Diecinueve consecuencias olvidadas de la redistribución de ingresos
The Freeman - El Instituto Independiente
Virtualmente, cada acción del gobierno
altera la distribución del ingreso personal, pero algunos programas
gubernamentales, que otorgan dinero, bienes, o servicios a individuos
que no dan nada a cambio, representan la redistribución del ingreso en
su forma más cruda.
Hasta el siglo veinte, los gobiernos
estadounidenses evitaron claramente tales “pagos de transferencias”. El
gobierno nacional otorgaba pensiones y concesiones de tierra a los
veteranos, y los gobiernos locales proveían de alimento y refugio al
indigente. Pero las transferencias a los veteranos podían ser vistas
como pagos diferidos por la prestación de servicios militares, y la
ayuda local nunca ascendió a mucho.
Desde la creación del sistema de la
Seguridad Social en 1935, y especialmente durante los últimos 30 años,
la cuantía de ingreso abiertamente transferida por los gobiernos se ha
incrementado dramáticamente. En 1960 los pagos de transferencias
gubernamentales a individuos ascendían a 29 mil millones de dólares, o
al 7 por ciento de los ingresos personales. En 1993 el total llegó a 912
mil millones de dólares, o a casi el 17 por ciento del ingreso
personal.1 Es decir, un dólar de cada seis recibidos como ingresos
personales toman en la actualidad la forma de beneficios por vejez,
pensiones por supervivencia, discapacidad, y seguro médico ($438 mil
millones), beneficios del subsidio por desempleo ($34 mil millones),
beneficios de los veteranos ($20 mil millones), beneficios de retiro de
los empleados del gobierno ($115 mil millones), ayuda a las familias con
niños dependientes ($24 mil millones), y una miscelánea de otros pagos
de transferencias gubernamentales ($280 mil millones) tales como los
subsidios federales a los granjeros y la asistencia pública estadual y
municipal a las personas pobres.
Mito versus Realidad
Es tentador pensar respecto de
las transferencias gubernamentales de un modo simple: una persona, el
contribuyente T, pierde cierta cantidad de dinero; otra persona, el
beneficiario R, gana la misma cantidad; y todo lo demás permanece igual.
Cuando la gente observa a la redistribución de ingresos de este modo,
tiende a efectuar un juicio sobre la deseabilidad de la transferencia
considerando simplemente si es T o R quien más la merece. Comúnmente,
en especial cuando la cuestión es discutida en los medios noticiosos o
por los políticos de la izquierda-liberal, R es retratado como un
representante de los pobres y como un oprimido y T como un individuo
rico o como una gran corporación. Los opositores a las transferencias,
aparecen entonces como insensibles y carentes de compasión por el menos
afortunado.
De hecho, una abrumadora porción—más del
85 por ciento—de todos los pagos de transferencias gubernamentales no
está sujeta a verificación, es decir que no está reservada para
beneficiarios de bajos ingresos.2 La mayor parte va a los ancianos bajo
la forma de pensiones y beneficios del Medicare (atención de la salud), y
cualquier persona de más de 65 años de edad, tanto ricos como pobres,
pueden recibir estos beneficios. En la actualidad, las personas de más
de 65 años poseen el ingreso más alto por persona y la mayor riqueza por
persona que cualquier otra categoría de edad en los Estados Unidos. Los
pagos de transferencias federales a los granjeros presentan un caso aún
más extremo de dádivas para aquellos que ya son relativamente
pudientes. En 1989, por ejemplo, el gobierno federal pagó cerca de 15
mil millones de dólares a los granjeros en subsidios directos a la
cosecha, y el 67 por ciento del dinero fue a los dueños del 17 por
ciento de las granjas más grandes—en muchos casos, los pagos a los
granjeros son literalmente bienestar para millonarios.3 Es
simplemente un engaño pensar que, como regla, el gobierno está
quitándoles a los ricos para beneficiar a los pobres. Incluso personas
que creen en la rectitud de la redistribución al estilo Robin Hood
deberían estar preocupadas por el verdadero carácter de la
redistribución que está siendo realizada hoy día por los gobiernos en
los Estados Unidos.
