Lorenzo Bernaldo de Quirós considera que la
salida de Gran Bretaña de la Unión Europea concedería una posición
dominante a los estados menos favorables a la libertad económica.
El 'Brexit', la potencial salida del Reino Unido de la Unión Europea,
es un fenómeno de extraordinaria importancia para el futuro de Europa.
La visión convencional de Britania como una potencia hostil al proyecto
europeo olvida que ese país fue el principal impulsor del Mercado Único,
esto es, de la creación de un espacio económico basado en la libre
circulación de bienes, servicios y personas dentro del Viejo Continente.
La diferencia entre los británicos y las potencias continentales
estriba en la resistencia isleña a transformar la UE en un Superestado
controlado de facto por una burocracia irresponsable ante los ciudadanos
y con una concepción marcadamente estatista del modelo socioeconómico;
esto es, del sistema que ha convertido Europa en un área de bajo
crecimiento y con crecientes dificultades para adaptarse a las
exigencias de la globalización. Éste es el debate real que continuará tanto si Gran Bretaña decide permanecer en la UE como si opta por abandonarla.
Las recientes negociaciones del Gobierno británico con la UE tenían un objetivo situado más allá de estrechas consideraciones nacionales. Se trataba de establecer salvaguardas para aquellos estados que no forman parte de la eurozona o no desean hacerlo en el futuro. Esto puede conducir a una estructura flexible de la UE en la que no todos los miembros de ella tengan que estar sujetos a las mismas reglas ni se vean forzados a aceptar una "unión cada vez más estrecha" contraria a los intereses de sus ciudadanos. Este esquema permite combinar los deseos de quienes quieren avanzar con mayor rapidez hacia una Europa unida y los de quienes rechazan esa idea, al menos, a la velocidad que quiere imponer la eurocracia y algunos estados miembro. Por otra parte, la coexistencia de esos dos modelos permitirá evaluar cuál es más eficiente y reforzar las presiones a favor de las reformas estructurales en los países de la UE que duermen el sueño de los justos. De igual modo, la posición británica no constituye un fenómeno aislado. En otros Estados de la Unión comienzan a emerger poderosas corrientes que por razones distintas manifiestan una creciente oposición a la senda por la que se ha introducido el proyecto europeo pero con una diferencia sustancial: todos defienden posturas antimercado y proteccionistas. La emergencia de populismos de izquierdas y de derechas en buena parte de los estados continentales es sin duda un resultado de la Gran Recesión, pero también del intento de avanzar hacia esa "unión cada vez más estrecha" a un ritmo que no resulta aceptable para amplios sectores de la población. Si la UE no logra conciliar esas posiciones, las tensiones crecerán y el riesgo de que todo el "proyecto europeo" naufrague se disparará.
Los costes para Britania de salir de la UE son inciertos y oscilan entre el catastrofismo de los eurófilos y el triunfalismo de los escépticos. De acuerdo con los estudios más equilibrados, por ejemplo los realizados por Open Europe, el Reino Unido podría sufrir una pérdida permanente de un 2,2% de su PIB si no lograse mantener un acuerdo comercial que le garantizase el acceso al mercado continental. En caso de conseguir ese objetivo y, en paralelo, Britania liberalizase su comercio con resto del mundo, podría experimentar un incremento estructural de su PIB del 1,6%. Quizá abriría un período de incertidumbre y tal vez se reducirían las entradas de inversiones pero la suerte del Brexit dependería de su capacidad de pactar con la UE y de su apertura a la globalización. Aunque Europa es aún el mercado exportador más importante para Britania, el porcentaje de sus ventas al resto del mundo han aumentado de manera significativa en la última década. Esto reduce los costes de abandonar la unión aduanera europea. La apuesta por una Britania hiperglobalizada y con redes en todo el mundo puede ser una hipótesis atractiva.
Ahora bien, el adiós de UK a Europa no tendría sólo efectos sobre ese país, sino consecuencias impredecibles para la UE. Dejaría de aportar 14.000 millones de euros a las arcas comunitarias, lo que generaría un agujero presupuestario considerable. En el plano político sería un golpe considerable para el prestigio de la UE que perdería a la sexta economía mundial y a uno de sus principales pilares de defensa, un 24% del gasto total de la UE en esa partida. Ello se traduciría en una disminución en términos económicos y diplomáticos de la ya mermada influencia europea en el entorno global. Y, desde luego, la UE se quedaría sin el principal defensor de políticas abiertas y de mercado. Por último se alteraría el equilibrio de poder entre los estados de la UE, convirtiendo a Alemania en la potencia hegemónica del continente.
Si la agenda reformista a escala europea impulsada por Gran Bretaña y apoyada por países como Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda y, en ocasiones, Alemania constituye una minoría de bloqueo en las votaciones que exigen mayoría cualificada, la salida del Reino Unido concedería una posición dominante a los estados menos favorables a la libertad económica. En este contexto, la deriva estato-intervencionista de la UE se vería reforzada y la probabilidad de introducir reformas pro-mercado se debilitaría de manera sustancial. El resultado sería un predominio de las políticas determinantes de la euroesclerosis. El silencioso papel desempeñado por Gran Bretaña en paliar los excesos intervencionistas a escala europea desaparecería. En el próximo referéndum, los británicos votarán a favor de permanecer en la UE, probablemente por un margen no demasiado amplio, pero lo harán. Pero lo relevante es que el acuerdo entre el Reino Unido y Bruselas abre el portillo a la configuración de una Europa que tiene mucho más que ver con la pluralidad visualizada por Gran Bretaña que con el esquema uniforme y centralizador abanderado por los eurócratas y sus aliados. Para quienes creemos en una Europa basada en la libertad económica es una excelente noticia. Se han sentado las bases para un modelo europeo de geometría variable.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mundo (España) el 20 de marzo de 2016.
