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Monday, October 31, 2016

El éxito del liberalismo

Hernán Bonilla resalta las importantes contribuciones de las Ilustración Escocesa al liberalismo clásico, que es contrario al racionalismo constructivista.

Hernán Bonilla es economista, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, Académico de Número de la Academia Nacional de Economía de Uruguay y Profesor de Economía y Sociedad Uruguaya de la Universidad ORT.
Para comprender el funcionamiento de las sociedades modernas se debe partir de un reconocimiento que choca con la “fatal arrogancia” del racionalismo constructivista: hay aspectos fundamentales, como las normas morales, que no son producto de nuestra razón ni pueden ser moldeadas al antojo de la ingeniería social.



En este punto estriba una diferencia fundamental que divide las aguas del pensamiento desde el fondo de los tiempos y que, si tiene razón Hayek (como creo que la tiene) desnuda un error de base en todas las ideas derivadas o cercanas al socialismo.
Este tema estaba claro para varios autores de la Ilustración Escocesa, como David Hume, Francis Hutcheson y Adam Smith. Estos autores tenía claro que la moral no es una conclusión de nuestra razón (Hume), que la historia es producto de la acción pero no del designio (Hutcheson), y de que una sociedad compleja depende de instituciones que permitan que cada persona siguiendo su propio interés contribuya al general (Smith).
El liberalismo clásico, que se nutre decisivamente de esta tradición, parte de la observación de la realidad y no de la absurda pretensión rousseausiana de que se puede hacer “tábula rasa” y edificar las normas por las que se rige una sociedad sin tomar en cuenta la tradición y la naturaleza humana. De allí el éxito fenomenal de la economía de mercado y el fracaso de todas las experiencias de planificación centralizada.
Un punto clave, que muchas veces se soslaya pero no para criticar al liberalismo sino a una caricatura desfigurada del mismo, es que Smith no afirmó que la búsqueda del interés individual conducía al mejor resultado social en cualquier circunstancia, sino precisamente bajo las normas básicas de una economía de mercado. En lenguaje contemporáneo podríamos ponerlo en los siguientes términos: existencia y definición clara del derecho de propiedad, un sistema libre de precios que sirva de guía para la toma de decisiones, y la internalización de que los beneficios y pérdidas son generadas por las decisiones propias.
Bajo ese sistema es que la búsqueda del interés personal conduce al mejor resultado para la sociedad en su conjunto, guiada por la célebre “mano invisible” con la que Smith quiso graficar como las normas de conducta por las que se rigen las personas en una economía de mercado y que las definiciones precedentes originan la riqueza de las naciones.
La economía de mercado es un proceso exitoso porque utiliza la información de cada persona que interviene de su particular situación personal, su preferencias y sus recursos, a diferencia de la “pretensión de conocimiento” que despliegan burócratas que diseñan planes con menor información y menores probabilidades de tener resultados positivos.
Es cierto que el mercado no resuelve todos los problemas, nadie en su sano juicio jamás afirmó tal cosa, pero sí está sobradamente demostrado que a mayor libertad económica, mayor prosperidad, mejor calidad de vida y menor pobreza. No es casualidad que aunque resten enormes desafíos a resolver, la humanidad ha pasado de tener el 94% de la población en la pobreza al 9,6% en la actualidad (Our World in Data). Ese resultado es gracias a los defensores de las ideas de la libertad y a pesar de sus detractores.

El éxito del liberalismo

Hernán Bonilla resalta las importantes contribuciones de las Ilustración Escocesa al liberalismo clásico, que es contrario al racionalismo constructivista.

Hernán Bonilla es economista, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, Académico de Número de la Academia Nacional de Economía de Uruguay y Profesor de Economía y Sociedad Uruguaya de la Universidad ORT.
Para comprender el funcionamiento de las sociedades modernas se debe partir de un reconocimiento que choca con la “fatal arrogancia” del racionalismo constructivista: hay aspectos fundamentales, como las normas morales, que no son producto de nuestra razón ni pueden ser moldeadas al antojo de la ingeniería social.


Wednesday, October 26, 2016

El éxito del liberalismo

Hernán Bonilla resalta las importantes contribuciones de las Ilustración Escocesa al liberalismo clásico, que es contrario al racionalismo constructivista.
Hernán Bonilla es economista, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, Académico de Número de la Academia Nacional de Economía de Uruguay y Profesor de Economía y Sociedad Uruguaya de la Universidad ORT.
Para comprender el funcionamiento de las sociedades modernas se debe partir de un reconocimiento que choca con la “fatal arrogancia” del racionalismo constructivista: hay aspectos fundamentales, como las normas morales, que no son producto de nuestra razón ni pueden ser moldeadas al antojo de la ingeniería social.
En este punto estriba una diferencia fundamental que divide las aguas del pensamiento desde el fondo de los tiempos y que, si tiene razón Hayek (como creo que la tiene) desnuda un error de base en todas las ideas derivadas o cercanas al socialismo.



