Ricardo Hausmann
Ricardo Hausmann, a former minister
of planning of Venezuela and former Chief Economist of the
Inter-American Development Bank, is Director of the Center for
International Development at Harvard University and a professor of
economics at the Harvard Kennedy School.
Qué hace grande a Estados Unidos
CAMBRIDGE
– Las investiduras presidenciales y las ceremonias de graduación suelen
ser eventos muy emotivos. Son ritos de iniciación, que marcan tanto un
fin como un nuevo comienzo en la vida de un país o de una persona.
Como profesor del KennedySchool of Government
de la Universidad de Harvard, asisto a nuestra ceremonia de graduación
todos los años. A pesar de esta regularidad, todavía me emociono al ver a
mis estudiantes finalizando una etapa de sus vidas y contemplando sus
futuros.
Uno de los
momentos más destacados de nuestra ceremonia es un video en el que
profesores y personalidades públicas leen, línea por línea, el discurso de investidura
pronunciado por John F. Kennedy. Este texto fue escrito hace 56 años,
en un mundo diferente, cuando la Guerra Fría, la amenaza del Armagedón
nuclear y los desafíos que enfrentaban tantos estados pobres de reciente
independencia, dominaban las inquietudes de los líderes
internacionales. No obstante, este discurso de menos de 14 minutos de
duración, nunca deja de emocionar e inspirar a todos los asistentes,
incluso esa mitad de los graduandos y sus familiares que provienen de
otras naciones, cercanas y lejanas.
Para
comprender por qué ocurre esto, es útil recordar algunos de sus
fragmentos más famosos. En primer lugar, figura la promesa que hace
Kennedy de defender la libertad para los amigos y frente a los enemigos:
"Que toda nación sepa, nos desee bien o mal, que pagaremos cualquier
precio, cargaremos cualquier peso, enfrentaremos cualquier penuria,
apoyaremos a todo amigo, nos opondremos a todo enemigo, para asegurar la
supervivencia y el éxito de la libertad".
Además,
Kennedy se compromete a luchar contra la pobreza: "A quienes en chozas y
caseríos de la mitad del mundo que lucha por romper las ataduras de la
miseria colectiva, prometemos hacer nuestros mejores esfuerzos por
ayudarles a ayudarse a sí mismos, durante el tiempo que sea necesario
–no porque puede que lo estén haciendo los comunistas, no porque
busquemos sus votos, sino porque es lo correcto–. Si una sociedad libre
es incapaz de ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los
pocos que son ricos".
Y
este compromiso es parte integral de la solidaridad hemisférica: "A
nuestras repúblicas hermanas del sur de la frontera, les hacemos una
promesa especial –para convertir nuestras buenas palabras en buenos
hechos– la de una nueva alianza para el progreso, que ayudará a los
hombres y gobiernos libres a dejar atrás las cadenas de la pobreza".
Finalmente,
destaca la ética de Kennedy del servicio a favor del bien común: "Y,
así, compatriotas estadounidenses: no pregunten qué es lo que su país
puede hacer por ustedes, sino qué es lo que ustedes pueden hacer por su
país. Conciudadanos del mundo: no pregunten qué es lo que Estados Unidos
puede hacer por ustedes, sino qué podemos hacer todos juntos por la
libertad del hombre".
El
perdurable atractivo emocional de estas palabras radica en que abrazan
un curso de acción potencialmente difícil, motivado por la promesa de
defender valores que comparten por igual los ciudadanos estadounidenses y
los de todo el mundo. Es este enfoque –que no se fundamenta en tratos
sino en un sistema de reglas basadas en valores– el que ha permitido que
Estados Unidos haya creado y sostenido una coalición de países capaz de
mantener la paz y la cooperación internacional.
Adelantémonos
al día de hoy. La narrativa de la campaña del presidente electo Donald
Trump se basó en el supuesto de que Estados Unidos ha perdido su
anterior grandeza. Los puestos de trabajo fueron trasladados a México y a
China porque líderes débiles negociaron malos acuerdos. Los
inmigrantes, en su mayoría ilegales, han ocupado los pocos puestos
restantes, mientras asesinan y violan en su tiempo libre. En
consecuencia, Estados Unidos necesita un presidente que ponga a su país
por encima de todo, que en toda oportunidad sepa cómo conseguir los
acuerdos que le sean más favorables, y que utilice el pleno poder del
país para promover sus intereses.
Dudo que un discurso de investidura basado en estas ideas
vaya a despertar admiración o inspiración en una ceremonia de
graduación, especialmente cuando muchos de los asistentes son ciudadanos
extranjeros. Un discurso semejante no impulsará a nadie a "cargar
cualquier peso" en favor de un principio o desafío universal, ya sean
los derechos humanos o el calentamiento global. No nos exhortará a
concentrarnos en algo más grande que nosotros mismos.
A
través de la historia, muy pocos estados poderosos han desarrollado un
sentido de sí mismos que no se basa en la herencia étnica, sino en un
conjunto de valores con el cual pueden vivir todos los ciudadanos del
mundo. En el caso de Estados Unidos, se trata de "la vida, la libertad y
la búsqueda de la felicidad". En la Unión Soviética, fue la solidaridad
del proletariado internacional: "trabajadores del mundo, uníos". La
Unión Europea se basa en valores y principios universales que son tan
atractivos que 28 países optaron por unirse a ella, y a la que, a pesar
del Brexit, todavía aspiran pertenecer alrededor de 6 países más.
En
contraste, es posible que hoy día una Rusia o una China grande y
poderosa –o el Tercer Reich en su momento– logre el apoyo de sus
ciudadanos; pero dichos estados no pueden constituir la base de un orden
internacional que otros encuentren atractivo porque ellos se basan en
una visión de sí mismos que no abarca a los demás.
La base de la grandeza de Estados Unidos y su capacidad de liderar al mundo proviene de valores universales que sustentan un conjunto de reglas que defienden los derechos de los demás, no de un Estados Unidos que trata de basar su grandeza en un conjunto de acuerdos
cuyo fin es conseguir lo mejor de los demás. Un Estados Unidos así verá
su capacidad de liderar al mundo comprometida por una falta de buena
voluntad y una abundancia de desconfianza. Otros países se agruparán
para protegerse del bravucón estadounidense.
Si Trump
realmente quiere hacer a Estados Unidos grande de nuevo, debería
preguntarse cómo sonaría su discurso de investidura ante una audiencia
global dentro de 56 años. ¿Inspirará a la clase de 2073 de la misma
forma en que el discurso de Kennedy todavía inspira a los graduandos de
hoy?
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