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Cualquier cosa podría pasar en los “Idus de Octubre”, menos que el gobierno de Maduro y
el inviable modelo socialista que trata de remacharle a plomo y hambre a
los venezolanos, no terminen más golpeados, agujereados, triturados,
desvencijados y a punto de la estocada final.
O si no, pulverizados, destruidos, colapsados, hechos añicos, si
cruzamos el rechazo de un 80% que hoy le cuentan entre los venezolanos
todas las encuestas, más la debilidad intrínseca que deviene de apoyarse
en las armas y la criminalidad que le endosan cuando se emplean para
violar la Constitución y las Leyes.
Porque, siendo un civil y, en teoría, presidiendo
un gobierno civil, Maduro terminó convertido en un rehén de los
militares, pues, según fue perdiendo apoyo en su propio partido y las
masas de independientes, no le quedó otro recurso que recodarse entre
bandas de militares corruptos de la alta y mediana oficialidad, que son
los que hasta ahora le suministran oxígeno.
Es la dictadura más militar de las tantas que ha
conocido Venezuela, y la más condenada nacional e internacionalmente,
por cuanto, a la tipicidad de violar los derechos humanos donde y cuando
sea necesario, une el ilícito de entrarle a saco a las riquezas del
país y unirse al narcotráfico internacional a través de un cartel de su
puño y letra, de su autoría: el Cártel de los Soles.
Por tanto, es corresponsable de la destrucción de
Venezuela, y como el civilato que preside Maduro, también tendrá que dar
cuentas en cortes y tribunales globales de sus fechorías.
Conviene, entonces, establecer que los “Idus de
Octubre” serán, política y militarmente, una suerte de cuerda a tensar,
de un lado, por el 80% de los ciudadanos que decidió romper con Maduro y
cobrarle la catástrofe humanitaria por la que ha lanzado al país, y del
otro, una minoría de militares sátrapas y sin ley que se jugará el
todo por el todo con tal de sostener a su compinche y protector.
En otras palabras, un drama que Venezuela siempre
ha resuelto a favor de la democracia, la libertad y la
constitucionalidad, vuelve a tocar las puertas de su historia,
representado por el enfrentamiento entre la paz y la guerra, los votos y
las armas, la democracia y la dictadura, la libertad y la esclavitud,
el bien y el mal.
Confrontación cuya solución a favor de las mayorías
democráticas depende de la actuación del binomio MUD-Sociedad civil que
han tenido el acierto de aceptarle a la dictadura el desafío de recoger
el 20 por ciento de las firmas para el Revocatorio, y estampárselas, no
en el pecho, sino en la cara.
Son las páginas del capítulo final del madurismo,
pero no escritas por la oposición sino por los “estrategas” del peor
intento de restaurar un modelo político fracasado en la historia, los
cuales, tratando de escapar de lo que hubiera sido una salida
quejumbrosa pero en orden, se exponen ahora a huir en desbandada, caos y
un incontrolable tropel.
Y no hablo de que, cualquiera sea la respuesta de
Maduro a la movilización que tratará de cercarlo durante las jornadas de
los “Idus de Octubre” tenga, necesariamente, que irse del poder, sino
que, como resultado del esfuerzo, debe quedar tan exhausto, agotado,
despedazado y agónico que, sostenerlo resulte tan costoso para quienes
lo apoyen, que se vean forzados a sacudírselo, a salir de él.
Por eso, no me gusta ponerle “nombre” a unos
sucesos a los que se les puede adjuntar el “¿por qué?” pero no el “cómo”
y prefiero que sean ellos mismos los que resuelvan cómo deben
bautizarse y nominarse.
“¿Desobediencia civil?”, lo siento largo, complejo y
desarticulable; “¿Rebelión electoral?”, corto y de significado
contradictorio; y acuñarle palabrejas como “insurrección” y “explosión”
puede conducir a equívocos perfectamente manipulables por Maduro y sus
sicarios.
De ahí que prefiera llamarlo simplemente
“movilización”, y con la puesta en escena de cientos de miles, o
millones de ciudadanos, cumpliendo con un requisito electoral y
arrollando constitucional y pacíficamente a las fuerzas militares,
policiales y parapoliciales que traten de impedirlo.
