sector financiero de libre mercado – ni lo ha tenido
durante la mayor parte del siglo. Sólo un craso equívoco sobre lo que
constituye un sistema de libre mercado le permitiría a alguien
honestamente culpar al capitalismo por la crisis financiera. Durante
décadas, el sistema político-económico estadounidense ha sido un sistema
mixto – una combinación de una cierta libertad de elección y acción
contrarrestada por grandes (y crecientes) intervenciones coercitivas.
Fueron precisamente esos elementos coercitivos – la regulación, los
impuestos, y las subvenciones – los que causaron la crisis financiera
actual. Las recientes y masivas intervenciones de Washington no fueron
consecuencias del “fracaso” del libre mercado; fueron consecuencia de
las distorsiones del mercado causadas por la intervención del gobierno
anterior en la economía. Las intervenciones del gobierno haninstigado y
agravado la última crisis financiera.
Al analizar las intervenciones del
gobierno que provocaron la última inestabilidad y destrucción de riqueza
en inmuebles y en banca, este artículo demostrará que la actual crisis
financiera fue causada, no por haber vuelto a mercados libres o a
políticas pro-capitalistas durante la última década, sino por una
trágica progresión hacia el socialismo. Más importante aún, demostrará
que el altruismo – la noción de que ser moral consiste en sacrificarse
por las necesidades de los demás – es la excusa para esta intervención
del gobierno, y por lo tanto, la causa última de la crisis.
Por supuesto, para poder concluir que el
capitalismo es inocente de los últimos cargos contra él, debemos tener
bien claro qué es el capitalismo. El capitalismo es el sistema social de
los derechos individuales, incluyendo los derechos a la propiedad, en
el que toda propiedad es privada. [11] El capitalismo defiende la
potestad de la ley y la igualdad ante la ley, prohíbe que el gobierno
favorezca a cualquier persona o grupo (incluyendo empresas), supone la
completa separación del estado y la economía, y por tanto, deja a cada
individuo libre para actuar por su propio juicio y en su propio bien.
Con esto en mente, estudiemos los hechos relevantes alrededor de la
crisis financiera
El Problemático Mercado Inmobiliario
Tal vez la intervención del gobierno
americano que ha dilapidado más capital y desperdiciado más fondos de
los contribuyentes en los últimos años haya sido la creación de “Fannie
Mae”, “Freddie Mac” y “Ginnie Mae” – las llamadas “empresas patrocinadas
por el gobierno” (“Government-Sponsored Enterprises” o GSEs), que
durante muchos años han sido utilizadas por los políticos para obtener
fondos y votos para sus campañas políticas, promoviendo hipotecas
artificialmente baratas y “el sueño americano de ser dueño de una casa”.
Los pintorescos y encantadores apodos de las GSEs en realidad se
refieren a la Federal National Mortgage Association, la Federal Home
Loan Mortgage Corporation, y la Government Nacional Mortgage
Association.
Hasta sus recientes insolvencias, las
GSEs no eran ni empresas totalmente privadas ni agencias totalmente
gubernamentales, sino entidades “híbridas”, con sus orígenes en el New
Deal de Franklin Delano Roosevelt. Las GSEs se crearon para hacer los
préstamos hipotecarios de viviendas más accesibles para los
“necesitados”, y durante décadas tuvieron el apoyo implícito del Tesoro
USA y la inmunidad de estrictos criterios de contabilidad, con el fin de
poder reducir los costos del interés y diluir las reglas de
elegibilidad. Empezando a mediados de los años 90, la influencia de las
GSEs se expandió muchísimo. El motivo altruista detrás de la expansión,
asumido por ambos, demócratas y republicanos, fue ayudarles a los
necesitados y a los que no lo merecían, a obtener créditos hipotecarios
que no serían capaces de conseguir en un mercado que no estuviese
subsidiado y regulado.
Dado el amplio alcance de la
intervención gubernamental en el sector hipotecario americano a través
de las GSEs, la maraña de otras agencias – como el Department of Housing
and Urban Development (HUD), el Federal Housing Finance Board (FHFB),
el Federal Housing Administration (FHA), el Federal Home Loan Bank
(FHLB), y el Office of Federal Housing Enterprise Oversight (OFHEO) – y
el torrente de leyes y directrices del Congreso – tales como la Fair
Housing Act (1968), la Equal Credit Oppportunity Act (1974), la
Community Reinvestment Act (1977), la Home Mortgage Disclosure Act
(1975), la Nacional Affordable Housing Act (1990), la Community
Development and Regulatory Improvement Act (1994), la Home Ownership and
Equity Protection Act (1994), y la American Dream Down Payment Act
(2003) – es simplemente ridículo que cualquiera diga hoy en día que el
sector hipotecario americano era un mercado totalmente “libre” antes de
la última crisis. Sólo más absurda aún es la afirmación de que los pocos
elementos libres que aún quedan, y no las intervenciones, fueron los
causantes de la crisis. Armado con su objetivo supuestamente “noble” de
aumentar la propiedad de casas entre los necesitados, el gobierno
americano ha plagado el mercado hipotecario con incentivos perversos y
con intervenciones injustas, tanto obligando como induciendo a los
bancos a concederles préstamos a prestatarios no cualificados, de esa
forma poniéndose a sí mismos en una situación de mayor riesgo de
insolvencia.
Hoy, el concepto de “riesgo moral” – por
el que una política pública genera necesariamente un comportamiento
arriesgado y temerario en personas y empresas, un comportamiento que
normalmente no se produciría (o no surgiría globalmente) en un mercado
libre – está casi generalizado. Algunas personas ahora se dan cuenta de
lo que los economistas (que acuñaron la frase) han dicho ya durante
mucho tiempo, y es que las intervenciones de Washington en las hipotecas
crearon un “riesgo moral” y por lo tanto contribuyeron a la crisis. Sin
embargo, pocos se atreven a nombrar el verdadero riesgo moral que es la
raíz de todas las temeridades: el riesgo causado por la moralidad del
altruismo.
