La
política, al igual que la ética, es una rama normativa de la filosofía.
La política define los principios de un sistema social apropiado,
incluyendo las funciones propias de un gobierno.
Vivir en sociedad es un valor para el
hombre si es el tipo correcto de sociedad. El tipo errado, como
cualquier otro curso de acción errado, es una amenaza para el hombre, y
puede ser fatal.
Hay un único estándar que pueda guiar a
un pensador a definir el sistema social “correcto”: el código de valores
morales del hombre, es decir, los principios de la ética. La política
está basada en la ética (y por lo tanto en la metafísica y la
epistemología); es una aplicación de la ética a cuestiones sociales. La
política, por lo tanto, es una conclusión extraída de todos los
fundamentos de un sistema filosófico; no es donde el sistema empieza ni
ningún tipo de aspecto primario. Eso es cierto de cualquier teoría
política, sin importar dónde esté en el espectro ideológico.
¿Qué tipo de sociedad se ajusta a – o
refleja – los principios de la moralidad? Esa es la pregunta planteada
por la política filosófica. Dada la moralidad Objetivista, la pregunta
se convierte en: ¿Qué tipo de sociedad se ajusta a los requerimientos de
la vida del hombre? ¿Qué tipo hace posibles las virtudes que hemos
estado estudiando? ¿Qué tipo representa la supremacía de la razón?
El principio básico en política, según
Objetivismo, es el principio que fue ratificado por los Padres
Fundadores de los Estados Unidos: Los derechos individuales.
“Derechos”, dice Ayn Rand,
son un concepto moral, un concepto que
proporciona una transición lógica desde los principios que guían las
acciones de un individuo hasta los principios que guían su relación con
otros, el concepto que preserva y protege la moralidad individual en un
contexto social, el vínculo entre el código moral de un hombre y el
código legal de una sociedad, entre ética y política. Los derechos individuales son la forma de subordinar la sociedad a la ley moral.
Un “derecho”, en la definición de Ayn
Rand, “es un principio moral que define y sanciona la libertad de acción
de un hombre en un contexto social”. Un derecho es una sanción a la
acción independiente; lo contrario de actuar por derecho es actuar por permiso.
Si alguien pide prestado tu lápiz, tú estableces los términos de su
uso. Cuando lo devuelve, nadie puede establecer los términos por ti; tú
lo usas por derecho.
Un derecho es una prerrogativa que no puede ser moralmente
infringida o alienada. De hecho, los delincuentes son posibles; hombres
inocentes pueden ser robados o esclavizados. En tales casos, sin
embargo, los derechos de la víctima continúan siendo inalienables: el
derecho sigue estando del lado de la víctima; el delincuente está
actuando mal.
Si un hombre viviese en una isla
desierta, no tendría sentido definir su relación correcta con otros.
Aunque los hombres interactuasen en una isla pero lo hiciesen al azar,
sin establecer un sistema social, el tema de los derechos sería
prematuro. Aún no habría ningún contexto para el concepto ni, por lo
tanto, ningún medio para implementarlo; no existiría una entidad que lo
interpretase, lo aplicase, lo hiciese cumplir. Cuando los hombres
deciden formar (o reformar) una sociedad organizada, sin embargo, cuando
deciden perseguir sistemáticamente las ventajas de vivir juntos,
entonces sí que necesitan ser guiados por un principio. Ese es el
contexto en el que el principio de derechos surgiría. Si tu sociedad ha
de ser moral (y por lo tanto práctica), dice ese principio, debes
empezar reconociendo los requerimientos morales del hombre en un
contexto social; es decir, debes definir la esfera de la soberanía que
es prescrita para cada individuo por las leyes de la moralidad. Dentro
de esa esfera, el individuo actúa sin necesidad de ningún acuerdo o
aprobación de otros, y esos otros no pueden interferir.
En su contenido, como reconocieron los
Padres Fundadores, hay un solo derecho fundamental que tiene varios
derivados importantes. El derecho fundamental es el derecho a la vida.
Sus principales derivados son el derecho a la libertad, a la propiedad y
a la búsqueda de la felicidad.
