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Thursday, June 16, 2016

2018: el candidato a vencer


  
  
AMLO. (ilustración)
Andrés Manuel López Obrador prometió que Morena se llevaría el 30% de la votación para el Congreso Constituyente en la Ciudad de México y alcanzó el objetivo. López Obrador le pidió a David Monreal que fuera buscara la gubernatura de Zacatecas, donde lo importante no era ganar sino construir una estructura partidista, y Morena se convirtió en la segunda fuerza del estado con 25% del voto. Hace un año le dijo Rocío Nahle, la coordinadora de Morena en el Congreso, que ganarían en Veracruz; no pasó, pero Morena se convirtió en la tercera fuerza estatal. Se asentó bien en Puebla y mostró cabal salud en Oaxaca. No tuvo gubernaturas en la bolsa ni triunfos determinantes, pero su votación creció 86% entre las elecciones federales de junio de 2015 y las recientes de gobernador. Ningún partido incrementó así su número de votos.

Morena es una máquina política cuyo combustible, ingeniería y carrocería funcionan por la existencia de López Obrador. Pensar qué sería de Morena sin él sólo puede ser planteado como hipótesis, aunque se puede suponer que sería el colapso de una opción de la izquierda social, que alberga a los que no habían votado, al elector volátil, a los insatisfechos, a los antisistémicos. López Obrador es la síntesis de la oposición a lo establecido y quien galvaniza la molestia ciudadana. Nadie en la geometría política se encuentra en ese punto como él.

Lleva 30 años de hacer campañas electorales, para el PRI en el Tabasco que eligió a Enrique González Pedrero como gobernador, para él como candidato de la izquierda al mismo cargo, para ser líder nacional del PRD, y para buscar dos veces la Presidencia. “La mafia del poder”, como llama a todos los que no sean él o sus incondicionales, dijo que le impidió llegar a Los Pinos. Esa “mafia” no pudo acabarlo en 2005 cuando iniciaron un proceso de desafuero para juzgarlo por un delito menor, porque el entonces presidente Vicente Fox ordenó a la PGR que se desistiera de la acusación. En política, a quien no se mata se fortalece. López Obrador se quedó a 243 mil 934 votos del panista Felipe Calderón, despojado de la victoria en buena parte por sus propios errores durante la campaña y una mala estrategia postelectoral. Sin esas fallas, retóricamente hablando, las cosas podrían haber sido diferentes.

Seis años después perdió por mayor margen ante Enrique Peña Nieto, luego de que al verse empatado el priista con su adversario un mes antes de la elección, contó con el respaldo del golpeteo propagandístico del PAN, cuando quedó claro que su candidata, Josefina Vázquez Mota, no estaría en la lucha final. Tres años y medio después, López Obrador luce tan fuerte como candidato como en 2006 y 2012, pero con una gran diferencia: quienes lo derrotaron decepcionaron o son cuestionados; los problemas que decía aquejaban a los mexicanos no sólo se confirmaron sino que se acentuaron, y la realidad, como nunca, camina de la mano del discurso del tabasqueño.

“La mafia del poder”, como describe a las élites mexicanas, no quiere que llegue a la Presidencia porque están convencidos que afectará sus intereses. En 2016, el discurso contra esos intereses es altamente poderoso: corrupción y pobreza. Su discurso teológico, con polos excluyentes como el bien o el mal, ricos o pobres, buenos o malos, penetran perfectamente en el psique mexicano, católico y lastimado, y responde a las demandas ciudadanas. Frases como “ese avión no lo tiene ni Obama”, o sólo dan “frijoles con gorgojo”, son dos de los mensajes más penetrantes que registran los expertos en casi una generación. Si carecen de verdad es irrelevante. Él los mantiene como una línea que machaca sobre sus ejes de ataque retórico: corrupción y pobreza.

López Obrador abandonó el barco del PRD mucho tiempo después que ya sabía que para él, sus maderos estaban podridos. En las elecciones federales de 2015, cuando Morena hizo su primera aparición electoral, obtuvo el 8.39% de la votación, con tres millones 346 mil 349 votos, convirtiéndose en la cuarta fuerza política nacional. De ese total de sufragios, de acuerdo con analistas, sólo 400 mil se podrían etiquetar directamente a votos perdidos por el PRD. Insatisfechos de otros partidos, nuevos votantes o los volátiles, le dieron el mandato. En las elecciones para 12 gobernadores del 5 de junio, pasó a ser tercera fuerza nacional y en algunos lugares casi empatados con el PAN o con el PRI. El PRD quedó atrás.

Para las elecciones de 2018 falta todavía un largo tiempo en términos de calendario electoral, y si bien antes del 5 de junio, como se escribió en este espacio, sería muy difícil que estuviera en condiciones de competencia real para la presidencial, después de los resultados de hace dos domingos, es campo abierto. La debacle del PRD, el creciente rechazo al PRI y las victorias artificiales del PAN tras los inesperados resultados, colocan a López Obrador como el único candidato con victorias químicamente puras. Él y Morena son los únicos que avanzan por lo que son, lo que dicen y representan. Aún no se le ve la fortaleza estructural para contender contra el PRI y el PAN en 2018, pero la realidad está de su lado. Al preguntar las encuestas por quién votarían más en 2018, el 92% por ciento de quienes responden dicen que por quién más esté contra Peña Nieto. Como dirían los jóvenes, que les sirva de advertencia.

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