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Thursday, December 22, 2016

Debate sobre el salario mínimo

REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela 
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Estimado Chico:

Te dirijo este escrito porque yo te considero, al igual que mi comadre Norma y Enrique Zavala, de los pocos luchadores honestos y valientes que moran en nuestro estado y, por ello, los admiro y respeto. Además, ustedes también ya causan opinión al trasmitir ideas a las masas que los revolucionarios han dejado cerebralmente occisas para luego manejarlas a su antojo, y eso, es una grave responsabilidad.

Sin pretender iniciar una controversia, me quiero referir a tu escrito del dia 11 de este mes en El Imparcial. Respetuosamente desacuerdo en casi su totalidad cuando estableces el argumento de un aumento, por decreto, de salarios como la solución para infinidad de problemas del país.

Thursday, December 15, 2016

Leyes del salario mínimo

libros24
Hemos examinado anteriormente algunos de los perniciosos resultados que producen los arbitrarios esfuerzos realizados por el Estado para elevar el precio de aquellas mercancías que desea favorecer. La misma especie de daños se derivan cuando se trata de incrementar los sueldos mediante las leyes del salario mínimo. Esto no debe sorprendernos, pues un salario es en realidad un precio. En nada favorece la claridad del pensamiento económico que el precio de los servicios laborales haya recibido un nombre enteramente diferente al de los otros precios. Esto ha impedido a mucha gente percatarse de que ambos son gobernados por los mismos principios.



