Ian Vásquez analiza el legado de la presidencia de Obama tras su visita a Lima.
Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Barack Obama estuvo en Lima días pasados, por lo que es oportuno, al final de su presidencia, repasar su legado. Tras la elección de Donald Trump, se ha vuelto más evidente que lo negativo pesa más en el balance, pues Obama concentró aun más poderes en el Ejecutivo que su antecesor George Bush, y que ahora entregará a su sucesor.
Obama siempre será recordado como el primer presidente estadounidense afroamericano, símbolo del progreso social y de la grandeza de un país que superó una barrera histórica más. Esperamos que esto abra las puertas a que futuros presidentes de diversas etnias y hasta mujeres puedan ocupar la Casa Blanca con mayor facilidad.
Fue elegido al prometer esperanza y cambio –el lema de su campaña– y que uniría un pueblo y un sistema político altamente divididos por las políticas que llevaron al país a guerras, una crisis económica y abusos de poder que un creciente número de estadounidenses vieron con desdén. Prometió también reducir la influencia de grupos de presión en Washington.
Durante su presidencia, sin embargo, Obama logró lo opuesto, como lo evidencia la aguda polarización política actual. Incrementó el gasto público en respuesta a la crisis económica y generó los déficits fiscales más grandes en cuatro décadas. Se debatirá la eficacia de tales políticas por largo tiempo, pero la recuperación económica fue históricamente lenta y vino a un costo elevado: la deuda pública se disparó en casi 50% y está por superar el 100% del PBI. En el camino, la fiesta fiscal de Washington fortaleció a los grupos de presión y el capitalismo de compadrazgo, pues mucho gasto favoreció a los políticamente conectados.
La reforma de salud de Obama fue uno de los cambios de política pública más importantes de Estados Unidos en décadas, pero Obama lo consiguió sin el apoyo de un solo republicano en el Congreso y fue muy impopular con el público. En su segundo mandato, Obama se quejó de que el Congreso no lo apoyaba, por lo que gobernó cada vez más mediante dudosos decretos ejecutivos. Así, enmendó su propia ley de salud unilateralmente y ordenó gastar miles de millones de dólares no aprobados por el Congreso. De la misma manera, ordenó que se legalizara a más de un millón de inmigrantes menores de edad a pesar de que el Congreso rechazó una propuesta de ley semejante. (Su récord en inmigración fue mixto, pues Obama también deportó a millones de inmigrantes de EE.UU., muchísimos más que sus antecesores).
Ahora que está por entrar Trump a la Casa Blanca, no solo heredará estos poderes que los abogados de Obama justificaron, sino que también podrá revertir unilateralmente muchas de las políticas de Obama. Trump podría, por ejemplo, deportar a los inmigrantes menores de edad con más facilidad, especialmente ahora que quedaron registrados con el gobierno. Y el rechazo electoral a Obama significa que su reforma de salud será revertida en gran parte por el Congreso republicano.
No es sino hasta ahora que muchos de los que apoyaron la concentración de poder bajo Obama se están despertando frente al peligro que este significa. Un periodista en “The New York Times” se pregunta: ¿Cuál sería la reacción de los legisladores si Trump, por ejemplo, al no recibir el apoyo del Congreso, simplemente redistribuye el presupuesto nacional para construir un muro con México? Buena pregunta, un poco tardía.
Pero la cosa se pone peor. El presidente que llegó al poder criticando la “presidencia imperial”, especialmente respecto a la política exterior y de seguridad, la ha fortalecido. Tal como lo ha documentado Glenn Greenwald: “Obama no solo continuó con muchas de las políticas más extremas del Poder Ejecutivo que una vez condenó, sino que en muchas ocasiones las fortaleció y extendió. Su administración detuvo a sospechosos por terrorismo sin el debido proceso, propuso nuevos marcos para mantenerlos encerrados sin juicio, puso en la mira a miles de individuos (incluyendo a un ciudadano estadounidense) para ejecutarlos con drones, invocó doctrinas secretas para proteger a la tortura y a los programas de espionaje de la justicia y, de forma encubierta, expandió la vigilancia electrónica masiva de la nación”.
“El culto a la presidencia”, como lo llama mi colega Gene Healy, solo crecerá con Trump, quien es quizás el legado más importante de Obama.