El altruismo ha motivado la degradación
absoluta de las normas estándar para conceder préstamos en la última
década. Los prestamistas de hipotecas bromeaban que el apoyo enloquecido
de la administración Bush para aumentar la propiedad de viviendas entre
los negros y los hispanos condujo a una proliferación de los llamados
préstamos “NINJA” – los préstamos otorgados a prestatarios sin ingresos,
ni empleo ni bienes (en inglés “No Income, No Job, or Assets”). El
altruismo ordena el servicio a los necesitados, y los “recibidores” de
préstamos NINJA encajan a la perfección con esta descripción. Destacando
el apoyo jurídico y coercitivo de las políticas de crédito altruistas
de Washington, el Banco de la Reserva Federal distribuyó durante años un
folleto entre los prestamistas hipotecarios – Cerrando la Brecha: Una
Guía para la Igualdad de Oportunidad en Préstamos – la cual incluye
advertencias anexas sobre las multas y las penas de cárcel que les
aguardan a quienes son remisos en la lucha contra la “discriminación” y
dejan de concederles préstamos a las personas que no pasan los
requerimientos mínimos necesarios para recibir el préstamo. El folleto,
que sigue siendo distribuido hoy, ridiculiza como “arbitrarios e
irrazonables” a los estándares de crédito tradicionales, tales como un
20% de depósito inicial, (o sea, una proporción del 80% entre el
préstamo y el valor del activo), un historial crediticio por encima de
la media, el hábito de pagar las cuentas a su tiempo, y el tener un
trabajo estable que proporcione una renta suficiente para hacer los
pagos hipotecarios mensuales. [12]
Con el fin de “cerrar la brecha” y
“lograr el sueño americano”, las hipotecas basura (“subprime”) les
fueron concedidas a aquellos con antecedentes malos de crédito, y a
aquellos que hacían depósitos muy bajos o ni siquiera hacían ningún
depósito, y de esa forma ni dejaron un colchón de garantía para los
prestamistas ni un incentivo para que los prestatarios pagasen sus
préstamos si los precios inmobiliarios caían por debajo del valor de la
hipoteca. “Fannie Mae” y “Freddie Mac” instigaron aún más la expansión
de los créditos con hipotecas subprime, al animar a los prestamistas
iniciales a transformarlos en instrumentos llamados “mortgage-backed
securities”, o “títulos de valor respaldados por hipotecas”, que estaban
a la venta o bien directamente a las GSEs respaldados por los
contribuyentes, o a inversores privados con una garantía de las GSEs –
un proceso conocido como “securitization” [o sea, conversión en títulos
de valor]. Las GSEs entonces presionaban a las agencias de evaluación de
activos, tales como Moody´s y Standard & Poor´s para que les
asignasen notas altas a aquellos activos de bajo nivel, para atraer a
las instituciones financieras de todo el mundo a comprarlos. Como los
bancos y las empresas hipotecarias estaban siendo presionadas por las
GSEs a vender sus hipotecas de viviendas inmediatamente después de
originarlas – captando en el proceso comisiones altas, mientras
ignoraban las consecuencias a los prestatarios que más tarde dejarían de
pagar sus préstamos – ellas se preocuparon mucho menos con la calidad
de sus prestatarios o de los préstamos que éstos recibían.
El incentivo a prestar (o a pedir
prestado) con la debida precaución en el sector hipotecario disminuyó
radicalmente cuando, en el año 2002, Washington estableció la meta de
aumentar artificialmente la tasa de propiedad de la vivienda del 65% de
los hogares (la tasa de las dos décadas anteriores) al 70%. Una larga
lista de agencias hipotecarias y de leyes fueron desplegadas para
alcanzar la meta altruista, que necesitaba que los estándares
crediticios fueran rebajados de nuevo. Los bancos sujetos a la Community
Reinvestment Act [Ley de Reinversión en la Comunidad] eran
agresivamente penalizados si se descubría que no habían incrementado sus
volúmenes de préstamos subprime; y para privarlos de cualquier excusa,
las GSEs empezaron a incrementar significativamente sus compras y sus
garantías para tales préstamos.
La explícita recomendación de Washington
de rebajar los estándares de prestación para la compra de viviendas fue
la principal causa de la crisis hipotecaria de 2007-2009. Washington
proporcionó masivos incentivos político-financieros para que se
concediesen malos préstamos. Esos préstamos se hicieron, y pronto
exhibieron una altísima tasa de incumplimientos. Esos altos niveles de
incumplimientos les causaron pérdidas a los bancos, quienes
restringieron sus préstamos, lo que resultó primero en un alza (y luego
en un declive) de los precios de las casas, disminuyendo el valor de las
viviendas y causando incumplimientos adicionales. Las tasas más altas
de incumplimientos en hipotecas subprime ocurrieron en estados de fuerte
inmigración, como Arizona, California y Florida, donde, a través de
esquemas altruistas los políticos esperaban generar una oleada de nuevos
votantes.
