Milton Friedman, cuando el huracán Katrina dejó a muchas escuelas públicas de Nueva Orleans en las ruinas, propuso que el estado de Luisiana le de un cupón para gastos de educación a los padres para que estos escojan dónde estudiarían sus hijos.
Las escuelas destruidas no prestaban un buen servicio. Como escribe Chris Kinnan: “el sistema de escuelas públicas de Nueva Orleans ha estado fallando durante años. Según las normas estatales de calidad educativa, 73 de sus más de 120 escuelas se consideran por debajo de un nivel aceptable”. (“Cupones para Nueva Orleáns”, National Review Online).
Las escuelas de Nueva Orleans fracasan por las mismas razones que fracasan en otras ciudades grandes; porque las escuelas pertenecen y son operadas por el gobierno. El gobierno decide qué se va a producir y quién va a consumir sus productos, generalmente asignando los estudiantes a escuelas según el lugar donde viven. El único remedio para padres descontentos es mudarse a otra parte o renunciar al subsidio gubernamental y pagar doble por la educación de sus hijos: una vez con sus impuestos y por segunda vez al colegio privado. Este tipo de organización enfocada de arriba hacia abajo no funciona mejor en EE.UU. de lo que funcionaba en la Unión Soviética o en Alemania Oriental.
En lugar de reconstruir las escuelas, el estado de Luisiana que ha tomado el control del sistema escolar de la ciudad de Nueva Orleans, debe aprovechar la oportunidad para otorgarle poderes al consumidor, a los estudiantes, entregándole a los padres cupones por un valor equivalente a, digamos, tres cuartas partes de lo que cuesta educar a un estudiante en una escuela pública, lo cual puedan utilizar únicamente como gastos de educación. Los padres así tendrían la libertad de escoger la educación que consideren mejor para sus hijos. Esto introduciría la competencia que hace falta en el sistema actual y el sistema funcionaría de abajo hacia arriba, lo cual ha tenido un éxito comprobado en las demás áreas de nuestra sociedad.
Para hacer efectiva la competencia, Luisiana debe ofrecer un clima favorable a los nuevos colegios, sean estos parroquiales, sin fines de lucro o con fines de lucro. Para ello se debe dejar claro que los cupones no son una medida pasajera de emergencia sino que se trata de una reforma permanente del sistema educativo.
Esto cubriría las necesidades de la actual emergencia y los cupones podrían ser utilizados por los estudiantes que están actualmente diseminados por todo el país para pagar por su educación donde se encuentren. En lo que respecta a Nueva Orleans, ello le permitiría a los colegios privados que sobrevivieron el huracán incrementar el número de estudiantes y admitir a aquellos que regresan a la ciudad. Más importante aún, los cupones fomentarían la creación de nuevos colegios por parte de la empresa privada. ¿Hay, acaso, duda alguna que el mercado privado proveería escuelas para los niños que regresan a Nueva Orleans mucho más rápido que el estado?
Los cupones serán combatidos por los sindicatos de maestros y por los administradores de escuelas públicas. Ellos controlan actualmente un sistema educativo monopólico y están decididos a no soltar ese control, cueste lo que cueste.
A pesar de la oposición sindical, la reforma lograría los propósitos de Luisiana mucho mejor que el sistema actual. El objetivo estatal es la educación de los niños, no la construcción de edificios ni el manejo de las escuelas. Esos son los medios para alcanzar un fin. El objetivo se alcanzaría mucho mejor con un mercado competitivo en la educación que a través del monopolio estatal. Los padres, con el poder que les dan los cupones, tendrían entonces mucho dónde escoger. Y como sucede en otras áreas, ese libre mercado competitivo conduce a mejoras en la calidad y a reducción en los costos.
Si milagrosamente Luisiana lograra vencer la oposición sindical y promulga la utilización de cupones, no sólo se beneficiaría ese estado sino a toda la nación, al dar un ejemplo a gran escala de lo que el mercado logra cuando se le permite operar libremente.