En su famoso artículo de 1948, El Juicio de Paris (Das Parisurteil), Karl Reinhardt planteó lo siguiente:
Así como la eternidad y magnificencia de los dioses son preservadas al costo de la transitoriedad y trágica fragilidad de los hombres, así también éstas son preservadas como medios para la grandeza humana al costo de cierto fracaso divino.
Este principio de equilibro espiritual, cuando se aplica a la dimensión económica, implica que alguien “debe” perder lo que otro está ganando. Muchas personas creen que esto ocurre siempre y que, por lo tanto, quienes tienen muchos recursos solamente pudieron obtenerlos a costa de otras personas y que la única situación económica universal verdaderamente justa sería una en la que los recursos estén repartidos de forma igualitaria. Estas personas, por supuesto, están equivocadas. El principio de Reinhardt se aplica a la dimensión económica solamente cuando ocurre una transferencia sin intercambio.