La Reserva Federal también contribuyó
significativamente a la crisis hipotecaria, al fomentar la vasta
expansión de hipotecas de interés variable (“Adjustable-Rate Mortgages”,
o ARMs), de mayor riesgo. Comparadas con las hipotecas tradicionales de
treinta años e interés fijo, las ARMs suponían pagos mensuales más
bajos cuando los tipos de interés a corto plazo eran más bajos, y pagos
mensuales más altos cuando los tipos de interés eran más altos. En 2004
el presidente de la Reserva Federal (la “Fed”), Alan Greesnspan, regañó a
los prestamistas por conceder demasiadas hipotecas tradicionales, con
tipos de interés fijos, y no conceder suficientes ARMs. Citando informes
de la Fed, declaró que “muchos propietarios podrían haberse ahorrado
decenas de miles de dólares si hubieran tenido hipotecas de interés
variable en vez de hipotecas de interés fijo”, y que “los consumidores
americanos podrían beneficiarse si los prestamistas ofrecieran más
productos hipotecarios alternativos a los tradicionales de interés
fijo”. [13] La Fed de Greenspan había bajado los tipos de interés a
corto plazo a un mero 1% en 2004 (desde el 6% en 2001), y continuó
manteniéndolos bajos durante 2005. Hacia mediados del 2006 los ARMs
habían crecido hasta llegar a ser un 12% de los $8 billones del mercado
de hipotecas residenciales, pero la Fed pronto hizo que esos ARMs se
hicieran carísimos, al cambiar de dirección en 180 grados y quintuplicar
los tipos de interés a corto plazo del 1% al 5% a finales de 2006. No
es sorpresa que los impagos de las ARMs y de los créditos hipotecarios
subprime empezaran a dispararse poco después, minando dramáticamente el
valor de los activos respaldados por hipotecas y causando grandes
pérdidas en todo el sistema.
Incluso si la Reserva Federal no hubiera
apoyado y destruido a las ARMs con sus cambios bruscos en los tipos de
interés del 2001 al 2006, la tremenda expansión de las GSEs habría
causado problemas masivos. El período de 1970 a 2000 vio aumentar en 5
veces la participación de las GSEs en las hipotecas residenciales, del
8% al 42%, mientras que la participación de las instituciones privadas
en ese mercado en el mismo período cayó del 44% al 11%. En sólo tres
décadas, Fannie Mae y Freddie Mac de hecho desplazaron a las
instituciones de ahorros privadas en hipotecas, invirtiendo sus
respectivas participaciones.
Pero eso no fue suficiente para los
políticos de Washington empeñados en promover la propiedad de viviendas
entre los “desfavorecidos”. En 1999, bajo la presión de la
administración Clinton, las GSEs agresivamente rebajaron los estándares
para asegurar hipotecas. “Esta acción animará a los bancos a concederles
hipotecas a aquellos individuos cuyo crédito generalmente no es lo
suficientemente bueno para que merezcan recibir préstamos
convencionales”, señaló un artículo del New York Times antes de apuntar
cautamente, “Fannie Mae está asumiendo un riesgo significativamente
mayor, lo que puede no causar problemas durante un período de expansión
económica. Pero esta corporación subsidiada por el gobierno puede
meterse en serios problemas durante una crisis económica”. [14] Esos
problemas empezarían aproximadamente ocho años más tarde, durante la
administración Bush.
Los esfuerzos de Washington para
proporcionarles viviendas a los necesitados a través de las GSEs se
intensificaron más aún durante los años de Bush. En 2001,
aproximadamente dos terceras partes de las familias americanas eran
propietarias de casas, mientras que el tercio restante alquilaba
apartamentos que podían permitirse. Sin embargo, en 2002, Mr Bush
reprochó la “brecha” entre los propietarios blancos (más del 75%, de
media) y los negros e hispanos (50% o menos de media), a pesar que los
niveles de propietarios de casas entre “las minorías” había crecido
consistentemente durante la década anterior. Washington, guiado por el
altruismo, dictaminó que los banqueros prestasen en base a criterios no
objetivos (la raza y el color de la piel), en vez de hacerlo en base a
criterios racionales (la capacidad de pagar un crédito). En una
“Conferencia del Congreso para Aumentar la Propiedad de Viviendas entre
las Minorías”, en 2002, Bush declaró, “nosotros podemos poner luz donde
hay oscuridad, y esperanza donde hay desánimo en este país. Y parte de
ello es trabajar juntos como nación para exhortar a la gente normal a
que sean dueños de su propia casa”. [15] Él continuó:
“Una sociedad de propietarios es una
sociedad compasiva. Dos tercios de todos los americanos son dueños de
sus viviendas, sin embargo tenemos un problema aquí en América porque
menos de la mitad de los hispanos y menos de la mitad de los
afro-americanos son dueños de sus casas. Es una brecha en la propiedad
de viviendas. Es una brecha que tenemos que trabajar juntos para cerrar,
por el bien de nuestro país, en aras de un futuro más esperanzador.
Vamos a trabajar para derribar las barreras que han creado la brecha en
la propiedad. Yo he establecido un ambicioso plan. Es uno que creo que
podemos conseguir. Es una meta clara, que para el final de esta década
aumentaremos el número de propietarios entre las minorías en al menos
5,5 millones de familias.” [16]
Bush prometió “usar el poderoso músculo
del gobierno federal” (palabras suyas) para alcanzar su objetivo de
extender la propiedad de viviendas a las minorías “desfavorecidas”,
presionando o subsidiando a los prestamistas para que rebajaran sus
estándares de crédito, bajo la premisa que “las empresas americanas
tienen una responsabilidad de trabajar para hacer que América sea un
lugar compasivo”. [17] Durante los años siguientes, Bush descaradamente
promovió esquemas como la “Zero Down Payment Iniciative” (“Iniciativa
del Depósito Cero”) (alabada por los demócratas en esa época) – a pesar
de la advertencia de la Oficina de Presupuesto del Congreso de que este
esquema aumentaría seriamente los niveles de incumplimientos. [18]
Además, Bush firmó legislación y aprobó presupuestos que añadieron
billones de dólares y miles de reglamentos a la ya enorme presencia de
Washington en hipotecas y en viviendas.
