Por Álvaro Vargas Llosa
Al sur del Río Grande, como dicen en Estados Unidos -o del Río Bravo, como dicen en México- corren ríos de tinta conjeturando sobre el futuro inmediato de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Ellas dependerán en parte de si Trump cumple o no las promesas de campaña. A estas alturas, eso no lo saben ni su partido, ni sus colaboradores ni las instituciones oficiales.
Pero el análisis “futurológico” sobre las relaciones entre Trump y América Latina, que es de por sí, como en la frase de Churchill, “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”, se vuelve aun más complicado si le añadimos la incógnita acerca de la marcha de la economía y las finanzas estadounidenses bajo el nuevo gobierno. También en esta materia hay más preguntas que respuestas, y todavía existe mucha incertidumbre sobre lo que Trump intentará hacer. Y no se pueden perder de vista asuntos que escapan al control del gobierno entrante. Me refiero a la peligrosa acumulación de deuda tanto pública como privada y otras distorsiones producidas por la política monetaria de los últimos años.
En lo inmediato, la relación con América Latina pasará por México. Nadie cree que Trump vaya a deportar a 11 millones de indocumentados. El propio Trump ha hablado, ya electo, de entre dos y tres millones con “antecedentes delictivos”. Si tenemos en cuenta los cientos de miles de deportados bajo el gobierno de Obama cada año, la cifra que maneja ahora Trump no resultaría, distribuida a lo largo de sus cuatro años de gestión, muy distinta de la existente. Ignoro si es por eso mismo que la ha utilizado, pero, a menos que expulse a dos o tres millones de una sola vez, algo improbabilísimo, las deportaciones no supondrían un “shock” superior al que ya reciben anualmente México y América Central, principales afectados.
Pero en estas cosas son los efectos psicológicos y políticos los que importan. Ahora nadie presta mucha atención a los indocumentados despachados cada año (tuve ocasión, con motivo de la investigación de un libro, de ver ese drama al pie de uno de los puentes que utiliza el gobierno estadounidense para enviar a los deportados a México). En cambio, sí se la prestarán a Trump y la ofensa será inmediata en México y América Latina. La crispación está garantizada si hay expulsiones acompañadas de anuncios políticos y parafernalia mediática con la idea de que el Presidente parezca cumplir una promesa resonante.
La construcción del muro fronterizo, a su vez, estará, ella sí con toda seguridad, rodeada de publicidad. Trump sabe que su base política no le perdonaría incumplir esa promesa. Pero hay formas de cumplirla que supondrían más ruido que nueces. Ha hablado recientemente, por ejemplo, de “una verja” en vez de un muro; como se sabe, ya existe algo así en un tramo significativo de la frontera. En cualquier caso, la combinación de lo anterior y de esto, como en el “uno-dos” pugilístico, dejará aturdida a América Latina. A México la herirá profundamente, obligando al gobierno, bajo presión de la opinión pública, a responder. América Latina deberá solidarizarse por razones obvias; también a ella irá dirigida la ofensa: la travesía de un porcentaje de quienes cruzan clandestinamente se origina en otros países.
En términos sociales o económicos, el muro no supondrá una alteración dramática de la realidad existente en lo inmediato. Por dos razones: seguirán burlando los controles muchos inmigrantes y, en cualquier caso, la inmigración neta de mexicanos, el grupo más significativo, ha sido negativa en varios de los años más recientes. Otra cosa sería el efecto político, exacerbado por las demostraciones de nativismo populista que sin duda rodearían ese proceso. La agitación nacionalista estadounidense sería respondida, desde México y parte de América Latina, con un nacionalismo antiestadounidense.
¿Quiénes se beneficiarían de ese clima? Indudablemente, los populistas, empezando por Andrés Manuel López Obrador en el propio México, gran rival, o eso parece a estas alturas, de Margarita Zavala, la esposa del ex Presidente Felipe Calderón, en 2018. Tampoco es difícil ver a lo que queda del ALBA intentando aprovechar las circunstancias para desviar la atención de sus duros reveses domésticos.
En términos económicos, las mayores consecuencias para América Latina vendrían de una política comercial proteccionista en caso de que Trump decida aplicar el arancel de 35% a los productos que ingresen desde el sur, según la promesa de campaña. Teniendo en cuenta que son 12 los TLC que vinculan a Estados Unidos con América Latina, cabe suponer que la cancelación de pacto comercial con México sería seguido de medidas semejantes en relación con los demás. En esto, sin embargo, como en otros asuntos, puede darse algo menos traumático que lo planteado en campaña. Por ejemplo, una renegociación que arranque a México concesiones a cambio de mantener ciertos privilegios arancelarios en determinadas partidas. En tanto que México, el 80% de cuyas exportaciones se dirigen a Estados Unidos, depende de su vecino del norte, el gobierno de Peña Nieto no tendría más remedio que ceder. El propio Peña Nieto y otros dirigentes han dado señales de disposición de renegociar el TLC.