En otras palabras que, los “Idus de Octubre” deben
ser una combinación del 6D con el Septiembrazo, en los cuales, el
gobierno fue derrotado porque el pueblo, la sociedad civil, la nación
toda, cumplió con una convocatoria oficial y la dictadura de Maduro no
podía evitarlo.
Hay, por supuesto, una diferencia fundamental entre
unos y otros acontecimientos, y es que, los “Idus de Octubre” tendrán
una naturaleza, concepto y vocación de permanencia, pero no en el
sentido de que habrá que mantenerse en las calles per se o per se, sino
desactivarse, momentáneamente, si las condiciones lo indican, y
activarse si sucede lo contrario.
Un pueblo, sociedad, nación, o país en movimiento
no pueden significar muchas cosas, sino una, esencialmente una: una
guerra civil política de baja o mediana intensidad, con diferentes
alternativas y vías según los ataques y contrataques de los
participantes, pero que, en cualquier circunstancia, es un
acontecimiento que se acerca a una fase terminal o semiterminal.
Y para eso resulta insoslayable la unidad de la
conducción, de la dirigencia, del liderazgo que, en momentos tan
hipercríticos debe olvidar las diferencias de cualquier linaje para
focalizarse en un programa o agenda en la cual le va la vida.
En este orden, debemos saludar como un paso en la
dirección correcta, la unanimidad fraguada por los partidos de la MUD en
torno a la propuesta del G-4 para rechazar las decisiones
inconstitucionales del CNE de desviar el Revocatorio y trasladarlo al
2017, pero sin negarse a aceptar la participación en las jornadas del
26, 27, 28 de octubre y confiar en que saldremos victoriosos.
Que, en stricto senso, es anotar dos
derrotas en el calendario de la campaña político-militar del gobierno
contra la oposición, pues, de una parte, hizo una contribución enorme a
la unidad opositora al atrincherarse en el CNE para que el Revocatorio
no fuera este año, sino en el 2017; y de la otra, al convocar las
jornadas de finales de octubre para la recolección del 20 por ciento, se
expone a que la MUD y la sociedad civil lo logren, dejando al
chavismo-madurismo o en fase agónica, o definitivamente difunto.
Creo que, para que cualquiera de estas opciones se
imponga, será necesario un clima de pequeñas victorias que pueden
darse, tanto en el plano nacional, como internacional, pero que tienen
que redundar -juntas o por separado-, en el desgaste o colapso final de
un tirano como Maduro que solo cuenta para sostenerse en el poder, con
un liderazgo militar hasta ahora no sometido a prueba y sectores del
gobierno y del PSUV que no saldrán a jugarse el pellejo por el hombre
que condujo al proyecto de Chávez a tamaña debacle.
Maduro lo sabe, y tanto como él, los grupos
militares, policiales y de inteligencia de la írrita minipotencia que lo
apoya, la dictadura de los hermanos Castro de Cuba, que, sólo por
terminar de raspar el barril petrolero venezolano y proveerse de dinero
líquido para darle respiración boca a boca a su siniestra revolución,
animan al “dictadorzuelo” a resistir.
Pero sin alejarse mucho de la “realpolitik”, pues
llegado el momento en que el empuje popular desestabilice, el engranaje
de apoyos a Maduro, los cubanos como le hicieron a Maurice Bishop en
Grenada en 1983), a Noriega en Panamá en 1989 y al primer Ortega en
Nicaragua cuando fue derrotado en las urnas por Violeta Chamorro en
1990, agarran sus chopos y se van a la isla a esperar que vengan otro
“perfecto idiota latinoamericano” a reponerles el subsidio que perdieron
con la caída del imperio soviético.
De modo que, desde ningún escenario, ni el nacional
ni el internacional, es posible que el madurismo tenga futuro, si bien
con el repele de presente que le queda no va a saciarse de hacerle daño
al país que tuvo la desgracia de aceptarlo como adminículo de unos de
los peores aguijones que lo han herido en la piel: Hugo Chávez.
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