La aceptación del altruismo como una
justificación legítima para tomar decisiones financieras estaba muy
difundida en las GSEs. En 2004, el Presidente de Fannie Mae, Franklin
Raines, siguió el liderazgo del presidente Bush al prometer la
continuación y la intensificación de la misión de la agencia durante
varios años – el cerrar “las brechas de propiedad inmobiliaria de
América”, a través de “experimentos en ofertas de créditos que redefinen
la solvencia de los receptores”:
En casi todos los aspectos, 2003 fue el
mejor año para la construcción de viviendas en la historia de América. .
. . Es necesario hacer mucho más, sin embargo, para lograr el Sueño
Americano. . . . Fannie Mae debe expandir su “compromiso con el sueño
Americano” para familias marginadas, especialmente para las minorías de
americanos. Estamos empeñados en crear seis millones de nuevos
propietarios de casas (incluyendo 1,8 millones de familias de minorías)
en los diez próximos años. . . . Hemos lanzado un revolucionario
esfuerzo en favor del consumidor marginal . . . hemos desarrollado
nuevos productos hipotecarios e ideado experimentos de suscripción que
redefinen la solvencia. . . . Fannie Mae y sus muchos socios
inmobiliarios en todo el país están decididos a cerrar las brechas entre
los propietarios americanos”. [19]
Los políticos y burócratas motivados por
el altruismo demandaron que los tradicionales criterios para conceder
créditos fueran ignorados o abandonados para adherirse al estándar de la
necesidad por encima del de la codicia. Armados con una ética que no
era cuestionada por casi nadie, y con acceso a los bolsillos de los
contribuyentes, las GSEs prosiguieron su borrachera de gasto. Mientras
que en 1995 la suma de todas las hipotecas, garantías y valores
respaldados por hipotecas en manos de las GSEs representaba un 39% de
todas las hipotecas de EEUU, en 2007, justo poco antes de la crisis, la
participación de las GSEs había subido a un 52%. En ese momento (e
incluso hoy, como insolventes) las GSEs participaban en el 80-90% de
todas las hipotecas nuevas, o el doble de la tasa de 1995. Hasta ahora,
las GSEs han abrumado y contaminado casi totalmente el mercado de
hipotecas residenciales, y, con las quiebras en alza, se están
convirtiendo rápidamente en el principal dueño nacional de viviendas
para necesitados. Y por supuesto, las “compasivas” GSEs exigen ahora una
moratoria en las ejecuciones de las hipotecas, lo que va a convertir a
los morosos en invasores. Esto indica la maldad y la pobreza a las que
conducen invariablemente los préstamos altruistas – y la injusticia para
todos aquellos que deben financiar los fiascos que todo ello
necesariamente implica.
Esta bancarrota moral propulsó
finalmente a las GSEs a su bancarrota financiera. Hacia finales del
2007, ellas tenían activos hipotecarios de casi $6 billones, pero un
valor neto (capital) equivalente a menos del 2% de esa suma. Después de
que los tipos de interés a corto plazo aumentaran en 2006 y los precios
de venta de las casas empezaran a frenarse o a declinar, el valor de los
activos de las GSEs – así como los bonos y acciones de las GSEs
cotizados públicamente – también empezaron a declinar. En 2007-2008,
estos valores cayeron más aún y, en septiembre de 2008, las GSEs se
declararon insolventes. En este punto, el Departamento del Tesoro de
Bush inyectó $200 mil millones en las empresas fracasadas y tomó el
completo control de ellas – añadiendo otros $5,5 billones a la deuda
nacional y minando la fortaleza de cientos de bancos que tenían activos
de las GSEs con y la esperanza que, al estar garantizados por “la plena
confianza y el crédito de los Estados Unidos” ellos conservarían su
valor. [20] Como las pérdidas de las GSEs aumentaron a principios del
2009, la administración Obama les concedió $200 mil millones
adicionales, mientras les presionaba para que prestasen todavía más y se
resistiesen a ejecutar las hipotecas de los impagados.
Para poder cumplir las cuotas de
préstamos a los necesitados, los ejecutivos de las GSEs deliberadamente
ignoraron los avisos sobre los riesgos excesivos que estaban asumiendo.