Pero además de los preocupantes
cuestionamientos morales planteados por la redistribución, la cuestión
es mucho más complicada de lo que comúnmente se la considera. Más allá
del hecho desnudo de que T paga impuestos al gobierno y el gobierno le
otorga bienes, servicios, o dinero a R, por lo menos otras 19
consecuencias tienen lugar cuando el gobierno redistribuye el ingreso.
Consecuencias Olvidadas
1. Los
impuestos con el propósito de redistribuir ingresos desalientan a los
contribuyentes a generar ingresos imponibles o a elevar el valor de la
propiedad imponible mediante la inversión. Los
individuos que saben que van a perder parte de sus ganancias, responden
al saldo personal alterado. Consecuentemente, producen menos bienes y
servicios y acumulan menos riqueza que la que de otra manera hubiesen
generado. Por lo tanto, la sociedad es más pobre, tanto ahora como más
adelante.
2. Los
pagos de transferencias desalientan a los beneficiarios a generar
ingresos en el presente y a invertir en su potencial para generar
ingresos futuros. Los individuos responden al reducido
costo de la ociosidad, escogiendo estar inactivos más a menudo. Cuando
pueden obtener su actual ingreso sin ganárselo, realizan menos esfuerzo
para generar ingresos. Cuando esperan obtener ingresos futuros sin
ganárselos, invierten menos en educación, entrenamiento, experiencia
laboral, salud personal, migración y otras formas de capital humano que
realcen su potencial para generar ingresos en el futuro. Por lo tanto la
sociedad es aún más pobre, tanto en la actualidad como más adelante,
que lo que hubiese sido, simplemente porque los impuestos desalientan la
producción y la inversión actuales por parte de los contribuyentes que
financian las transferencias.
3. Los beneficiarios de las transferencias tienden a volverse menos independientes y más subordinados a los pagos del gobierno. Cuando
la gente puede obtener ayuda sin ejercitar sus propias capacidades de
descubrir y de responder a las oportunidades para generar ingresos, esas
capacidades se atrofian. La gente se olvida—o sencillamente nunca
aprende—de cómo asistirse, y algunos de ellos eventualmente aceptan
simplemente su desamparo. No es casualidad alguna que tanto la privación
material como la lasitud caractericen a los individuos acostumbrados a
vivir de pagos tales como los provenientes de la Ayuda a Familias con
Niños Dependientes (AFDC su sigla en inglés).
4. Los
beneficiarios de las transferencias establecen un mal ejemplo para
otros, incluyendo sus hijos, familiares, y amigos, quienes ven como uno
puede recibir bienes, servicios, o dinero del gobierno sin ganárselos. Los
espectadores adoptan fácilmente la actitud de que ellos también, tienen
derecho a tales transferencias. Tienen menos ejemplos de gente
trabajadora e independiente en sus familias o vecindarios. Por lo tanto,
una cultura de la dependencia en las transferencias gubernamentales
puede tornarse dominante cuando mucha gente en una vecindad reposa en
las mismas para lo esencial de la vida o—allí donde los beneficiarios se
encuentran aventajados—sus comodidades.
5. Debido
a que algunas transferencias son más generosas que otras, algunas
clases de beneficiarios comienzan a resentir la “injusticia” de la
distribución de la generosidad. Por lo tanto, surgen los
conflictos políticos. Los representantes de los grupos descontentos
politizan la determinación de las sumas que serán transferirán y se
involucran en una persuasión continua para incrementar ciertas clases de
transferencias, a expensas de otros si es necesario. Nótense, por
ejemplo, las incesantes actividades de la Asociación Estadounidense de
Personas Jubiladas, quizás el grupo de presión más poderoso en
Washington, esforzándose por aumentar las pensiones y los beneficios del
Medicare a la vejez, o la Asociación Nacional para el Avance de la
Gente de Color, buscando incrementar las transferencias que benefician
en particular a los negros. Tales maniobras políticas generan y
exacerban los conflictos entre los grupos definidos por su elegibilidad
para recibir tipos particulares de transferencias: los viejos contra los
jóvenes, los negros contra los blancos, los del campo contra los de la
ciudad, los propietarios contra los inquilinos, y así sucesivamente sin
un límite visible. La sociedad se torna más conflictiva.
