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Monday, July 11, 2016

Polarización y conflicto hacia 2018

Las campañas negativas de 2016 (algunas de ellas francamente 'negras') exhiben sin recato la negligencia de algunas autoridades para investigar y perseguir delitos de corrupción, así como el uso selectivo de casos judiciales para fines políticos. También presagian conflictos poselectorales y una secuela de veneno político de cara a 2018.

El PRI ha amenazado con interponer una demanda de juicio político en contra de Gabino Cué, gobernador de Oaxaca, y una denuncia penal en contra Jorge Castillo, operador de Cué, por tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito.

Documentos filtrados muestran depósitos de miles de millones de pesos a diversas cuentas de Castillo e incluso hay cables de la embajada de Estados Unidos y de la oficina de recaudación fiscal de ese país en los cuales se alerta sobre operaciones irregulares llevadas a cabo por Castillo en bancos norteamericanos. Si había evidencia de tales manejos (porque los cables datan de abril de 2015), ¿por qué las autoridades no iniciaron averiguaciones? ¿Por qué los legisladores del PRI de Oaxaca jamás interpusieron una demanda en contra de quien hoy es acusado de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero?

En agosto de 2015, el senador Benjamín Robles (PRD) interpuso una denuncia penal ante la PGR en contra de Castillo por tal hecho. Robles contaba con información de primera mano porque él había trabajado en el gobierno de Gabino Cué como su secretario particular y como jefe de la Oficina de la Gubernatura. ¿Por qué el PRD que hoy está a punto de perder por este y otros escándalos no exigió al gobernador una explicación? ¿Por qué el Servicio de Administración Tributaria no investigó tales manejos multimillonarios?

En Tamaulipas se acusa al candidato del PAN de tener vínculos con el narcotráfico. Pero el senador con licencia, hoy candidato, Francisco García Cabeza de Vaca, fue presidente de la Comisión de Defensa del Senado (de septiembre de 2015 a enero de 2016), así como secretario de la Comisión de Marina. En esa capacidad revisó nombramientos hechos por el presidente de la República de altos mandos de la Marina y tuvo acceso a información clasificada de seguridad nacional. Si efectivamente tiene vínculos con el crimen organizado, ¿por qué no se impidió que ostentará esos cargos? Si hay evidencia de esos vínculos, ¿por qué no se interpuso antes una denuncia penal y se procedió a su desafuero? Si no se hizo, entonces son responsables quienes incurrieron en esa negligencia, tanto al interior del gobierno como del propio Senado de la República.

Han habido también campañas de calumnia que traspasan los límites civilizados por varias razones. Primero, porque las acusaciones incluyen vínculos con el crimen organizado (Tamaulipas), asociación delictuosa (Quintana Roo) e incluso delitos de pederastia (Veracruz). Si algunos candidatos caen en esas categorías, bienvenido que se sepa, pero las pruebas ofrecidas parecen dudosas. Y segundo, porque estas campañas 'negras' dejarán heridas que pueden estimular la polarización política después del 5 de junio y anticipar una marea de veneno en 2018.

En Quintana Roo se acusa al candidato del PAN-PRD, Carlos Joaquín, de actividades ilícitas porque su operador financiero, Jamil Hindi, presuntamente tiene vínculos con el crimen organizado. El hoy candidato fue un servidor público por 14 años a nivel municipal, estatal y federal (su último cargo fue subsecretario de Innovación y Desarrollo Turístico). También fue presidente municipal y diputado federal por el PRI. Un funcionario con fama de integridad y talento es acusado por sus propios excompañeros de partido.

En Veracruz se ha acusado al candidato del PAN-PRD de enriquecimiento ilícito, cargo que merece investigarse ante muchas evidencias que así lo sugieren. Pero la acusación de pederastia se hace con base en un señalamiento que ha sido desmentido por la presunta víctima, Sofía Garfias, así como por su madre. No obstante, el PRI en Veracruz difundió spots en los que acusa a Yunes Linares de pederastia con hechos falsos.

El tono de algunas campañas de gobernador presagia conflictos poselectorales en algunas entidades que podría incluso derivar en anulación. Tomemos el caso de Veracruz donde hay dos escenarios probables. Primero, que gane Morena como principal beneficiario del pleito entre los Yunes; el candidato del nuevo partido aparece en las encuestas en tercer lugar y en ascenso. Segundo, que gane uno de los candidatos punteros (uno de los Yunes) y que el perdedor impugne la elección. Con tal nivel de polarización y de uso indiscriminado de espionaje, acusaciones y denuncias penales, podría haber razones para anular la elección si el resultado es menor a cinco puntos. Algo semejante podría ocurrir en Tamaulipas.