[21] El anterior CEO [Chief Executive Officer, equivalente a Director
General] de Fannie Mae, Daniel Mudd, dijo que creía que “casi nadie se
esperaba lo que iba a pasar” e insistió en que “no era justo acusarnos
por no predecir lo impensable” (aunque se descubrió que su organización
estaba envuelta en un fraude contable masivo para ocultar las crecientes
pérdidas y sus bajísimas tasas de capital de seguridad). Pero el
desastre resultante había sido previsto por los principios económicos
básicos, por numerosos estudios independientes, y por muchos de los
propios gerentes de Mudd, quienes advirtieron que “los prestamistas
estaban concediendo demasiados créditos que nunca serían pagados”. Mudd –
quien, antes de establecerse en Fannie Mae, “le había dicho a un amigo
que quería trabajar para una empresa altruista” – estuvo encantado de
acceder a las presiones del Congreso para “ayudar a encauzar más
préstamos a prestamistas de bajos ingresos” y en 2004 empezó a llevar su
empresa “a los rincones más traicioneros del mercado hipotecario”. [22]
Es importante destacar que Mudd y los
políticos y burócratas involucrados no fueron los únicos participantes
con motivos claramente altruistas; ellos tenían cientos de cómplices
“compasivos” en las empresas hipotecarias “privadas”. Pero quizás
ninguno fue más consecuente que Angelo Mozilo, Director General de
Countrywide Financial. Trabajando en estrecha colaboración con Fannie
Mae, Countrywide se había convertido en 2006 el más grande emisor de
hipotecas residenciales, especialmente de la arriesgada variedad
subprime. Mozilo actuó como si fuera un embajador de la Casa Blanca,
ensalzando públicamente a las GSEs, la HUD, la FHA, y proclamando todos
los argumentos altruistas de liberales y conservadores por igual, en
favor de las hipotecas sub-standard. Pedirle a un “marginado” que
hiciera un depósito al recibir su hipoteca era “un absurdo”, dijo él en
2003, dirigiéndose a un grupo de colegas banqueros, añadiendo que
“nosotros nunca resolveremos ninguno de nuestros problemas sociales”
hasta que hayamos satisfecho las necesidades de vivienda de aquellos a
los que les falta crédito. [23] “Nuestro objetivo es demostrar que hay
una función especial para el sector privado en servicio público”, dijo
en una conferencia en Harvard, quejándose de que “la brecha entre los
propietarios de bajos ingresos y minorías, y los propietarios blancos,
sigue siendo intolerablemente demasiado amplia”. Lo que necesitamos son
“nuevas técnicas de suscripción, creativas y flexibles”, de tal manera
que los prestamistas “les digan que ´no´ sólo a los que no quieren hacer
sus pagos mensuales de hipotecas”. Estaba implicando que aquellos que
querían pero no podían hacer sus pagos mensuales merecían un crédito de
cualquier forma, y así América podría estrechar la llamada “Brecha del
Dinero… la barrera obvia creada por el hecho de que existen los que
tienen capital y acceso al crédito y los que no lo tienen”. [24]
Durante varios años Mozilo fue alabado
(y premiado por la Fundación Fannie Mae), por ser socialmente consciente
– hasta que, a finales de 2007, el peso de los créditos malos disipó el
valor neto de su firma, arrastrando en su caída a otras empresas.
Incluso así, un periodista de la CNBC elogió a Mozilo por sus “buenas
intenciones” y “nobles iniciativas”. “Ambos, demócratas y republicanos
quisieron extenderles la propiedad de sus casas a gente que no tenía
crédito”, añadió, y “aunque todo acabó en desastre, fue una noble
aspiración”. [25]
¿Cómo respondió Washington a esto? En
vez de llevar a Countrywide al tribunal de quiebras, intervino para
forzar a Bank of America – por aquel entonces una institución sana – a
absorber el portfolio tóxico de la firma (igual que hizo con Merrill
Lynch), debilitando de esa forma al comprador. Pero (prácticamente)
nadie protestó, ni siquiera los ejecutivos del Bank of America, porque
(prácticamente) todos aceptaban la noción altruista de que quien tiene
éxito debe sacrificarse por el necesitado.
Políticos y empresarios motivados por el
altruismo inexorablemente exigen tales tácticas de fuerza extremas,
incluso reconociendo que ellas hacen imposible el funcionamiento
racional y auto-interesado de la banca. Según el millonario George
Soros, “el interés público dictaría que los bancos retomaran la práctica
de ofrecer créditos en términos atractivos”, pero “esta política
tendría que ser forzada por la dictadura gubernamental, porque el propio
interés de los bancos les llevaría a enfocarse en preservar y
reconstruir sus propios activos”. [26] Bajo el principio del altruismo,
los problemáticos banqueros actuales deben sacrificar sus objetivos
egoístas de “preservar y reconstruir su propio patrimonio” y ser
forzados a sufrir más pérdidas financieras volviendo a prestar en las
condiciones que el gobierno considere “atractivas” para “el interés
público”.
Los ejecutivos de bancos que aceptan la
premisa del altruismo están moralmente indefensos contra tales
coerciones. En audiencias mantenidas en febrero del 2009, el Rep. Barney
Frank (demócrata por MA), jefe del House Financial Services Committee y
uno de los más entusiastas promotores de las GSEs en las últimas
décadas, advirtió a los altos ejecutivos bancarios contra la actitud de
poner “sus propios intereses económicos por encima de un necesario
programa gubernamental” y les “intimó” a estar más “dispuestos a hacer
algunos sacrificios”, accediendo a mayores controles. [27] Uno de los
ocho ejecutivos que testificaron ante el comité de Frank, fue el CEO de
J.P.Morgan, Jaime Dimon, un banquero altamente competente y efectivo,
quien sin embargo concedió las premisas altruistas de Frank. Sólo dos
meses antes, cuando le preguntaron por qué había aceptado la inyección
de “capital” de Washington, Dimon respondió: “No creímos que J.P.Morgan
debería ser egoísta e interponerse en el camino de lo que el gobierno
está tratando de hacer. Conseguimos el dinero y vamos a intentar hacer
exactamente lo que ellos quieren que hagamos, conceder más préstamos”.
[28]
No debería sorprenderle a nadie que el
“mercado de crédito” infectado de altruismo haya sido impráctico – e
impráctico incluso en relación al objetivo altruista de ayudar a que los
necesitados posean casas. Washington presionó para elevar la tasa
nacional de propiedad a los hogares pobres del 65% al 70% y para reducir
la “brecha” en las tasas de propiedad entre hogares blancos y no
blancos, pero como consecuencia de esa presión – al alcanzar los impagos
y las ejecuciones de hipotecas proporciones altísimas – la tasa de
propiedad inmobiliaria, tras subir un poco, está ahora por debajo del
65%, mientras que la “brecha”, habiéndose estrechado en los años
anteriores a 2002, se ha estado ensanchando desde 2007. Las tasas de
propiedad entre negros e hispánicos, quienes eran el objeto de atención
de la administración Bush, han caído estrepitosamente, en muchos casos
por debajo de los máximos anteriores que habían sido considerados
inaceptables por los planificadores sociales.
