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Wednesday, December 14, 2016

La desigualdad en Chile

Ian Vásquez destaca el libro del economista chileno Claudio Sapelli, donde se muestra la creciente movilidad social y decreciente desigualdad que ha experimentado Chile durante las últimas décadas.


Ian Vásquez
 
es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Cualquier latinoamericano que haya viajado a Chile en años recientes ha podido ver con sus propios ojos lo que las cifras confirman. Es el país mas próspero y moderno de la región. Su nivel de pobreza (7,8%) es el más bajo y es líder regional en un sinnúmero de indicadores de bienestar. También es el país más libre del continente en términos civiles, económicos y personales. Está entre los países más libres del mundo según el Índice de libertad humana, cosa que se relaciona fuertemente con su progreso.


Pero Chile también muestra un nivel alto de desigualdad. En la escala Gini —en que la desigualdad total tiene un valor de 100 y la igualdad completa un valor de 0— Chile tiene un valor de alrededor de 50 (la mayoría de los países avanzados oscilan entre 25 y 35 en esa escala). Los críticos afirman que, si bien ha habido avances, el modelo chileno es responsable por producir y sostener la desigualdad que favorece a una élite privilegiada a expensas de los demás. Si el sistema en sí es injusto, la gente lo va a rechazar.
Justamente con ese relato llegó al poder la actual presidenta, Michelle Bachelet, y lo ha usado para promover cambios radicales al llamado modelo chileno. El enfoque sobre la desigualdad se instaló en la agenda política una vez que el anterior presidente Sebastián Piñera, de centroderecha, la identificó como el principal problema del país. No importa que los críticos ignoren que Chile ha sido un país muy desigual por 500 años, independientemente de sus regímenes políticos o económicos. O que las reformas propuestas son políticas que practican países como Brasil, que tiene peores resultados sociales y económicos y niveles más altos de desigualdad.
Ahora el economista Claudio Sapelli de la Universidad Católica de Chile ha publicado un libro (Chile: ¿más equitativo?) que hará a muchos repensar sus supuestos. Basándose en los últimos datos y encuestas, encuentra que Chile es muchísimo más equitativo de lo que la gente piensa y hasta se destaca a nivel mundial. Primero muestra que desde fines de la década de 1980, la desigualdad ha caído en 14 puntos (Gini), que es bastante rápido y que concuerda con otra data que muestra la misma tendencia de largo plazo.
Segundo, si uno mira lo que dicen los números según la edad de la gente, o por generaciones, hay una disminución marcada en la desigualdad. En la medida en que uno pasa de una generación joven a una más vieja, aumenta la desigualdad dentro de esa generación. En 17 años, la desigualdad de ingresos entre quienes tienen 35 años cayó 10 puntos. Lo mismo ocurre con la educación. Entre los chilenos de 55-64 años, menos del 40% gozaron de educación secundaria, mientras que el 85% de los chilenos entre 25-34 años de edad han tenido acceso a esa educación. En ese indicador, Chile supera el promedio de los países avanzados.
La educación y el ingreso están relacionados, pues la educación permite obtener mayores ingresos siempre y cuando existan mayores oportunidades. Evidentemente, eso es lo que ha estado ocurriendo en Chile. Ha permitido una mayor movilidad social. Por ejemplo, Sapelli mide cuánto depende la educación del niño de la educación del padre y encuentra que es cada vez más independiente de la del padre, comparable con los países avanzados. El autor también muestra que la movilidad social chilena es alta e incluso afecta a los más ricos. A lo largo de un período de diez años, la mayoría de la gente que inicialmente se encontraba en el decil más rico lo abandonaba. Sapelli dice que no es correcto hablar de barreras sociales hacia arriba y agrega que “Chile es una sociedad más móvil que Francia, Estados Unidos y Alemania”.
Si buena parte de la pobreza en Chile es transitoria y no permanente, como sugiere la alta movilidad, las políticas deben enfocarse en ello en vez de crear programas para una clase persistente de pobres. Y, por supuesto, no se deberían revertir las políticas que han producido tanto progreso.
El libro de Sapelli rompe mitos y merece ser leído no solamente por chilenos

La desigualdad en Chile

Ian Vásquez destaca el libro del economista chileno Claudio Sapelli, donde se muestra la creciente movilidad social y decreciente desigualdad que ha experimentado Chile durante las últimas décadas.