El derecho a la vida significa el
derecho a mantener y proteger la propia vida. Significa el derecho a
tomar todas las acciones requeridas por la naturaleza de un ser racional
para preservar su vida. Para sustentar su vida, el hombre necesita un
método de supervivencia: debe usar su facultad racional para adquirir
conocimiento y elegir valores, y luego actuar para alcanzar sus valores.
El derecho a la libertad es el derecho a ese método; es el derecho a
pensar y a elegir, y luego a actuar de acuerdo con el propio juicio de
uno. Para sustentar su vida, el hombre necesita crear los medios
materiales de su supervivencia. El derecho a la propiedad es el derecho a
ese proceso; en la definición de Ayn Rand, es “el derecho a obtener,
mantener, usar y disponer de valores materiales”. Para sustentar su
vida, el hombre necesita ser gobernado por un cierto motivo: su objetivo
debe ser su propio bienestar. El derecho a la búsqueda de la felicidad
es el derecho a este motivo; es el derecho a vivir para el propio
beneficio y la propia realización de uno.
Los derechos forman una unidad lógica.
En palabras de Samuel Adams, todos ellos son “ramas manifiestas, en vez
de deducciones a partir de él, del deber de auto-preservación,
comúnmente llamado la primera ley de la naturaleza”. Sería una cruda
contradicción decirle a un hombre: tienes derecho a la vida, pero
necesitas permiso de otros para pensar o actuar. O bien: tienes derecho a
la vida, pero necesitas permiso de otros para producir o consumir. O
bien: tienes derecho a la vida, pero ni se te ocurra perseguir ningún
motivo personal sin la aprobación del gobierno.
Los derechos a la vida, la libertad, y
la búsqueda de la felicidad, aunque mal interpretados e implícitamente
negados por los intelectuales de hoy, todavía reciben alguna atención
formal en Occidente. El derecho a la propiedad, sin embargo, es
regularmente atacado; la propiedad privada, alegan los intelectuales,
colisiona con el principio mismo de derechos humanos. Ayn Rand responde a
esta alegación de forma elocuente:
Así como el hombre no puede existir sin
su cuerpo, así tampoco los derechos pueden existir sin el derecho a
traducir los derechos de uno a la realidad – a pensar, a trabajar y a
conservar los resultados – lo que significa: el derecho a la propiedad.
Los modernos místicos del músculo que te ofrecen la fraudulenta
alternativa de “derechos humanos” contra “derechos de propiedad”, como
si uno pudiese existir sin el otro, están haciendo un último y grotesco
intento por revivir la doctrina del alma contra el cuerpo. Sólo un
fantasma puede existir sin propiedad material, sólo un esclavo puede
trabajar sin derecho al producto de su esfuerzo. La doctrina de que los
“derechos humanos” son superiores a los “derechos de propiedad”
significa simplemente que algunos seres humanos tienen el derecho a
convertir a otros en su propiedad; como el competente no tiene nada que
ganar del incompetente, lo que significa es el derecho del incompetente a
poseer a quienes son mejores que él y usarlos como ganado de
explotación. Quien considere esto como humano y como correcto, no tiene
derecho a ser llamado “humano”.
Dado que el hombre es un ser integrado
de mente y cuerpo, cada derecho implica todos los demás; ninguno de
ellos es definible o posible si está separado del resto. No puede haber
un derecho a pensar sin un derecho a actuar: pensar (para un hombre
racional) es una guía a la acción; el proceso consiste en establecer los
fines y los medios de la acción de uno por medio de la identificación
de hechos y de valores. De modo similar, no puede haber un derecho a
actuar separado del derecho a poseer: una acción requiere el uso de
objetos materiales (incluso el acto de hablar requiere un pedazo de
tierra sobre el que pisar). La libertad – como el hombre – es
indivisible. O, en palabras de Ayn Rand: “La libertad intelectual no puede existir sin la libertad política; la libertad política no puede existir sin la libertad económica; una mente libre y un mercado libre son corolarios”.
Pasando ahora a la cuestión de la
validación lógica: puesto que no son primarios, los derechos del hombre
requieren demostración a través de un proceso apropiado de reducción. En
el enfoque Objetivista, la naturaleza de tal reducción es fácil de ver.