6. Así
como los beneficiarios se involucran en una guerra fratricida, lo mismo
hacen los contribuyentes, quienes resienten las desproporcionadas
cargas para el financiamiento de las transferencias. Por
ejemplo, la gente joven aprende ahora que sus impuestos de la Seguridad
Social están yendo directamente a los bolsillos de los jubilados,
quienes como grupo, se encuentran mejor. Los contribuyentes jóvenes
también aprenden que ellos nunca recuperarán probablemente sus propias
contribuciones, a diferencia de los ancianos actuales, que han realizado
una tasa efectiva de retorno sobre sus contribuciones
extraordinariamente alta. (Actualmente la pareja casada promedio,
recupera todo lo pagado, con intereses, en poco más de cuatro años.)4
Los contribuyentes negros a la Seguridad Social aprenden que, debido a
que su esperanza de vida es más baja, no pueden esperar recibir tanto
ingreso de retiro como puede esperar una persona blanca promedio. Los
contribuyentes que se consideran desproporcionadamente grabados
desarrollan un resentimiento a su explotación por parte del sistema de
impuestos-y-transferencias. Por lo tanto, otorgan más apoyo a los
políticos que prometen defender sus bolsos de los merodeadores
legislativos, y se esfuerzan más duramente por evitar o por evadir los
impuestos.
7. Como resultado de las dos consecuencias precedentes, la sociedad entera crece más dividida y agresiva. Cada
vez menos la sociedad constituye una comunidad genuina. En cambio, se
vuelve balcanizada en subgrupos belicosos viéndose los unos a los otros
como opresores y oprimidos. La gente pierde su sentido de pertenencia a
una comunidad política común con intereses colectivos y
responsabilidades conjuntas. En su lugar, los ciudadanos compatriotas se
ven los unos a los otros ya sea como víctimas o “mantenidos” y sienten
hostilidad personal hacia aquellos que aparecen como los ganadores netos
del sistema. Algunos llegan realmente a odiar a los percibidos como
“mantenidos”. Atestigüe la palpable hostilidad que se presenta cuando
los compradores que abonan en efectivo aguardan en la fila de la caja en
la tienda de comestibles mientras alguien utiliza estampillas de
alimentos para hacer compras.
8. Entre los beneficiarios de las transferencias, las instituciones del esfuerzo personal languidecen.
En los días de antaño, la carga de cuidar por el menos afortunado fuera
de la familia era sobrellevada principalmente por los amigos y los
vecinos actuando en conjunto a través de las iglesias, logias, uniones,
clubes, y otras asociaciones voluntarias. Cuando los individuos pueden
recibir asistencia directamente del gobierno, las asociaciones privadas
competentes tienden a marchitarse y eventualmente mueren—al menos sus
funciones como instituciones de ayuda desaparecen. Una vez que
desaparecieron, la gente que precisa ayuda no tiene a donde acudir a
excepción del gobierno, lo cual es desafortunado de muchas maneras,
debido a que lo que el gobierno hace no es realmente lo mismo. Ni es tan
eficaz, especialmente en el largo plazo, cuando las asociaciones
privadas tienen un éxito mucho mayor en cerciorarse de que los
individuos que recuperan sus capacidades reasuman entonces el cuidado de
sí mismos.
Un observador puntualizó eso en las
postrimerías del gran terremoto de Los Angeles, “Miles de individuos
desesperados y atomizados no hicieron otra cosa que esperar por un
salvador centralizado, el gobierno federal. Los Estados Unidos han sido
disminuidos por un sistema de compasión compulsiva que simplemente desea
apartar del camino a las verdaderas comunidades de modo tal que el
altruismo pueda ser dejado a los expertos”.5
9. A
medida que las instituciones del esfuerzo personal se desvanecen entre
los necesitados, también lo hacen las instituciones de caridad entre los
que se encuentran en mejores condiciones. Cuando las
agencias gubernamentales se encuentran listas para atender cada problema
concebible en la sociedad, los individuos cuyas sensibilidades los
inclinan a ayudar al menos afortunado poseen menos incentivos para
organizarse y hacerlo. Es fácil decir, “Pago mis impuestos, y un montón
de ellos. Dejemos que el gobierno se ocupe del problema”. Si uno
contribuye caritativamente, es como si uno estuviese pagando dos veces
para alcanzar el mismo objetivo. Por lo tanto, las transferencias del
gobierno desplazan a las transferencias privadas. La coacción, en la
forma del sistema fiscal, desplaza a la provisión voluntaria de la
asistencia, y las instituciones de la caridad privada decrecen.