Ian Vásquez
 
es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Cualquier latinoamericano que haya viajado a Chile en años recientes ha podido ver con sus propios ojos lo que las cifras confirman. Es el país mas próspero y moderno de la región. Su nivel de pobreza (7,8%) es el más bajo y es líder regional en un sinnúmero de indicadores de bienestar. También es el país más libre del continente en términos civiles, económicos y personales. Está entre los países más libres del mundo según el Índice de libertad humana, cosa que se relaciona fuertemente con su progreso.

Monday, September 12, 2016

Reducir la desigualdad y la pobreza en Estados Unidos

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read moreImage result for pobreza en estados unidos 2016
CAMBRIDGE – Con la asunción de un nuevo presidente y un nuevo Congreso en Estados Unidos en apenas seis meses, llegó la hora de repensar los programas del gobierno destinados a ayudar a los pobres. La temporada electoral actual ha reflejado una preocupación generalizada por la cuestión de la desigualdad. El foco correcto para lidiar con este problema es reducir la pobreza, no penalizar el éxito merecido.


El gobierno de Estados Unidos hoy invierte más de 600.000 millones de dólares al año en programas para ayudar a los pobres. Eso representa aproximadamente el 4% del PIB total de Estados Unidos. La mitad de esos desembolsos van a parar a programas de salud, incluidos Medicaid y los subsidios de seguro de salud bajo la Ley de Atención Médica Asequible de 2010 (conocida como Obamacare). La otra mitad están destinados a un rango complejo de programas que incluyen estampillas para alimentos, subsidios para la vivienda, el Crédito Fiscal por Ingreso Ganado y ayuda en efectivo.
Para poner ese 4% del PIB en perspectiva, el ingreso total del gobierno federal generado por el impuesto a la renta personal es inferior al 9% del PIB, lo que implica que casi la mitad se gasta en esos programas sujetos a condiciones de recursos. El gasto en esos programas también excede el gasto en defensa (3,3% del PIB) y el 3,3% del PIB que se invierte en todos los demás programas discrecionales no vinculados a la defensa.
Sin embargo, a pesar de esta gran inversión, se estima oficialmente que el porcentaje de la población que vive en la pobreza es del 15%, más o menos igual que hace 50 años. No obstante, los expertos coinciden en que la medición de pobreza del gobierno no refleja correctamente el progreso que se ha hecho, ya que las estadísticas oficiales se centran solamente en el ingreso en efectivo e ignoran casi todas las transferencias del gobierno.
Muchos de los que son pobres, o que serían pobres si no recibieran ayuda, también se ven favorecidos por los beneficios de Seguridad Social para jubilados y sobrevivientes, y por Medicare para discapacitados y mayores de 65 años. Como la elegibilidad para los beneficios bajo estos programas no depende del ingreso o la riqueza, los montos que se gastan en esos programas no están incluidos en los desembolsos destinados a los pobres.
La estrategia existente para ayudar a los pobres necesita de una reforma. Los múltiples programas superpuestos con diferentes reglas de elegibilidad no les hacen las cosas fáciles a los pobres, crean malos incentivos laborales y son innecesariamente costosos para los contribuyentes.
El mayor de los diez principales programas sujetos a condiciones de recursos es el programa de subsidio a los alimentos, hoy llamado SNAP (Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria). Unos 46 millones de personas, alrededor de una séptima parte de la población de Estados Unidos, reciben beneficios mensuales por un total de 75.000 millones de dólares al año. A pesar de su uso generalizado, el gobierno calcula que apenas el 70% aproximadamente de quienes son elegibles reciben beneficios.
La elegibilidad para recibir los beneficios del programa SNAP se limita a hogares con ingresos por debajo del 130% del nivel de pobreza, aproximadamente 1.700 dólares por mes para una familia de tres integrantes. Como la decisión de un segundo adulto de trabajar podría eliminar la elegibilidad, el programa desalienta el empleo y reduce los ingresos ganados.
Si bien se describe a SNAP como un programa de nutrición, el beneficio promedio de 130 dólares por mes es mucho menos de lo que estos hogares de ingresos bajos gastan en alimentos. En consecuencia, el programa realmente equivale a una transferencia de efectivo. Como tal, domina el programa lanzado por el presidente Bill Clinton para ofrecer asistencia en efectivo con restricciones significativas.
Cuando Clinton declaró en 1996 que "pondría fin a los beneficios sociales tal como los conocemos", trabajó con el Congreso para crear el programa de Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF por su sigla en inglés), que requiere que los beneficiarios trabajen y limita su período de elegibilidad a 60 meses. Como resultado de estas condiciones, el programa de 17.000 millones de dólares se ha reducido en escala y tiene una tasa de participación de menos del 50% de los hogares elegibles.
¿Cómo deberían reformularse los programas para los pobres a fin de aumentar la participación y evitar los efectos adversos en los incentivos laborales? Una mala idea que está recibiendo una cuota sorprendente de atención favorable es el llamado Beneficio de Ingreso Universal: ofrecer suficiente dinero a todos los hogares (por debajo de los 65 años) para mantenerlos por encima de la línea de pobreza, aún si no tuvieran ningún otro ingreso. El monto asignado a cada hogar dependería de la cantidad de adultos y niños, y no del ingreso o patrimonio del hogar.
Esta transferencia incondicional resolvería el problema de sacar a todos los norteamericanos de la pobreza, pero resultaría imposiblemente costosa. Aún si reemplazara todos los programas sujetos a condiciones de recursos para los pobres sin contar los programas de salud, su costo neto superaría 1,5 billón de dólares por año, o más del 9% del PIB. Hacer ese desembolso sin aumentar el déficit exigiría duplicar el impuesto a la renta personal. De manera que el Beneficio de Ingreso Universal es, decididamente, una idea impracticable.
La mejor manera de ayudar a los pobres es el plan del impuesto negativo a la renta propuesto tanto por Milton Friedman (el economista conservador de la Universidad de Chicago) como por James Tobin (el economista liberal de la Universidad de Yale). Todos los hogares por debajo de 65 años recibirían una cantidad de dinero que los mantendría fuera de la pobreza si no tuvieran ningún otro ingreso; pero la cantidad de la transferencia bajaría gradualmente en tanto fuera aumentando el ingreso del hogar. Sobre un determinado umbral, el hogar pagaría un impuesto a la renta como lo hace hoy; por debajo de ese nivel, el "impuesto" sería negativo.
Se fijaría la tasa a la cual comienza a bajar la transferencia a fin de limitar los incentivos adversos y proteger a la vez el nivel de vida del hogar. Los programas de atención médica para los pobres continuarían.
Si bien no existe ninguna solución perfecta para el difícil problema de lidiar con la pobreza, algunas soluciones son mejores -a veces mucho mejores- que otras. El impuesto negativo a la renta puede ser la mejor manera posible de lograr simplicidad, inclusión y un costo moderado para los contribuyentes.

