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Tuesday, October 4, 2016

Populismo constitucional

Muy decepcionante el Proyecto de Constitución Política de la Ciudad de México que presentó el jefe de Gobierno a la Asamblea Constituyente.

Ante la oportunidad para dotar a la CDMX de un nuevo fundamento jurídico que sea útil y eficaz, pero sobre todo, benéfico para el bienestar de los capitalinos, se entregó una carta retórica de buenos deseos que se convierten en demagogia al ser incumplibles.

Lo primero que preocupa es un intento desmesurado de enlistar derechos de todo tipo: hay desde los más básicos –libertad de expresión, reunión, asociación, educación, salud y vivienda– hasta nuevos nunca vistos en otra constitución local: derechos de las personas trabajadoras no asalariadas, derecho a la ciudad, al espacio público estético, a la democracia, a la buena administración, a una renta básica progresiva, a la memoria, al cuidado del persona, a la protección de los animales y derechos culturales, entre otros.

Bienvenido que haya un derecho al espacio público, pero resulta irrelevante si antes no se garantiza el derecho de acceso a la justicia o de protección de la integridad física. Qué bueno que podamos tener el derecho a la sexualidad plena, como dice el proyecto, pero antes debemos cumplir con niveles de alimentación mínima o un empleo remunerado. Al incluir todos esos derechos sin jerarquizarlos ni contar con un proyecto de factibilidad presupuestaria, se corre el riesgo de cumplirlos a medias o de incumplir algunos que son más básicos que otros.

El problema no sólo es la lista inmensa de derechos, sino que ésta no viene acompañada de una de obligaciones. El proyecto ofrece un mundo ideal, pero exige poco a los ciudadanos. Tratando de cumplir todos sus sueños, estimula un modelo de democracia peticionaria: exijo, pido y demando pero no doy nada a cambio. Es el sustento del paternalismo y de la irresponsabilidad.

La sección de derechos ocupa 30 páginas y 10 mil 800 palabras, aproximadamente. En contraste, la sección de deberes de las personas tiene 206 palabras y apenas ocupa media página. En ningún lugar del documento, por ejemplo, se dice con claridad que los ciudadanos, a cambio de gozar tanto en la capital chilanga, debamos pagar impuestos, como si eso fuera una afrenta al derecho a la felicidad citadina.

Una Constitución debe ser un conjunto de reglas y procedimientos, que ciertamente establezcan una visión de país y de ciudad, pero también de instrumentos jurídicos que permitan caminar hacia ese fin. Aunque la propuesta de Constitución establece las reglas para la organización de la nueva ciudad –alcaldías, concejales, una opción de formato parlamentario en caso de que se opte por gobiernos de coalición, entre otros– no encuentro elementos que sugieran que la nueva estructura de la ciudad sea el cimiento para mejores gobiernos –mejores no en el sentido de prometer sino de funcionar con eficacia, integridad, capacidad, flexibilidad, eso es, que sea una organización moderna, responsable, sensible, alerta y capaz de responder a sus obligaciones.

Los redactores “progresistas” de la Constitución presumen sensibilidad social sin darse cuenta de que prometer sin cumplir conduce al enojo, a la alienación, al descrédito y perjudica a quienes menos tienen. Así se convierte en una Constitución elitista, para presumir progresismo sin darse cuenta que los capitalino demandan derechos y servicios elementales: movilidad, aire fresco, seguridad y empleo. ¿Necesitábamos una nueva Constitución para ello?

Pero además del enojo, la nueva Constitución puede llevar al colapso del sistema jurídico y a la bancarrota financiera. La propuesta establece un mecanismo de exigibilidad y justiciabilidad para la protección efectiva de los derechos. Así, por ejemplo, si alguien no tiene acceso a una renta “digna” podría acudir con un juez quien en 10 días tendría que conminar al gobierno para cumplir su parte. ¿Y qué haría la autoridad para dar respuesta a 10 mil o 100 mil capitalinos que acudan a instancias judiciales porque carecen de esa renta justa, como es el caso hoy no con miles, sino millones de chilangos? (Según el Coneval en la capital del país hay 2.5 millones de personas por debajo de la línea de pobreza y 150 mil en pobreza extrema).

