Juan Ramón Rallo analiza el escándalo que sacude a Christine Lagarde y propone cerrar el Fondo Monetario Internacional.
La mujer del César no sólo debe ser honesta sino parecerlo. Y el FMI, para su desgracia, ni es honesto ni, habida cuenta de la trayectoria de sus tres últimos directores gerentes, lo está pareciendo.
Este lunes, Christine Lagarde fue condenada por haber facilitado, durante su etapa como ministra de Finanzas de Sarkozy, el desvío de más de 400 millones de euros del contribuyente francés a las cuentas personales del empresario Bernard Tapie, uno de los principales financiadores de la campaña electoral de Sarkozy. El caso apesta a un corrupto intercambio de cromos que, aun cuando no fuera entusiastamente promovido por Lagarde, desde luego no contó con ninguna resistencia por parte de la ahora directora gerente. Uno sólo puede inquietarse imaginando qué tipo de tráfico de influencias podrá seguir tejiendo alguien como Lagarde desde una institución que, como el FMI, está especializada en presionar a gobiernos quebrados para que acepten sus condiciones a cambio de otorgarles financiación.