Reducir la desigualdad y la pobreza en Estados Unidos

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read moreImage result for pobreza en estados unidos 2016
CAMBRIDGE – Con la asunción de un nuevo presidente y un nuevo Congreso en Estados Unidos en apenas seis meses, llegó la hora de repensar los programas del gobierno destinados a ayudar a los pobres. La temporada electoral actual ha reflejado una preocupación generalizada por la cuestión de la desigualdad. El foco correcto para lidiar con este problema es reducir la pobreza, no penalizar el éxito merecido.

Wednesday, August 31, 2016

Reducir la desigualdad y la pobreza en Estados Unidos

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read more
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CAMBRIDGE – Con la asunción de un nuevo presidente y un nuevo Congreso en Estados Unidos en apenas seis meses, llegó la hora de repensar los programas del gobierno destinados a ayudar a los pobres. La temporada electoral actual ha reflejado una preocupación generalizada por la cuestión de la desigualdad. El foco correcto para lidiar con este problema es reducir la pobreza, no penalizar el éxito merecido.
El gobierno de Estados Unidos hoy invierte más de 600.000 millones de dólares al año en programas para ayudar a los pobres. Eso representa aproximadamente el 4% del PIB total de Estados Unidos. La mitad de esos desembolsos van a parar a programas de salud, incluidos Medicaid y los subsidios de seguro de salud bajo la Ley de Atención Médica Asequible de 2010 (conocida como Obamacare). La otra mitad están destinados a un rango complejo de programas que incluyen estampillas para alimentos, subsidios para la vivienda, el Crédito Fiscal por Ingreso Ganado y ayuda en efectivo.