Las opiniones acerca de los salarios se formulan con tal apasionamiento y quedan tan influidas por la política, que en la mayoría de las discusiones sobre el tema se olvidan los más elementales principios. Gentes que serían las primeras en negar que la prosperidad pueda ser producida mediante un alza artificial de los precios y no vacilarían en afirmar que las leyes del precio mínimo, en vez de proteger, perjudican las industrias que tratan de favorecer, abogarán, no obstante, por la promulgación de leyes de salario mínimo e increparán con la máxima acritud a sus oponentes.
No obstante, debería quedar bien sentado que una ley de salario mínimo, en el mejor de los casos, constituye arma poco eficaz para combatir el daño derivado de los bajos salarios y que el posible beneficio a conseguir, mediante tales leyes, sólo superará el posible mal en proporción a la modestia de los objetivos a alcanzar. Cuanto más ambiciosa sea la ley, cuantos más obreros pretenda proteger y en mayor proporción aspire al incremento de los salarios, tanto más probable será que el perjuicio supere los efectos beneficiosos.
Lo primero que ocurre cuando, por ejemplo, se promulga una ley en virtud de la cual no se pagará a nadie menos de treinta dólares por una semana laboral de cuarenta y ocho horas, es que nadie cuyo trabajo no sea valorado en esa cifra por un empresario volverá a encontrar empleo. No se puede sobrevalorar en una cantidad determinada el trabajo de un obrero en el mercado laboral por el mero hecho de haber convertido en ilegal su colocación por cantidad inferior. Lo único que se consigue es privarle del derecho a ganar lo que su capacidad y empleo le permitirían, mientras se impide a la comunidad beneficiarse de los modestos servicios que aquél es capaz de rendir. En una palabra, se sustituye el salario bajo por el paro. Se causa un mal general, sin compensación equivalente.
La única excepción se registra cuando un grupo de obreros recibe un salario efectivamente por debajo de su valor en el mercado. Esto puede ocurrir sólo en circunstancias o lugares especiales donde las fuerzas de la competencia no funcionen libre o adecuadamente; pero casi todos estos casos especiales podrían remediarse con igual efectividad, más flexiblemente y con menor daño potencial, a través del actuar de los sindicatos.
Cabe pensar que si la ley obliga a pagar mayores salarios en una industria dada, pueda ésta elevar sus precios de tal suerte que el incremento pase a gravitar sobre los consumidores. Sin embargo, tal desviación no es tan hacedera ni se escapa con tanta sencillez a las consecuencias de una artificiosa elevación de sueldos. Muchas veces no es posible aumentar el precio de sus productos, pues quizá se induzca al consumidor a la búsqueda de un sustitutivo. O bien, si continúan adquiriéndolo, los nuevos precios les obliguen a comprar menos cantidad. En su consecuencia, aunque algunos obreros de la industria en cuestión se han beneficiado del alza de salarios, otros por ello perderán sus empleos. Por otra parte, si no se aumenta el precio del producto, los fabricantes marginales son desplazados del negocio. En realidad se habrá provocado una reducción en la producción y el consiguiente paro, recorriendo camino distinto.
Cuando se mencionan estas consecuencias, siempre hay alguien que replica: «Perfectamente; si para conservar la industria X es ineludible pagar salarios ínfimos, justo es que los salarios mínimos obliguen a su cierre.» Ahora bien, tan audaz afirmación prescinde de ciertas realidades. En primer lugar, no advierte que los consumidores han de soportar la pérdida del producto. Olvida también que los obreros que trabajaban en la industria en cuestión quedan condenados al paro. Finalmente, ignora que por bajos que fueran los emolumentos abonados, eran los mejores entre todas las posibilidades que se ofrecían a los obreros de la tantas veces aludida industria X, pues de lo contrario habrían acudido a otra. Por lo tanto, si la industria X es suprimida por una ley de salarios mínimos, quienes en ella trabajaban se verán constreñidos a aceptar empleos que reputaron menos interesantes que los que por fuerza han de abandonar. Su demanda de trabajo hará descender todavía más los salarios de las ocupaciones alternativas que ahora les son ofrecidas. No cabe eludir la consecuencia: siempre que se imponen salarios mínimos se provoca un incremento del paro.
Además, los programas de asistencia destinados a aliviar el paro originado por la ley del salario mínimo crean un serio problema. Mediante un salario mínimo de 75 centavos por hora, verbigracia, se prohíbe a cualquiera trabajar cuarenta horas semanales por menos de treinta dólares. Supongamos ahora que se ofrece una asistencia de sólo dieciocho dólares semanales. Ello equivale a haber prohibido que una persona emplee su tiempo eficazmente ganando, por ejemplo, veinticinco dólares semanales, manteniéndole en cambio inactivo percibiendo un subsidio de dieciocho dólares a la semana. Hemos privado a la sociedad del valor de sus servicios; al hombre, de la independencia y dignidad que se derivan de la autosuficiencia económica, incluso a bajo nivel, separándole de la tarea más de su agrado, y, al propio tiempo, recibe una remuneración menor a la que podía haber ganado por su propio esfuerzo.
Estas consecuencias se producirán siempre que el socorro sea inferior en un centavo a los treinta dólares. Sin embargo, cuanto más elevado sea el mismo, tanto peor será la situación en otros aspectos. Si se ofrece un subsidio de treinta dólares, se facilita a muchos igual cantidad sin trabajar que trabajando. En fin, cualquiera que sea la cantidad a que ascienda el subsidio, provoca una situación en la que cada cual trabaja sólo por la diferencia entre su salario y el importe del socorro. Si éste, por ejemplo, es de treinta dólares semanales, los obreros a quienes se ofrece un salario de un dólar por hora o cuarenta dólares a la semana, ven que de hecho se les pide que trabajen por diez dólares a la semana tan sólo, puesto que el resto pueden obtenerlo sin hacer nada.
Cabría pensar en la posibilidad de escapar a estas consecuencias ofreciendo ese socorro en forma de trabajo remunerado, en lugar de hacerlo a cambio de nada; pero esto es tan sólo cambiar la naturaleza de las repercusiones. La asistencia en forma de trabajo significa pagar a los beneficiarios más de lo que el mercado hubiera ofrecido libremente. Por tanto, sólo una parte del salario de ayuda proviene de su actividad (ejercida, por lo general, en trabajos de dudosa utilidad), mientras que el resto es una limosna disfrazada.
Probablemente hubiera sido mejor, en todo evento que el Estado, inicialmente, hubiera subvencionado francamente el sueldo percibido en las tareas privadas que ya venían realizando. No queremos alargar más este asunto, pues nos llevaría al examen de cuestiones que de momento no interesan. Ahora bien, conviene tener presentes las dificultades y consecuencias de los subsidios al considerar la promulgación de leyes del salario mínimo o el incremento de los mínimos ya fijados.
De cuanto antecede no se pretende deducir la imposibilidad de elevar los salarios. Lo único que se desea es señalar que el método aparentemente sencillo de incrementarlo mediante disposiciones del poder público es el camino peor y más equivocado.
Parece oportuno advertir ahora que lo que distingue a muchos reformadores de quienes rechazan sus sugerencias no es la mayor filantropía de los primeros, sino su mayor impaciencia. No se trata de si deseamos o no el mayor bienestar económico posible para todos. Entre hombres de buena voluntad tal objetivo ha de darse por descontado. La verdadera cuestión se refiere a los medios adecuados para conseguirlo, y al tratar de dar una respuesta a tal cuestión, no el lícito olvidar unas cuantas verdades elementales; no cabe distribuir más riqueza que la creada; no es posible, a la larga, pagar al conjunto de la mano de obra más de lo que produce.
La mejor manera de elevar, por lo tanto, los salarios es incrementando la productividad del trabajo. Tal finalidad puede alcanzarse acudiendo a distintos métodos: por una mayor acumulación de capital, es decir, mediante un aumento de las máquinas que ayudan al obrero en su tarea; por nuevos inventos y mejoras técnicas; por una dirección más eficaz por parte de los empresarios; por mayor aplicación y eficiencia por parte de los obreros; por una mejor formación y adiestramiento profesional. Cuanto más produce el individuo, tanto más acrecienta la riqueza de toda la comunidad. Cuanto más produce, tanto más valiosos son sus servicios para los consumidores y, por lo tanto, para los empresarios. Y cuanto mayor es su valor para el empresario, mejor le pagarán. Los salarios reales tienen su origen en la producción, no en los decretos y órdenes ministeriales.