Cada uno de los derechos del hombre tiene un origen específico en la
ética Objetivista y, por debajo de eso, en la visión Objetivista de la
naturaleza metafísica del hombre (que a su vez se basa en la
epistemología y la metafísica Objetivista). El hombre es un cierto tipo
de organismo viviente – lo que nos lleva a su necesidad de moralidad y
que la vida del hombre sea el estándar moral – lo que nos lleva al
derecho a actuar dejándose guiar por ese estándar, es decir, al derecho a
la vida. La razón es el medio básico de supervivencia del hombre – lo
que nos lleva a que la racionalidad sea la virtud principal – lo que nos
lleva al derecho a actuar de acuerdo con el juicio de uno, es decir, al
derecho a la libertad. A diferencia de los animales, el hombre no
sobrevive adaptándose a lo dado – lo cual nos lleva a que la
productividad sea una virtud cardinal – lo que nos lleva al derecho a
guardar, usar y disponer de las cosas que uno ha producido, es decir, al
derecho a la propiedad. La razón es un atributo del individuo, un
atributo que exige, como condición para poder funcionar, un compromiso
inquebrantable con la realidad – lo que nos lleva a la ética del egoísmo
– lo que nos lleva al derecho a la búsqueda de la felicidad.
Ya que una filosofía correcta es un
sistema integrado, cada derecho se basa no sólo en un único principio
ético o metafísico, sino en todos los principios que acabamos de
mencionar (y en última instancia en todos los principios, de cada una de
las ramas de la filosofía, que preceden al tema de los derechos).
Todos los derechos se basan en el hecho
de que la vida del hombre es el estándar moral. Los derechos son
derechos a los tipos de acciones necesarias para la preservación de la
vida humana. Así como “sólo el concepto de ´vida´ hace posible el
concepto de ´valor´”, así también son sólo los requerimientos de la vida
del hombre los que hacen posible la moralidad, y por lo tanto, el
concepto de “derechos”.
Todos los derechos están basados en el
hecho de que el hombre sobrevive por medio de la razón. Los derechos son
derechos sobre las acciones necesarias para la preservación de un ser
racional. Sólo una entidad con una facultad conceptual tiene criterio
bajo el cual actuar, voluntad con la cual seleccionar objetivos, e
inteligencia con la cual crear riqueza.
Todos los derechos están basados en el
hecho de que el hombre es un ser productivo. Los derechos presuponen que
los hombres pueden vivir juntos sin sacrificar a nadie. Si el hombre
sólo consumiese objetos provistos en una cantidad estática por la
naturaleza, entonces cada hombre sería una amenaza potencial para todos
los otros. En tal caso, la regla de la vida tendría que ser la que
gobierna a las especies inferiores: agarra lo que puedas antes de que
los demás lo cojan, come o sé comido, mata o muere.
Todos los derechos están basados en la
ética del egoísmo. Los derechos son posesiones egoístas de un individuo,
la confirmación del derecho a su vida, su libertad, su propiedad, la
búsqueda de su propia felicidad. Sólo un ser que es un fin en sí mismo
puede reivindicar una aprobación moral a una acción independiente. Si el
hombre existiese para servir a una entidad fuera de sí mismo, fuese
Dios o la sociedad, entonces él no tendría derechos, sino solamente los
deberes de un sirviente.
Quienquiera que entienda la filosofía de
Objetivismo (o implícitamente acepte una moralidad aristotélica de
interés propio, como pasó con los pensadores políticos de la
Ilustración) puede comprender los derechos humanos adecuados sin
esfuerzo; esto puede hacer que él considere que tales derechos, de la
forma que expresa la Declaración de Independencia [de USA], son
“evidentes”. Los derechos, sin embargo, no son evidentes. Son corolarios
de una ética aplicada a una organización social… siempre que uno tenga
la ética correcta. Si uno no la tiene, entonces ninguna de las dos se
sostiene.