Este tema estaba claro para varios autores de la Ilustración Escocesa, como David Hume, Francis Hutcheson y Adam Smith. Estos autores tenía claro que la moral no es una conclusión de nuestra razón (Hume), que la historia es producto de la acción pero no del designio (Hutcheson), y de que una sociedad compleja depende de instituciones que permitan que cada persona siguiendo su propio interés contribuya al general (Smith).
El liberalismo clásico, que se nutre decisivamente de esta tradición, parte de la observación de la realidad y no de la absurda pretensión rousseausiana de que se puede hacer “tábula rasa” y edificar las normas por las que se rige una sociedad sin tomar en cuenta la tradición y la naturaleza humana. De allí el éxito fenomenal de la economía de mercado y el fracaso de todas las experiencias de planificación centralizada.
Un punto clave, que muchas veces se soslaya pero no para criticar al liberalismo sino a una caricatura desfigurada del mismo, es que Smith no afirmó que la búsqueda del interés individual conducía al mejor resultado social en cualquier circunstancia, sino precisamente bajo las normas básicas de una economía de mercado. En lenguaje contemporáneo podríamos ponerlo en los siguientes términos: existencia y definición clara del derecho de propiedad, un sistema libre de precios que sirva de guía para la toma de decisiones, y la internalización de que los beneficios y pérdidas son generadas por las decisiones propias.
Bajo ese sistema es que la búsqueda del interés personal conduce al mejor resultado para la sociedad en su conjunto, guiada por la célebre “mano invisible” con la que Smith quiso graficar como las normas de conducta por las que se rigen las personas en una economía de mercado y que las definiciones precedentes originan la riqueza de las naciones.
La economía de mercado es un proceso exitoso porque utiliza la información de cada persona que interviene de su particular situación personal, su preferencias y sus recursos, a diferencia de la “pretensión de conocimiento” que despliegan burócratas que diseñan planes con menor información y menores probabilidades de tener resultados positivos.
Es cierto que el mercado no resuelve todos los problemas, nadie en su sano juicio jamás afirmó tal cosa, pero sí está sobradamente demostrado que a mayor libertad económica, mayor prosperidad, mejor calidad de vida y menor pobreza. No es casualidad que aunque resten enormes desafíos a resolver, la humanidad ha pasado de tener el 94% de la población en la pobreza al 9,6% en la actualidad (Our World in Data). Ese resultado es gracias a los defensores de las ideas de la libertad y a pesar de sus detractores.

El éxito del liberalismo

Hernán Bonilla resalta las importantes contribuciones de las Ilustración Escocesa al liberalismo clásico, que es contrario al racionalismo constructivista.
Hernán Bonilla es economista, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, Académico de Número de la Academia Nacional de Economía de Uruguay y Profesor de Economía y Sociedad Uruguaya de la Universidad ORT.
Para comprender el funcionamiento de las sociedades modernas se debe partir de un reconocimiento que choca con la “fatal arrogancia” del racionalismo constructivista: hay aspectos fundamentales, como las normas morales, que no son producto de nuestra razón ni pueden ser moldeadas al antojo de la ingeniería social.
En este punto estriba una diferencia fundamental que divide las aguas del pensamiento desde el fondo de los tiempos y que, si tiene razón Hayek (como creo que la tiene) desnuda un error de base en todas las ideas derivadas o cercanas al socialismo.


Sunday, June 19, 2016

El éxito de la neolengua socialista


Los socialistas han realizado de revolución semántica al convertir el significado de los términos en su opuesto.
En el vocabulario de su “neolengua”, como la llamaba George Orwell, hay un término, “el principio de partido único”. Etimológicamente, partido deriva de la palabra parte. La parte sin otras ya no es diferente de su antónimo, el todo: es idéntica. Un partido sin otros no es un partido y el principio de partido único es en realidad un principio de no partidos. Es una supresión de cualquier tipo de oposición. La libertad implica el derecho a elegir entre asentir y disentir. Pero en neolengua significa el deber de asentir incondicionalmente y una prohibición estricta del disenso. Esta inversión de la connotación tradicional de todas las palabras la terminología política no es simplemente una peculiaridad del lenguaje de los comunistas rusos y de sus discípulos fascistas y nazis.