Leyes del salario mínimo

libros24
Hemos examinado anteriormente algunos de los perniciosos resultados que producen los arbitrarios esfuerzos realizados por el Estado para elevar el precio de aquellas mercancías que desea favorecer. La misma especie de daños se derivan cuando se trata de incrementar los sueldos mediante las leyes del salario mínimo. Esto no debe sorprendernos, pues un salario es en realidad un precio. En nada favorece la claridad del pensamiento económico que el precio de los servicios laborales haya recibido un nombre enteramente diferente al de los otros precios. Esto ha impedido a mucha gente percatarse de que ambos son gobernados por los mismos principios.


Friday, December 2, 2016

Diego Barceló Larran. Subir el salario mínimo destruye empleo

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El gobierno ha decidido una subida del 8% del salario mínimo interprofesional (SMI). Es la condición que puso el PSOE para alcanzar un acuerdo respecto del límite de déficit fiscal autonómico para 2017 (0,6% del PIB). Con esta subida, el SMI pasará de los actuales 655,2 euros a 707,6 euros. Los argumentos del PSOE, según expresó su portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, son dos: acercar el SMI español a la media europea y "reactivar el consumo" a través del aumento del poder adquisitivo.


Es bueno que los dos grandes partidos sean capaces de llegar a acuerdos. Lo malo es que variables económicas claves sean parte de un "toma y daca" que nada tiene que ver con la buena marcha de la economía. Los españoles ya deberíamos tener claro que cuando las decisiones económicas se basan en prejuicios los costes son muy altos para toda la sociedad. Más aún para aquellos que supuestamente se beneficiarían de un SMI mayor.
En primer lugar, España ya supera el salario mínimo promedio de la UE.Dinamarca, Italia, Chipre, Austria, Finlandia y Suecia no tienen salario mínimo. Por lo tanto, computando como un cero el SMI de esos países,la media europea es de 643 euros.
Entre los países de la UE que sí tienen un SMI, el mismo va desde los 215 euros de Bulgaria hasta los 1.923 euros de Luxemburgo. ¿Por qué hay una diferencia tan grande? ¿Son los gobernantes búlgaros unos sádicos que no quieren el bienestar de su pueblo? ¿Hay alguna razón para pensar que los dirigentes luxemburgueses son más "sensibles" que los españoles? ¿Acaso es que los sindicatos de Bélgica, Holanda e Irlanda, países con un SMI de más de 1.500 euros, son más "combativos" que los de Polonia, Eslovaquia o Croacia, donde ronda los 400 euros?
Aunque haya dirigentes políticos relevantes que no lo sepan, la verdad es que los salarios no son algo que se pueda fijar por decreto. Si fuera tan simple, no habría político tan torpe como para no situar el SMI en 3.000 euros. El nivel de los salarios está determinado por la productividad media (cuánto produce, en promedio, cada trabajador). La razón por la cual los salarios de los distintos países europeos son tan dispares es que la productividad del trabajo es muy diferente entre unos y otros.
Cualquiera que haya trabajado en una empresa privada sabe que la productividad no puede aumentar un 8% de un día para el otro. Es difícil, incluso, hacerlo a lo largo de varios años. Cuando se desconoce esa realidad y se intenta forzar un salario mayor del que soporta la economía se produce una combinación de los siguientes hechos: los trabajadores que cobran el SMI son despedidos, suben los preciospara compensar los mayores costes laborales o se reduce la inversiónpor la caída de la rentabilidad. Además, los trabajadores jóvenes sin experiencia tienen más difícil encontrar su primer empleo. Todas esas consecuencias son negativas para la actividad económica.
El consumo de los hogares lleva once trimestres seguidos creciendo, lo que no ocurría desde 2008. Aunque la recuperación es evidente, es notable el ingenio de los intervencionistas para sugerir caminos inconducentes para "reactivar el consumo". Si hacer crecer una economía fuera tan fácil como firmar un decreto, ¿por qué no lo hizo ZP en 2009 ó 2010?
Si de verdad queremos ayudar a los parados y contribuir a una economía sana, lo mejor que podríamos hacer es imitar el ejemplo de Dinamarca, Finlandia y Suecia y suprimir del SMI. Eso quitaría la discusión salarial del ámbito político (protegiendo a la sociedad de las ocurrencias de turno) y la pondría en manos exclusivas de quienes realmente entienden de qué va el tema: empresarios y trabajadores.