Para poner ese 4% del PIB en perspectiva, el ingreso total del gobierno federal generado por el impuesto a la renta personal es inferior al 9% del PIB, lo que implica que casi la mitad se gasta en esos programas sujetos a condiciones de recursos. El gasto en esos programas también excede el gasto en defensa (3,3% del PIB) y el 3,3% del PIB que se invierte en todos los demás programas discrecionales no vinculados a la defensa.
Sin embargo, a pesar de esta gran inversión, se estima oficialmente que el porcentaje de la población que vive en la pobreza es del 15%, más o menos igual que hace 50 años. No obstante, los expertos coinciden en que la medición de pobreza del gobierno no refleja correctamente el progreso que se ha hecho, ya que las estadísticas oficiales se centran solamente en el ingreso en efectivo e ignoran casi todas las transferencias del gobierno.
Muchos de los que son pobres, o que serían pobres si no recibieran ayuda, también se ven favorecidos por los beneficios de Seguridad Social para jubilados y sobrevivientes, y por Medicare para discapacitados y mayores de 65 años. Como la elegibilidad para los beneficios bajo estos programas no depende del ingreso o la riqueza, los montos que se gastan en esos programas no están incluidos en los desembolsos destinados a los pobres.
La estrategia existente para ayudar a los pobres necesita de una reforma. Los múltiples programas superpuestos con diferentes reglas de elegibilidad no les hacen las cosas fáciles a los pobres, crean malos incentivos laborales y son innecesariamente costosos para los contribuyentes.
El mayor de los diez principales programas sujetos a condiciones de recursos es el programa de subsidio a los alimentos, hoy llamado SNAP (Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria). Unos 46 millones de personas, alrededor de una séptima parte de la población de Estados Unidos, reciben beneficios mensuales por un total de 75.000 millones de dólares al año. A pesar de su uso generalizado, el gobierno calcula que apenas el 70% aproximadamente de quienes son elegibles reciben beneficios.
La elegibilidad para recibir los beneficios del programa SNAP se limita a hogares con ingresos por debajo del 130% del nivel de pobreza, aproximadamente 1.700 dólares por mes para una familia de tres integrantes. Como la decisión de un segundo adulto de trabajar podría eliminar la elegibilidad, el programa desalienta el empleo y reduce los ingresos ganados.
Si bien se describe a SNAP como un programa de nutrición, el beneficio promedio de 130 dólares por mes es mucho menos de lo que estos hogares de ingresos bajos gastan en alimentos. En consecuencia, el programa realmente equivale a una transferencia de efectivo. Como tal, domina el programa lanzado por el presidente Bill Clinton para ofrecer asistencia en efectivo con restricciones significativas.
Cuando Clinton declaró en 1996 que "pondría fin a los beneficios sociales tal como los conocemos", trabajó con el Congreso para crear el programa de Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF por su sigla en inglés), que requiere que los beneficiarios trabajen y limita su período de elegibilidad a 60 meses. Como resultado de estas condiciones, el programa de 17.000 millones de dólares se ha reducido en escala y tiene una tasa de participación de menos del 50% de los hogares elegibles.
¿Cómo deberían reformularse los programas para los pobres a fin de aumentar la participación y evitar los efectos adversos en los incentivos laborales? Una mala idea que está recibiendo una cuota sorprendente de atención favorable es el llamado Beneficio de Ingreso Universal: ofrecer suficiente dinero a todos los hogares (por debajo de los 65 años) para mantenerlos por encima de la línea de pobreza, aún si no tuvieran ningún otro ingreso. El monto asignado a cada hogar dependería de la cantidad de adultos y niños, y no del ingreso o patrimonio del hogar.
Esta transferencia incondicional resolvería el problema de sacar a todos los norteamericanos de la pobreza, pero resultaría imposiblemente costosa. Aún si reemplazara todos los programas sujetos a condiciones de recursos para los pobres sin contar los programas de salud, su costo neto superaría 1,5 billón de dólares por año, o más del 9% del PIB. Hacer ese desembolso sin aumentar el déficit exigiría duplicar el impuesto a la renta personal. De manera que el Beneficio de Ingreso Universal es, decididamente, una idea impracticable.
La mejor manera de ayudar a los pobres es el plan del impuesto negativo a la renta propuesto tanto por Milton Friedman (el economista conservador de la Universidad de Chicago) como por James Tobin (el economista liberal de la Universidad de Yale). Todos los hogares por debajo de 65 años recibirían una cantidad de dinero que los mantendría fuera de la pobreza si no tuvieran ningún otro ingreso; pero la cantidad de la transferencia bajaría gradualmente en tanto fuera aumentando el ingreso del hogar. Sobre un determinado umbral, el hogar pagaría un impuesto a la renta como lo hace hoy; por debajo de ese nivel, el "impuesto" sería negativo.
Se fijaría la tasa a la cual comienza a bajar la transferencia a fin de limitar los incentivos adversos y proteger a la vez el nivel de vida del hogar. Los programas de atención médica para los pobres continuarían.
Si bien no existe ninguna solución perfecta para el difícil problema de lidiar con la pobreza, algunas soluciones son mejores -a veces mucho mejores- que otras. El impuesto negativo a la renta puede ser la mejor manera posible de lograr simplicidad, inclusión y un costo moderado para los contribuyentes