Los derechos a la vida, la libertad, la
propiedad y la búsqueda de la felicidad son los únicos derechos
discutidos por la política filosófica. Son los únicos derechos
formulados en términos de abstracciones generales y basados directamente
en principios éticos universales. Las numerosas aplicaciones e
implementaciones de esos derechos, como la libertad de prensa o un
juicio con un jurado, o las demás prerrogativas detalladas en la
Declaración de Derechos [de USA], pertenecen al campo de la filosofía
del derecho, y requieren para su validación un proceso de reducción a
los derechos filosóficos del hombre.
Por su naturaleza, el concepto de
“derecho” se refiere, en palabras de Ayn Rand, “sólo a la acción,
específicamente, a la libertad de acción. Significa ser libre de
compulsión física, de coerción o de interferencia por parte de otros
hombres”. Como cada hombre está obligado a auto-sustentarse, nadie tiene
derecho a las acciones o productos de otros hombres (a menos que se
gane ese derecho a través de un proceso de intercambio voluntario). Un
derecho no es un derecho a la asistencia o una garantía de éxito; si lo
que uno busca implica la actividad de otros hombres, entonces es el
derecho que ellos tienen de decidir si cooperar o no. Los derechos de un
hombre no le imponen deberes a otros, sino sólo una obligación
negativa: esos otros no pueden legítimamente violar los derechos de él.
El derecho a la vida es el derecho a un
proceso de auto-preservación; no significa que otras personas deban
darle alimento a alguien cuando esté hambriento, medicinas cuando esté
enfermo, o trabajo cuando esté desempleado. El derecho a la libertad no
significa que otros deban satisfacer los deseos de una persona o ni
siquiera estar de acuerdo en tratar con él en nada. El derecho a la
propiedad no significa el derecho a que el gobierno le dé a uno
propiedades, sino a producir y de esa forma ganársela. El derecho a la
búsqueda de la felicidad es precisamente eso: a buscarla, no
necesariamente a conseguirla; si no fuese así, uno podría alegar que sus
prójimos, al no darle los favores que él quiere, están destruyendo su
felicidad y de esa forma violando los derechos de él. ¿Qué pasaría
entonces con los derechos de ellos?
Si los derechos son definidos en
términos racionales, entonces ningún conflicto es posible entre los
derechos de un individuo y los de otro. Cada hombre es soberano. Cada
uno es absolutamente libre dentro de la esfera de sus propios derechos, y
cada hombre tiene los mismos derechos.
Si uno separa el concepto de “derechos”
de la razón y la realidad, sin embargo, entonces sólo conflicto es
posible, y la teoría de los “derechos” se autodestruye. Así como los
malos principios expulsan a los buenos, así también los falsos derechos –
los que reflejan principios malvados – expulsan a los derechos válidos…
un proceso que está totalmente pervertido hoy día con la proliferación
de palabrería contradictoria como “derechos económicos”, “derechos
colectivos”, “derechos fetales” y “derechos de los animales”.
“Derechos económicos” en este contexto
significa el derecho de un hombre, por el simple hecho de existir, a
bienes y servicios hechos por el hombre, tales como alimentos, ropa,
vivienda, trabajo, educación, guardería, cuidados médicos, una pensión
de jubilación. Todos estos supuestos derechos tienen dentro una
contradicción: si mi derecho a la vida implica un derecho a tu trabajo o
al resultado de tu trabajo, entonces tú no puedes tener derecho a la
libertad o a la propiedad. Si mi exigencia inmerecida no es satisfecha,
mi “derecho” es violado; si es satisfecha – como una cuestión de
derecho, sin tener en cuenta lo que tú decidas – entonces es tu derecho a
la vida lo que es violado; tú te conviertes en una criatura sin
derechos, que funciona con mi permiso o el de la sociedad. Leche gratis
para una parte de la población, de la forma que explica este punto un
teórico político, significa trabajos forzados para el resto. El “derecho
a esclavizar”, observa Ayn Rand, es una contradicción en términos;
significa el derecho a infringir los derechos.