Diego Barceló Larran. Subir el salario mínimo destruye empleo

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El gobierno ha decidido una subida del 8% del salario mínimo interprofesional (SMI). Es la condición que puso el PSOE para alcanzar un acuerdo respecto del límite de déficit fiscal autonómico para 2017 (0,6% del PIB). Con esta subida, el SMI pasará de los actuales 655,2 euros a 707,6 euros. Los argumentos del PSOE, según expresó su portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, son dos: acercar el SMI español a la media europea y "reactivar el consumo" a través del aumento del poder adquisitivo.

Tuesday, August 16, 2016

El salario mínimo obligatorio: un disparate que destruye empleos

Defender el aumento del salario mínimo equivale a defender un mayor desempleo

Salario mínimo
El criterio de que el Gobierno puede disminuir la pobreza encareciendo la contratación de trabajadores jóvenes o poco calificados es ilógico. (López Doriga)
Cuando se trata del salario mínimo obligatorio, los políticos tropiezan unos con otros en un clásico caso de buenas intenciones y malas políticas. El presidente Obama ha llamado a elevar el salario mínimo a US$10.10 la hora. Clinton, por su parte, apoya un salario mínimo de US$12.00, y Sanders apoya el reclamo de los sindicatos de elevarlo a US$15.00 la hora.
Muchos creen que las leyes de salario mínimo son necesarias para que trabajadores con poca calificación, especialmente principiantes, adolescentes y minorías, se ganen la vida sin ser explotados por avaros capitalistas. Pero, ¿logran las leyes de salario mínimo los resultados deseados? La cruel ironía es que las leyes de salario mínimo hacen el mayor daño a los segmentos de nuestra sociedad que tratamos de ayudar: pobres poco calificados y juventud inexperta.



