REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
Luego de hacer algunas notas de mis largas
reuniones con don Antonio, ahora me dirigía a mi ciudad natal de Hermosillo con
el exclusivo propósito de explorar esa conciencia de mi padre ya extraviada.
Jamás cruzó por mi mente lo que este encuentro me develaría. Aquel cerebro de
explosiva potencia y de una gran intelectualidad, permanecía ahora en cierta
forma apagado como huyendo de la realidad y ese, era ahora mi reto: Rescatarlo
y exprimir las últimas gotas de historia y sabiduría que, sin lugar a dudas
todavía guardaba en su profundidad.
Si algo había siempre disfrutado mi padre, era
el tomarse su café muy de madrugada y por no sé que motivos, mis hermanas habían
decidido que era algo que le hacia daño y se lo negaban. Pero llegaba yo armado
con kilos del café combate que toda su vida había disfrutado en ese su muy
especial ritual. Al dia siguiente de mi arribo, me levanto a las 5 AM y de
inmediato me doy a la tarea de preparar el café estilo rancho, de aquellos
arenosos que tanto gozaba cuando la Colacha se lo servia en Las Calaveras.
Estaba por servirme la primera taza, cuando aparece en el comedor y sonriendo
me dice; que bonito huele a café. Siéntate le digo, te voy a servir uno. Se le
ilumina el rostro como a un niño que le han dado permiso para hacer algo que
realmente le gusta.
Le pongo enfrente rebosante la enorme taza que
le regalaran los hijos de Carlos Armando Biebrich años atrás, con la leyenda;
TATA #1. Le da el primer sorbo y no oculta su gran placer al exclamar; ¡que
buen café! ¿De donde lo trajiste? pregunta ahora. Te lo manda la Colacha del
rancho, sonríe y exclama; que buen detalle de esa mujer. Iba ya por su segunda
taza cuando lo fusilo con mi solicitud; oye papá, háblame de mi tío Gilberto.
Me dirige una mirada como de gran sorpresa, y calla unos segundos. Inicia; ah,
Gilberto mi hermano, ese fue un gran hombre en toda la extensión de la palabra,
y sobre todo, el ser humano mas íntegro y valiente que yo haya conocido.
Fíjate continúa, yo era un niño huérfano de
padre viviendo en un pueblo de la sierra como lo era Sahuaripa a principios del
siglo. Mi madre era una generala que a pialerasos lidiaba con todos nosotros
que habíamos sido 16 y, eso porque mi padre falleció a los 52 años de edad
cuando yo tenia un año, si no, tal vez hubiéramos llegado a ser mas de veinte.
El no haber conocido a mi padre dejaba un gran vació y mis recuerdos de niñez,
son realmente tristes. Sin embargo, de repente todo eso cambiaba cuando mi
hermano Gilberto me llevaba a vivir con el a la ciudad de Mexico, siendo ya
Secretario de Gobernación en la presidencia de Obregón.
A medida que avanzaba en su relato más alerta
lo veía y me sorprendía. Continúa; de estar viviendo en el pueblo entre la
multitud que éramos y una madre histérica, pues al enviudar debía tomar la
carga de sostener ese ejercito, de repente me encuentro viviendo en una casa
contigua al Castillo de Chapultepec, asistiendo a una de las mejores escuelas
primarias de la ciudad, y lo mas importante, Gilberto y Sofía me trataban como
si fuera un verdadero hijo. El Presidente Obregón vivía en el castillo y
recuerdo muy bien que todas las mañanas la guardia de yaquis que mantenía, nos
llevaban a mí y a Alvaro Jr. a montar ponys por todo el bosque. Yo me reía
mucho de Alvaro cuando le recordaba que siempre lo vestían de charro y
sonriendo me respondía: no se lo cuentes a nadie ¿bueno?
