– Claudia Peiró
La postal de un Álvaro Uribe vencedor en el plebiscito del pasado
domingo contra todo pronóstico y contra la opinión pública regional e
internacional tiene algo de escena repetida
Durante sus dos mandatos
presidenciales (2002-2010), Uribe remó casi solo contra la corriente
bolivariana que arrasaba buena parte del continente, y contra la
incomprensión de la mayoría de sus pares latinoamericanos respecto de lo
que estaba en juego en Colombia.
Benévolos, por acción u omisión, hacia el accionar de una guerrilla que desafiaba la autoridad del Estado colombiano
y la legitimidad de su gobierno -constitucional y democrático-, muchos
mandatarios latinoamericanos eran en cambio severos críticos hacia la
forma en la cual la administración de Uribe lidiaba con ese conflicto.
Era tal la animadversión, que hubo
en ese período dos Cumbres latinoamericanas al máximo nivel con el solo
fin de interpelar al entonces presidente colombiano: una en República
Dominicana, luego del bombardeo de un campamento de las FARC en
territorio ecuatoriano, otra, en la Argentina, por la posible
instalación de bases estadounidenses en Colombia.
Ahora bien, Uribe no sólo salió
airoso de ambas, sino que en otras ocasiones humilló -involuntariamente-
a sus pares latinoamericanos.
Apenas asumió la presidencia por primera vez, Cristina Kirchner abrazó, sin demasiado asesoramiento en el tema, la causa de la liberación de Ingrid Betancourt,
una ex senadora y ex candidata a presidente colombiana secuestrada por
las FARC en el año 2002, poco antes de que Uribe iniciara su primer
mandato..
La iniciativa kirchnerista podía
justificarse en razones humanitarias; el problema radicaba en que la
Presidente argentina dirigía su reclamo, no a quienes retenían a
Betancourt en la selva, totalmente incomunicada de su familia y de todo
el mundo exterior desde hacía ya 5 años, sino a Uribe.
En aquel diciembre de 2007, el
presidente colombiano era huésped de la Argentina. Había venido para
asistir a la asunción de Cristina Kirchner.
Ella incluyó en su discurso
inaugural en el Congreso el caso Betancourt y le pidió públicamente a
Uribe que pusiera “todo el esfuerzo para no llegar demasiado tarde”.
“Quiero (…) solicitar a Dios ilumine al señor Presidente de la hermana y
querida República de Colombia para poder alumbrar una solución que exige el derecho humanitario internacional,sin
que esto signifique inmiscuirnos de ningún modo en cuestiones internas
de otro país”, dijo Cristina, negando estar haciendo lo que estaba
haciendo, es decir inmiscuirse en los asuntos internos de Colombia,
además de formular un reclamo a alguien que no le podía replicar en ese momento. Ni una palabra de condena a las FARC y su metodología violenta.
Poco antes, la presión de otros
bolivarianos para que Uribe negociara con una guerrilla que no sólo no
ofrecía deponer las armas, sino que seguía secuestrando -incluso a
civiles, como lo era Betancourt-, había llevado a Uribe a aceptar que su
par venezolano Hugo Chávez actuase como mediador. Como resultado de
ello, el presidente venezolano anunció que las FARC habían prometido liberar para fin de año a tres rehenes:
la secretaria de Betancourt, Clara Rojas, el hijo que ésta había tenido
en la selva, y otra política secuestrada, Consuelo González de
Perduomo.
Chávez invitó a su amigo Néstor
Kirchner a integrar junto a él la comisión de garantes que supervisaría
la llamada “Operación Emanuel” -por el nombre del hijo de Rojas- y a
viajar a Colombia para la entrega de los rehenes. Los Kirchner aceptaron
inmediatamente: parecía una excelente misión para el presidente
saliente.
Pese al trato que había recibido en
Buenos Aires, Uribe tuvo la deferencia de llamar a su par argentina
para sugerirle que no enviara a su esposo a la selva colombiana porque
la entrega de rehenes no iba a tener lugar. Cristina Kirchner, quizás
creyendo conocer mejor que él la situación colombiana, le contestó.
“Sería un escándalo internacional si (las FARC) no cumplieran. No pueden
hacer eso”.
Néstor Kirchner viajó por lo tanto
el 27 de diciembre a Venezuela para encontrarse con Hugo Chávez y
marchar juntos hacia la frontera con Colombia. Iba acompañado por el ex
canciller Jorge Taiana y por Rafael Follonier,
otro ex funcionario, al que la prensa calificaba como “perito en
guerrillas”. Vestidos de fajina y provistos de mapas y otros equipos,
los comisionados hicieron los últimos preparativos de la Operación
Emanuel, antes de partir hacia Villavicenciodonde las FARC los iban a dejar plantados.
Tras un par de días de espera
infructuosa, el 31 de diciembre llegó Uribe al rescate de los garantes
y, generoso, les facilitó una salida para la embarazosa situación en la
que se encontraban.
Para colmo, en medio de la fallida operación, Uribe se dio el gusto de anunciar que el hijo de Clara Rojas ya estaba en poder de las autoridades colombianas,
demostrando que tenía un claro control de la situación, en contraste
con la improvisación de los “comisionados”, con Chávez a la cabeza. El
presidente venezolano vio además revocados sus poderes de mediador: las
rehenes fueron entregadas más tarde, a las autoridades colombianas.