Los derechos del hombre incluyen
prerrogativas “económicas” exclusivamente en forma del derecho a la
propiedad, y de los derechos a la libre asociación y al libre comercio
(como aspectos de la libertad). Hablar de “derechos económicos” en
cualquier otro sentido significa destruir el concepto de “derechos”. Tal
noción representa el intento, derivado de la ética del auto-sacrificio,
de convertir las necesidades de un hombre en deberes impuestos sobre
los demás; es una inversión que de un plumazo destruye la esencia de la
virtud para ambas partes, quien necesita y quien es necesitado. Virtud,
como sabemos, es acción auto-generada y auto-sustentable.
“Derechos colectivos” quiere decir
derechos que pertenecen a un grupo cual grupo, derechos supuestamente
independientes de los poseídos por el individuo. Y así oímos hablar de
derechos especiales de empresarios, trabajadores, agricultores,
consumidores, de los jóvenes, los ancianos, los estudiantes, las
mujeres, la raza, la clase, la nación, el público. Los portavoces de
tales grupos presentan demandas que violan los derechos legítimos o de
personas fuera del grupo y/o de los que están dentro de él. Las demandas
varían desde favores económicos a poderes especiales a una masacre
directa. Al igual que la teoría de los “derechos económicos”, todas esas
variantes colectivistas reflejan la ética del auto-sacrificio; todas
las variantes dividen a los hombres en beneficiarios y sirvientes, en
amos y esclavos, y de esa forma invalidan el concepto de “derechos”,
sustituyéndolo por el principio de la ley de la chusma.
“Un grupo”, observa Ayn Rand,
no puede tener más derechos que los
derechos de sus miembros individuales. En una sociedad libre, los
“derechos” de cualquier grupo se derivan de los derechos de sus miembros
a través de su elección voluntaria e individual y de su acuerdo contractual, y son simplemente la aplicación de esos derechos individuales a un proyecto específico. . .
Un grupo como tal no tiene derechos. Un
hombre no puede adquirir nuevos derechos por unirse a un grupo, ni
perder los derechos que ya posee. El principio de los derechos
individuales es la única base moral de todos los grupos o asociaciones.
“Derechos individuales”, en resumen, es
una redundancia, aunque sea necesaria en el caos intelectual de hoy.
Sólo el individuo tiene derechos.
Así como no existen los derechos de grupos de individuos, tampoco existen los derechos de partes
de individuos: no existen los derechos de brazos o de tumores o de
ningún pedazo de tejido que crezca dentro de una mujer, incluso aunque
tengan la capacidad de llegar a ser un ser humano en algún momento
futuro. Una potencialidad no es una realidad, y un óvulo fecundado, un
embrión o un feto no son un ser humano. Los derechos pertenecen sólo al
hombre, y hombres son entidades, organismos que están biológicamente
formados y físicamente separados uno del otro. Lo que vive dentro del
cuerpo de otro no puede hacer ninguna reivindicación contra su
anfitrión”.
La paternidad responsable requiere
décadas dedicadas a criar apropiadamente del hijo. Sentenciar a una
mujer a tener un hijo contra su voluntad es una abominable violación de
sus derechos: de su derecho a la libertad (a las funciones de su
cuerpo), de su derecho a la búsqueda de la felicidad, y, a veces, de su
derecho a la vida misma, incluso como sierva. Esa sentencia representa
el sacrificio de lo real a lo potencial, de un ser humano de verdad a un
trozo de protoplasma, que no tiene vida en el sentido humano del
término. Es una pura perversión del lenguaje el que los que demandan
ese sacrificio se autodenominen “defensores del derecho a la vida”.
El punto culminante (hasta la fecha) de
la campaña contra los “derechos” es separar ese concepto totalmente de
la especie humana, o sea, alegar que los animales tienen derechos.
Los derechos son normas morales que
instan a la persuasión en vez de a la coacción, y no hay forma de
aplicar la moralidad a lo amoral, o la persuasión a lo no-conceptual. Un
animal no necesita justificar su comportamiento; no actúa por derecho o
por permiso; percibe objetos y acto seguido simplemente reacciona como
tiene que hacer. Al tratar con tales organismos, no hay ninguna ley
aplicable excepto la ley de la selva, la ley de la fuerza contra la
fuerza.