De los 900 mil millones de dólares de intercambio comercial entre Estados Unidos y América Latina, casi el 60% corresponde a México y el 40% al resto de la región. Por tanto, lo que se juega el resto de América Latina en lo que pase entre Washington y el D.F. en materia comercial no es poca cosa. Sin embargo, hay un matiz significativo que introducir. Las exportaciones de México a Estados Unidos tienen mucho que ver con manufacturas y, en general, industrias cuya cadena de valor las compañías norteamericana han deslocalizado a otras partes (como China o el propio México). En cambio, las de América Central, por ejemplo, o las de Chile, Perú o Colombia, no afectan a Estados Unidos, según la visión proteccionista de Trump, tanto como las de México.
El déficit comercial automotriz de Estados Unidos con México, por ejemplo, rodea los 52 mil millones de dólares. Si Trump quisiera proteger ciertas industrias, forzaría a México a aceptar un nuevo tratado con restricciones dirigidas a este tipo de sectores y no necesariamente a otros, lo que evitaría a América Latina tener que hacer demasiadas concesiones en sus propios TLC, en la eventualidad de que ellos también debieran ser renegociados (lo que tampoco es seguro dadas las diferencias en la naturaleza de los intercambios con Estados Unidos entre varios países latinoamericanos y México).
Aun así, el clima que todo ello crearía sería el peor para una relación provechosa. Ese clima enrarecido no ayudaría a seguir impulsando las inversiones, pues aumentaría el riesgo de represalias por parte de ciertos gobiernos latinoamericanos contra los capitales estadounidenses En la última década, la tercera parte de las inversiones que recibió América Latina bajaron del norte.
Otro aspecto donde podría haber cambios con consecuencias políticas es la relación con Venezuela y, sobre todo, Cuba. Trump se refirió brevemente a Venezuela durante un acto en Miami, afirmando que estará “junto al pueblo oprimido” de ese país. Eso podría suponer que las iniciativas de diálogo interno con Nicolás Maduro promovidas por Unasur y el Papa, que han dividido a la oposición, tendrían menos respaldo, o tal vez incluso hostilidad, por parte de Washington. Sin embargo, es probable que Trump, que aboga por una política exterior menos activa para priorizar el frente interno, se inmiscuya poco en asuntos como Venezuela, dejándoselos al Congreso dominado por los republicanos. El senador cubano-americano Marco Rubio, ex contrincante de Trump en las primarias y detractor asiduo del chavismo, jugará, desde su posición en la comisión senatorial de relaciones exteriores, un papel prominente.
También lo jugará, al igual que muchos otros republicanos, en relación con Cuba. Pero aquí la acción de Trump podría ser más directa, en parte porque, como él mismo recalcó en aquel discurso, la política de Obama hacia la isla, conocida como “normalización”, se ha basado en decretos (órdenes ejecutivas) presidenciales. Es prematuro pronosticar que Trump revertirá todas esas decisiones, desde elevar las relación a nivel de embajador hasta la relajación de las restricciones que limitaban los viajes y envíos de alimentos o medicinas. Como hombre de negocios, Trump, que alguna vez contrató a un consultor para sondear las posibilidades de inversión en Cuba, probablemente se dé cuenta del perjuicio que tendría, desde el punto de vista económico y legal, atacar de forma frontal la “normalización”. El dinero que ya ha invertido American Airlines, por ejemplo, para establecer vuelos directos a La Habana de forma regular será un factor que entrará dentro de la ecuación. Dicho esto, Trump sí ha dejado en claro que exigirá concesiones políticas de Cuba a cambio de los beneficios. Esto sugiere que utilizará algunas restricciones como arma de presión.
Por último, están los efectos que pueda tener en la región una complicación de la situación económica o financiera en Estados Unidos. No me refiero al aumento de las tasas de interés a remolque de eventuales políticas inflacionarias de Trump (como un gasto público excesivo que abra más la brecha fiscal, que ya equivale al 3% del PIB). Esto ocurrirá irremediablemente en algún momento: no es realista suponer que las tasas de interés actuales se mantendrán así. Pienso, más bien, en que la acumulación de deuda. La del gobierno, que Obama ha duplicado (y supera el 100% del PIB), y la privada.
Las empresas privadas ya deben el equivalente a 45% el PIB y la calificación ha empeorado considerablemente, pues el grado más bajo de inversión (BBB) abarca al 30% de las compañías que han emitido deuda (proporción que duplica el promedio de los 10 años anteriores). A su vez, los bonos “basura” suman una proporción sin precedentes del total de deuda corporativa. El vencimiento de 125 mil millones de deuda de baja calidad en 2017, 250 mil millones en 2018 y 350 mil millones en 2019 algo hace prever un aumento muy significativo de las suspensiones de pago y quiebras. Si el sistema financiero entrase en una crisis comparable a la de 2008, las consecuencias para América Latina serían graves.
¿Será Trump capaz de hacer crecer a Estados Unidos 4% al año, como sus asesores predicen, sin provocar un desajuste fiscal de grandes magnitudes y por tanto una disparada de las tasas de interés? ¿Podrá el sistema financiero evitar otra crisis crediticia? La respuesta a estas preguntas es tan urgente para América Latina, o más, como la respuesta a las interrogantes acerca de si Trump cumplirá las promesas que más directamente le incumben.
No comments:
Post a Comment