10. A
medida que los ciudadanos abandonan su participación en las
instituciones caritativas y de ayuda, dejando el gobierno asumir el
control, se vuelven menos autónomos y aceptan más toda clase de
actividades gubernamentales. Por lo tanto, cuando
alguien propone que el gobierno emprenda una función previamente
realizada en forma exclusiva dentro de la esfera privada, la gente no se
estremece; ni siquiera es muy desconfiada acerca de la capacidad del
gobierno para llevar a cabo la tarea. Después de todo, los gobiernos
realizan en la actualidad toda clase de cosas, desde socializar a los
pre-escolares hasta alimentar a los pobres y asegurarles los gastos
médicos a los ancianos. Por ende, ¿qué ocurre si el gobierno asume otra
responsabilidad? Lo que fue una vez una sospecha prevaleciente sobre la
ampliación del gobierno se convierte en una resignación a, o una
aceptación de, su continua expansión en nuevas áreas.
En el siglo diecinueve, los opositores a
los nuevos programas gubernamentales propuestos hubiesen comúnmente
protestado diciendo: “El gobierno no tiene nada que hacer en eso”. Hoy
en día, raramente oímos a alguien oponerse a una iniciativa del gobierno
en estos términos. Sostener que existe una esfera privada en la cual el
gobierno nunca debe entrometerse se ha convertido en una especie de
pensamiento casi extinto a medida que los gobiernos han desparramado sus
programas y actividades, para no mencionar sus regulaciones de la vida
“privada”, en casi cada ranura de la sociedad.
11. Por
lo tanto, la gente no moviliza a la oposición política tan fácilmente
cuando son propuestos los nuevos programas gubernamentales.
Enfrentando menos oposición, aquellos que apoyan a los nuevos programas
se encuentran más propensos a triunfar políticamente. Los nuevos
programas gubernamentales proliferan más a prisa, contenidos en cierta
medida por las limitaciones presupuestarias pero no mucho por
fundamentales objeciones ideológicas. Según una encuesta reciente,
realizada por Wall Street Journal/NBC, “cuando se les preguntó a los
estadounidenses si las prebendas deberían ser recortadas para reducir el
déficit, el 61% dijo que sí. Pero cuando se les preguntó si programas
tales como los de la Seguridad Social, el Medicare, el Medicaid y los
subsidios agropecuarios deberían ser recortados, el 66% dijo que no”.6
Evidentemente, la mayoría se resiste a pagar por los programas, pero no
tiene ninguna objeción hacia los programas en sí mismos.
12.
La redistribución implica algo más que T que paga y R que recibe. En el
medio yace B, la burocracia que determina la elegibilidad, escribe los
cheques, guarda los registros, y hace a menudo mucho más, a veces
invadiendo las vidas personales de los clientes. Las
burocracias intermediarias consumen vastos recursos de trabajo y
capital, contabilizando gran parte del costo bruto del sistema de
transferencia. Para que el gobierno transfiera un dólar a R, nunca es
suficiente con tomar apenas un dólar de T. Además una “comisión”
considerable debe ser pagada para apoyar a B. Desde una perspectiva de
la sociedad, uno debe reconocer que el trabajo y el capital empleados
por las burocracias no pueden ser utilizados para producir los bienes y
servicios valorados por los consumidores. Una vez más, la sociedad es
más pobre.
13. Una
vez que un ente público es creado, su personal se convierte en un tenaz
grupo de intereses políticos, bien posicionado para defender su
presupuesto y para convertir en una causa a la ampliación de sus
actividades. Después de todo, ¿quién conoce más sobre la
imperiosa necesidad de aumentar el presupuesto y el personal de una
dependencia pública que quienes llevan a cabo sus actividades? Los
burócratas tienen un control inmediato de la información relevante y la
ostensible maestría con respecto a cualquier problema que tratan. Por lo
tanto, tienen potentes ventajas en el proceso político cuando intentan
aumentar los recursos puestos bajo su control. Los expertos de la
agencia atestiguarán que los extraños “no saben cuán serio es el
problema”.
