Aníbal Romero afirma que el pueblo inglés tenía todo el derecho a elegir salir de la Unión Europea y que su salida no implica un apocalipsis, sino probablemente un resultado positivo para la libertad en Europa.
Dos: sorprende el escaso apego real de algunos hacia los principios básicos de la democracia. Solo la apoyan cuando las cosas marchan en la dirección que desean. Otros se lamentan pues, según su parecer, los británicos han desaprovechado el chance de convertirse en “líderes políticos de Europa”, junto a Alemania como líder económico. Esto revela una palpable ignorancia de la historia y el temperamento británicos, quienes nunca, jamás, han querido, quieren o querrán ser líderes políticos de Europa (aunque a veces han sido sus líderes morales, frente a Hitler por ejemplo). Otros argumentan que los jóvenes votaron mayoritariamente contra el Brexit, pero no queda claro si están proponiendo sustituir la democracia por la efebocracia (gobierno de los jóvenes). Y otros más piden un nuevo referéndum. Todo lo cual reafirma el seguro instinto del pueblo inglés, en particular, que votó para reconquistar el control sobre su existencia política derrotando el desdén de unas élites británicas, europeas y globales que en verdad se creen con derecho de gobernar el mundo más allá de los controles democráticos, y desprecian a la gente común.
Tres: por fortuna cabezas serenas están pensando con calma. Entre ellas la de Angela Merkel, quien hasta ahora se ha pronunciado con prudencia e inteligencia ante la decisión democrática de los británicos. Su brújula parece ser: no a las retaliaciones, llevemos adelante las negociaciones con sensatez y sin premura. La señora Merkel se está reivindicando como estadista luego de los desatinos cometidos con relación al tema de la inmigración. Sus iniciativas de 2015 en este campo reforzaron la decisión británica de romper amarras con una Unión Europea que les hacía cada vez más difícil controlar sus fronteras. Ahora se imponen nuevos arreglos entre el RU y Europa, bien sea en conjunto o bien sea bilateralmente con diversos países. Suiza y Noruega no son miembros de la UE y no me parece que estén económica y políticamente acabados.
Cuatro: el descontento hacia una UE anquilosada, desangelada, burocratizada y negada a reformarse no es un patrimonio exclusivamente británico. Es más, el Brexit podría actuar como estímulo para generar cambios necesarios antes de que Europa termine de hundirse en medio de la crisis económica, las tensiones políticas, el avance de los movimientos radicales y en general la pérdida de credibilidad de sus instituciones, empezando por su déficit democrático. Hay que retornar a la idea del general De Gaulle de una “Europa de naciones”, enterrando definitivamente las utopías federalistas que marean a los arrogantes y miopes europeístas en Bruselas y Estrasburgo. Todas las utopías son negativas, sin excepción.
Cinco: una parte importante del electorado británico votó contra el Brexit, y esos millones de personas, no me cabe duda, serán tomados en cuenta por el Parlamento en sus venideras discusiones y negociaciones con la UE. Cameron luchó con coraje, aunque su campaña se basó en el miedo y la amenaza. Los ingleses no se dejaron intimidar. Al contrario, pienso que las intervenciones de Obama, el FMI, el Banco Mundial, y todo el atrabiliario ejército de opinadores, celebridades, expertos y demás entrometidos “políticamente correctos” no hizo sino molestar a muchos británicos y reafirmar su decisión de favorecer un Brexit. Cameron trató de lograr concesiones de parte de sus socios europeos en abril, pero le dejaron con las manos vacías en otra prueba de torpeza de parte de la Comisión Europea. Luego Obama se presentó en Londres a amenazar y aprovechó para jugar al golf con Cameron, y Washington contempló todo esto como si se tratase de eventos en Marte o Saturno.
Seis: los escoceses e irlandeses del norte votaron mayoritariamente contra el Brexit. No dudo que aquí jugó un papel un recóndito sentimiento anti-inglés, cosa que puede en cierta medida entenderse. A raíz del resultado del referéndum vuelven a escucharse voces que solicitan la independencia de Escocia y vaticinan el desmembramiento del RU. Ya veremos. Sería interesante contemplar a los escoceses cambiando a la reina Isabel II por el señor Junker —el despistado jefe de la Comisión Europea—, la libra esterlina por el euro y el Parlamento en Westminster por las reuniones del consejo de ministros en Bruselas, donde imagino que la pequeña y orgullosa Escocia será tratada con la misma benevolencia que Grecia.
Siete: no sobra traer a la memoria que en 1973 el RU ingresó a la entonces llamada Comunidad Económica Europea, es decir, un mercado común, lo que fue confirmado por un referéndum en 1975. Pero ya en 1993 ese mercado común empezó a transformarse en algo diferente, en un proyecto político de Estado federal, y hasta aparecieron una bandera, un himno, e ideas acerca de la creación de un ejército y una política exterior europeas. A los británicos en general esto nunca les convenció. ¿Excesivo orgullo nacional o profundo apego a su antigua democracia parlamentaria, a su monarquía constitucional, a sus tradiciones y leyes, a su libertad? Cada quien escoja su opción. En todo caso, el referéndum del Brexit ha puesto fin a las utopías de un superestado europeo y la seguridad de Europa seguirá sustentada por la OTAN. Es sencillo: los europeos necesitan a EE.UU. para contener a Rusia.
Ocho: el resultado del referéndum está causando temblores de tierra en la política británica. Es natural. Cameron tenía que renunciar y lo hizo dignamente. Nuevas figuras ocuparán lugares importantes para afrontar los retos que se avecinan. El partido Laborista quedó desinflado y se hizo patente que la clase obrera inglesa no se sintió representada por sus tradicionales conductores. En este sentido existen analogías entre el laborismo británico y el partido Demócrata en EE.UU., que dejó de lado a la clase obrera blanca y ahora se centra en las élites tecnocráticas y transnacionales. Los cambios son inmensos y quizás nos aguardan otras sorpresas.
Nueve: caben unas palabras sobre el nuevo fracaso de las encuestas, que fallaron en su diagnóstico de la opinión pública. Mi conjetura es esta: tanto en el RU como en otras partes (EE.UU. es una de ellas) se está produciendo un fenómeno de falsificación de preferencias. Es decir, la gente se guarda su verdad privada y dice mentiras públicas. Y lo hace pues la presión de la “corrección política” se ha hecho asfixiante. Muchas personas tienen miedo de expresar sus inquietudes sobre la inmigración masiva e indiscriminada a sus países, por ejemplo, pues ello conlleva inmediatas acusaciones de parte de la nueva policía del pensamiento: “racismo”, “xenofobia”, “fascismo”, etc. No pocos británicos, según sugiere la evidencia, no solo callaron sus preferencias sino que engañaron a los encuestadores. Intuyo que algo semejante podría estar ocurriendo en EE.UU. con relación a las elecciones de noviembre.
Diez: las reacciones de algunos comentaristas ante el Brexit han sido extrañas. No parecieran interpretarle como un evento político sino como un cataclismo cósmico, una especie de quiebre de los mandatos divinos y de inexplicable rechazo contra el camino recto y virtuoso de la historia. Pero tales elucubraciones no son más que quimeras. La historia no tiene un camino recto hacia parte alguna. Es el producto de nuestras luchas, llenas de vaivenes de todo tipo. Hegel y su Fenomenología del espíritu, esa visión escatológicamente “progresista” de la historia, han hecho más daño del que suponía y no solo a la mente calenturienta de Carlos Marx. Existe un marxismo cultural que no pereció con la caída del Muro de Berlín. Sería bueno sepultarle de una vez por todas.