Si alguien desea disfrutar el derecho a la vía pública o a la accesibilidad y movilidad humana podría acudir ante un juez y reclamar que las miles y miles de banquetas rotas de la ciudad impiden el goce de ese derecho. Y el juez daría diez días al alcalde de la zona respectiva para que cambie el pavimento y coloque banquetas nuevas que permitan caminar, convivir y gozar del derecho. ¿Tienen los gobiernos delegacionales y las futuras alcaldías los recursos para tapar hoyos y cambiar pisos?

En una opinión publicada en Milenio, Gabriel Negretto, uno de los mejores teóricos del constitucionalismo, dice que “hacer exigibles derechos que las autoridades administrativas no pueden o no quieren hacer efectivos, tiende a beneficiar a las minorías que gozan de mayores recursos y conexiones para litigar eficazmente”. En ese sentido se trata de una Constitución elitista pues los mejor organizados o los mejor conectados pueden ser los que garanticen que sus derechos sean respetados mientras el resto, la gran mayoría, queda desamparada.

¿Qué derecho es más importante: el de un cibernauta de la colonia Condesa que demanda parques podados y que sus mascotas gocen de servicios de saneamiento adecuados, o bien, el de un habitante de Tláhuac que requiere agua entubada? Todos los derechos son importantes, pero es una irresponsabilidad ofrecer sin dotar antes a la Ciudad de la fortaleza institucional y presupuestaria para cumplirlos. Y para ello no se requería una nueva Constitución.

Populismo constitucional

Muy decepcionante el Proyecto de Constitución Política de la Ciudad de México que presentó el jefe de Gobierno a la Asamblea Constituyente.

Ante la oportunidad para dotar a la CDMX de un nuevo fundamento jurídico que sea útil y eficaz, pero sobre todo, benéfico para el bienestar de los capitalinos, se entregó una carta retórica de buenos deseos que se convierten en demagogia al ser incumplibles.

Lo primero que preocupa es un intento desmesurado de enlistar derechos de todo tipo: hay desde los más básicos –libertad de expresión, reunión, asociación, educación, salud y vivienda– hasta nuevos nunca vistos en otra constitución local: derechos de las personas trabajadoras no asalariadas, derecho a la ciudad, al espacio público estético, a la democracia, a la buena administración, a una renta básica progresiva, a la memoria, al cuidado del persona, a la protección de los animales y derechos culturales, entre otros.

Wednesday, July 20, 2016

Chile: La hoja en blanco y la tierra de Jauja, el populismo constitucional pasa a la ofensiva

Por Mauricio Rojas

Chile se aboca a un proceso de cambio constitucional mediante el cual la Presidenta Michelle Bachelet espera recuperar el control de la agenda política, desplazando el foco de atención de su poco afortunada gestión y los problemas reales en que se debate el país a una especie de “soñar no cuesta nada” constitucional, donde todos los deseos y todas las reivindicaciones podrán canalizarse hacia un futuro en el que una nueva Carta Magna supuestamente creará la tierra de Jauja.


