¿Por qué las izquierdas trabajan tanto?
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es un hecho comprobable que los miembros
de la tradición de pensamiento que provienen de las izquierdas dedican
mucho tiempo al estudio y a la difusión de sus ideas, sea a través de
centros de investigaciones, cátedras universitarias, publicación de
libros, ensayos o artículos y, en otro orden de cosas, a la militancia
partidaria y no partidaria. Sin embargo, también se observa un contraste
muy grande con los esfuerzos muchas veces anémicos por financiar y
trabajar en el estudio y la difusión de las ideas en las que se sustenta
una sociedad abierta.
Hace tiempo escribí una columna titulada
“El síndrome del poeta” donde apuntaba a mostrar que habitualmente en
círculos de artistas, escritores de ficción, sacerdotes, escultores,
músicos, poetas y equivalentes donde hay una gran sensibilidad y
creatividad, sus integrantes tienden a rechazar las propuestas liberales
y se inclinan por el socialismo. Si algún liberal se acerca a esos
círculos con el propósito de elaborar sobre ideas sociales, la reacción
puede resumirse con esta respuesta: “no me va a explicar usted el
significado de la ley de la oferta y demanda, el proceso de formación de
salarios, el multiplicador bancario, el librecambio, análisis fiscal o
el teorema de la regresión monetaria, puesto que nosotros estamos en
temas mucho más sublimes y alejados del burdo economicismo”. Sin
embargo, cuando se pronuncian en temas sociales, sus aseveraciones
resultan alarmantes y terminan perjudicando gravemente a quienes dicen
quieren proteger.
Ahora bien, ¿por qué este contraste
entre una y otra posición en cuanto al entusiasmo en el trabajo por
parte de las izquierdas y tanta desidia entre quienes se dicen
partidarios de la sociedad libre? Encuentro la explicación en lo que se
denomina la “mística”, esto es, quienes siguen doctrinas envueltas en
misterios y cargadas de contemplaciones a situaciones trascendentales y
perfectas, muchas veces -a pesar del dictum marxista de que “la religión
es el opio de los pueblos”- asimiladas a posturas religiosas afectadas y
exuberantes linderas en el fanatismo. Me parece que esa es la clave de
nuestra incógnita. Unos más fantasiosos y otros menos, todos los
socialistas dibujan sociedades perfectas.
Así lo han hecho Sismondi, Saint-Simon,
Owen, Fourier, Proudhon, Rodbertus, Lasalle hasta llegar a Marx (y antes
Platón, Campanella, Moro y Harrington). Karl Marx y Engels prometen la
abolición de estratos sociales y la división del trabajo, sociedad en la
consignan en 1846 que cada cual “pueda por la mañana cazar, por la
tarde pescar y por la noche apacentar el ganado y, después de comer, si
me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser cazador, pescador,
pastor o crítico, según los casos”. En definitiva Marx promete “a cada
uno según su necesidad” en un estado idílico sin sobresaltos ni
confrontación alguna donde la escasez carecería de sentido. Esto se
fabrica en la visión marxista con el expediente de la construcción del
“hombre nuevo” desinteresado y, al mismo tiempo, autorrealizado, alejado
de los venenos que impondría el régimen de propiedad privada (escribe
con Engels en su manifiesto comunista de 1848 que “pueden sin duda los
comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de
la propiedad privada”) y en la primera obra que escribieron en
coautoría, en 1845, adhieren al materialismo determinista, lo cual
arrasa con la condición humana, idea ya presente en la tesis doctoral de
Marx sobre Demócrito presentada en la Universidad de Jena.
En todo caso, esta tarea arrogante de
reconstrucción y rediseño del hombre y de la consiguiente ingeniería
social siempre ha terminado en el Gulag con el espectáculo bochornoso de
seres humanos escuálidos y hambrientos, en medio de la mugre y rodeados
de alambrados de púa esperando ejecuciones sumarias, sometidos a todo
tipo de ultrajes y vejaciones en el contexto de persecuciones
implacables a disidentes, todo concebido y planificado por una cúpula de
iluminados, enceguecidos por una soberbia superlativa que viven en la
opulencia rodeados de alcahuetes y cortesanos-genuflexos. Y la
historieta del “socialismo con rostro humano” constituye una grotesca
contradicción en los términos, un imposible que pretende unir dos
conceptos mutuamente excluyentes: la libertad y la servidumbre. Esto por
más que, paradójicamente y haciendo caso omiso de los indecibles
padecimientos a los que sus experimentos conducen una y otra vez, las
izquierdas se arrogan el monopolio de los sentimientos de abnegación y
magnanimidad, mientras que endosan la mezquindad y la malicia a los
espíritus liberales.