El orden social que, al abolir la propiedad privada, priva a los consumidores de su autonomía e independencia y por tanto somete a todos los hombres a la discreción arbitraria del consejo planificador central, no podría obtener el apoyo de las masas si no fuera con el camuflaje de su carácter principal. Los socialistas nunca habrían engañado a los votantes si les hubieran dicho abiertamente que su fin último es someterlos a esclavitud. Para su uso exotérico se vieron obligados a aceptar de boquilla el aprecio tradicional por la libertad.
Fue distinto en las discusiones esotéricas entre los círculos interiores de la gran conspiración. Hay los iniciados no ocultaban sus intenciones con respecto a la libertad. La libertad, en su opinión, era sin duda una buena característica en el pasado del marco de la sociedad burguesa, porque les proporcionaba la oportunidad de lanzarse a sus planes. Pero una vez el socialismo ha triunfado, ya no hay ninguna necesidad del libre pensamiento ni acción autónoma por parte de los individuos. Cualquier otro cambio sólo puede ser una desviación del estado perfecto que la humanidad ha logrado al alcanzar la dicha del socialismo. Bajo esas condiciones, sería sencillamente una locura tolerar el disenso.
La libertad, dicen los bolcheviques, es un prejuicio burgués. El hombre común no tiene ideas propias, no escribe libros, no incubada herejías y no inventa nuevos métodos de producción. Simplemente disfruta de la vida. No tiene utilidad para los intereses de clase de los intelectuales, que se gana la vida como disidentes e innovadores profesionales.
Este es evidentemente el desdén más arrogante del ciudadano medio nunca ha ideado. No hay necesidad de aumentar este punto. Pues la cuestión no es si el hombre común puede o no aprovecharse de la libertad de pensar, hablar y escribir libros. La cuestión es si el vago rutinario se beneficia o no de la libertad concedida a aquellos que le eclipsan en inteligencia y podrá voluntad. El hombre común puede ver con indiferencia e incluso desprecio los tratos de personas mejores. Pero está encantado de disfrutar de todos los beneficios que las empresas de los innovadores ponen a su disposición. No comprende lo que a sus ojos son simplemente sutilezas inútiles. Pero tan pronto como estos pensamientos y teorías se utilizan por empresarios emprendedores para satisfacer algunos de sus deseos latentes, se apresura a adquirir los nuevos productos. El hombre común es sin duda el principal beneficiario de todos los logros de la ciencia y la tecnología modernas.
Es verdad, un hombre con capacidades intelectuales medias no tiene la posibilidad de llegar a ser un líder del sector. Pero la soberanía que el mercado le asigna en asuntos económicos estimula a los tecnólogos y promotores a convertir a su uso todos los logros de la investigación científica. Solo la gente cuyo horizonte intelectual no se extiende más allá de la organización interna de la fábrica y que no se dan cuenta de lo que hace que actúan los empresarios deja de advertir este hecho.
Los admiradores del sistema soviético nos dicen una y otra vez que la libertad no es el bien supremo. “No merece la pena” si implica pobreza. Sacrificarla para obtener riqueza para las masas está en su opinión completamente justificado. Pero salvo unos pocos individualistas rebeldes que no pueden adaptarse a las maneras de las personas normales, toda la gente en Rusia es completamente feliz. Podemos dejar sin resolver si está felicidad fue también compartida por los millones de campesinos ucranianos que murieron de hambre, por los reclusos en los campos de trabajos forzados y por los líderes marxistas que fueron purgados. Pero no podemos dejar pasar el hecho de que el nivel de vida era incomparablemente mayor en los países libres de Occidente que en el este comunista. Al renunciar a la libertad como precio a pagar para la adquisición de prosperidad, los rusos hicieron un mal negocio. Ahora no tienen ni la una ni la otra.

El éxito de la neolengua socialista


Los socialistas han realizado de revolución semántica al convertir el significado de los términos en su opuesto.
En el vocabulario de su “neolengua”, como la llamaba George Orwell, hay un término, “el principio de partido único”. Etimológicamente, partido deriva de la palabra parte. La parte sin otras ya no es diferente de su antónimo, el todo: es idéntica. Un partido sin otros no es un partido y el principio de partido único es en realidad un principio de no partidos. Es una supresión de cualquier tipo de oposición. La libertad implica el derecho a elegir entre asentir y disentir. Pero en neolengua significa el deber de asentir incondicionalmente y una prohibición estricta del disenso. Esta inversión de la connotación tradicional de todas las palabras la terminología política no es simplemente una peculiaridad del lenguaje de los comunistas rusos y de sus discípulos fascistas y nazis.