Tal vez el lector no conozca el relato del siglo XVI de Lope de Rueda sobre esa tierra maravillosa donde “hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme»”. Allí hay también “unos árboles que son de tocino” y sus “hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo: «máscame, máscame».” Y mucho más hay en esa tierra, donde no sólo no se trabaja sino que “azotan a los hombres que se empeñan en trabajar”. Bueno, este cuento sobre una tierra maravillosa tiene como propósito permitirles a dos ladronzuelos, Honzigera y Panarizo, embobar al pobre Mendrugo mientras le comen la comida que éste le llevaba a su mujer.
Embobarnos, he allí, ni más ni menos, la idea-fuerza del “proceso constituyente” ahora abierto. Por ello es que el ministro Nicolás Eyzaguirre, “coordinador administrativo” de todo este barullo, nos ofrece algo aún más asombroso que el embauque de Honzigera y Panarizo: la hoja en blanco para que la llenemos con lo que queramos por medio de “cabildos ciudadanos” en los que se expresará genuinamente la voluntad popular. Así nos lo dice el ministro: “Lo que queremos es que por lo menos el sentido, la intuición de cuál es el país que queremos construir, venga desde la gente (…). En los cabildos vamos a invitar a la gente que imagine la Constitución que quiere. En ese sentido, es a partir de una hoja en blanco” (La Tercera, 25/10). Es decir, ni siquiera nos contarán un cuento sino que dejaran que nos lo contemos nosotros mismos. Nos pondrán en el diván de los cabildos y nos dirán con Freud: “díganme lo primero que se les ocurra”.
Lo lamentable es que, por lo que se sabe, podría haber piso para que una jugada semejante funcionase ya que nuestros ilusos Mendrugos parecen ser muchos. Según una reciente encuesta de Plaza Pública más del 60% de los chilenos cree que una nueva Constitución: “Permitirá superar los problemas que hoy tiene el país en temas como educación, seguridad y salud”, “hará de Chile un país más justo y con menos desigualdades”, “permitirá que Chile sea un país desarrollado” y “mejorará la confianza en las instituciones”. Nadie sabe cómo ocurrirá todo esto y sobre ello el gobierno no ha dicho ni pío, pero es que en pedir no hay engaño y soñar no cuesta nada. Esa es la varita mágica de nuestros Honzigeras y Panarizos gobernantes: echar a volar la fantasía e invitarnos, como en la Balada para un loco, a subirnos a la “ilusión súper-sport”.
El método propuesto es, por lo demás, pura demagogia antidemocrática. Bien se sabe que en esos cabildos no se expresará la voluntad “del pueblo” sino la de los activistas más movilizados. Cualquiera que haya estudiado el asambleísmo sabe que es lo menos democrático que pueda existir y da rienda suelta a los demagogos y a las minorías ideologizadas. En suma, este supuesto método democrático de “ir al pueblo” es una farsa antidemocrática con consecuencias peligrosas ya que su resultado puede ser el secuestro de la supuesta voluntad popular por las minorías vocingleras y radicalizadas. La mayoría acostumbra a quedarse en casa y ser silenciosa, pero no por ello deja de ser la mayoría y sus voluntades existen y deben ser consideradas, ya que la Constitución deber ser de todos y para todos.
Ahora bien, todo este circo político tiene un objetivo muy claro. Finalmente, tal como lo dice Eyzaguirre, “la Presidenta va a tomar todo eso y va a presentar una nueva Constitución que la va a discutir el próximo Congreso”. Esa es la dramaturgia típica del populismo: el pueblo se “expresa” y luego viene el líder, que haciendo suyo el supuesto sentir ciudadano le da forma concreta y formula su propuesta “a nombre del pueblo”. En suma, puro chavismo, ni más ni menos.
En otras palabras, el asambleísmo de la hoja en blanco propuesto por el gobierno no es más que una forma abierta de populismo constitucional que debe ser rechazada tajantemente ya que de otra manera se estaría fomentando un uso antidemocrático y manipulativo de los procesos políticos que inevitablemente desemboca en la personalización del poder y el ataque, a nombre del pueblo en simbiosis directa con el líder, a las instituciones de la democracia representativa.
Por tanto, si los sectores políticos serios de nuestro país se prestan a esta farsa le darían legitimidad a una forma de abuso de la democracia que bajo el manto de la “participación ciudadana” termina en aquello que Polibio, el gran historiador romano del siglo II a.C., llamó oclocrasia (“gobierno de la muchedumbre” agitada por los demagogos) para distinguirla de la democracia o gobierno serio y responsable del pueblo. Polibio, como todos los pensadores clásicos, sabía que la oclocracia o asambleísmo demagógico era el método seguro para dividir la sociedad, imponer los intereses particulares a los generales y crear la base para que futuros líderes carismáticos usasen y abusasen del poder. Y así sigue siendo hasta el día de hoy, tal como bien lo muestra la historia reciente del populismo asambleísta latinoamericano con Venezuela como su ejemplo más paradigmático y tristemente aleccionador.
Esto no implica rechazar la idea de una nueva Constitución sino negarse a participar en un circo populista y defender la democracia contra aquellos que quieren manipularla.