Los excesos de las campañas de ataque de 2016 pueden ser el inicio de la polarización política de cara a 2018, una elección que ya se vislumbraba compleja por la fragmentación del voto y por la desconfianza creciente en las instituciones políticas. Añadir desde ahora mayor conflictividad es una irresponsabilidad política que debe evitarse. Es una falta de visión de Estado querer ganar las elecciones a toda costa.

Polarización y conflicto hacia 2018

Las campañas negativas de 2016 (algunas de ellas francamente 'negras') exhiben sin recato la negligencia de algunas autoridades para investigar y perseguir delitos de corrupción, así como el uso selectivo de casos judiciales para fines políticos. También presagian conflictos poselectorales y una secuela de veneno político de cara a 2018.

El PRI ha amenazado con interponer una demanda de juicio político en contra de Gabino Cué, gobernador de Oaxaca, y una denuncia penal en contra Jorge Castillo, operador de Cué, por tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito.

Thursday, June 23, 2016

El Brexit mexicano

México vivirá un dilema como el Brexit en 2018.

Esta semana los habitantes de Reino Unido deberán tomar una decisión que para bien o para mal va a incidir en el futuro de su nación, en el de Europa y en general de todo el mundo.

Lo que los votantes definan no se va a quedar en el horizonte inmediato sino tendrá consecuencias de muy largo plazo.
Algo parecido sucederá a México en 2018.

El proceso electoral que tendremos entonces será mucho más que otra elección. Será quizás un punto de definición respecto a un proyecto de país.

¿Por qué digo que el escenario es parecido al Brexit? La razón es que AMLO es el único potencial candidato cuya bandera ha sido echar para atrás reformas como la educativa o energética, además de adoptar en general actitudes conservadoras frente a las reformas para proteger los derechos de las minorías.

AMLO está en cierta medida en lo correcto cuando afirma que hay dos partidos políticos en México, Morena y todos los demás.

Ni entre el PRI, PAN o incluso PRD se ha planteado como bandera el echar para atrás las reformas.

Hay evidentes desigualdades entre los partidos diferentes a Morena pero tienen en común que en general proponen perseverar en un modelo de país que se ha ido construyendo desde los años 90 del siglo pasado.

Las elecciones del 5 junio mostraron que no es nada remoto poder ganar una elección con porcentajes bajos de la votación.

Por ejemplo, en Tlaxcala el candidato del PRI y sus aliados ganó con 34.5 por ciento de los votos; en Veracruz el ganador (PAN-PRD) obtuvo 35.4 por ciento de los votos.

Si las tendencias siguen como van, lo más probable es que cualquiera que gane las elecciones de 2018, lo haga apenas con una tercera parte de los votos.

Y si AMLO mantiene el liderazgo en las intenciones de voto, entonces pudiéramos tener en 2018 un presidente determinado a poner reversa en las reformas con un porcentaje escaso de legitimidad en términos de votos.

Yo no estoy de acuerdo con poner reversa en las reformas, pero si ello se hiciera, debería hacerse con un amplio respaldo de la población.
Y si la mayoría estuviera en contra de cambiar el camino del país, debería contar también con un respaldo claramente mayoritario. Por eso el legislar sobre la segunda vuelta en las elecciones presidenciales podría ser la vía para establecer realmente un virtual referéndum sobre el modelo de país.

El PRI se opuso sistemáticamente a la segunda vuelta, que ya fue propuesta por PAN y PRD. Pero en el escenario político que resultó del 5 de junio, las cosas pueden haber cambiado.

Sé que la segunda vuelta tiene muchas complicaciones y que cambiar las reglas para ahora instrumentarla sería algo complejo y delicado.

Sin embargo, me parece que caminar hacia una elección con la trascendencia que tendrá la de 2018, en la que el ganador tenga apenas la tercera parte de los votos y 20 por ciento del padrón a su favor (y eso si hay participación elevada) puede gestar una crisis política que, cualquiera que sea el resultado, entrampe al país por años.

Estamos a tiempo de darle más racionalidad a nuestro proceso de decidir el futuro.

El Brexit mexicano

México vivirá un dilema como el Brexit en 2018.

Esta semana los habitantes de Reino Unido deberán tomar una decisión que para bien o para mal va a incidir en el futuro de su nación, en el de Europa y en general de todo el mundo.

Lo que los votantes definan no se va a quedar en el horizonte inmediato sino tendrá consecuencias de muy largo plazo.
Algo parecido sucederá a México en 2018.