De cualquier manera, la sola propuesta de
“la felicidad perfecta” que proponen los socialismos hace que muchos
incautos se dejen arrastrar por tamaño anzuelo y hacen que trabajen sin
cesar para imponer la sociedad socialista. A esto debe agregarse que el
cuadro socialista se aprecia en medio de razonamientos
sobresimplificados y entrecortados que no hurgan en las consecuencias
mediatas de sus políticas.
Por otro lado, el liberalismo o la
sociedad abierta exige análisis detenido y propone algo mucho más
prosaico y pedestre: trabajar, esforzarse y ahorrar para prosperar en un
contexto de comerciantes que, para mejorar sus propios patrimonios, se
ven obligados a servir a sus semejantes en un ámbito competitivo donde
la contratara de la libertad es la responsabilidad por las acciones que
cada uno lleva a cabo. Pongámoslo de esta manera: por un lado, se
promete el paraíso terrenal y por otro la inocultable realidad de que
dos más dos son cuatro y nadie parece dar la vida por semejante
aritmética.
Pero es indispensable mirar el problema
desde otro costado. Las faenas cotidianas en defensa de las autonomías
individuales, indispensables por parte de cada persona que desea que se
la respete, no pueden menospreciarse ni soslayarse. Probablemente no se
trata de una “mística” pero no es menor el sostener que se trata nada
más y nada menos que de la supervivencia de la condición humana, por lo
que sin duda vale la pena esmerarse en trabajar diariamente. Es de
esperar que las reacciones en esta dirección se produzcan en grado
suficiente para que las personas con autoestima y sentido de dignidad
puedan sobrevivir a los embates de un Leviatán cada vez más contundente y
avasallador.
Por último, en estas lides debe tenerse
en cuenta no solo el peligro intelectual de una doctrina totalitaria que
arrasa con las libertades y despoja al ser humano de su esencia, sino
que debe estarse prevenido de las trampas que permanentemente tienden
los autócratas. En este sentido, ilustro la idea con el comportamiento
del bufón del Orinoco que persigue sin piedad a toda manifestación de
periodismo independiente en Venezuela. Pero las jugadas arrogantes a
veces tienen sus sorpresas: al día siguiente de las elecciones
parlamentarias el tirano caribeño del socialismo del siglo xxi después
de su acostumbrada incontinencia verbal anunció que daba lugar a cuatro
preguntas de periodistas y cuando pensó que todo estaba amañado se le
filtró una de Andreina Flores... la pregunta que se hacía toda persona
medianamente informada. Este interrogante hizo que el bufón de marras
estallara de ira y mostrara más claramente el rostro repugnante de la
intolerancia y la cobardía. Aquella corajuda periodista, en medio de
reflexiones de alcahuetes y genuflexos como un tal Luis Bilbao
(militante disfrazado de periodista) y de las preguntas rastreras y
serviles (las otras tres permitidas por el poder) como la del
corresponsal ruso, el cubano y la corresponsal de la televisión oficial
venezolana, preguntó como era posible que con cantidad de votos
similares a la oposición el partido gobernante haya obtenido treinta y
siete diputados más que la alianza de partidos democráticos, si acaso
éstos no tendrían razón de que las jurisdicciones electorales estaban
dibujadas por las autoridades. Solo una muestra más de la mala fe del
poder omnímodo y, afortunadamente, todo sucedió en cadena oficial para
registro del mundo. Una muestra más de la kleptocracia, que no solo roba
a través de confiscaciones de propiedades ajenas sino que roba
representantes en la legislatura en una de las tantas fantochadas de las
izquierdas en el poder.
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