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Friday, December 2, 2016

Eduardo Goligorsky. Fidel en el pudridero

Fidel Castro ya estaba en el pudridero de la Historia desde hace mucho tiempo. Desde que, pocos días después de haber instalado en la presidencia de Cuba, tras el triunfo de la revolución, a Manuel Urrutia Lleó, un político liberal que había sido su abogado defensor durante el juicio por el asalto al cuartel Moncada, lo destituyó y lo envió al exilio. Fue un fugaz simulacro de tránsito a la democracia que duró un suspiro.


Vínculos con el narcotráfico

Fidel Castro empuñó acto seguido el timón de la autocracia comunistaacompañado por su hermano Raúl, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Cienfuegos fue el primero que desapareció en un sospechoso accidente. El caudillo supremo inauguró el periodo macabro del paredón, envió a presidio a los comandantes de la guerrilla que no se sometieron a sus caprichos, estimuló los delirios psicopáticos de su competidor el Che para que fuera a morir en la selva, persiguió sin tregua a los intelectuales con criterio propio, a los homosexuales y a los viejos comunistas como Aníbal Escalante que le conocían las mañas.
Al general Arnaldo Ochoa, héroe de la revolución, y al coronel De la Guardia los hizo fusilar porque conocían mucho más que sus mañas: sus vínculos con el narcotráfico.

Cúmulo de infamias

El cúmulo de infamias –entre las que no fueron las menores el someter a los cubanos a un estricto régimen de privaciones y el colocar el mundo al filo de la guerra nuclear para complacer a los colonizadores soviéticos– no disuadió a una pléyade de intelectuales latinoamericanos –y europeos y estadounidenses– de rendir humillante pleitesía a quien las perpetraba. A la cabeza de ellos se colocó Gabriel García Márquez, huésped privilegiado del dictador.
No menos serviles fueron dos uruguayos: el ideólogo de los tupamaros Eduardo Galeano y el poeta proselitista Mario Benedetti, aunque este último no soportó vivir mucho tiempo en la isla, donde el régimen le había reservado un puesto de amanuense. El poeta argentino multipremiado Juan Gelman no se conformó con cantar las excelencias de la dictadura castrista y se convirtió en oficial de la guerrilla montonera, financiada, entrenada y armada por especialistas cubanos. Gelman salvó el pellejo aunque sus camaradas lo condenaron a muerte por indisciplina, pero fueron miles los jóvenes que dieron la vida engañados por los falsarios y deslumbrados por el mito que hoy descansa donde merece estar: en el pudridero.

Atmósfera truculenta

Y para rematar, el diario argentino Página 12, receptáculo de la nostalgia montonera, publica un panegírico del sátrapa firmado por la enjuiciada cleptócrata Cristina Fernández de Kirchner. En él evoca sus encuentros y los de su difunto esposo con el finado, y esa suma de conversaciones sigilosas le llega al lector, una vez más, envuelta en la atmósfera truculenta del pudridero.

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