Thursday, June 16, 2016

Se vislumbran riesgos políticos en el horizonte

El crecimiento económico en México, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento.
Dan Bogler
Tanto inversionistas extranjeros como mexicanos se sienten decepcionados con las promesas incumplidas del gobierno. (El Financiero)
Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.

El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.

Todo esto ha convertido a los inversionistas internacionales de entusiastas partidarios del presidente Enrique Peña Nieto y de su programa de reformas energética, fiscal, de las telecomunicaciones, y de los medios de comunicación a críticos quienes se están deshaciendo de sus activos mexicanos.

Sin embargo, los gestores de fondos no son tan negativos como los propios compatriotas del presidente.

La mitad del país piensa que las reformas del gobierno están dañando el país y el 60 por ciento dice que la depreciación del peso es culpa del gobierno, según una reciente encuesta de opinión. Como el gobierno ha fracasado en enfrentar de forma efectiva la delincuencia y la corrupción, no es de sorprenderse que nueve de cada 10 mexicanos tienen poca o ninguna confianza en los partidos políticos, mientras que seis de cada 10 dicen que no están viviendo en una democracia.

En otras palabras, México parece maduro para que surja un candidato contestatario, al estilo de Donald Trump. Éste es el creciente riesgo político identificado por Medley Global Advisors (MGA), un servicio de macro investigación propiedad del Financial Times.

México ya tiene su versión de Trump: Andrés Manuel López Obrador. AMLO, como se le llama, pertenece a la izquierda política en lugar de a la derecha, pero muestra una indiferencia similar hacia las instituciones y las normas, y la misma facilidad para aprovechar las frustraciones de las personas comunes.

A diferencia de Trump al norte de la frontera, AMLO es un político con experiencia, quien finalizó detrás de Peña Nieto en las elecciones de 2012, con un 31 por ciento de los votos. La próxima vez podría necesitar incluso menos.

Una de las razones es que las elecciones en México — a diferencia de muchas en los países de América Latina — no tienen una segunda vuelta, por lo que es posible ganar la presidencia con una proporción relativamente baja de votos en la primera ronda. Éste particularmente puede ser el caso en 2018, con al menos cuatro probables candidatos creíbles y una buena probabilidad de que el voto de la derecha se divida entre un candidato oficial del PAN y una candidata no oficial (la esposa del ex presidente Felipe Calderón).

Por supuesto, las encuestas de opinión en este momento tienen que tomarse con cautela. Pero MGA señala que con el partido político de AMLO, Morena, que actualmente cuenta con aproximadamente el 20 por ciento y que por lo tanto tiene un empate estadístico con el gobernante PRI, su elección es una posibilidad real.

Para ser justos, no está claro cuánto AMLO cambiaría o podría cambiar — en cuanto a política económica — si llegara a la presidencia. Para empezar, estaría operando sin una mayoría en el congreso, por lo que revertir las reformas estructurales que ya se han aprobado es poco probable, aunque podría obstaculizar el avance de las reformas, por ejemplo, la privatización parcial de Pemex, la compañía nacional de petróleo.

Se vislumbran riesgos políticos en el horizonte

El crecimiento económico en México, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento.
Dan Bogler
Tanto inversionistas extranjeros como mexicanos se sienten decepcionados con las promesas incumplidas del gobierno. (El Financiero)
Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.

El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.

Monday, June 13, 2016

¿Perderá el PRI la presidencia en 2018?

Después de la jornada electoral del pasado 5 de junio la pregunta resulta ineludible. Son dos los principales pendientes que el PRI debe atender si quiere llegar a la contienda de 2018 con buenas posibilidades: la corrupción y la inseguridad. En esta columna me concentraré en el primer tema. En materia de combate a la corrupción el Ejecutivo federal ha perdido credibilidad. Las investigaciones que parecen simulación y el injustificable rechazo a la aprobación de la Ley 3de3 han consolidado la percepción de que el PRI es el partido de la corrupción. Para cambiar esta percepción es indispensable un viraje que contemple por lo menos una de dos posibles líneas de acción.


La primera, la de mayor impacto en el corto plazo, sería dejar de solapar a los 'peces gordos' como se hizo de forma vergonzosa en el caso de Humberto Moreira, e impulsar investigaciones serias al menos en los casos más emblemáticos. De lo contrario, el PAN y AMLO fácilmente capitalizarán el descontento ciudadano ante la impunidad y se consolidarán como alternativas justicieras.