Esta humillación explica en buena
medida la virulencia con la cual algunos de estos actores retomaron sus
críticas contra Uribe a la primera ocasión. Y la oportunidad no se hizo
esperar: fue el 1º de marzo del año siguiente, 2008, cuando las
fuerzas armadas colombianas lanzaron un operativo contra el campamento
de las FARC en el que cayó muerto Raúl Reyes, número 2 del
grupo guerrillero. El detalle era que el campamento de las FARC se
encontraba en territorio ecuatoriano, a unos 1800 kilómetros de la
frontera. Rafael Correa puso el grito en el cielo. Exigió la inmediata
convocatoria del Grupo de Río. La cumbre, que tuvo lugar en Santo
Domingo, el 6 de marzo de 2008, fue precedida por un crescendo de
declaraciones durísimas contra Bogotá por parte de los presidentes de
Ecuador y Venezuela que llegaron hasta a anunciar la ruptura de
relaciones diplomáticas con Colombia. En ese mismo tono, en la reunión
en República Dominicana, los mandatarios rivalizaron en diatribas contra
el intervencionismo colombiano y su “ultraje” a Ecuador. Sin dejar de
reivindicar su actuación contra las FARC, Uribe admitió no haber avisado
a Correa del operativo.
Luego de un largo debate, el
presidente colombiano pareció sentir que ya no quedaba mucho por decir:
se levantó y avanzó con los brazos abiertos hacia su par ecuatoriano
invitándolo a darse un abrazo. Así venció la resistencia de Correa y
luego del abrazo con éste hizo lo mismo con Chávez.
Eso sí, en todo el debate no hubo
la menor recriminación de los presidentes latinoamericanos a Ecuador por
permitir a las FARC tener campamentos en su territorio.
“El terrorismo sabe conseguir idiotas útiles”,
había dicho alguna vez Álvaro Uribe. Y, aunque pareciera innecesario,
en otra oportunidad sintió la necesidad de aclarar: “América Latina tuvo
guerrillas contra dictaduras. Acá (en Colombia) hay una guerrilla en desafío contra una democracia”.
La cumbre de Santo Domingo había sido televisada en vivo.El mundo entero asistió al triunfo dialéctico del presidente colombiano, casi solo contra todos. Por eso la siguiente vez que quisieron interpelarlo, lo primero que hicieron sus pares bolivarianos fue prohibir la televisación del encuentro.
Fue en agosto del año siguiente (2009), en Bariloche, Argentina, en una
cumbre de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). Allí, países
latinoamericanos que no padecen el desafío de grupos armados a la
autoridad del Estado y a la integridad territorial de la nación,
condenaron el eventual uso de bases colombianas por el ejército
estadounidense.
Nuevamente hubo una ronda de
discursos encendidos, amenazas de ruptura diplomática y, esta vez, un
contra-ataque de Uribe a sus pares por la falta de respaldo en la lucha
contra la guerrilla. Hubo un comunicado conjunto proclamando a la región
“zona de paz”, pero la cuestión de fondo quedó postergada y el
enfrentamiento no pasó a mayores.
Luego, en agosto de 2010, Álvaro
Uribe fue sucedido por su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien
de inmediato inició las conversaciones con las FARC, en Cuba y con la
mediación, entre otros, de Venezuela.
Es imposible no ver en el
entusiasmo y la ausencia total de reparos con los cuales el grueso de
los mandatarios latinoamericanos recibió estos diálogos cierto dejo de
revanchismo contra un ex presidente colombiano que había resistido
incólume todas sus ofensivas.
Falta sumar en esa cuenta el desenlace del caso Betancourt.La
rehén más célebre de las FARC no fue liberada por la influencia o
mediación de Hugo Chávez, ni por las exhortaciones de Cristina Kirchner,
sino por una brillante operación de infiltración del Ejército
colombiano, en julio de 2008, que dejó boquiabierto al mundo.
El ex presidente Uribe, bajo cuya
gestión la guerrilla colombiana sufrió los más duros golpes de su
historia -pero también fueron desmovilizados los grupos parapoliciales,
algo que pocos recuerdan-, fue crítico de las negociaciones con las
FARC, auspiciadas por los hermanos Castro, desde un primer momento,
esencialmente porque consideró inadmisible otorgarles a los jefes
guerrilleros un trato y un estatus que prácticamente los ponía a la par
de las autoridades legalmente constituidas de su país.
Hoy, fortalecido por el triunfo de
su posición en el plebiscito, Álvaro Uribe ha manifestado su
predisposición a trabajar por una paz justa para todos. Sería
interesante que, teniendo en cuenta las lecciones de la historia, la
dirigencia latinoamericana le otorgase algo de crédito. En
especial debería hacerlo el actual gobierno argentino que,
inexplicablemente, pese a estar supuestamente en las antípodas del
bolivarianismo, actuó con el mismo desconocimiento de la situación
colombiana que su antecesor y, por ende, cayó en la misma trampa.
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