EL BAUTISMO
DE LAS NACIONES
Alberto
Mansueti
¿Qué relevancia tuvo el cristianismo en la
cultura, las leyes y la política del mundo?
El Evangelio de Mateo termina con esta declaración
impresionante de Jesús resucitado: “Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado.” Y eso mismo hicieron los Apóstoles,
y sus discípulos, y sucesores: bautizaron a las naciones, y las discipularon en
“todas” las enseñanzas cristianas, incluyendo todos los principios éticos,
jurídicos, económicos y políticos del Antiguo Testamento, que Jesús enseñó.
Los libros de historia describen estos episodios
como “la conversión de los pueblos bárbaros”. Es bueno recordarlos, hoy que se
dice vivimos un “mundo Post-cristiano”; y así parece, a juzgar por los
asesinatos monstruosos, escalofriantes guerras, y abortos a granel, bajo la
cultura relativista “todo es válido: sed tolerantes”.
Primero fue la conversión del Emperador
Constantino, en 313. Y en 496, Clodoveo, rey de los galos, y todos sus
oficiales, fueron bautizados por Remigio, Obispo de Reims, ante todo el pueblo,
al solemne estilo de los “Pactos” del Antiguo Testamento. Siguieron otras
etnias y tribus, en las viejas provincias romanas, al Este y al Oeste del Rhin.
Hubo conversiones menos publicitadas como la de Recaredo, rey de los visigodos,
en el año 587, pues ya eran cristianos, aunque “arrianos”, una heterodoxia liderada
por el Obispo Ulfilas (311-388), autor de la lengua gótica, y traductor de la
Biblia.
En Europa Oriental, a fines del siglo X el rey
Esteban encabezó la conversión de los magiares (húngaros), Wenceslao la de los
bohemios (checos), el duque Mieszislao la de los polacos, y el gran duque Vladimiro
la de los rusos de Kiev. Los evangelistas Cirilo y Metodio compusieron el
alfabeto “cirílico” sobre la base del griego, aún en uso, para que la
dirigencia y el pueblo pudieran leer la Biblia y los catecismos, y educarse. Porque
junto a las Iglesias construían escuelas y Colegios, muchos de las que son hoy Universidades,
pero casi nada queda de la cultura cristiana que las produjo.
Los primeros reyes cristianos nos legaron una
cultura política basada en ciertas premisas: (1) hay diferencia absoluta entre
el bien y el mal; (2) hay en la naturaleza humana una perversa inclinación al
mal; (3) y por eso se requiere de Gobiernos; (4) limitados por la ley; (5) ley
que debe ser reflejo de la moral. Y (6), lo que luego se llamó “separación de
lo público y lo privado”, si bien ciertos monarcas mucho se pasaron harto de la
raya divisoria, sobre todo en temas eclesiásticos.
Con el cristianismo llegó también el código
“justiniano”, un derecho romano “desbarbarizado”, o sea “cristianizado”,
recopilado por el Emperador Justiniano (siglo VI de la “Era Cristiana”), la base
del common law, y del derecho continental europeo.
Esa fue la civilización que los misioneros llevaron
después a las Américas, y a lugares más remotos como la India y Extremo
Oriente, junto con el Evangelio, la medicina e ingeniería “occidentales”, las
escuelas con su literatura y ciencias, los ferrocarriles y el telégrafo, las
empresas y el capitalismo.
¿Y qué más llevaron? La teoría política del
“contrato social”, desarrollada por Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, John
Locke etc., inspirada en la Biblia. Y materializada en los “pactos” ya descritos,
cuando las naciones fueron fundadas, y luego en las “cartas pueblas” y las constituciones,
por ej. los “fueros” del siglo XII en España, Carta Magna de 1215 en
Inglaterra, “Pacto del Mayflower” de 1620 en Boston, Declaración de la Independencia
de 1776 en Philadelphia, etc.
El Gobierno tiene un propósito limitado: vivir sin
malhechores, según el Apóstol Pablo en Romanos 13, y en I Timoteo 2. Los reyes
que exceden este límite, se hacen “tiranos”, y hay derecho a destituirles, y a cambiar
el inicuo sistema político. Así el “Contrato social” fundamenta el derecho de
resistir la tiranía, una violación al pacto, que fue ejercido en países como
Holanda, Suiza, Escocia e Inglaterra.
Pero la idea comenzó a abandonarse a fines del siglo
XVIII, con autores como David Hume y Adam Smith, fue totalmente desvirtuada con
Rousseau y Kant; y ahora pagamos alto precio. Los kantianos Hegel, Marx y
Engels sistematizaron las ideas socialistas. Y ya en el siglo XIX las Iglesias se
pasaron a la izquierda, y así el socialismo se arrojó como vendaval en todo el
mundo; primero fue “en la teoría”, luego en la práctica. El XX fue el siglo del
socialismo: fabianos, bolcheviques, mencheviques, nazistas, sionistas, nacional-socialistas
árabes, etc. Y en EE.UU. desde la Era Progresiva (1890-1920) y el “New Deal” (años
‘30); y desde la Revolución mexicana (1910), y la de Cuba (1959), pasando por el
peronismo y sus epígonos, y la “Teología de la Liberación”, hoy encabezada por
el Papa Francisco. En el Oriente el Patriarca Cirilo I de Moscú también flirtea
con las izquierdas, aunque menos que Bergoglio.
Olvidada por el cristianismo, la noción de
Gobierno limitado quedó huérfana, y fue “adoptada” por los “kantianos de
derecha” y utilitaristas, como Mises (para poner un ejemplo brillante), y
rebautizada “liberalismo”, adjetivado “clásico” por Hayek. Pero era demasiado tarde,
y no fue suficiente. Para colmo de enredos, los socialistas aprendieron a convivir
con el “mercantilismo”, el capitalismo malo denunciado por Adam Smith, quien no
pudo imaginar la otra peste mil veces peor: el marxismo.
En los años ‘90 del siglo XX vimos el supuesto
“Neo” liberalismo, un Frankestein ideológico, híbrido de mercantilismo con
socialismo blando; y sus resultados no fueron muy buenos, por eso la gente
recibió el siglo XXI con un notable “revival” de las izquierdas, duras y
blandas.
Ahora, tras 16 años socialistas, los resultados
son aún más decepcionantes; por eso se observa un incipiente giro a la derecha:
en el Brexit inglés, en Colombia con el “No”, en elecciones municipales de
Brasil y Chile (octubre 2 y 23), y en las victorias de Donald Trump y el
Partido Republicano en EE.UU. Pero salvo excepciones, no es la derecha buena,
liberal; es la derecha mala, la del “proteccionismo” mercantilista, y muchas
veces desagradablemente fascistoide. Pero de todos modos, la izquierda es
derrotada. Y mejor aún, muchas de sus derrotas, caso Hillary Clinton, se deben
a un impresionante y saludable “giro” de 180 grados en el voto cristiano: de la
izquierda a la derecha.
Si este cambio prosigue y la tendencia no revierte, paso a paso podríamos, Dios lo quiera, completar más
adelante con otro giro: de la derecha mala a la derecha buena. Pero mucho trabajo
hay por hacer. ¡Felicidades para todos!
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