Un animal (por su naturaleza) está
ocupado sólo de su supervivencia; el hombre (por elección) debe ocuparse
sólo de la suya, lo cual requiere que establezca un dominio sobre las
especies inferiores. Algunas de ellas amenazan su vida y deben ser
exterminadas; otras sirven como fuentes de comida o de vestidos, como
objetos para la investigación médica, incluso como objetos de recreación
o que sustituyen a una amistad (mascotas). Por su naturaleza y en todo
el reino animal, la vida sobrevive alimentándose de vida. Exigir que el
hombre ceda ante los “derechos” de otra especie es despojar al
propio hombre del derecho a la vida. Se trata de “otro-ismo”, o sea,
altru-ismo, un altruismo que se ha vuelto loco.
Un hombre debe respetar la libertad de
los seres humanos por una razón egoísta: él puede beneficiarse
enormemente de las acciones racionales de otros. Pero un hombre no gana
nada respetando la “libertad” de los animales; al contrario, esa
política podría poner en serio peligro su supervivencia. ¿Cómo puede el
hombre moralmente infligir dolor a otra especie o tratarla como un medio
para sus propios fines? Puede hacerlo, responde Objetivismo, cuando
tratarla de esa forma sea necesario o conveniente, a juzgar por el
estándar de moralidad; puede hacerlo porque las necesidades del hombre
son la raíz del concepto “moral”. La fuente de los derechos, igual que
la de las virtudes, no es el nivel perceptual-sensorial de la
consciencia, sino el nivel conceptual. La fuente no es la capacidad de
experimentar dolor, sino la capacidad de pensar.
No hay derechos sobre el trabajo de otros hombres, ni derechos de
grupos, partes o no-humanos. Lo único que hay son los derechos del
hombre, su derecho a perseguir por su cuenta un determinado curso de
acción.
Los derechos del hombre, mantiene Ayn
Rand, pueden ser violados sólo por un medio: por la iniciación de la
fuerza física (incluyendo sus formas indirectas, como el fraude). Uno no
puede expropiar los valores de un hombre, o impedirle perseguir sus
valores, o esclavizarlo de alguna manera, si no es usando la fuerza
física. Cualquiera que se abstenga de tal iniciación – sean cuales sean
sus virtudes o sus vicios, su conocimiento o sus errores –
necesariamente deja intactos los derechos de otros.
Aunque pensadores anteriores, incluyendo
los Padres Fundadores, a menudo insinuaban lo anterior, ellos no
llegaron a identificarlo explícitamente. Eso representó una laguna en la
teoría de los derechos que hizo imposible su aplicación consistente a
la realidad. Así, si un hombre no tiene educación o no ha sido
capacitado formalmente para saber cómo elegir y actuar – muchos
pensadores de la Ilustración creían – él no sabrá cómo ejercer su
derecho a la libertad; esa creencia llevó a defender la educación
estatal como un medio para proteger los derechos. O, un siglo más tarde:
si un hombre no puede competir en un campo determinado por causa del
poder económico de los ya establecidos en él – declaraban los
conservadores Republicanos – su libertad queda reducida por esa misma
razón; esa creencia llevó al principal precursor del estatismo
norteamericano del siglo XX: la Ley Sherman Antimonopolios de 1890. Los
supuestos defensores de la libertad, en esos casos, no hicieron ningún
esfuerzo por señalar que algunos estaban iniciando el uso de la fuerza
física; no había ningún principio reconocido que pudiera
guiarles en sus interpretaciones transcendentales, ningún principio que
definiese lo que constituye infracción o protección de derechos. De esa
forma la puerta quedó abierta para la idea hegeliana de que la coacción –
obligatoriedad escolar, impuestos obligatorios, competencia
obligatoria, etc. – es el medio para conseguir la libertad; es decir, la
puerta estaba abierta para la destrucción del concepto de “derechos”.
El descubrimiento de Ayn Rand de que los
derechos pueden ser violados solamente por el uso de la fuerza física
es histórico. Es esencial para completar adecuadamente la teoría de los
derechos, dándoles a los hombres por primera vez los medios para
implementar la teoría objetivamente. El violador de derechos,
en la visión de Ayn Rand, no ha de ser detectado por “intuición”,
emoción, o voto; su acción es un hecho tangible, manifiesto en principio
para la percepción sensorial. La protección de los derechos, de acuerdo
con eso, incluye una única función: proteger al inocente de tal acción.