¿Quién va a pagar la descomunal factura
por este desastre inducido por el altruismo? El altruismo tiene la
respuesta: el inocente – los contribuyentes inocentes y el 93% de todos
los propietarios americanos que pagan sus hipotecas a tiempo pero que
ahora serán forzados a pagar las hipotecas de otros individuos, y a
rescatar a empresas que ellos no echaron a perder y de las cuales no
eran los dueños.
El Declive de un Siglo de la Banca Americana
El desastre hipotecario responsable en
gran parte de la actual crisis financiera americana es el resultado de
décadas de múltiples intervenciones gubernamentales. Pero las hipotecas
por motivos altruistas no son el único problema. América está sufriendo
también las consecuencias de las intervenciones por motivos altruistas
del gobierno en sus otras instituciones financieras, remontándose a casi
un siglo, intervenciones (bien en forma de regulaciones o de subsidios)
que han llevado repetidamente a crisis financieras y que continuarán
haciéndolo mientras sigan existiendo.
En 1913 – después de un siglo del
sistema bancario libre y estable que financió la estupenda Revolución
Industrial americana – Washington dio un gran paso para asumir el
control del sistema financiero americano cuando estableció su banco
central, la Reserva Federal. Anteriormente, bancos con reputaciones
conservadoras (por ejemplo, J.P. Morgan & Co.) habían emitido moneda
fiable convertible en unidades fijas de su peso en oro (la esencia del
patrón oro). Pero los críticos insistieron en que había demasiado poco
dinero, que los prestamistas que se habían excedido deberían gozar de
una inflación de vez en cuando para reducir la carga de sus deudas, que
los necesitados deberían tener más acceso al dinero y al crédito, y que
por lo tanto el gobierno debería controlar la oferta de ambos.
Se le concedió a la Fed el monopolio de
la emisión de moneda; todas las otras monedas de los demás bancos fueron
consideradas ilegales. Al cabo de veinte años (en 1933), la Fed renegó
del patrón oro y empezó a emitir dinero falsificado, de papel – dinero
desligado de cualquier estándar objetivo de valor – como sigue haciendo
hasta hoy. Con su banco particular y privilegiado a su lado durante las
siguientes décadas, los políticos de Washington fueron más capaces de
financiar el creciente “Estado del bienestar”. Si los americanos
hubieran objetado a este monopolio desde el principio, y a este dinero
no-objetivo, estaríamos prosperando en una América muy diferente hoy en
día. Pero los americanos no lo cuestionaron. ¿Por qué?
Poca gente ha puesto en entredicho
alguna vez el papel de la Fed como el potentado del estado del bienestar
porque tan poca gente se opone al propio estado del bienestar. El
estado del bienestar es el ideal político del altruismo: facilita el
sacrificio de los que triunfan en favor de los necesitados. Ciertamente,
los defensores del estado del bienestar defienden a la Fed sin
importarles cuán irresponsables sean sus políticas o sus acciones,
precisamente porque es una parte tan esencial del estado del bienestar. Y
los oficiales de la Fed excusan su propia conducta irracional en un
aura de superioridad moral, viéndose a sí mismos obligados a ayudar al
necesitado, incluso aunque sea indirectamente, a través de la
financiación de esquemas del Congreso ridículos matemática y
económicamente. Ellos de buena gana financian (imprimiendo dinero
falsificado de papel) los esquemas de subvención que el Congreso no
puede financiar a través de impuestos directos. Paul Volcker, jefe de la
Fed de 1979 a 1986 y ahora consejero económico del presidente Obama,
admitió que “los bancos centrales no son exactamente los heraldos de las
economías de libre mercado”, principalmente porque ellos han sido
“considerados y creados como el medio para financiar los proyectos del
gobierno”. [29]
(Mientras América se ha ido acercando
cada vez más a un sistema socialista monetario y de crédito durante el
siglo pasado, poca gente ha reconocido cuán cerca eso ha reflejado y
abiertamente secundado las premisas altruistas. Karl Marx, el
preeminente altruista y socialista del siglo XIX – que gozó de un
renovado prestigio durante la alegada “crisis” del capitalismo y del
patrón oro en los años 30 – sostuvo que en un mundo verdaderamente
socialista, la riqueza debía ser perpetuamente transferida “de cada uno
según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Para llegar a este
ideal altruista, el quinto punto de su Manifiesto Comunista (1848)
exigía una “centralización del crédito en manos del Estado, por medio de
un banco nacional con capital estatal y un monopolio exclusivo”. Este
es exactamente el papel de la Reserva Federal de USA.)
Al estar motivadas por el altruismo, las
políticas monetarias de la Fed han causado un daño considerable durante
muchos años. Al sabotear el sistema bancario de América en los
comienzos de los años 30, la Fed (junto con las políticas punitivas de
impuestos), causó la Gran Depresión. El jefe actual de la Fed, Ben
Bernanke, quien se especializó en la Gran Depresión cuando enseñaba en
Princeton, lo admitió en 2002, después de resumir un libro de 1963 de
Milton Friedman y Anna Schwartz, que mostraba de forma definitiva que
los funcionarios de la Fed (no los mercados libres) eran los culpables:
“Como representante oficial de la Reserva Federal, me gustaría decirles a
Milton y a Anna, con relación a la Gran Depresión: Tenéis razón,
nosotros lo hicimos. Lo sentimos muchísimo. Pero, gracias a vosotros, no
lo volveremos a hacer”. [30]
Pero ni el libro de Friedman y Schwartz,
ni la admisión de Bernanke han frenado las políticas monetarias de la
Fed, que continúan causando estragos en las finanzas americanas y han
contribuido significativamente a la crisis financiera actual. Además de
instigar la reciente ola de créditos fallidos al animar a los
prestamistas a apuntarse a las ARMs y luego perjudicarles al subir
drásticamente los intereses a corto plazo en 2006, la Fed también
saboteó los márgenes de beneficio de los bancos, causó suspensión de
pagos en los bancos, y mató el incentivo a prestar de los bancos que
quedaban – al subir los tipos de interés a corto plazo muy por encima de
los tipos de interés a largo plazo, una política conocida como
“invertir” la curva de rendimientos del Tesoro.