Todos entendemos intuitivamente el principio económico fundamental de que cuando se incrementa el precio de algo, la cantidad demandada de ese bien o servicio decrecerá. El salario es el precio del trabajo. Si el costo del trabajo se incrementa por orden gubernamental, la demanda de empleos disminuirá. Dicho simplemente: si las demás cosas se mantienen constantes, el número de empleos ofrecidos mermará cuando el salario mínimo se aumente artificialmente.
El argumento contra un decreto de salario mínimo es transparente y directo: incrementar el costo de la creación de empleos disminuirá la creación de empleos.
Peor aun, la disminución de empleos será permanente cuando los empresarios pasen a tecnologías de producción que ahorren fuerza laboral o a producir en el extranjero. Es cierto que quienes mantengan sus trabajos ganarán más, pero otros perderán sus empleos o no podrán obtener ninguno si no se crean nuevos. Muchos que viven en la pobreza están desempleados y por consiguiente no se beneficiarán de un incremento del salario mínimo. De hecho, sus perspectivas de obtener trabajo disminuirán.
Seamos claros: establecer un salario mínimo superior al que determina el mercado no resultará en mayor ingreso para todos los trabajadores, sino solamente para quienes mantengan sus empleos. Y esos mayores ingresos serán a expensas de los que quedarán o permanecerán desempleados. Aunque ya sabemos esto, las leyes de salarios mínimos siguen siendo populares entre funcionarios electos, consejos editoriales, y votantes que desean expresar su compasión por los trabajadores pobres.
Una razón más cínica es que abogar por un aumento del salario mínimo es una vía para ganar puntos políticos sin tener que responder por aumentos en los gastos del Gobierno, porque ese costo lo asumirían los empleadores. Sin embargo, a diferencia del Gobierno, los empresarios no pueden imprimir dinero, y los aumentos de costos serán pasados a los consumidores en forma de mayores precios, o asumidos por aquellos que no podrán encontrar empleo porque sus habilidades no alcanzan el nivel de salario melodramáticamente establecido por decreto gubernamental.
Cuando políticas gubernamentales establecen niveles de salarios ajenos al mercado, se atrofian las habilidades, las esperanzas se desvanecen y, trágicamente, el desempleo se convierte en una manera de vivir.
Nuestros persistentes niveles actuales de desempleo entre los desfavorecidos pueden perfectamente ser la envoltura externa de nuestro apoyo irreflexivo a leyes de salario mínimo. Hace sesenta años el nivel de desempleo entre jóvenes de 16-19 años era menor al 8%. Actualmente, tras muchas rondas de incrementos de salario mínimo, el desempleo juvenil está sobre el 24%, y entre jóvenes de color cerca del 40%. ¿Son las leyes de salario mínimo responsables de haber creado este nuevo estandarte?
El criterio de que el Gobierno puede disminuir la pobreza encareciendo la contratación de trabajadores jóvenes o poco calificados es ilógico, y peor aun, deshonesto. Si el Gobierno puede disminuir la pobreza estableciendo salarios mínimos entre US$10.00 y US$15.00 la hora, ¿por qué detenerse ahí? Elevemos el salario mínimo a US$90.00 la hora y eliminemos completamente la pobreza. Por supuesto, eso sería insensato, como también lo son las leyes de salario mínimo.
No se obtienen buenos resultados implementando una mala idea. Defender el aumento del salario mínimo equivale a defender un mayor desempleo.

El salario mínimo obligatorio: un disparate que destruye empleos

Defender el aumento del salario mínimo equivale a defender un mayor desempleo

Salario mínimo
El criterio de que el Gobierno puede disminuir la pobreza encareciendo la contratación de trabajadores jóvenes o poco calificados es ilógico. (López Doriga)
Cuando se trata del salario mínimo obligatorio, los políticos tropiezan unos con otros en un clásico caso de buenas intenciones y malas políticas. El presidente Obama ha llamado a elevar el salario mínimo a US$10.10 la hora. Clinton, por su parte, apoya un salario mínimo de US$12.00, y Sanders apoya el reclamo de los sindicatos de elevarlo a US$15.00 la hora.
Muchos creen que las leyes de salario mínimo son necesarias para que trabajadores con poca calificación, especialmente principiantes, adolescentes y minorías, se ganen la vida sin ser explotados por avaros capitalistas. Pero, ¿logran las leyes de salario mínimo los resultados deseados? La cruel ironía es que las leyes de salario mínimo hacen el mayor daño a los segmentos de nuestra sociedad que tratamos de ayudar: pobres poco calificados y juventud inexperta.


Tuesday, August 2, 2016

El salario mínimo no reduce la pobreza

James A. Dorn es Vice-presidente para Estudios Monetarios y Académico Distinguido del Cato Institute. Dorn también es editor del Cato Journal.
La política de salario mínimo refleja la doctrina de Karl Marx: “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades”.
Ese sentimiento afloró nuevamente el mes pasado en Washington, cuando 52 senadores votaron por un incremento del salario mínimo federal de 5,15 dólares a 7,25 dólares por hora, en los próximos tres años. El último aumento fue en 1997. El senador Ted Kennedy declaró que se trata de algo justo y decente, ya que los congresistas se han aumentado el sueldo varias veces.