El descubrimiento de Ayn Rand, en
política, de la relación entre derechos y fuerza proviene de su
descubrimiento, en ética, de la maldad moral de la fuerza
física. La fuerza, enseña su ética, es una forma de acción – la única –
que paraliza y anula la mente de la víctima. Es por lo tanto la única
maldad que un hombre puede perpetrar contra otro y que niegue la
herramienta de supervivencia de la víctima, o sea, que literalmente
detenga la acción de auto-preservación humana, o sea, que contradiga el derecho a vivir.
Un individuo puede ser perjudicado de
numerosas formas por la irracionalidad, la deshonestidad y la injusticia
de otros hombres. Sobre todo, puede decepcionarse, quizás seriamente,
por la maldad de una persona en quien una vez había confiado o incluso
amado. Pero mientras su propiedad no le sea expropiada y él no sea
molestado físicamente, el daño que sufre es esencialmente espiritual, no
físico; en tal caso, sólo el individuo que ha sido víctima tiene el
poder y la responsabilidad de curar sus propias heridas. Él sigue libre:
libre de pensar, de aprender de sus experiencias, de buscar relaciones
humanas en otro lugar; continúa libre para comenzar de nuevo y perseguir
su felicidad. Sólo el crimen de la fuerza es capaz de hacer que su
víctima se vuelva indefensa. La responsabilidad moral de una sociedad
organizada, por lo tanto, radica en una sola obligación: la de
proscribir ese crimen, o sea, la de proteger los derechos individuales.
La razón tiene un requisito social
y sólo uno: la libertad; tal es la esencia del argumento de los
derechos del hombre. Metafísicamente, el individuo es soberano (es un
ser de un alma que él mismo ha creado). Éticamente, él está obligado a
vivir como un soberano (como un egoísta independiente). Políticamente,
por lo tanto, él debe ser capaz de actuar como un soberano.
Los hombres pueden optar por no
reconocer los derechos, así como pueden optar por descartar la moralidad
o evadir la realidad; pero no pueden hacerlo con total impunidad. Tanto
en teoría como en la práctica empapada de sangre, hay sólo una
alternativa a la libertad: la tentativa de los hombres de vivir
desafiando los requerimientos de la razón. Esto significa la tentativa
de sobrevivir sin una herramienta de supervivencia.
Los derechos son principios objetivos; son objetivos tanto en cuanto a contenido como en cuanto a validación. “La fuente de los derechos del hombre”, dice Ayn Rand,
no es ni la ley divina ni la ley del
congreso, sino la ley de identidad. A es A, y el Hombre es el Hombre.
Los derechos son las condiciones de la existencia requeridas por la
naturaleza del hombre para su supervivencia apropiada. Si el hombre debe
vivir en la tierra, es correcto que use su mente, es correcto que actúe
de acuerdo con su propio libre albedrío, es correcto trabajar para sus
valores y conservar el producido de su trabajo. Si la vida en la tierra
es su propósito, tiene derecho a vivir como un ser racional: la
naturaleza le prohíbe lo irracional.
De nuevo vemos aquí en funcionamiento la alineación con la primacía de la existencia. El mundo, incluyendo el hombre, es de una cierta forma; por lo tanto, si el hombre quiere sobrevivir, debe actuar en consecuencia.
En una filosofía basada en la primacía
de la consciencia, en contraste, los derechos, si llegan a ser
defendidos, proceden de los edictos de una consciencia.
El individuo, dice el intrinsicista que
acepta los derechos, es una creación de Dios, y por tanto es propiedad
de Él, no propiedad del colectivo. Tal enfoque implica una negación de
los derechos; significa que sólo Dios es moralmente soberano. En la
práctica, eso lleva a la conclusión de que el hombre en la tierra puede
ser usado y desechado por los representantes de Dios en la tierra.