La importancia de esta política de la
Fed no se puede exagerar. Como intermediarios, los bancos toman
depósitos de demanda y fondos que son pagables a corto plazo, y entonces
prestan las ganancias a largo plazo. Consecuentemente, cuando los tipos
de interés a corto plazo (digamos, el 1%) están por debajo de los tipos
de interés a largo plazo (digamos, 5%), los bancos son rentables (con
un margen de + 4 puntos porcentuales) y de esa forma están motivados a
expandir sus emisiones de préstamos; en los casos menos frecuentes en
que los tipos de interés a corto plazo (digamos, 5%) están por encima de
los tipos a largo plazo (digamos, 3%), los bancos sufren pérdidas (con
un margen de -2 puntos porcentuales) y de esa forma están motivados a
reducir los préstamos que emiten. Este último fenómeno – una curva
invertida de rendimientos – ha precedido cada una de las seis recesiones
(y todas las crisis crediticias) desde 1968, incluyendo la más
reciente. Y aunque esta relación causal es bien conocida por los
oficiales de la Fed, ellos insisten en utilizar el arma del tipo de
interés para luchar contra lo que ellos consideran un “excesivo”
crecimiento económico. La Fed, establecida para ayudarle a Washington a
financiar sus diferentes programas altruistamente motivados, es una
institución económicamente devastadora, pero su capacidad destructiva es
mayormente ignorada o excusada como un efecto colateral inevitable,
aunque aceptable, del objetivo “moral” de ayudar al necesitado.
Washington tiene una larga tradición de
tratar de resolver los problemas del sistema financiero causados por sus
previas intervenciones, con aún más intervenciones. Por ejemplo, en vez
de abolir la Fed o incluso restringir sus poderes a raíz de su bien
conocida responsabilidad en causar la Gran Depresión, Washington
expandió el poder de la Fed para controlar la banca americana,
abandonando el patrón oro y estableciendo el Federal Deposit Insurance
Corporation (FDIC) cuyo propósito era garantizar a los depositantes sus
cuentas bancarias en caso de quiebra del banco. Al hacer esto,
Washington institucionalizó un sistema de expansión indisciplinada del
crédito y del dinero. Liberados del patrón oro, la Fed pudo imprimir
papel dinero sin límites; comprar una cantidad ilimitada de deuda
gubernamental; e inyectar moneda como reservas en los bancos,
manipulándolos de esa forma para los objetivos altruistas de Washington.
El estado del bienestar ahora tenía un ángel vengador, quien, a través
de la inflación – que diluye el valor del dinero de cada uno de nosotros
– podía robar riqueza calladamente.
Al expandir el alcance de su monopolio
de dinero y al proporcionar depósitos garantizados, Washington animó
cada vez más a los bancos comerciales privados a prestar imprudentemente
y a operar, a lo largo del tiempo, con márgenes de capital cada vez más
finos. Con la cobertura del FDIC, los bancos no sienten la necesidad de
tener que demostrar su solvencia o su salud financiera a los
depositantes, y éstos también se hacen cada vez más descuidados, y
empiezan a frecuentar bancos irresponsables; el resultado es un aumento
de bancos irresponsables que dependen cada vez más de fondos
garantizados y respaldados por el gobierno. Mientras que en las pocas
décadas anteriores al establecimiento de la Fed (en 1913) la mayoría de
los bancos tenían un capital equivalente al 20-25% de sus activos, en
los años inmediatamente posteriores a la creación del FDIC (1934) este
colchón bajó al 15-20% y ha caído paulatinamente desde entonces. Hoy en
día, el colchón de capital de la mayoría de los bancos es un mero 3-5%.
Consecuentemente, un pequeño descenso en el valor de los activos del
banco (que son en su mayor parte préstamos) puede hacer que el banco se
convierta en insolvente; y cuando, además, ese banco tiene un alto
porcentaje de préstamos a hipotecarios que aportaron poco patrimonio, su
ya estrecho colchón de capital se hace aún más precario y algo tiene
que estallar. Tal fragilidad nunca se daría en un sistema bancario
completamente libre (esto es, uno sin bancos gubernamentales, subsidios,
o controles). [31]
Además de promover préstamos arriesgados
por parte de los bancos, las políticas intervencionistas americanas por
motivos altruistas han desalentado a los depositantes a hacer
indagaciones sobre la seguridad y la salud de sus instituciones
financieras. Consecuentemente, bancos sanos tienen más dificultades para
competir con los arriesgados – especialmente cuando, además de eso, son
objeto de impuestos para reponer el fondo de depósitos del FDIC,
después que este fondo ha sido vaciado por los depositantes de los
bancos irresponsables y en quiebra. Las regulaciones financieras han
infundido una falsa sensación de seguridad tanto en depositantes como en
inversores, alentando conductas arriesgadas y aumentando la
probabilidad de crisis financieras.
