Por Fernando Parrilla
Parece raro que después de asistir estos
días a la crisis del PSOE, donde, según algunos analistas, casi se
produce la implosión de uno de los dos grandes partidos españoles, venga
a hablarles del peligro del populismo de derechas, en vez del de
izquierdas.
En realidad está bastante relacionado;
el PSOE era indiscutible hace apenas seis años en España. Era un partido
socialista practicando una política socialdemócrata, y, por tanto,
contaba con el apoyo de casi toda la izquierda del país y parte del
centro. Aunque todo se iba torciendo cada vez más, nadie preveía todo lo
que iba a venir en estos años: ultimátum de la UE, recortes en tabúes
como las pensiones y los funcionarios, expulsión de la mayor parte de
las autonomías y del gobierno central, movimientos sociales de izquierda
que los equiparaba al PP, aparición de Podemos y riesgo real de
convertirse en tercera fuerza política a nivel nacional.
Todo ello porque una crisis económica
sin precedentes en décadas, unida a su propio éxito en sembrar una gran
red de ideas y propaganda socialista en la sociedad, acabaron con el
equilibrio de ser socialdemócratas de día y socialistas de noche. En la
actualidad toca escoger, y ni siquiera ellos mismos saben qué hacer.
En la derecha el escenario es diferente,
pero puede llegar a tener un final parecido. El PP se ha cuidado en
toda su historia de no sembrar ninguna red de ideas en la sociedad, y de
intentar echar sal sobre las ajenas. Es un partido formado por altos
funcionarios del Estado y, por tanto, cualquier libro cuyo título no
empiece por la palabra reglamento no tiene el menor valor. Pero eso no quiere decir que la derecha social no haya podido acceder a fuentes de ideas.
Como recogí el mes pasado, la derecha la
forman tres corrientes principales: la ultraconservadora, con un
ideario propio, la conservadora, sin más ideario que el estatus quo, y
la liberal conservadora, con un ideario liberal en economía y variado en
el resto.
El ideario liberal va avanzando y se han
hecho progresos importantes en los últimos diez años, pero todavía
sigue siendo minoritario y se encuentra en parte infiltrado por el
ideario conservador y, en menor medida, por el ultraconservador.
Para los que estamos convencidos del
poder de las ideas, el peligro en la derecha no procede de las gentes
que no tienen ninguna, sino en las fuentes de ideas incorrectas, pero
poderosas, que existen a día de hoy, y que pueden transformarse en más
dañinas en el futuro.
Porque, sí, hasta ahora es cierto que
las ideas ultraconservadoras de la derecha no han tenido mucho éxito en
la población. La idea de España como referente máximo, la familia,
rechazo al colectivo LGTB, el aborto, la ETA, el separatismo y, sí,
todavía aparece de vez en cuando, Gibraltar, no son temas que muevan a
las masas a día de hoy en nuestro país.
Pero todo puede cambiar si se dan dos
circunstancias clave: colapso del PP y aparición de elementos en la
derecha ultraconservadora que sepan mezclar algún gran impacto en su
base social (crisis de refugiados, independencia de Cataluña, etc.) con
posiciones en política económica más populistas que puedan atraer a
otros sectores de la población más a su izquierda.
Son dos circunstancias que no parecen
probables a corto plazo, pero que a medio sí pueden darse. Estamos a las
puertas de un gobierno del PP (siglas que ya son sinónimo de
corrupción) en minoría y entregado totalmente a la socialdemocracia, con
un déficit insostenible y la amenaza de unas pensiones que van a tener
que bajar, una tasa de paro que puede dispararse otra vez si se recula
en las tímidas medidas liberalizadoras, y, por último, un absurdo
sistema de financiación autonómico que es el mejor caldo de cultivo para
que el nacionalismo (también el español) crezca exponencialmente según
se va acabando el dinero.
Por otro lado, cada vez avanzan más las
ideas populistas en la derecha. Muchas típicamente nacionales como el ya
descarado nacionalismo español para responder a su homólogo catalán,
pero otras, más peligrosas aún, potenciadas por su éxito en el exterior
como el rechazo a los inmigrantes o el apoyo a la prohibición del
burkini, que nace del rechazo al islam (islamofobia). Y ya mucho más
transversales (se mueven por todo el espectro de la derecha y la
izquierda): el apoyo a la Rusia de Putin, el desprecio por el libre
comercio y la criminalización de los paraísos fiscales.
Aún faltan ingredientes para que un
movimiento populista pueda emerger, pero el caldo de cultivo ya existe y
sigue calentándose a fuego lento. Se aprovecha de dos ventajas: el foco
está concentrado en el populismo de izquierda y en el independentista, y
eso permite a muchas de sus ideas ir calando en la derecha social poco a
poco aprovechando el frentismo actual. Y en tiempos de crisis y
hartazgo político como los que vivimos, se alimenta de muchos de los
sesgos que sufre la derecha: miedo al cambio, poner a los compatriotas
(o culturalmente afines) por encima del resto, rechazo de culturas
extrañas, etc.
Por suerte existe una forma eficaz de
combatir esta amenaza: las ideas liberales. A día de hoy el liberalismo
ya tiene la suficiente presencia en España como para servir de
contrapeso a este tipo de ideas incorrectas y liberticidas mientras se
están incubando. Sólo tenemos que expresarlas sin importar si vamos a
ofender a alguien del que más tarde podríamos agradecer su apoyo para
enfrentar ideas socialistas. Y del mismo modo, no tiene nada de malo
coincidir con la izquierda en ciertos debates, por mucho que en otros
temas no nos entendamos.
Además de difundir nuestras ideas ante
un público demasiado acostumbrado a oírnos hablar sólo de economía,
sirve para mostrar coherencia. Un arma bastante más efectiva de lo que
comúnmente se cree
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