Alberto
Mansueti
En los años ‘50 y ’60 del pasado siglo XX, se
pusieron de moda los Partidos “Demócrata Cristianos”, con resonante éxito en Alemania
e Italia, los dos grandes países europeos vencidos en la guerra, a los cuales
levantaron de su postración, muy rápidamente. Se habló entonces del “milagro
alemán”, y del italiano, atribuidos respectivamente a Ludwig Erhard
(protestante), Ministro de Economía y luego Canciller Federal de Alemania, y a
Luigi Einaudi (católico), Presidente de Italia.
Pero ambos políticos europeos describían la
experiencia como “normalización”, que es lo opuesto a un “milagro”.
“Normalizar” significó lisa y llanamente “desestatizar”; lo cual se hizo en la Economía,
y en distintos grados en otros sectores, como educación, atención médica, y Cajas
de Jubilaciones. Explicaron que el estatismo es anormal; por eso no se requieren
milagros, sino algo mucho más simple y natural: retornar a la normalidad, destruida
por los Gobiernos socialistas tras la I Guerra Mundial.
¿Cómo se retornó? Privatizando y desreglamentando,
para devolver a personas e instituciones sociales el gobierno de sus propios
asuntos. Eso es liberalismo clásico, pero ¿cómo se relaciona con el
cristianismo? Es que un “Gobierno cristiano” no es un Gobierno “de los
cristianos”, o sea cristianos en puestos de Presidente, Ministros, etc., tal
vez obligando a la gente a bautizarse, y a ser miembros de alguna Iglesia. No; es
más bien lo contrario. Y no es cuestión de quiénes ocupan puestos públicos,
sino del “sistema” gubernativo o social cristiano, que desde luego no es
socialista, como creen las izquierdas “cristianas”, ni es sobrenatural, como
creen los pentecostales.
Descripciones breves pero muy precisas se pueden
leer en artículos cortos, como The Biblical Doctrine of Government por Rousas Rushdoony;
The Biblical Model for Civil Government, por William Einwechter; y Biblical
Self-Government por Stiles Watson, todos en Internet. Exponen el remedio a los
males de la sociedad: instituciones de la Ley Bíblica. Siguen la enseñanza del
teólogo calvinista holandés Abraham Kuyper (1837-1920), fundador (1879) del primer
partido democristiano europeo, aunque le llamó Partido “Anti-Revolucionario”,
creado para frenar el comunismo; ¡y lo logró!
“Autogobierno” es lo primero. Mejor, en plural:
autogobiernos. Es cuando el Estado, mejor dicho el “Gobierno
civil”, no es el único gobierno, ni gobierna sobre “toda la sociedad”, porque la
sociedad bien estructurada tiene muchos “pilares” o fundamentos, que se
autogobiernan, sin depender del Estado.
“Autarquía” es la capacidad de estas instancias para
darse sus propias autoridades, y “autonomía” es su capacidad para darse sus
propias normas (auto-regulación). En una sociedad “pilarizada”, enseñaba Kuyper,
ellas no reciben órdenes, directivas, subsidios, ni privilegios del Gobierno.
Entre otros, los pilares son:
(1) El individuo: la persona individual se autogobierna;
el Gobierno civil no debe pretender dirigir las vidas, ni mantenernos
económicamente, ni enseñarnos nada, ni atendernos en la enfermedad o vejez.
En el modelo cristiano, el Gobierno civil es un
pilar, pero sólo para proteger los derechos bíblicos (“naturales” si les quiere
llamar así), a la vida, libertad y propiedad, que son “humanos”, pues sólo las
criaturas humanas tenemos derechos, de ahí lo engañoso de la expresión
“derechos humanos”. Y sólo mediante una función represiva (policía), y judicial
(tribunales), bajo el “imperio de la Ley justa”.
El Gobierno es democrático porque lo elige el
pueblo, pero sin “soberanía” sobre las esferas privadas, excepto en carácter
subsidiario: sólo si hay un crimen, lo que revela un fallo en el autocontrol de
la persona, sector o esfera en cuestión. Esta es la doctrina de la
“subsidiariedad”, después muy mal interpretada por los economistas católicos en
su mayoría, y por las Encíclicas sobre “la cuestión social”, salvo “Centésimo
Año” de Juan Pablo II (1991).
(2) Familia. El primer “seguro social”. Si es
sólida su base económica, afirma su independencia. Pero el estatismo socava la
economía privada, así debilita la familia, que no puede sostenerse, mucho menos
tener una prole numerosa. Y se apodera el Estado de la educación, y de la “salud
pública” (otro concepto harto engañoso); así la familia se le subordina, y es incapaz
de ofrecer resistencia.
(3) Trabajo, oficio o profesión, empresa y
economía deben ser libres, sin reglamentos estorbosos y costosos. Y con pocos y
bajos impuestos, para conservar íntegro el fruto de nuestro esfuerzo, con
moneda sana, y el poder del ahorro, así evitamos deudas que nos esclavizan.
(4) Para que haya libertad de enseñanza, la
educación también debe ser privada, para que el Estado no imponga su propio
credo en los centros docentes, ni haya la feroz y perpetua lucha de facciones
para imponer cada cual su criterio, como es ahora.
(5) Las clínicas médicas, cajas de jubilaciones,
seguros etc., deben ser empresas, fundaciones, asociaciones civiles o
cooperativas, autogobernadas; y también los clubes sociales y deportivos,
orquestas, bibliotecas, museos, medios de prensa, etc. En competencia abierta.
Igual sindicatos y partidos políticos. Y entidades voluntarias de ayuda a los
más necesitados, “segundo seguro social”.
(6) Para que haya libertad de cultos, las iglesias
también deben ser independientes y autónomas: la religión debe estar total y
por completo separada del Gobierno, lo cual no significa “separada de la
política”, como ahora se pretende exigir.
(7) Y en el Gobierno debe haber “frenos y
contrapesos”, no importa que sean tipo presidencialista o tipo parlamentario,
eso no es decisivo. Pero el Estado debe ser federal y descentralizado: desde el
nivel local o municipal, el más relevante, hasta el nivel nacional, que no es
“central” ni “superior”; por eso el viejo nombre “puritano” de Holanda era
“Provincias Unidas” (como los “Estados Unidos”, y el “Reino Unido”), y el de
Suiza era “Confederación Helvética”.
Kuyper enfrentó a las izquierdas por su maldad en
“despilarizar” a las naciones, para someterlo todo al Estado. Las sociedades
“despilarizadas” quedan desvertebradas, desestructuradas. Pero casi no se nota,
porque los socialistas, muy insidiosos, cambian los contenidos de las
instituciones, manteniendo sus nombres. Así, vocablos como por ej.
“federalismo”, “autonomía”, “dinero”, “democracia”, escuela o empresa “privada”,
son palabras muertas, sin sentido, porque las realidades decretadas chocan y
contradicen de frente sus significados propios originales. Por eso la enorme confusión.
¿Se captó la idea? Bueno, entonces, ¡hasta la
próxima si Dios quiere!
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