Las recientes negociaciones del Gobierno británico con la UE tenían un objetivo situado más allá de estrechas consideraciones nacionales. Se trataba de establecer salvaguardas para aquellos estados que no forman parte de la eurozona o no desean hacerlo en el futuro. Esto puede conducir a una estructura flexible de la UE en la que no todos los miembros de ella tengan que estar sujetos a las mismas reglas ni se vean forzados a aceptar una "unión cada vez más estrecha" contraria a los intereses de sus ciudadanos. Este esquema permite combinar los deseos de quienes quieren avanzar con mayor rapidez hacia una Europa unida y los de quienes rechazan esa idea, al menos, a la velocidad que quiere imponer la eurocracia y algunos estados miembro. Por otra parte, la coexistencia de esos dos modelos permitirá evaluar cuál es más eficiente y reforzar las presiones a favor de las reformas estructurales en los países de la UE que duermen el sueño de los justos. De igual modo, la posición británica no constituye un fenómeno aislado. En otros Estados de la Unión comienzan a emerger poderosas corrientes que por razones distintas manifiestan una creciente oposición a la senda por la que se ha introducido el proyecto europeo pero con una diferencia sustancial: todos defienden posturas antimercado y proteccionistas. La emergencia de populismos de izquierdas y de derechas en buena parte de los estados continentales es sin duda un resultado de la Gran Recesión, pero también del intento de avanzar hacia esa "unión cada vez más estrecha" a un ritmo que no resulta aceptable para amplios sectores de la población. Si la UE no logra conciliar esas posiciones, las tensiones crecerán y el riesgo de que todo el "proyecto europeo" naufrague se disparará.
Los costes para Britania de salir de la UE son inciertos y oscilan entre el catastrofismo de los eurófilos y el triunfalismo de los escépticos. De acuerdo con los estudios más equilibrados, por ejemplo los realizados por Open Europe, el Reino Unido podría sufrir una pérdida permanente de un 2,2% de su PIB si no lograse mantener un acuerdo comercial que le garantizase el acceso al mercado continental. En caso de conseguir ese objetivo y, en paralelo, Britania liberalizase su comercio con resto del mundo, podría experimentar un incremento estructural de su PIB del 1,6%. Quizá abriría un período de incertidumbre y tal vez se reducirían las entradas de inversiones pero la suerte del Brexit dependería de su capacidad de pactar con la UE y de su apertura a la globalización. Aunque Europa es aún el mercado exportador más importante para Britania, el porcentaje de sus ventas al resto del mundo han aumentado de manera significativa en la última década. Esto reduce los costes de abandonar la unión aduanera europea. La apuesta por una Britania hiperglobalizada y con redes en todo el mundo puede ser una hipótesis atractiva.
Ahora bien, el adiós de UK a Europa no tendría sólo efectos sobre ese país, sino consecuencias impredecibles para la UE. Dejaría de aportar 14.000 millones de euros a las arcas comunitarias, lo que generaría un agujero presupuestario considerable. En el plano político sería un golpe considerable para el prestigio de la UE que perdería a la sexta economía mundial y a uno de sus principales pilares de defensa, un 24% del gasto total de la UE en esa partida. Ello se traduciría en una disminución en términos económicos y diplomáticos de la ya mermada influencia europea en el entorno global. Y, desde luego, la UE se quedaría sin el principal defensor de políticas abiertas y de mercado. Por último se alteraría el equilibrio de poder entre los estados de la UE, convirtiendo a Alemania en la potencia hegemónica del continente.
Si la agenda reformista a escala europea impulsada por Gran Bretaña y apoyada por países como Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda y, en ocasiones, Alemania constituye una minoría de bloqueo en las votaciones que exigen mayoría cualificada, la salida del Reino Unido concedería una posición dominante a los estados menos favorables a la libertad económica. En este contexto, la deriva estato-intervencionista de la UE se vería reforzada y la probabilidad de introducir reformas pro-mercado se debilitaría de manera sustancial. El resultado sería un predominio de las políticas determinantes de la euroesclerosis. El silencioso papel desempeñado por Gran Bretaña en paliar los excesos intervencionistas a escala europea desaparecería. En el próximo referéndum, los británicos votarán a favor de permanecer en la UE, probablemente por un margen no demasiado amplio, pero lo harán. Pero lo relevante es que el acuerdo entre el Reino Unido y Bruselas abre el portillo a la configuración de una Europa que tiene mucho más que ver con la pluralidad visualizada por Gran Bretaña que con el esquema uniforme y centralizador abanderado por los eurócratas y sus aliados. Para quienes creemos en una Europa basada en la libertad económica es una excelente noticia. Se han sentado las bases para un modelo europeo de geometría variable.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mundo (España) el 20 de marzo de 2016.
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