Pensar que los legisladores pueden ayudar a los pobres imponiendo un aumento salarial es el colmo de la arrogancia. Mientras la retórica del salario mínimo suena muy bonita, la realidad es totalmente diferente. Obligar a que los empleadores paguen salarios por encima de lo que indica el mercado y sin que haya mejoras en productividad lo que realmente hace es disminuir el número de gente con empleos formales.
La Federación Nacional de Negocios Independientes calcula que si el salario mínimo federal se aumenta a $6,65 la hora, unas 217.000 personas perderán su trabajo. Y las consecuencias a largo plazo serían todavía más severas, a medida que las empresas incorporan equipos y nueva tecnología que ahorra mano de obra.
La realidad es que muchos trabajos para principiantes ya pagan más de 5 o 6 dólares la hora, por lo que el argumento de que sin salario mínimo se explota al trabajador es un mito.
Pero a los congresistas les encanta hacer creer que los sueldos aumentan gracias a ellos, a la vez que niegan las malas consecuencias cuando el salario mínimo impide que los más jóvenes y menos hábiles consigan su primer empleo. Un salario de $7,25 la hora se convierte en un salario de cero dólares cuando la persona no consigue empleo o cuando la despiden.
Sería mucho más inteligente permitir que los trabajadores y patronos negociaran los salarios, en lugar de tener leyes fijando el salario mínimo que imposibilitan que jóvenes adquieran la experiencia y el sentido de responsabilidad que resultan indispensables para lograr un alto nivel de vida.
Las investigaciones del economista David Neumark, de la Universidad de California (Irvine), demuestran que aumentar el salario mínimo no reduce la pobreza. Por el contrario, él estima que un aumento de 10% en el salario mínimo incrementa entre 3% y 4% el nivel de pobreza. Es muy triste que aquellos a quienes se pretende beneficiar con los aumentos del salario mínimo sean exactamente los mismos que más sufren por ello.
Los aumentos del salario mínimo llenan de orgullo y les consigue apoyo electoral a los congresistas de izquierda, pero no hace nada por el crecimiento económico ni en reducir la pobreza. En Hong Kong no hay salario mínimo y es una de las economías más prósperas del mundo porque es la más libre.
La libertad económica, y no los salarios mínimos socialistas, es la clave para reducir la pobreza, como China lo está aprendiendo. Si de verdad los congresistas quieren ayudar a los pobres, lo mejor que pueden hacer es abolir el salario mínimo.
La mayoría de los trabajadores que comienzan muy abajo y logran ir subiendo, lo hacen por dedicación y esfuerzo personal, no por leyes de salarios mínimos. Las políticas que aumentan la competencia y la libertad de elegir en el campo de la educación son los verdaderos fundamentos de la prosperidad y de la dignidad de los trabajadores.

El salario mínimo no reduce la pobreza

James A. Dorn es Vice-presidente para Estudios Monetarios y Académico Distinguido del Cato Institute. Dorn también es editor del Cato Journal.
La política de salario mínimo refleja la doctrina de Karl Marx: “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades”.
Ese sentimiento afloró nuevamente el mes pasado en Washington, cuando 52 senadores votaron por un incremento del salario mínimo federal de 5,15 dólares a 7,25 dólares por hora, en los próximos tres años. El último aumento fue en 1997. El senador Ted Kennedy declaró que se trata de algo justo y decente, ya que los congresistas se han aumentado el sueldo varias veces.


Saturday, July 9, 2016

El disparate del salario mínimo obligatorio

El disparate del salario mínimo obligatorio

Por José Azel
Cuando se trata del salario mínimo obligatorio, los políticos tropiezan unos con otros en un clásico caso de buenas intenciones y malas políticas. El presidente Obama ha llamado a elevar el salario mínimo a $10.10 la hora. Mrs. Clinton apoya un salario mínimo de $12.00, y Mr. Sanders apoya el reclamo de los sindicatos de elevarlo a $15.00 la hora.
Mi artículo sobre este tema hace tres años todavía mantiene mi record de e-mails insultantes recibidos, pero intentaré de nuevo.