Un ente público constituye a menudo uno
de los lados de un “triángulo de hierro” político, junto con los grupos
organizados de clientes que forman al segundo lado y los comités del
Congreso con jurisdicción legislativa que integran el tercer lado.
Cuando el ente se vuelve políticamente embebido de esta manera, como la
mayoría lo hace, su empobrecimiento de la sociedad puede continuar
indefinidamente sin un serio desafío político.
14. Los contribuyentes no simplemente sueltan el dinero para financiar las transferencias sin resistencia.
Muchos de ellos dedican tiempo, esfuerzo y dinero para reducir al
mínimo su responsabilidad legal tributaria o para evadir impuestos.
Compran libros y software. Emplean a consejeros financieros, abogados, y
contadores. De vez en cuando organizan movimientos políticos para hacer
campaña por una disminución de impuestos al estilo de la Proposición 13
de California. Todo el trabajo y capital empleados en conexión con la
resistencia al impuesto son inasequibles para producir los bienes y
servicios valorados por los consumidores. La sociedad se encuentra más
pobre, y seguirá siendo más pobre mientras la gente continúe dedicando
recursos a la resistencia al impuesto. (Sin embargo, en la medida en que
la resistencia al impuesto tenga éxito en volver a las alícuotas
impositivas más bajas de lo que hubiesen sido de otra manera, dicha
resistencia promueve una mayor creación de riqueza en el largo plazo).
15. Al final, muchos ciudadanos pagarán impuestos para financiar las transferencias.
Incluso si nadie intenta resistirse a los impuestos ni altera su
comportamiento al proveer trabajo y capital, el costo para los
contribuyentes será más de un dólar por cada dólar tomado por el
gobierno, debido a que es costoso tan siquiera cumplir con las leyes
tributarias. Los contribuyentes deben guardar registros, investigar las
reglamentaciones impositivas, completar formularios, y todo lo demás.
Estas actividades insumen tiempo y esfuerzo, los cuales son detraídos de
valiosas aplicaciones alternativas. Muchos individuos, aunque no
piensen en nada más que en cumplir plenamente con la ley, contratarán el
asesoramiento especializado de contadores y de preparadores de
impuestos—las reglamentaciones impositivas son tan complicadas que los
meros mortales no pueden hacerles frente. La utilización de recursos
para cumplir con las leyes tributarias vuelve más pobre a la sociedad.
De acuerdo con un estudio efectuado por
James L. Payne, tan solo el costo del cumplimiento privado de los
contribuyentes más el costo presupuestario y de aplicación del Servicio
de Rentas Internas (IRS es su sigla en inglés) añaden 270.000.000 de
dólares a la cuenta por cada mil millones dólares de gastos por parte
del gobierno federal.7
16. Del
mismo modo que los contribuyentes no se someten pasivamente a ser
gravados, los beneficiarios y los potenciales beneficiarios de las
transferencias no se sientan tranquilamente a esperar que su nave
arribe. Ellos también actúan políticamente. Forman
organizaciones, asisten a reuniones, emplean publicistas y cabilderos, y
hacen campaña en favor de aquellos candidatos políticos que apoyan sus
objetivos. Todo el trabajo y el capital empleados en actividades de
búsqueda de transferencias son inasequibles para producir los bienes y
servicios valorados por los consumidores. La sociedad es más pobre y
seguirá siendo más pobre mientras la gente continúe dedicando recursos a
procurar las transferencias.
17. Así
como los contribuyentes deben emplear recursos para cumplir con las
leyes impositivas, del mismo modo los beneficiarios de las
transferencias deben emplear recursos para establecer y para mantener su
elegibilidad para recibir las mismas. Por ejemplo, los
beneficiarios de los beneficios del subsidio por desempleo deben visitar
al departamento de seguridad en el empleo y aguardar en largas filas
para certificar que efectivamente se encuentran desempleados. A veces,
deben ir de lugar en lugar solicitando trabajos, que pueden no tener
ninguna intención de aceptar, a efectos de demostrar que se encuentran
“buscando empleo”. Los beneficiarios de los beneficios del subsidio por
invalidez deben visitar a médicos y otros profesionales de la salud para
obtener la certificación de que realmente son discapacitados. En cada
caso, más recursos son malgastados, y la sociedad es así mucho más
pobre.
