“HE AQUÍ NUESTRO TRISTE ESQUEMA MENTAL Y POR ELLO TODAVÍA COQUETEAMOS CON PAYASOS COMO ALMO, AÑORAMOS EL AGRARISMO, VENERAMOS A UN ZAPATA DEFORMADO QUIEN NUNCA CREYÓ EN EL EJIDO, PREFERIMOS MORIR DE SED ANTES QUE ALGUIEN MÁS NOS PERFORE UN POZO... Y QUE EL PETRÓLEO SIGA A 10,000 METROS DE PROFUNDIDAD.”
RICARDO VALENZUELA
Max Weber hacía una interesante diferenciación de las culturas de acuerdo a sus prácticas religiosas en la cual él ligaba el racionalismo, la ética, lo práctico del protestantismo Calvinista con el capitalismo, el desarrollo económico y prosperidad. Por otra parte él explicaba las condiciones mucho menos favorables de los países católicos como la consecuencia de una fatalista, irracional, forma de ver la vida como “solamente este valle de lagrimas. La verdadera recompensa la tendremos en el otro mundo.” Pero la mayor diferencia la hacía con dos afirmaciones: El católico; que se haga la voluntad de Dios. El protestante; que se haga mi voluntad, con la ayuda de Dios.
Alexis de Tocqueville en su libro “Democracia en América,” hace sabias observaciones en relación al efecto de la religión en el nuevo país. Afirmaba: “América Británica fue poblada por individuos quienes después de haberse sacudido la autoridad del Papa, arribaron al nuevo mundo con un tipo de cristianismo que solo puedo describir como una religión democrática y republicana.” Esto definitivamente facilitó el establecimiento de la república y la democracia en otros asuntos nacionales. El protestantismo, sobre todo el calvinista, fue sin duda la semilla que fecundó en el desarrollo democrático y capitalista de las colonias británicas. Después Max Weber reafirmó el concepto con su libro: “La ética del Protestantismo y el desarrollo del Capitalismo.”
Los forjadores de los EU como el nuevo país después de su independencia de Inglaterra en 1796, iniciaron su lucha enarbolando las ideas de Adam Smith en aspectos económicos y John Locke en aspectos políticos. En México, sin embargo, los forjadores del país, iniciaron la independencia enarbolando la imagen de la Virgen de Guadalupe que era el símbolo del catolicismo más importante de todas las colonias de España y Portugal.
En 1815 un poco antes de la independencia de la mayoría de las colonias españolas,Simon Bolívar escribió: “En tanto nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del norte, los sistemas enteramente populares lejos de servirnos favorablemente, temo que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente esas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere, y por el contrario, estamos dominados por los vicios que se contraen bajo la dominación de una nación como la española, que solo ha sobresalido en su fiereza, ambición, venganza y codicia.”
La historia del México moderno se inicia con la representación de las ideas de la medieval iglesia católica que en esa época se le observaba como el comunismo, antes de que éste existiera. Inmediatamente después de lograr nuestra independencia, importamos un Emperador, tal vez porque añorábamos al Virrey. Si nuestro estancamiento es cultural, tal vez se requiera de generaciones para lograr el cambio y las reformas tan urgentemente requeridas. Señores líderes políticos y religiosos, es hora de cambiar de hábitos. Aunque dicen que el hábito no hace al monje, pero es la hora del cambio.
Nuestra cultura heredada de la madre patria fue cincelada estableciendo un perfil muy especial y diferente, especialmente si lo comparamos con el nacido en las colonias de Inglaterra. Ese perfil se erige sobre cuatro premisas fundamentales de valor:
El fatalismo: La vida de los seres humanos se construye lejos de su control y el destino de cada quien es algo definido y sobre lo cual no tenemos absolutamente ningún tipo de control.
La herencia: Nuestras sociedades son hereditarias de forma natural y la posición de cada quien, depende fundamentalmente del seno de su nacimiento. Si has nacido en el seno de “las familias,” tienes boleto para entrar al juego. Si no, debes ser solamente espectador.
La dignidad: La persona tiene un valor intrínseco chapeado de integridad, pero nada tiene que ver con derechos, iniciativa, trabajo, toma de riesgos, o, igualdad de oportunidades
La superioridad del hombre: De este concepto nacen los feroces canceres que han azotado nuestra región: El machismo, el autoritarismo y el paternalismo.
Los valores como herencia, dignidad y superioridad del hombre, son las ligas que explican nuestra adicción a líderes autócratas y la aceptación de cierto grado de tiranía. Los herederos de España nunca hemos encontrado algún encanto en el concepto de democracia republicana porque siempre le hemos dado un pírrico valor a la posibilidad de compartir el poder.
José Ortega y Gasset señalaba todo este particular esquema cuando hablaba de particularismo definiéndolo como la característica más peligrosa de la cultura española y lo definía de la siguiente manera: “Es un estado mental que nos permite no prestar atención a los semejantes… El hacerlo implica un entendimiento de una mutua dependencia y cooperación en esta sociedad en que vivimos. Entre las naciones normales, aquellos que desean algo para ellos mismos tratan de conseguirlo acordando con otros miembros de la sociedad. Pero una sociedad sufriendo de particularismo se siente humillada cuando se da cuenta que, para lograr lo que desea, tiene que hacerlo a través de esas instituciones que representan el deseo común.”
En nuestras sociedades nació un deforme individualismo con un gran contenido de orgullo. Y así, el hombre incapaz de percibir la excelencia de su vecino, con ese orgullo enfermizo impide la perfección de lo individual y el refinamiento de su clase. Prosigue hacia ese deformado individualismo para arribar a otro fenómeno que impide el progreso:
Siente que no necesita nada, pero más importante, no necesita de nadie. Es por ello que nuestra raza odia la novedad e innovación. El aceptar algo nuevo especialmente del mundo exterior, nos humilla. Para el mexicano enano toda innovación es una ofensa personal. Todas las ocupaciones en las que nos involucramos, lo hacemos por necesidad y son dolorosas. Nos hacen sufrir, nos producen dolor y nos destrozan. Cuando trabajamos lo hacemos con la esperanza de que el trabajo nos liberara, lo hacemos con la ilusión de que algún día no tendremos que hacerlo y es cuando empezaremos a vivir.
Este es nuestro triste esquema mental y por ello todavía coqueteamos con payasos como ALMO, añoramos el agrarismo, veneramos a un Zapata deformado quien nunca creyó en el ejido, preferimos morir de sed antes que alguien más nos perfore un pozo… y que el petróleo siga a 10,000 metros de profundidad.
Estimados lectores, no se espanten, soy católico, pero soy liberal, republicano, y demócrata. Me gustaría ver una iglesia católica con esas características. Ya pasó la época de aceptar todo como dogma y memorizar el Padre Nuestro a base de los reglazos del cura.