Estados Unidos ha gastado en Afganistán miles de millones de dólares desde la expulsión de los talibanes del poder, en 2002. Más de 100,000 millones de dólares han sido invertidos en la reconstrucción del país asiático, objetivo esencial en la estrategia estadounidense para ganarse a la población local y evitar que, sobre todo, los jóvenes sean presa de los movimientos radicales islamistas.
Desde el principio, la ayuda económica destinada a la reconstrucción de Afganistán ha estado en el punto de mira de las autoridades encargadas de fiscalizar el uso de esa ingente cantidad de fondos públicos. Informes independientes han cuestionado en diversas ocasiones la manera en que se han manejado, en vista de los escasos resultados obtenidos.
El Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (Sigar, por sus siglas en inglés) ha puesto de manifiesto el descontrol y despilfarro imperantes, de tal manera que los contribuyentes estadounidenses no sólo financian una serie de programas absurdos, que hasta la primera dama afgana ha rechazado por su perfecta inutilidad, sino que hasta hay casos en que ni la propia Administración norteamericana sabe dónde se encuentran, si es que verdaderamente existen, los dispensarios y escuelas que cree estar financiando.
Cheryl Benard, de la Alliance for the Reconstrucción of Cultural Heritage, pone de manifiesto en este informe el caso de los más de 400 millones de euros gastados recientemente por EE.UU. en Afganistán… no para reconstruir las plantas de producción de electricidad, colegios y hospitales, sino para la realización de talleres destinados a enseñar a los afganos cómo deben actuar para convertirse en perfectos demócratas. La reciente inauguración de una presa de producción eléctrica cofinanciada por la India pone de relieve qué es lo que la población afgana necesita en realidad.
Nosotros solíamos construir presas,
también en Afganistán. Ahora estamos intentando construir democracias y
educar a otros en los derechos humanos, la igualdad de la mujer, la
libertad de prensa… Nos hemos convertido en exportadores de intangibles;
no, ni siquiera eso: somos exhortadores de intangibles. Haz esto. No
hagas eso. Hazlo de esta manera.
La primera dama del país, la esposa del presidente Ashraf Ghani, ha expresado recientemente su hartazgo ante estos innumerables talleres financiados con fondos estadounidenses:
Espero que no caigamos otra vez en el
juego de las contratas y subcontratas y la rutina de talleres y
sesiones de formación, que generan un montón de certificados en papel y
poco más.
Precisamente es el esquema de subcontratación con el que
habitualmente se ejecutan los programas financiados por el Tesoro
estadounidense lo que está en el origen de gran parte de este derroche.
Benard ha encontrado que el dinero se reparte en primera instancia a
grandes contratistas, que a su vez lo distribuyen en subcontratas que
construyan la preceptiva escuela o clínica. A su vez, los receptores de
estas contratas menores siguen disolviendo el presupuesto entre sus
clientes. Una vez descontados los gastos de los grandes contratistas y
los enormes desembolsos en seguridad que conlleva operar en Afganistán,
la tarea real es llevada a cabo por un grupo de trabajadores locales de
baja calificación y sin equipamiento adecuado, con lo que resulta
imposible cumplir el objetivo inicial.
No importa, porque, debido a las
regulaciones en materia de seguridad, el responsable de la gestión de la
ayuda estadounidense no está autorizado a visitar el lugar, nunca
llegará a ningún sitio próximo al proyecto para que pueda decirse con
seguridad (…) que la clínica ha sido completada, cuando la verdad es que
lo único que hay es una losa agrietada de hormigón en algún lugar del
desierto, posiblemente inclinada sobre la arena para cumplir la
normativa sobre las rampas para el acceso de discapacitados. El
intrépido Sigar, que realmente sí está sobre el terreno, encontró que
muchas clínicas estaban a diez o más kilómetros de la ubicación
designada, que muchas de ellas no tenían agua ni electricidad y tenían
paredes agrietadas, moho y otros problemas básicos de construcción.
Más de 100,000 millones de dólares después, los efectos palpables de
la reconstrucción de Afganistán están muy lejos de cumplir las
expectativas iniciales. Mientras tanto, la colaboración efectiva de
Kabul con países vecinos, como pone de manifiesto la construcción
conjunta con la India de una presa destinada al riego y a la producción
de electricidad, está llevando a decenas de miles de afganos la
esperanza de mejorar de forma ostensible su penoso nivel de vida. Así lo
resume Benard:
Mi hipótesis es la siguiente: cuando
rieguen sus campos con el agua resultante o lleven a sus hijos a una
clínica y haya luz y salga agua del grifo, los miles de beneficiarios
afganos pensarán: ¡la democrática India, justo en la puerta de al lado,
merece la pena! Ojalá nosotros sigamos su senda también.
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