Reducir la desigualdad y la pobreza en Estados Unidos

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read more
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CAMBRIDGE – Con la asunción de un nuevo presidente y un nuevo Congreso en Estados Unidos en apenas seis meses, llegó la hora de repensar los programas del gobierno destinados a ayudar a los pobres. La temporada electoral actual ha reflejado una preocupación generalizada por la cuestión de la desigualdad. El foco correcto para lidiar con este problema es reducir la pobreza, no penalizar el éxito merecido.
El gobierno de Estados Unidos hoy invierte más de 600.000 millones de dólares al año en programas para ayudar a los pobres. Eso representa aproximadamente el 4% del PIB total de Estados Unidos. La mitad de esos desembolsos van a parar a programas de salud, incluidos Medicaid y los subsidios de seguro de salud bajo la Ley de Atención Médica Asequible de 2010 (conocida como Obamacare). La otra mitad están destinados a un rango complejo de programas que incluyen estampillas para alimentos, subsidios para la vivienda, el Crédito Fiscal por Ingreso Ganado y ayuda en efectivo.

Thursday, August 11, 2016

Desigualdad

Gary S. Becker (1930-2014) obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1992, fue profesor de economía de la Universidad de Chicago, académico de Hoover Institution y miembro del consejo asesor del Proyecto de Privatización del Seguro Social del Cato Institute.
 
Un reciente informe de la ONU sobre desigualdad alrededor del mundo fue ampliamente reportado por la prensa. El informe indica que 2% de los adultos más ricos son dueños de la mitad de todos los bienes, lo cual claramente muestra una distribución muy sesgada. Pero cuando se aclaran los conceptos, la desigualdad debidamente definida no es tan extrema como el informe sugiere. Además, la desigualdad alrededor del mundo ha estado disminuyendo a través de los años y no es tan extrema como algunos medios reportan.



