Un cesto demasiado pesado
Hillary Clinton tenía todo a su favor para ganar la presidencia: la adulación de Hollywood, el apoyo del Presidente, la protección de un corrupto Departamento de Justicia, un Director del FBI flojo, una prensa cómplice, un Wall Street a sus pies, y legiones de fanáticos, incluyendo influyentes periodistas, para intimidar a quienes se manifestaran en contra de ella.
Nada le valió. Sus aspiraciones presidenciales fueron aplastadas por el “cesto de deplorables”, como ella misma clasificó a los seguidores de Donald Trump, el cual contenía algo más que racistas, sexistas, homofóbicos, xenofóbicos e islamofóbicos. En él estaba la clase trabajadora que ha visto disminuir sus ingresos y en muchos casos desaparecer, por razones tales como drásticas regulaciones ambientales insostenibles para muchos negocios, un Obamacare cada vez más costoso y que en muchos casos acortó sus horas de trabajo, y un crecimiento del PIB de menos de 3% en los últimos 8 años.
Esa clase obrera no escuchó un mensaje de esperanza en las palabras de la Sra. Clinton, la cual prometió continuar con las mismas políticas fallidas de Barack Obama, todas inclinadas a una hipócrita filosofía liberal de izquierda que predica la redistribución de la riqueza, mientras la elite que la apoya esconde su dinero, como ha hecho George Soros, en paraísos fiscales; o como los Clinton, tras fundaciones caritativas que le protegen su capital, mientras explotan las aspiraciones del ciudadano común que se “rompe el lomo” trabajando, y es la columna vertebral de este país.
Esa clase obrera, erróneamente generalizada en la persona de un ciudadano blanco, denigradamente tildado como de “poca educación y mente estrecha” por los elitistas intelectuales que consideran al resto de nosotros estúpidos –palabras textuales de Jonathan Gruber, arquitecto del Obamacare– encontró su voz en Donald Trump. Y fue ese obrero con sus manos embarradas de grasa, o tizne en su rostro, o pala en mano, o herramientas colgando de su cintura, el que demostró ser muy inteligente porque echó a un lado los escándalos sexuales, reales o inventados, con que pretendieron destruir a Donald Trump y ser práctico decidiendo quien le ofrecía la oportunidad de poner más dinero en su bolsillo.
Pesó, también, en la decisión de este obrero “de poca educación y mente estrecha”, la corrupción de la Sra. Clinton, sin precedentes en una candidata presidencial; algo que los elementos que enumero al principio, hipócritamente decidieron ignorar envueltos en un falso puritanismo que ponía más énfasis en la declaración de impuestos de Trump y su lenguaje abusivo sobre las mujeres. De nada sirvió. El obrero “de poca educación y mente estrecha”, ese del “cuello azul”, decidió que el candidato que creó una bella familia, muchos empleos, y se pasó su vida entera trabajando para construir una exitosa marca reconocida en el mundo entero, era más confiable, que quien creó una millonaria fortuna en unos 14 años vendiendo su influencia política, y específicamente aprobó la venta de 20 por ciento de nuestro uranio a Rosatom, la agencia nuclear rusa, lo cual le valió $145 millones en dudosas donaciones a su Fundación Clinton. En un mundo que no es perfecto, ¿a quien confiaría mejor el lector los códigos nucleares?
Las elecciones, que otorgaron también control del Congreso a los republicanos, han sido un repudio total a las fallidas políticas de Barack Obama cuya administración ha gobernado, como escribí en esta misma sección hace dos años, valiéndose de traquimañas y cañonas. El mantra parece haber sido mentir. Mintió el Presidente acerca de mantener nuestros médicos bajo el Obamacare, mintió cuando dijo que conoció del servidor privado de la Sra. Clinton a través de la prensa, mintió cuando dibujó la imaginaria línea roja en Siria, mintió cuando dijo que defendería los derechos humanos en Cuba y no viajaría a la isla hasta tanto los Castro hicieran concesiones. ¡Mintió, mintió y mintió!
¿Y la candidata Clinton? Solo ha dicho una verdad. Cuando colocó en un “cesto de deplorables” a los partidarios de Donald Trump, se equivocó en lo segundo, pero no en lo primero. Porque el cesto le cayó encima el pasado 8 de noviembre aplastándola. No triunfó la America blanca, ¡no!; triunfó la clase obrera y triunfó la democracia.
Escritora cubana y activista de los derechos humanos.
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