Pablo Martínez Bernal
"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".
Lord Acton.
La corrupción es tristemente un fenómeno de plena actualidad en España, además de ser la mayor preocupación, después del paro, que tienen la mayoría de españoles según el Centro de Investigaciones Sociológicas. Cada día nos despertamos ante nuevos casos de corrupción, tanto nacionales (Gürtel, ERES, Púnica, Guateque, MercaSevila, Edu…) como internacionales (Venezuela, Argentina, Ucrania, Corea del Norte…) que nos repugnan como ciudadanos cumplidores con la Ley y con nuestras obligaciones tributarias. El último caso con el que hoy amanecíamos era la supuesta mordida de 50 millones de dólares que la empresa Duro Felguera habría pagado a chavistas a cambio de un suculento contrato. La corrupción es en la gran mayoría de casos corrupción de dinero público, por lo que sus consecuencias nos afectan a todos. Mientras que los casos de corrupción en el ámbito privado sólo afecta a los accionistas de las empresas involucradas, cuando nos encontramos ante corrupción con dinero público, los damnificados son la sociedad en su conjunto.Reducir la corrupción en cualquier país es uno de los objetivos más loables que una sociedad puede perseguir, además de uno de los más demandados. Tanto es así que no podemos entender el auge de partidos como Podemos o más recientemente Ciudadanos si no es por el hecho de que los votantes están hartos de una cleptocracia que lleva décadas llenándose los bolsillos con el dinero que tanto nos cuesta ganar y que tan gratuitamente despilfarran los políticos. Ya se sabe, “el dinero público no es de nadie”.
El problema viene cuando, fruto de un mal diagnóstico del problema, se plantean soluciones que, o bien no resuelven el problema (en el mejor de los casos) o bien incluso lo agravarían (en el peor de los casos). El diagnóstico simplista que ha hecho Podemos (y que pese a ello le ha resultado tremendamente exitoso) es que la corrupción es culpa de los dos principales partidos políticos en nuestro país. Para los demagogos que ahora reniegan del liberticida y corrupto chavismo (I, II y III), eliminar la corrupción es tan sencillo como cambiar al PPSOE por los dirigentes de Podemos. Obviamente, si fuese tan sencillo de resolver, la corrupción no sería un problema con el que el ser humano lleva luchando cada vez que una sociedad avanzada ha emergido.
La corrupción, tal y como demuestran diversos estudios científicos, es imposible de erradicar aunque sí se puede combatir. Según revelan estudios en la materia, existe una correlación positiva entre el nivel de corrupción y el grado de poder de un individuo. Es decir, que a mayor poder acumulado por un individuo, mayor es el grado de corrupción que padece su persona. Tal y como explica Ignacio Moncada en éste imprescindible artículo, la principal cauda de la corrupción según Víctor Lapuente Gine (profesor de Ciencia Política en la Universidad de Gotemmburgo) es la politización de las instituciones. Lamentablemente, nuestro país destaca en el ranking europeo de politización de las instituciones. Si sumamos estos dos factores (la correlación positiva entre poder y corrupción y que la corrupción se origina con la politización de las instituciones), podemos concluir que una sociedad que busque reducir la corrupción deberá perseguir una reducción del poder que los políticos acumulen así como una disminución de la politización de las instituciones.
Hablemos ahora de socialismo. Los países más socialistas del mundo son también los más corruptos. Hablo de Corea del Norte, de Cuba, de Venezuela, de China (muy socialista a nivel político pero muy capitalista a nivel económico, una peligrosa combinación), de Ecuador. La esencia del socialismo es el poder absoluto del Estado en el control de la vida de sus siervos. Una sociedad que abrace con todas sus fuerzas el ideario socialista acabará siendo esclava del Estado mientras que los pocos que ocupen los cargos más poderosos dentro de la jerarquía cleptocrática estatal se llenarán los bolsillos y vivirán como si de reyes se tratara. Será una sociedad que se empobrecerá al mismo ritmo al que sus gobernantes se enriquecerán. Ahí (y no ahora), la desigualdad sí sería un problema. En las sociedades fuertemente intervenidas, la riqueza de unos sí que es fruto de la pobreza de otros. Kim Jon-un es inmensamente rico porque todos los norcoreanos le pertenecen. Puede disponer de ellos como un niño dispone de sus piezas de Lego: a su antojo. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Viktor Yanukovich ex presidente de Ucranía y las papeleras del baño de la residencia presidencial en bañadas en oro. O la vida de lujos de Kim Yong-un mientras su pueblo se muere de hambre ante las hambrunas provocadas por la planificación estatal de la producción agrícola.
Las soluciones para reducir la corrupción son lógicas y simples: menos gasto público, mayor persecución judicial de la corrupción, penas y multas mucho mayores, menor discrecionalidad de gasto público. En definitiva, menor poder de unos a costa de otros. Más libertad para la sociedad civil y menos poder para el Estado. Más libertad y menos coacción. Y es que la corrupción y el socialismo son dos caras de una misma moneda. Nada hay más empobrecedor para una sociedad que el hecho de creer que los políticos son la solución (y no la causa) de sus problemas. El estatismo es una idea errónea muy peligrosa que no hará sino aumentar la corrupción de un país. Es estúpido creer que un grupo reducido de políticos que gestiona más de 500.000 millones de euros al año de dinero de los ciudadanos (sin mencionar el inmenso poder que otorga el BOE) no va a intenten llenarse los bolsillos, con independencia del partido político al que pertenezcan. Creer esto es tan infantil y estúpido como que un adulto crea en los Reyes Magos, con la diferencia de que el segundo seguirá recibiendo regalos una vez se tope con la cruda realidad. Y creer que un partido político como Podemos no va a aumentar la corrupción en nuestro país, más.
Implementar estas soluciones es otra cosa bien distinta. La sociedad debe comprender que las soluciones fáciles no existen. Podemos no es la llave que nos acercará a una sociedad mucho menos corrupta. Ojalá, pero no. Si queremos un país con mucha menos corrupción, debemos luchar por conseguir que España sea un país mucho menos socialista, con menos Estado, con menos políticos, con menos opciones de que alguien se llene sus bolsillos con el sudor de nuestra fuente. Lo que necesitamos en definitiva es país mucho más libre. Ya lo dicen nuestros amigos los americanos: freedom works.
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