Como pude lo fui llevando al tema que en esos
momentos me interesaba conocer y del cual, no tenía casi nada de información:
El destierro. Cuando finalmente lo centro en esa etapa de su vida, me doy
cuenta de que lo invade una gran tristeza y por primera vez, descubro esa gran
cruz que había cargado durante toda su existencia. Me dirige esa mirada tan
parecida a la del tío Gilberto que casi fusilaba, e inicia. Gilberto debería de
haber sido presidente cuando asesinaron a Obregón, era el mejor hombre que el
país tenía pero, su problema fue el que nunca se dejaría mangonear por Calles.
Mi vida, desde mi salida de Sahuaripa se había convertido en un cuento de
hadas. Las mejores escuelas en Mexico, luego a mis 13 años de edad, me voy a
Europa con Gilberto y me inscribe en el Real Ateneo de Bruselas, uno de los
mejores de Europa.
Gilberto fue mi inspiración para estudiar
leyes puesto que, me había inculcado ese gran amor al estado de derecho y así,
se convertía en mi guía para combinar mis estudios con otras ciencias que el
amaba; filosofía y letras. Yo había ya ingresado a la Universidad de Bruselas y
el mundo me sonreía. Visualizaba mi futuro y me proyectaba en unos años con mis
títulos y diplomas de las mejores Universidades del mundo. Mi hermano era uno
de los politicos mas prestigiados y estaba seguro que la presidencia le aguardaba
para construir un verdadero país. Luego soñaba con entrar al servicio
diplomático al regresar a Mexico. Lo que nunca consideré, es que el servicio
público en México, luego de las tenebras revolucionarias, quedaría vedado para
los hombres íntegros y honestos.
Cuando Calles debería de haber dado por
terminado el control de los militares para abrir paso a la civilidad con
hombres como Gilberto, le daba la espalda al pueblo al iniciar esa dictadura de
partido que tanto daño le ha hecho, y le sigue haciendo a México. Cuando el
Gral. Obregón lanza de nuevo su candidatura, yo fui testigo de las luchas
interiores de mi hermano ante las alternativas: romper el orden constitucional,
o, permitir que Calles tejiera esa red para aprisionar a los mexicanos. El proceso
que vivió Gilberto en esa época, fue muy doloroso puesto que, consideraba que
Obregón, su padrino, rompía el orden
constitucional. Pero yo siendo un chamaco inexperto, en el fondo me daba gusto
pues sabía muy bien de la relación tan especial que Gilberto mantenía con
Obregón. Pero conociendo a mi hermano, jamás se lo mencioné, pues conocía muy
bien su posible reacción ante alguien simpatizando con la ruptura de la ley.
Yo estaba con Gilberto cuando se enteró de la
muerte de Obregón y ese detalle que él poco platicaba, de haber tenido cierta
premonición, a mi me tocó vivirlo. Regresábamos a Londres, luego de un dia en
la playa, cuando de repente Gilberto le dice a Sofía no sentirse bien y, ya
sudaba profusamente cuando por increíble que parezca es cierto, le sale una
frase: Tengo el presentimiento que algo le ha sucedido al Gral. Obregón. Al
llegar a la embajada ya lo esperaba el cable donde le notificaban del
asesinato. Nunca había visto a mi hermano tan devastado. Obregón era, tal vez,
el hombre que más hubiera admirado Gilberto, su padrino, su mentor, su gran
amigo, y la noticia de su muerte, interiormente lo destrozaba.
Gilberto luego de recibir la devastadora
noticia, se dejaba caer en un sillón de su oficina en la embajada y, ahí permanecería
en silencio durante algo que a mi me pareció una eternidad. Yo sabía bien lo
que en esos momentos cruzaba por su mente pues con esa sabiduría premonitoria,
él ya dibujaba la visión de un México encadenado por otra dictadura. Después de
varias horas de haber permanecido en su encierro, Sofía me pide; ve y habla con
Gilberto pues sé que en estos momentos sufre.
Sin anunciarme entro a la oficina en oscuras y
le pregunto; ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? Levanta la mirada y me dice; tantas
vidas perdidas, tanto destrozo para regresar a lo mismo. El Gral. Obregón no merecía
esa muerte tan miserable. La revolución se ha perdido.
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