Ninguna sociedad religiosa ha apreciado
ni protegido jamás la libertad individual, que es un valor y un logro
puramente secular. Los derechos, contrariamente a una formulación muy
común durante la Ilustración, no proceden del hacedor del hombre o de su
“creador”. Proceden del hecho de la existencia del hombre y de los
requerimientos de su supervivencia, da igual de dónde haya venido.
En la variante subjetivista (social), la
fuente de los derechos son los sentimientos o las leyes del grupo. Esto
representa una negación explícita de los derechos. En esta visión, los
“derechos” de un hombre no son más que permisos que le son concedidos
(temporalmente) por otros hombres.
La verdad es que los derechos son
terrenales y absolutos al mismo tiempo, porque su fuente no es ni Dios
ni el grupo, sino la realidad; la realidad, junto con la decisión de
permanecer en ella.
“Individualismo” significa énfasis en el
individuo. Los subjetivistas de la variedad personal usan el término
para designar y justificar su adoración al capricho. Ayn Rand, sin
embargo, usa el término dentro del contexto de sus premisas básicas.
“Individualismo” es la visión de que, en asuntos sociales, el individuo
es la unidad de valor; esto es un corolario moral del principio de que
cada hombre es un fin en sí mismo. Políticamente, como expresión de este
enfoque, un sistema social “individualista” es el que defiende los
derechos individuales.
Lo contrario de individualismo es
cualquier moralidad que valore algo – cualquier cosa – por encima del
hombre como individuo, y cualquier política que ponga cualquier cosa por
encima de los derechos individuales. Si dejamos de lado las supuestas
afirmaciones de que Dios, los animales o la capa de ozono tienen
preferencia en este sentido, entonces el competidor filosófico del
individualismo es el colectivismo. El colectivismo es una aplicación a
la política de la ética del altruismo. Dado que el hombre existe
exclusivamente para servir a los otros hombres, dice, los derechos
individuales son un mito; el grupo es la unidad de valor y el titular de
la soberanía.
Nadie puede convertir al hombre en un eslabón en la cadena de la sociedad; no en un eslabón pensante.
Lo único que uno puede conseguir si lo intenta es destruir al hombre.
Un sistema colectivista, por lo tanto, igual que cualquier otra forma de
irracionalidad, es necesariamente auto-destructivo, sean cuales sean
sus líderes o políticas específicas. El mal es impotente en todas sus
versiones y en todos los campos, incluida la política.
Ayn Rand es más realista que los
aterrorizados anti-comunistas de la época de la Guerra Fría, que
temblaban ante la supuesta practicidad de la dictadura. El mejor símbolo
de este tema es el contraste entre dos proyecciones de un futuro
colectivista: la novela 1984 de George Orwell contra Himno [Anthem,
en el original, N. del T.] de Ayn Rand (publicado más de una década
antes, en 1938). Orwell ve la libertad como un lujo; cree que uno puede
acabar con todo vestigio de pensamiento libre y aún así mantener una
civilización industrial. ¿La mente de quién la está manteniendo? No hay respuesta. Himno, en
contraste, nos muestra “eslabones sociales” que han retrocedido, tanto
espiritual como materialmente, a su condición de salvajes primitivos.
Cuando los hombres pierden la libertad de pensar, entiende Ayn Rand,
pierden los productos del pensamiento también.
La evidencia histórica que apoya la
posición de Ayn Rand sigue acumulándose. La última parte (1990) es el
desmoronamiento mundial del comunismo. Las víctimas de Marx, sin
comprensión ni ideología, huyen para salvar sus vidas hacia alguna forma
de economía de mercado. Sin libertad, incluso los líderes soviéticos
admiten ahora, un país no tiene más futuro que morirse de hambre.
Durante setenta y cinco años, al ser
confrontados con los fracasos del colectivismo, los intelectuales de
Occidente se han refugiado en la dicotomía cuerpo-mente. El socialismo o
el comunismo, dicen, son nobles en teoría, pero no son prácticos. Desde
luego que no son prácticos. La razón es que son falsos y malvados en teoría.
El individuo es una entidad autónoma,
cuyos derechos son un absoluto. Este es un hecho que no puede ser
reescrito. Es el hecho con el cual cualquier teoría política verdadera y
noble debe comenzar.
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