El informe de la ONU fue elaborado por muy buenos economistas y es un trabajo meritorio en lo que trata de hacer: medir el valor en el año 2000 de la distribución mundial de activos netos, es decir, sustrayendo las deudas. Los autores tuvieron acceso a estadísticas de países con más de la mitad de la población mundial y estiman la de los demás. El informe no menciona lo que ha sucedido con la desigualdad a través del tiempo, aunque algunos de los informes periodísticos afirman que demuestra el aumento de la desigualdad en décadas recientes.
Las estadísticas de ingresos muestran, por el contrario, que la desigualdad de ingresos se ha reducido notablemente desde 1980. Esto se debe principalmente, aunque no exclusivamente, al dramático crecimiento de dos naciones pobres, China y la India, que agrupan a 37% de la población del mundo. Otros estudios demuestran que la porción de la población mundial que vive con ingresos de 1 o 2 dólares diarios se ha reducido considerablemente en los últimos 25 años.
Sueldos y no ganancias sobre el capital invertido es el factor determinante de los ingresos de la gran mayoría de la gente, tanto en las naciones ricas como en las pobres. En otras palabras, en capital humano y no activos es donde la gente tiene la mayor parte de su riqueza. El capital humano es determinado por la educación, entrenamiento, nutrición y demás inversiones en la salud. Los ingresos provenientes del capital humano es de alrededor de tres veces del total que proviene de inversiones de todo tipo. Y esa riqueza proveniente del capital humano goza de una distribución mucho más pareja.
La desigualdad de la salud entres países también ha disminuido mucho a partir de 1960, pero la desigualdad de ingresos en Estados Unidos y en muchos otros países ha aumentado considerablemente desde 1980, en parte debido a la alta rentabilidad de la educación y demás aspectos del capital humano. Esta mayor desigualdad parece estar relacionada con la tecnología y la globalización, los cuales han aumentado los ingresos de la gente mejor entrenada. Sin embargo, la desigualdad en expectativa de vida se ha reducido en los países desarrollados, al ofrecer más fácil acceso a la atención médica.
Mis argumentos no deben interpretarse como complacencia respecto a la desigualdad dentro de este país o en relación con los demás países. Por ejemplo, EEUU debiera lograr que más jóvenes de familias pobres terminen el bachillerato y vayan a la universidad. Los últimos 25 años han sido devastadores para gente sin educación, pero no es un problema fácil de solucionar. La legalización de las drogas eliminaría la tentación de los jóvenes en las barriadas pobres de las grandes ciudades de abandonar los estudios para vender drogas. También apoyo aumentar la competencia entre las escuelas.
Las naciones pobres debieran seguir el ejemplo de China y la India, abriendo sus economías a la competencia y al comercio internacional para que logren también un rápido crecimiento. Las naciones ricas, por su parte, deben reducir sus barreras a la importación de productos de los países en desarrollo.
En conclusión, debemos estar conscientes que la desigualdad mundial en ingresos “reales” lejos de aumentar se ha reducido mucho en los últimos 25 años. Pero mucho queda por hacer en el campo de igualdad de condiciones, tanto internamente como entre naciones y es un error concentrar la atención en la igualdad de bienes, que son un componente de la desigualdad, pero no su principal determinante ni tampoco del bienestar.

Desigualdad

Gary S. Becker (1930-2014) obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1992, fue profesor de economía de la Universidad de Chicago, académico de Hoover Institution y miembro del consejo asesor del Proyecto de Privatización del Seguro Social del Cato Institute.
 
Un reciente informe de la ONU sobre desigualdad alrededor del mundo fue ampliamente reportado por la prensa. El informe indica que 2% de los adultos más ricos son dueños de la mitad de todos los bienes, lo cual claramente muestra una distribución muy sesgada. Pero cuando se aclaran los conceptos, la desigualdad debidamente definida no es tan extrema como el informe sugiere. Además, la desigualdad alrededor del mundo ha estado disminuyendo a través de los años y no es tan extrema como algunos medios reportan.


Tuesday, July 19, 2016

Por qué Thomas Piketty no puede explicar Pokémon Go


Pokémon GoHace un par de años, el economista francés Thomas Piketty se convirtió en toda una estrella económica gracias a su libro El capital en el siglo XXI. La tesis esencial de esta obra es que las desigualdades mundiales están incrementándose como consecuencia de la propia dinámica del sistema capitalista: dado que los ahorradores son capaces de reinvertir a tasas de ganancia superiores al crecimiento económico (su famosa desigualdad r>g), los capitalistas cada vez serán más ricos en relación con los trabajadores. En palabras del propio Piketty: “La desigualdad r>g implica en cierto sentido que el pasado tiende a devorar al futuro: la riqueza originada en el pasado crece automáticamente más rápido que la riqueza derivada del trabajo que sea ahorrada, aun cuando el rentista opte por no trabajar”. Uno es rico hoy no en función de la riqueza que genere hoy, sino de la riqueza que generó ayer gracias a la capitalización rentista del interés.



