Los diferentes tipos de colectivistas, del hipócrita al fashion
Por Maria Marty
Puede verse también de la autora La perversa moral de hacer caridad con lo ajeno y La “igualdad” es la farsa con el mejor marketing del planeta
Si uno mira el listado de países con
mayor libertad económica, encontrará también entre ellos a los países
más ricos, donde el poder de compra per cápita son los más altos del
mundo. También encontrará que los países más pobres son aquellos donde
hay menor libertad económica.
En nuestro continente, la evidencia es clara. Estados Unidos y Canadá son los más libres y ricos. Venezuela y Cuba, los
menos libres y más pobres. Con solo comparar algunas fotos entre estos
países, es suficiente para comprender que existe un romance apasionado
entre el respeto por los derechos individuales – vida, libertad y
propiedad- y el progreso.
Por otra parte, parece haber otro tipo
de romance entre la pobreza y el colectivismo, la idea por la cual el
individuo debe quedar subordinado al colectivo -en la forma de sociedad,
comunidad, nación, raza, pueblo, proletariado, etc-.
La pregunta clave es: si la evidencia
económica es tan claramente obvia a favor del capitalismo, ¿por qué
entonces en varias partes del mundo se sigue insistiendo con diferentes
versiones de socialismo/colectivismo?
La respuesta es: porque las razones por
las que una persona es -consciente o inconscientemente- colectivista, no
son de orden económico. Son de orden filosófico y psicológico.
Tipos de colectivistas
La mayor parte de los colectivistas lo
son por varias razones, mezcladas y combinadas. Pero vale la pena, al
menos, mencionar algunas de sus características en forma independiente.
Tenemos al colectivista ignorante. Entre
ellos hay muchos jóvenes que enamorados de lo que consideran un ideal,
solo ven lo que se ve, pero aún no han logrado captar lo que no se ve.
Necesitan sentirse parte de un grupo y la idea del colectivo les atrae.
No terminan de relacionar causa y efecto, lo que no les permite ver, por
ejemplo, que la causa de la riqueza de Estados Unidos no se debió a su
geografía ni a su suerte ni a la explotación de países pobres. Se debió a
una Constitución y carta de derechos que aseguró a cada ciudadano la
libertad de producir, expresarse, comerciar y contratar, como así
también su derecho de conservar el fruto de su trabajo.
Este tipo de colectivista, en cuanto desarrolla su observación y capacidad de relacionar conceptos, deja de serlo.
Por otro lado, está el envidioso que ve
en el colectivismo una solución para sus debilidades psicológicas. Odia
todo lo bueno por el simple hecho de ser bueno. Desea la destrucción, la
pobreza, la angustia y la muerte por sobre la producción, la riqueza,
la felicidad y la vida. Por eso, será un ferviente defensor de un
sistema que logre lo primero y opositor del sistema que permita lo
segundo. El Che Guevara es un claro ejemplo de este tipo de psicología
que dejó plasmada en la carta que escribió a su padre confesando el
placer que le generaba matar.
El colectivista inseguro no confía en
sus habilidades para vivir en forma independiente. Internamente cree que
su supervivencia depende de la mente y capacidades ajenas y por ende,
estará dispuesto a obedecer órdenes, repetir consignas y perder toda
dignidad a cambio de la seguridad de vivir sobre la espalda ajena. Todos
los fervientes seguidores de un líder autoritario y despótico son
ejemplos de este tipo de personaje.
El colectivista hipócrita no se opone al
mercado ni a la libertad durante el proceso de creación de riqueza,
pero al momento de disfrutar los frutos de dicha creación, maldice al
capitalismo y bendice al colectivismo. Ama los productos generados por
el capitalismo, pero prefiere que sean otros los que los produzcan para
luego demandar una tajada. Ciudadanos comunes y corrientes, políticos,
líderes espirituales como el Papa, defienden la propiedad privada a la
hora de la producción y la propiedad colectiva a la hora de la
distribución. Halagan a Teresa de Calcuta, pero proponen distribuir la
riqueza de Jobs. Usan el discurso colectivista para vivir como
capitalistas.
El colectivista fashion es lo que se
llama “puro verso”. Se ha sabido ganar su propia buena vida, pero su
discurso contradice todos los valores que le permitieron progresar.
Escuchen a los actores de Hollywood. Todos ellos millonarios gracias al
sistema capitalista, pero levantan la bandera del colectivismo cada vez
que tienen una audiencia a su disposición. Son una contradicción
viviente y parecen sufrir del mismo virus que ataca a algunos jóvenes:
no logran relacionar conceptos.
Para terminar con esta clasificación
general e informal, quiero mencionar al que considero el más peligroso
de todos los colectivistas: aquel que no sabe que lo es. Nunca se
definiría a sí mismo como tal, es productivo y sus intenciones son
nobles. Pero fue educado en el altruismo y considera que en esta vida la
meta es vivir para nuestros hermanos. Se siente culpable de su suerte,
méritos y logros, y cree que los demás tienen derechos adquiridos sobre
su existencia. No van a votar por Castro, ni por Maduro ni por Kirchner,
pero halagan la intervención del Estado benefactor, los impuestos, la
redistribución de la riqueza y los planes sociales, mientras condenan la
moralidad y egoísmo de Messi por esconder su plata en un paraíso
fiscal.
Son mayoría y están escondidos entre los
socialistas, los radicales, los social-demócratas, los nacionalistas,
los conservadores e incluso entre los liberales. Posiblemente sin mala
intención, son quienes fertilizan el campo moral con semillas de culpa
para que luego los colectivistas puros y duros cosechen el resultado y
proclamen su “derecho” a vivir de los demás.
Todo colectivista -consciente o
inconscientemente- considera que el fin justifica los medios, que el
grupo es el valor supremo y, por ende, que vale sacrificar a algunos de
sus miembros en su nombre. Dado que los sacrificios raramente son
voluntarios, terminan justificando el inicio de la fuerza como
herramienta para obtenerlos, transformándose en cómplices -por acción u
omisión- de gobiernos autoritarios y tiranos.
Para terminar con el colectivismo, se
requiere que aquellos que no somos ni ignorantes, ni envidiosos, ni
hipócritas, ni inseguros, revisemos con cuidado la moral por la que
hemos adoptado y cuestionemos sus bases. Se requiere que volvamos a
poner al individuo por sobre el grupo, a los derechos individuales por
sobre la necesidad, la razón por sobre el capricho y la vida por sobre
la muerte.
Si piensan que esto es exagerado,
repasen la historia y vean lo que el colectivismo dejó en la Unión
Soviética de Lenin, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la
China de Mao, bajo el pretexto del bien común. Y luego, vuelvan a
pensar.
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