La segunda línea de acción –menos vistosa en el corto plazo, pero más relevante– consiste en reducir los enormes márgenes de discrecionalidad para el ejercicio de recursos en las entidades federativas, donde actualmente ocurren los mayores dispendios y desvíos. Lo anterior sería posible si el PRI dejara del lado su reticencia a crear un Sistema Nacional Anticorrupción verdaderamente autónomo y con dientes.

Por supuesto, sería ingenuo pensar que combatir en serio la corrupción no implica riesgos para el PRI y para el gobierno de Peña Nieto. Dejemos de lado el tema de los escándalos que han empañado la imagen del presidente y de su círculo cercano, el problema es estructural. En México el poder económico y político todavía se concentra en pocas manos. En la práctica, un puñado de empresarios, líderes sindicales y caciques locales tienen capacidad para influir de forma determinante en las elecciones. Todos los partidos han recurrido a acuerdos con estos poderes fácticos en su intento por llegar al poder, bien sea el SNTE de Elba Esther Gordillo, Televisa o las contadas familias que mueven los hilos de la política local en varias entidades de la república. Estos grupos son también los grandes beneficiarios del dispendio público. Impulsar medidas que afecten sus intereses supone prescindir de un apoyo que puede resultar estratégico.

Tomar acciones contra los 'peces gordos' supone un riesgo adicional: desatar una guerra de lodo que salpique a toda la clase política. En tono de amenaza, el gobernador Javier Duarte anunció su intención de promulgar una reforma para retirar el fuero al gobernador de Veracruz. El mensaje es claro, está dispuesto a cualquier cosa con tal de frenar a quienes intenten llevarlo ante la justicia por los millonarios desvíos de recursos públicos que actualmente investiga la Auditoría Superior de la Federación. En primera instancia, la amenaza es claramente contra el gobernador electo, Miguel Ángel Yunes. Sin embargo, bien valdría la pena preguntarse quién más puede ser víctima de chantajes por parte de figuras como Javier Duarte (en particular si es cierto, como han señalado algunos comentaristas, que utilizó parte de los recursos de su estado para apoyar candidaturas en todo el país).

A pesar de lo anterior, los malos resultados del 5 de junio abren una coyuntura favorable para que el PRI cambie su relación con los grupos que se benefician de la corrupción. La lectura generalizada de la elección es que los votantes sí penalizan al partido en el poder cuando la percepción de corrupción es alta. Por ello, el gobierno de Peña Nieto tendrá un poderoso argumento para cambiar su enfoque: voltear para otro lado ante los escándalos, y dejar que el dinero y los 'operadores' hagan su magia, ya no garantiza la victoria. Ni siquiera en bastiones históricos como Veracruz.

El PAN fue el principal ganador de las pasadas elecciones. Para capitalizar esta victoria con miras a 2018 será indispensable que los gobernadores del blanquiazul –en particular en Tamaulipas y Veracruz– demuestren capacidades y probidad. Parte de la estrategia del PRI inevitablemente se enfocará en exhibir sus trapos sucios. Paradójicamente, la fortaleza que mostró el PAN en los recientes comicios también incrementa las posibilidades de López Obrador, el otro ganador de las pasadas elecciones. No hay que olvidar que en 2012 obtuvo 31.6 por ciento de los votos y que, aunque quedó relativamente lejos de Peña Nieto, la historia pudo haber sido distinta si el PAN hubiera presentado una candidatura con mayor solidez, que le disputara al PRI una mayor cantidad de votos. Por supuesto, parece difícil que López Obrador obtenga el mismo porcentaje de votos si el PRD y el gobierno de la Ciudad de México movilizan su maquinaria a favor de otro candidato (sobre todo si se trata de un candidato fresco, capaz de generar entusiasmo entre los sectores más modernos de la izquierda).

En conclusión, los electores cobraron facturas y la corrupción parece ser el común denominador en los estados en los que habrá alternancia. El mensaje es claro. El presidente y el PRI tendrán que decidir si toman decisiones difíciles hoy para poner coto a este mal tan extendido, o permiten que siga creciendo la magnitud de los escándalos.

¿Perderá el PRI la presidencia en 2018?

Después de la jornada electoral del pasado 5 de junio la pregunta resulta ineludible. Son dos los principales pendientes que el PRI debe atender si quiere llegar a la contienda de 2018 con buenas posibilidades: la corrupción y la inseguridad. En esta columna me concentraré en el primer tema. En materia de combate a la corrupción el Ejecutivo federal ha perdido credibilidad. Las investigaciones que parecen simulación y el injustificable rechazo a la aprobación de la Ley 3de3 han consolidado la percepción de que el PRI es el partido de la corrupción. Para cambiar esta percepción es indispensable un viraje que contemple por lo menos una de dos posibles líneas de acción.