Muchos creen que las leyes de salario mínimo son necesarias para que trabajadores con poca calificación, especialmente principiantes, adolescentes y minorías, se ganen la vida sin ser explotados por avaros capitalistas. Pero, ¿logran las leyes de salario mínimo los resultados deseados? La cruel ironía es que las leyes de salario mínimo hacen el mayor daño a los segmentos de nuestra sociedad que tratamos de ayudar: pobres poco calificados y juventud inexperta.
Todos entendemos intuitivamente el principio económico fundamental de que cuando se incrementa el precio de algo la cantidad demandada de ese bien o servicio decrecerá. El salario es el precio del trabajo. Si el costo del trabajo se incrementa por orden gubernamental, la demanda de empleos disminuirá. Dicho simplemente: si las demás cosas se mantienen constantes, el número de empleos ofrecidos mermará cuando el salario mínimo se aumente artificialmente.
El argumento contra un decreto de salario mínimo es transparente y directo: incrementar el costo de la creación de empleos disminuirá la creación de empleos.
Peor aun, la disminución de empleos será permanente cuando los empresarios pasen a tecnologías de producción que ahorren fuerza laboral o a producir en el extranjero. Es cierto que quienes mantengan sus trabajos ganarán más, pero otros perderán sus empleos o no podrán obtener ninguno si no se crean nuevos. Muchos que viven en la pobreza están desempleados y por consiguiente no se beneficiarán de un incremento del salario mínimo. De hecho, sus perspectivas de obtener trabajo disminuirán.
Seamos claros: establecer un salario mínimo superior al que determina el mercado no resultará en mayor ingreso para todos los trabajadores, sino solamente para quienes mantengan sus empleos. Y esos mayores ingresos serán a expensas de los que quedarán o permanecerán desempleados. Aunque ya sabemos esto, las leyes de salarios mínimos siguen siendo populares entre funcionarios electos, consejos editoriales, y votantes que desean expresar su compasión por los trabajadores pobres.
Una razón más cínica es que abogar por un aumento del salario mínimo es una vía para ganar puntos políticos sin tener que responder por aumentos en los gastos del gobierno, porque ese costo lo asumirían los empleadores. Sin embargo, a diferencia del gobierno, los empresarios no pueden imprimir dinero, y los aumentos de costos serán pasados a los consumidores en forma de mayores precios, o asumidos por aquellos que no podrán encontrar empleo porque sus habilidades no alcanzan el nivel de salario melodramáticamente establecido por decreto gubernamental.
Cuando políticas gubernamentales establecen niveles de salarios ajenos al mercado, se atrofian las habilidades, las esperanzas se desvanecen y, trágicamente, el desempleo se convierte en una manera de vivir.
Nuestros persistentes niveles actuales de desempleo entre los desfavorecidos pueden perfectamente ser la envoltura externa de nuestro apoyo irreflexivo a leyes de salario mínimo. Hace sesenta años el nivel de desempleo entre jóvenes de 16-19 años era menor al 8%. Actualmente, tras muchas rondas de incrementos de salario mínimo, el desempleo juvenil está sobre el 24%, y entre jóvenes negros cerca del 40%. ¿Son las leyes de salario mínimo responsables de haber creado este nuevo standard?
El criterio de que el gobierno puede disminuir la pobreza encareciendo la contratación de trabajadores jóvenes o poco calificados es ilógico, y peor aun, deshonesto. Si el gobierno puede disminuir la pobreza estableciendo salarios mínimos entre $10.00 y $15.00 la hora, ¿por qué detenerse ahí? Elevemos el salario mínimo a $90.00 la hora y eliminemos completamente la pobreza. Por supuesto, eso sería insensato, como también lo son las leyes de salario mínimo.
No se obtienen buenos resultados implementando una mala idea. Defender el aumento del salario mínimo equivale a defender un mayor desempleo.
El autor es Investigador Senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y autor del libro Mañana in Cuba.

El disparate del salario mínimo obligatorio

El disparate del salario mínimo obligatorio

Por José Azel
Cuando se trata del salario mínimo obligatorio, los políticos tropiezan unos con otros en un clásico caso de buenas intenciones y malas políticas. El presidente Obama ha llamado a elevar el salario mínimo a $10.10 la hora. Mrs. Clinton apoya un salario mínimo de $12.00, y Mr. Sanders apoya el reclamo de los sindicatos de elevarlo a $15.00 la hora.
Mi artículo sobre este tema hace tres años todavía mantiene mi record de e-mails insultantes recibidos, pero intentaré de nuevo.