Alberto
Mansueti
Días atrás, en Roma, fue electo Superior General
de los jesuitas, para el mundo, el venezolano Arturo Sosa. Es obvia la
influencia de Bergoglio en la elección de este sacerdote, quien desde hace más
de 40 años ayuda a impulsar los grupos de izquierda en su país, primero desde el
“Centro Gumilla”, luego desde la Universidad Católica caraqueña, y entre 1996 y
2004 como Superior Provincial de la Orden. Y siempre en línea con su Partido el
MAS, “Movimiento al Socialismo”.
La religión juega un papel decisivo en la
política, para bien o para mal. El aporte del Papa Juan Pablo II fue decisivo
en la caída del comunismo en su edición soviética; y la contribución del Papa Francisco
es decisiva en promover la edición latinoamericana, el “Socialismo del Siglo
XXI”.
¿Reedición del comunismo? ¿Cómo? ¿No se supone que
el derribo del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la U.R.S.S. en 1991
marcaron la derrota del socialismo y la victoria del capitalismo?
Pues no. Thatcher, Reagan y los demás reformadores
de los ’90 no tuvieron sucesores que sostuvieran, profundizaran y ampliaran el
giro a la derecha que ellos iniciaron. Y la izquierda hizo una gran “mutación”,
comenzando por “refrasear” su discurso: el capitalismo puede ser más eficaz que
el socialismo en cuanto a bienes materiales, concedió, pero no resuelve el
“problema de la desigualdad”; y la abundancia de bienes económicos genera una “sociedad
consumista” (¿?) Además la “explotación es la base del capitalismo”, y por ello
ese sistema es intrínsecamente inmoral, enemigo de la ética, sobre todo
cristiana, insisten.
Y no sólo son “explotados” los obreros, dicen y
repiten, sino los campesinos también, y las mujeres, los negros, los pobres de
las periferias urbanas, los indígenas y pueblos del “Tercer Mundo”, los
estudiantes y jóvenes, y el “medio ambiente natural” bla, bla, bla. Este es el
contenido ideológico, ya no tan nuevo, de la “Teología de la Liberación”
promovida en los ambientes religiosos, católicos y no católicos, desde los ’60
cuando aparecieron los “curas obreros”, que no eran obreros sino agitadores
sindicales. Y la tal “Teología” no es autóctona de América latina, como mienten
sus propulsores; es la traducción al español y portugués del Social Gospel (“Evangelio
Social”), de la izquierda religiosa (o “clerical”), fuerte en EE.UU., Canadá y
norte de Europa, en ministros cristianos tipo Martin Luther King Jr., y en el
Presidente Obama y sus mentores, como el Pastor Jeremiah Wright.
“El Che Francisco y el Camarada Obama” es un libro
del periodista venezolano Julio Camino, que mucho nos ilumina sobre la
“Teología de la Liberación”. Es el capítulo socio-político de una corriente
teológica general que en el mundo protestante y desde la escuela alemana de la “Alta
Crítica” en el siglo XIX, se llamó “Teología liberal”, con acierto rebautizada como
“Izquierda Teológica” por el Pastor presbiteriano Augustus Nicodemus López; y
equivalente ideológico de la “Nouvelle Theologie” católico-romana, por ser
franceses sus autores más conocidos, como el jesuita Pierre Theilhard de
Chardin (1881-1955).
La Teología protestante, nacida en el siglo XVI,
se vincula a la Modernidad, y por tanto al capitalismo liberal; en cambio la
Izquierda Teológica, nacida en el siglo XIX, se vincula a la Ilustración, y por
tanto al Romanticismo, y a los movimientos de resistencia al capitalismo,
principalmente el socialismo.
Pese a haber sido cuestionada por Juan Pablo II y
el entonces Cardenal Ratzinger, la Teología “liberacionista” ha tenido enorme y
nefasta influencia. Desde el Concilio Vaticano II (1962-65) sus Obispos lideran
las reuniones del CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, en Medellín,
Colombia, 1968; Puebla, México, 1979; Santo Domingo, RD, 1992; y la más
reciente en Aparecida (Sao Paulo), Brasil, 2007, donde el Cardenal Bergoglio
redactó los documentos, en línea con el Foro de Sao Paulo. Demasiada gente
“formada” en estas ideas creó y lideró grupos terroristas en el siglo pasado,
causando demasiadas muertes y sufrimientos. No se han arrepentido. Al
contrario: desde posiciones de Gobierno, o de peso decisivo, hoy están
terminando de hundir a muchos de los países que ayer contribuyeron a arruinar.
En setiembre de 2015 Bergoglio estuvo en La Habana,
ya como Papa Francisco. Y le dijo en su cara al sufrido pueblo cubano, agobiado
por la miseria extrema, que debía “amar la pobreza”. ¿Cómo se puede entender
esa canallada? Simple: revise los textos de los CELAM. Y los libros de los
“teólogos” marxistas, a la venta en librerías “cristianas” de nuestra América
latina y de todo el mundo. Cada domingo, en toda Iglesia, no importa la
denominación, el clérigo de turno pasa el mismo mensaje cuando habla de
política, lo cual hace muy a menudo.
¿Pero por qué se imponen estos argumentos, si no
son válidos, y en el terreno militar las guerrillas fueron derrotadas en los
‘80 y ‘90? Porque Antonio Gramsci tenía razón, y la lucha política decisiva no
se libra en el terreno argumental, ni en el campo de batalla, sino en posiciones
a ser conquistadas primeramente por los socialistas en escuelas y universidades,
la prensa, literatura, música, el cine, el espectáculo y las artes populares, y
por supuesto las Iglesias. Los partidos suelen entrar en escena tiempo después,
una vez que la “hegemonía ideológica” ya ha sido conquistada, y están bien dominadas
las mentes de las masas.
Hoy estamos al final de este camino: la retórica
contra el capitalismo domina en todas las esferas; y por ello no es sorpresa
que todos los partidos se hayan hecho socialistas, aunque no lo digan con esa
palabra. La izquierda no tiene contrapeso. No hay réplica contundente que se
oiga, se vea y que se sienta, porque no hay presencia de derecha en la
educación, ni en la prensa diaria, las letras, las artes, ni desde luego en el
mundo cristiano. Salvo honrosas pero escasas excepciones, hay
un inmenso vacío en la derecha: no existe, o no sirve.
Las izquierdas entonces aprovechan para dirimir
sus eternos pleitos y querellas jugando al juego “¡Uds. son la derecha!” ¿Cómo
juegan? Simple: los comunistas más duros endilgan la etiqueta de “la derecha” a
los socialistas más “blandos”. La izquierda bolchevique contra la izquierda
menchevique; esa es la única obra que se ve en el escenario político. Así no hay
manera de perder, ¡la izquierda siempre gana!
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