Mary Anastasia O'Grady dice que los errores
de Donald Trump acerca de los resultados del Nafta no son solo
políticamente incorrectos, sino que son errores fácticos.
El postulante republicano a la presidencia de EE.UU. promete forzar una renegociación del Nafta, pero no parece darse cuenta de que México cedió más protecciones arancelarias que EE.UU. cuando el acuerdo fue firmado en 1993. Si el Nafta se renegocia, es poco probable que México acepte nuevos límites a su acceso al mercado estadounidense. Si un enfrentamiento conduce al fin del Nafta, los dos países asumirán sus compromisos bajo las reglas de la Organización Mundial del Comercio y el cronograma de aranceles de “nación más favorecida”. Eso perjudicaría en lugar de beneficiar a la economía estadounidense.
Trump es tan imprudente sobre el comercio que hace que Hillary Clinton y los demócratas, los padrinos del proteccionismo laboral, parezcan personas en su sano juicio. La candidata demócrata por lo menos reconoció en el debate la importancia de abrir nuevos mercados en el exterior para EE.UU. “Somos 5% de la población del mundo. Tenemos que comerciar con el 95% restante”, puntualizó.
Por desgracia, ninguno de los dos candidatos es apto en este tema clave, pero los asesores republicanos de Trump deberían saber lo que está en juego. Su intento de vilipendiar el Nafta al señalar un impuesto al valor agregado de 16% que pagan los importadores mexicanos es engañoso. Este impuesto se aplica tanto a bienes fabricados en el extranjero como dentro de México, similar al impuesto a las ventas de Nueva York. No discrimina contra las importaciones y el importador lo recupera al cobrarlo a los clientes. Eso es economía básica.
El Nafta perturbó el statu quo económico en EE.UU. al igual que en México. Ha habido ganadores y perdedores. Sin embargo, los trastornos en EE.UU. son menores comparados con los producidos por los adelantos tecnológicos o cuando las empresas trasladan producción de estados estadounidenses dominados por los sindicatos y con gravámenes altos a estados con impuestos más bajos y donde las leyes laborales permiten a los trabajadores no pertenecer a un sindicato, especialmente cuando se compara con las ganancias en eficiencia económica.
Trump reconoció rápidamente una desventaja genuina de EE.UU. durante el debate cuando habló de reducir los impuestos a las empresas para estimular la inversión en el país, pero su mensaje principal es que bajo el Nafta, México le está “robando” empleos a EE.UU.
En realidad, una economía interconectada en América del Norte ha hecho que el sector manufacturero estadounidense sea competitivo en todo el mundo. Las empresas de EE.UU. compran componentes de México y Canadá y agregan valor en innovación, diseño y marketing. El resultado final son productos que están entre los de mayor calidad y menor precio del mundo.
La competitividad automotriz es altamente dependiente del libre comercio global. Según la consultora de Ciudad de México De la Calle, Madrazo, Mancera, 37% de las autopartes importadas por EE.UU. en 2015 procedieron de México y Canadá. Esta tercerización en el extranjero es importante para los empleos bien remunerados de ensamblaje estadounidenses. No obstante, las autopartes también se movieron en la dirección contraria. Los fabricantes estadounidenses de repuestos enviaron en 2015 alrededor de 61% de sus exportaciones a México y Canadá.
Estas sinergias han vuelto atractiva la industria automotriz estadounidense para los inversionistas. Luego de la crisis financiera de 2008, la inversión en el sector se contrajo. Sin embargo, entre 2010 y 2014, se invirtieron casi US$70.000 millones en esta industria en América del Norte. Trump asegura que esa inversión se fue a México, pero dos tercios se dirigieron a EE.UU., según un informe de enero de 2015 del Centro para la Investigación Automotriz, con sede en Michigan.
El dinamismo de la inversión ayudó a generar 264.800 nuevos empleos en la fabricación de vehículos y autopartes en EE.UU. entre enero de 2010 y junio de 2016, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Esto representa un aumento de empleos de 40%, a pesar de la creciente tendencia hacia la robótica en la industria. Si se cancela el Nafta, estos trabajadores y aquellos que busquen empleo en un futuro pagarán los platos rotos.
La agricultura de EE.UU. también sufriría. Los productos agrícolas estadounidenses entran a México prácticamente exentos de aranceles y en 2013 (los últimos datos disponibles) el país fue el tercer mayor mercado extranjero para la producción agrícola estadounidense después de China y Canadá.
Supongamos que México no ceda en una nueva ronda de negociaciones y que Trump tenga éxito en su campaña por revocar el Nafta. Eso significaría un regreso a los aranceles acordados bajo las reglas de la OMC y que cada país cobra a los países con los que no tiene un acuerdo de libre comercio. En 2013, el arancel promedio ponderado de México sobre productos agrícolas era de 38,4%, un alza marcada frente al arancel cero que los exportadores estadounidenses pagan ahora. Los fabricantes de EE.UU. que despachan a México serán golpeados con un arancel promedio ponderado sobre bienes industriales de 7,7%.
No hay que olvidar que México tiene muchos pactos comerciales bilaterales. Los competidores de esos países tendrán grandes ventajas arancelarias sobre los agricultores y fabricantes estadounidenses.
Se supone que las extravagancias son una de las virtudes de Trump, pero cuando se trata de comercio, el candidato republicano no es políticamente incorrecto, sino que es un error fáctico.
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