Chile: La hoja en blanco y la tierra de Jauja, el populismo constitucional pasa a la ofensiva

Por Mauricio Rojas

Chile se aboca a un proceso de cambio constitucional mediante el cual la Presidenta Michelle Bachelet espera recuperar el control de la agenda política, desplazando el foco de atención de su poco afortunada gestión y los problemas reales en que se debate el país a una especie de “soñar no cuesta nada” constitucional, donde todos los deseos y todas las reivindicaciones podrán canalizarse hacia un futuro en el que una nueva Carta Magna supuestamente creará la tierra de Jauja.

Wednesday, July 13, 2016

Chile: La hoja en blanco y la tierra de Jauja, el populismo constitucional pasa a la ofensiva

Por Mauricio Rojas

 
Chile se aboca a un proceso de cambio constitucional mediante el cual la Presidenta Michelle Bachelet espera recuperar el control de la agenda política, desplazando el foco de atención de su poco afortunada gestión y los problemas reales en que se debate el país a una especie de “soñar no cuesta nada” constitucional, donde todos los deseos y todas las reivindicaciones podrán canalizarse hacia un futuro en el que una nueva Carta Magna supuestamente creará la tierra de Jauja.


Tal vez el lector no conozca el relato del siglo XVI de Lope de Rueda sobre esa tierra maravillosa donde “hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme»”. Allí hay también “unos árboles que son de tocino” y sus “hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo: «máscame, máscame».” Y mucho más hay en esa tierra, donde no sólo no se trabaja sino que “azotan a los hombres que se empeñan en trabajar”. Bueno, este cuento sobre una tierra maravillosa tiene como propósito permitirles a dos ladronzuelos, Honzigera y Panarizo, embobar al pobre Mendrugo mientras le comen la comida que éste le llevaba a su mujer.
Embobarnos, he allí, ni más ni menos, la idea-fuerza del “proceso constituyente” ahora abierto. Por ello es que el ministro Nicolás Eyzaguirre, “coordinador administrativo” de todo este barullo, nos ofrece algo aún más asombroso que el embauque de Honzigera y Panarizo: la hoja en blanco para que la llenemos con lo que queramos por medio de “cabildos ciudadanos” en los que se expresará genuinamente la voluntad popular. Así nos lo dice el ministro: “Lo que queremos es que por lo menos el sentido, la intuición de cuál es el país que queremos construir, venga desde la gente (…). En los cabildos vamos a invitar a la gente que imagine la Constitución que quiere. En ese sentido, es a partir de una hoja en blanco” (La Tercera, 25/10). Es decir, ni siquiera nos contarán un cuento sino que dejaran que nos lo contemos nosotros mismos. Nos pondrán en el diván de los cabildos y nos dirán con Freud: “díganme lo primero que se les ocurra”.
Lo lamentable es que, por lo que se sabe, podría haber piso para que una jugada semejante funcionase ya que nuestros ilusos Mendrugos parecen ser muchos. Según una reciente encuesta de Plaza Pública más del 60% de los chilenos cree que una nueva Constitución: “Permitirá superar los problemas que hoy tiene el país en temas como educación, seguridad y salud”, “hará de Chile un país más justo y con menos desigualdades”, “permitirá que Chile sea un país desarrollado” y “mejorará la confianza en las instituciones”. Nadie sabe cómo ocurrirá todo esto y sobre ello el gobierno no ha dicho ni pío, pero es que en pedir no hay engaño y soñar no cuesta nada. Esa es la varita mágica de nuestros Honzigeras y Panarizos gobernantes: echar a volar la fantasía e invitarnos, como en la Balada para un loco, a subirnos a la “ilusión súper-sport”.