La semana pasada, la popular compañía de videojuegos Nintendo lanzó una aplicación gratuita para móviles llamada Pokémon Go, continuadora de la popular franquicia Pokémon. El éxito de esta singular app ha sido rotundo: en pocos días alcanzó más usuarios activos que Twitter y más minutos de empleo diario que WhatsApp, lo que abre la puerta a comercializar la muy potencialmente lucrativa geopublicidad. El resultado económico más inmediato de todo ello es que el valor bursátil de Nintendo ha aumentado en unos pocos días en alrededor de 15,000 millones de euros.
Conectemos este incremento súbito de la riqueza de Nintendo con la teoría de Piketty. ¿En qué sentido la riqueza originada en el pasado crece automáticamente sin mediar esfuerzo, dedicación e ingenio alguno? En ninguno: si Nintendo no hubiese invertido y creado, junto a la compañía Niantic, el app de Pokémon Go, su capitalización bursátil no se habría incrementado en unos 15,000 millones de euros. Y si hubiese creado una app desastrosa que nadie quisiera usar, su capitalización no habría aumentado en nada (podría, de hecho, haber caído apreciablemente).
¿Cómo decir, pues, que la riqueza pasada genera automáticamente la riqueza futura? ¿Es que aplicaciones como Pokémon Go (o buscadores como Google, o redes sociales como Facebook, o dispositivos móviles como el iPhone) se crean automáticamente? No, lo que crea la riqueza futura es la asignación presente de los factores productivos escasos a proyectos empresariales que maximizan la creación de valor para los consumidores: y esos proyectos empresariales ni son conocidos a priori ni son nada fáciles de descubrir. Ahora mismo, en el conjunto del mercado mundial hay decenas de millones de cabezas que están pensando cómo mejorar la vida de las personas de un modo más eficiente que el resto. Sólo aquellos que tengan éxito a la hora de descubrir, crear y comercializar los productos más valorados por los consumidores lograrán amasar una enorme riqueza (al menos en un mercado libre: en un mercado intervenido por el Estado pueden enriquecerse los más hábiles para rapiñar la riqueza generada por los demás).
Mas no pensemos que esta enorme riqueza generada mediante el lanzamiento de una simple app para móvil es algo permanente e irreversible. Los 15,000 millones de euros en los que se ha apreciado Nintendo son, simple y llanamente, el valor actual de los beneficios que se espera que Pokémon Go genere en el futuro: la riqueza no son beneficios pasados acumulados hasta hoy, sino beneficios que se espera que afluyan en el futuro merced al buen hacer de la empresa. Por ello, si en los próximos días, meses o años Pokémon Go no está a la altura de las expectativas que se han formado hoy al respecto (si sus usuarios dejan de utilizarlo tanto tiempo como ahora, si aparecen otras apps que atraigan la atención de los consumidores, si no son capaces de generar suficientes ingresos a través de la geo-publicidad, etc.), entonces el valor de las acciones de Nintendo se desplomará: esto es, terminarán desapareciendo esos 15,000 millones en los que se han apreciado recientemente.
En suma, la riqueza que ha generado estos días Nintendo (15.000 millones de euros) no depende del capital con el que contara en el pasado (Pokémon Go ha tenido un coste de desarrollo inferior a 30 millones de euros), sino de cómo se invierte ese capital en el presente y de cómo se sigue invirtiendo en el futuro. La riqueza no mira al pasado, sino al futuro: aquellos que dejan de usar productivamente su ahorros en favor de los consumidores ven cómo su patrimonio se volatiliza (salvo que el Estado lo proteja mediante privilegios extractivos); aquellos otros que, en cambio, usan productivamente sus ahorros en favor de los consumidores de un mejor modo que los demás —y se espera que lo sigan haciendo en el futuro— ven cómo su patrimonio se multiplica en muy poco tiempo por escaso que fuera el capital inicial con el que partieran. La desigualdad de la riqueza no es fruto de su distribución pasada, tal como erróneamente afirmaba Piketty, sino de cómo se utilice de cara al futuro.

Por qué Thomas Piketty no puede explicar Pokémon Go


Pokémon GoHace un par de años, el economista francés Thomas Piketty se convirtió en toda una estrella económica gracias a su libro El capital en el siglo XXI. La tesis esencial de esta obra es que las desigualdades mundiales están incrementándose como consecuencia de la propia dinámica del sistema capitalista: dado que los ahorradores son capaces de reinvertir a tasas de ganancia superiores al crecimiento económico (su famosa desigualdad r>g), los capitalistas cada vez serán más ricos en relación con los trabajadores. En palabras del propio Piketty: “La desigualdad r>g implica en cierto sentido que el pasado tiende a devorar al futuro: la riqueza originada en el pasado crece automáticamente más rápido que la riqueza derivada del trabajo que sea ahorrada, aun cuando el rentista opte por no trabajar”. Uno es rico hoy no en función de la riqueza que genere hoy, sino de la riqueza que generó ayer gracias a la capitalización rentista del interés.