Dada la variedad de incentivos perversos
que infectan y socavan el sistema financiero de EEUU, la
nacionalización actual de los bancos era enteramente predecible. Como
escribí en 1993:
“Considerad las opciones disponibles
para un gobierno que dice que garantizará los depósitos del sistema
bancario; un gobierno que considera que la mayoría de los bancos son
demasiado grandes o demasiado importantes para la comunidad para
dejarlos quebrar; un gobierno que, al hacer esas promesas, y además por
otro lado interviniendo en el sistema crediticio y monetario, acaba
minando la condición financiera del sistema bancario. Sólo hay una
alternativa disponible para tal gobierno, que es apropiarse de los
bancos fallidos y dirigirlos como si fueran parte del gobierno”. [32]
Esto es precisamente lo que ha estado
ocurriendo desde finales del 2008, cuando Washington comenzó a comprar
acciones en cientos de los bancos más importantes de América por primera
vez en la historia de este país. Y este gran salto en la dirección
socialista del dinero y de la banca tendrá consecuencias más funestas
aún. Cuando la Fed, el Tesoro o la FDIC asumen los activos tóxicos en
sus propios balances – como han hecho con creces durante el pasado año –
ellos corrompen todavía más el sistema crediticio, impidiéndoles a
prestamistas y a inversores el que puedan identificar y valorar
adecuadamente los préstamos y los títulos de valor, garantizando que
habrá más catástrofes financieras en el futuro.
La Causa Moral y la Cura Moral
Empezando con el monopolio estatal de la
moneda, siguiendo con las garantías estatales de las deudas bancarios,
la promoción estatal de las hipotecas, y la propiedad estatal de los
bancos – la progresión durante todo el siglo pasado ha consistido en
alejarse cada vez más de los mercados libres y acercarse hacia un
sistema bancario socialista. ¿Por qué? La respuesta fundamental es: el
altruismo. Los avances, intermitentes y vacilantes, en dirección a una
intervención cada vez mayor del gobierno en las finanzas americanas son
el resultado lógico de la premisa altruista que permea nuestra cultura y
resuena a través de las antesalas del poder – la premisa que ser moral
consiste en sacrificarse a sí mismo sirviendo a aquellos en necesidad.
El estado del bienestar y su principal financiador, la Reserva Federal
(Fed), están a fin de cuentas “justificados” en base a que el gobierno
tiene un deber moral de proveer a los necesitados con bienes y servicios
– desde la educación al seguro de enfermedad a las hipotecas.
Bajo la premisa de que un sistema
bancario libre era inadecuado para los pobres, la Reserva Federal fue
creada. Bajo la premisa de que el gasto en subsidios es demasiado
importante para estar ligado a un sistema objetivo de dinero, el patrón
oro fue abolido. Bajo la premisa de que los contribuyentes tienen el
deber moral de rescatar a bancos en apuros y a depositantes descuidados,
la FDIC fue creada. Bajo la premisa de que todos tenemos una obligación
moral de ayudarles a familias necesitadas, de bajos ingresos, a
realizar “el sueño americano”, las GSEs fueron creadas. Bajo la premisa
que los americanos tienen un deber moral de preservar las instituciones
financieras, Washington las está nacionalizando ahora – garantizando la
total politización de los préstamos, una fuga permanente de capitales
privados, y una sangría sin límites en los bolsillos de los
contribuyentes.
El hecho de que cada una de estas
intervenciones haya causado (y continúe causando) trastornos
económico-financieros y la destrucción de riqueza es, para los que creen
que las intervenciones eran morales, simplemente irrelevante. Al
demandar que uno ponga las necesidades de otros por encima de cualquier
otra consideración, el altruismo moralmente le prohíbe a uno considerar
los datos de la realidad que están en conflicto con ese mandato. Así, en
el caso de un banquero que abraza el altruismo, el hecho de que alguien
que solicita un crédito no sea digno del mismo, no importa; el hecho
que el volumen de impagados esté creciendo no importa; el hecho que su
banco esté cerca de la insolvencia no importa. Estos son simplemente
hechos económicos, mientras que el altruismo habla de la verdad moral – y
en cualquier divergencia entre economía (o sentido común) y moralidad,
la moralidad siempre gana.
La aceptación del altruismo lleva a la
gente a abandonar sus propios intereses, el motivo del beneficio, los
principios básicos de economía y el básico principio de América: el
principio de los derechos individuales. Pero estos valores son
esenciales para una vida próspera, una sana economía y una sociedad
justa. El mercado financiero americano está sufriendo no por causa de la
codicia o de la libertad, sino por la extendida aceptación del
altruismo y la consiguiente intervención gubernamental en la banca.
La crisis financiera es,
fundamentalmente, una crisis moral. En la medida en que los americanos
acepten que ellos tienen el deber moral de sacrificarse por el bien de
los otros, en esa medida ellos le permitirán a nuestro gobierno a
obligarnos a todos a hacerlo – a través de nuevas intervenciones, más
subsidios, y más controles. Para acabar con la crisis debemos saber que
fue el gobierno quien la causó, y exigir que el gobierno empiece a
apartar sus coercitivas manos de la economía. Con un ojo en el corto
plazo, debemos exigir que el gobierno reduzca los poderes de las GSEs,
la Reserva Federal y el FDIC; y con un ojo en el largo plazo, debemos
exigir que el gobierno disuelva completamente estas agencias y que
restaure un patrón oro manejado por bancos privados, con facultad de
emitir moneda y sujetos únicamente a códigos objetivos comerciales y de
quiebras. [33] Pero para poder abogar por estas reformas los americanos
deben rechazar el código moral que se interpone en su camino. Debemos
rechazar el altruismo. Debemos defender el derecho de cada individuo a
existir, no como esclavo para las necesidades de otros, sino por nuestro
propio interés – banqueros incluidos.
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