El método propuesto es, por lo demás, pura demagogia antidemocrática. Bien se sabe que en esos cabildos no se expresará la voluntad “del pueblo” sino la de los activistas más movilizados. Cualquiera que haya estudiado el asambleísmo sabe que es lo menos democrático que pueda existir y da rienda suelta a los demagogos y a las minorías ideologizadas. En suma, este supuesto método democrático de “ir al pueblo” es una farsa antidemocrática con consecuencias peligrosas ya que su resultado puede ser el secuestro de la supuesta voluntad popular por las minorías vocingleras y radicalizadas. La mayoría acostumbra a quedarse en casa y ser silenciosa, pero no por ello deja de ser la mayoría y sus voluntades existen y deben ser consideradas, ya que la Constitución deber ser de todos y para todos.
Ahora bien, todo este circo político tiene un objetivo muy claro. Finalmente, tal como lo dice Eyzaguirre, “la Presidenta va a tomar todo eso y va a presentar una nueva Constitución que la va a discutir el próximo Congreso”. Esa es la dramaturgia típica del populismo: el pueblo se “expresa” y luego viene el líder, que haciendo suyo el supuesto sentir ciudadano le da forma concreta y formula su propuesta “a nombre del pueblo”. En suma, puro chavismo, ni más ni menos.
En otras palabras, el asambleísmo de la hoja en blanco propuesto por el gobierno no es más que una forma abierta de populismo constitucional que debe ser rechazada tajantemente ya que de otra manera se estaría fomentando un uso antidemocrático y manipulativo de los procesos políticos que inevitablemente desemboca en la personalización del poder y el ataque, a nombre del pueblo en simbiosis directa con el líder, a las instituciones de la democracia representativa.
Por tanto, si los sectores políticos serios de nuestro país se prestan a esta farsa le darían legitimidad a una forma de abuso de la democracia que bajo el manto de la “participación ciudadana” termina en aquello que Polibio, el gran historiador romano del siglo II a.C., llamó oclocrasia (“gobierno de la muchedumbre” agitada por los demagogos) para distinguirla de la democracia o gobierno serio y responsable del pueblo. Polibio, como todos los pensadores clásicos, sabía que la oclocracia o asambleísmo demagógico era el método seguro para dividir la sociedad, imponer los intereses particulares a los generales y crear la base para que futuros líderes carismáticos usasen y abusasen del poder. Y así sigue siendo hasta el día de hoy, tal como bien lo muestra la historia reciente del populismo asambleísta latinoamericano con Venezuela como su ejemplo más paradigmático y tristemente aleccionador.
Esto no implica rechazar la idea de una nueva Constitución sino negarse a participar en un circo populista y defender la democracia contra aquellos que quieren manipularla.
Mauricio Rojas es Senior Fellow de la Fundación para el Progreso (FPP).

Chile: La hoja en blanco y la tierra de Jauja, el populismo constitucional pasa a la ofensiva

Por Mauricio Rojas

 
Chile se aboca a un proceso de cambio constitucional mediante el cual la Presidenta Michelle Bachelet espera recuperar el control de la agenda política, desplazando el foco de atención de su poco afortunada gestión y los problemas reales en que se debate el país a una especie de “soñar no cuesta nada” constitucional, donde todos los deseos y todas las reivindicaciones podrán canalizarse hacia un futuro en el que una nueva Carta Magna supuestamente creará la tierra de Jauja.