18. Al
adoptar programas para redistribuir cantidades substanciales de los
ingresos, una nación garantiza que su gobierno se tornará más poderoso e
invasivo en otros aspectos. Debido a que el propio
gobierno es el grupo de interés más amenazante en la sociedad, nada
bueno puede resultar de este desarrollo, y mucho mal puede provenir del
mismo.
Como James Madison lo remarcaba hace ya
más de dos siglos atrás, “una interferencia legislativa no es más que el
primer eslabón de una larga cadena de repeticiones, siendo cada
interferencia subsiguiente naturalmente generada por los efectos de la
precedente”.8 Cuando el gobierno creó el Medicare y el Medicaid en 1965,
por ejemplo, puso en marcha un tren de acontecimientos que condujo
inexorablemente a la “crisis” subsiguiente de los aumentos en los costos
del cuidado de la salud y en consecuencia al gobierno más grande, el
que ahora se encuentra siendo forjado por los esfuerzos del Congreso de
ocuparse de esta crisis artificial.
19. Crear un gobierno más poderoso y más invasivo significa que las libertades de los ciudadanos serán disminuidas. Los
derechos previamente disfrutados serán dejados de lado. Durante mucho
tiempo, los ciudadanos estadounidenses gozaron de extensos derechos en
el sentido negativo—derechos a no ser molestados por los gobiernos u
otros individuos mientras desarrollaban sus vidas. Todos los individuos
podían gozar de tales derechos simultáneamente. Con el crecimiento de la
sociedad de la transferencia, los ciudadanos estadounidenses han
gravitado lejos de los derechos negativos hacia los derechos positivos,
también conocidos como derechos al bienestar, los cuales son en efecto
demandas sobre los recursos de otros individuos. El derecho al bienestar
de una persona genera la correspondiente obligación de otro individuo
de proporcionar los recursos necesarios para satisfacer la demanda. A
medida que tales derechos han crecido, por lo tanto, las libertades en
el sentido de los derechos negativos han disminuido necesariamente.
Culminación
Irónicamente, en la sociedad de la
transferencia total y completa, donde los gobiernos se ocupan de
redistribuir los ingresos por medio de cientos de programas diferentes,
difícilmente alguien se encuentre en una posición mejor como
consecuencia de ello. Aquellos que obtienen algo de valor del sistema,
frecuentemente sacrifican aún más en impuestos. Además, debido a que
muchas de las consecuencias de la redistribución gubernamental de los
ingresos comparten el aspecto común de empobrecer a la sociedad, aún
aquellos que consiguen una rebanada más grande que la que entregan, la
están cortando de un pastel más pequeño. Solamente la clase
gobernante—aquellos que constituyen el gobierno—pueden esperar
ciertamente ganar, a medida que cada nuevo programa agranda el número de
puestos públicos y el presupuesto de la burocracia.
En la sociedad de la
transferencia, el público en general no sólo es más pobre sino que está
menos satisfecho, es menos autónomo, más rencoroso, y más politizado.
Los individuos por lo general participan menos en actividades
voluntarias de la comunidad y más a menudo en beligerantes contiendas
políticas. Las comunidades genuinas no pueden respirar en la atmósfera enrarecida de la política redistribucionista. Fundamentalmente,
la sociedad que le permite a su gobierno redistribuir los ingresos a
gran escala, sacrifica necesariamente gran parte de su libertad.
Finalmente, uno debe reconocer que, a
pesar de que es vista como la institucionalización de la compasión, la
sociedad de la transferencia destruye a la genuina virtud. La redistribución del ingreso mediante la coerción gubernamental es una forma de robo.
Sus partidarios procuran disfrazar su carácter esencial sosteniendo que
los procedimientos democráticos le otorgan legitimidad, pero esta
justificación es falaz. El robo es robo ya sea si es llevado a
cabo por un ladrón o por 100 millones de ladrones actuando de común
acuerdo. Y es imposible cimentar a una buena sociedad sobre la base de
la institucionalización del robo.
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