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Monday, July 11, 2016

¿Por qué Enrique Ochoa?

En una reunión del gabinete ampliado, posterior a la elección del 5 de junio, el presidente Peña leyó la cartilla a su equipo de colaboradores y les dio un mensaje claro: no iba a rendir la plaza.
Es decir, no se iba a resignar a que el PRI perdiera las elecciones estatales en el 2017 y menos aún las presidenciales del 2018, o que se quisieran echar para abajo las reformas.

Y, para hacer realidad ese propósito tendrán que venir cambios, de personas y de estrategias. Todo parece indicar que en un principio se pensaba en un lapso un poco más prolongado para gestarlos. Como el propio presidente Peña lo refirió, quizás en el contexto del Cuarto Informe de Gobierno, poco antes o poco después.

Pero las cosas se precipitaron y el primer cambio estratégico vino la semana pasada: la designación de Enrique Ochoa al frente del PRI, que habrá de hacerse oficial mañana.

Las reacciones que suscitó la noticia entre la clase política priista y algunos de sus voceros dan las pistas del por qué Ochoa y por qué el momento.

Más allá de los errores de selección de candidatos que pueda haber cometido el propio presidente Peña en las elecciones de junio, lo cierto es que la clase política priista histórica con Manlio Fabio Beltrones al frente –y gobernadores diversos a los lados– definieron las campañas y fallaron.

Un cambio en el PRI implicaba de entrada un cambio en el perfil del dirigente.

Enrique Ochoa fue una carta inesperada, pero no distante por formación de otros personajes que alguna vez se mencionaron, como Aurelio Nuño.

Ochoa redactó buena parte de la iniciativa de la reforma educativa y desde la Secretaría de Energía fue clave en el diseño de la reforma energética. Tras la salida de Francisco Rojas de la CFE en febrero de 2014, fue el operador de los cambios en el sector eléctrico, los más exitosos hasta ahora en la reforma.

Pero quizás lo que lo catapultó como prospecto a la dirigencia del PRI fue la negociación de la reforma de pensiones de la CFE, frente a un sindicato, el SUTERM, que intentó doblarlo hasta el último momento.

Conocimiento técnico y una habilidad política inusual, además de la confianza del presidente Peña lo convirtieron en prospecto a encabezar el PRI. ¿Por qué el momento? Desconozco las razones específicas que propiciaron la definición de la fecha, pero la hipótesis plausible, observando las reacciones posteriores, es que integrantes de la clase política priista intentaban limitar el margen de maniobra de Peña para elegir al dirigente del partido.

No sé si iba a llegar al nivel de una rebelión o si iban a querer imponerle a Peña algún personaje, pero el hecho es que el presidente se adelantó.

Hay que entender la llegada de Ochoa como el arranque de un proceso. Habrá cambios en el PRI y supongo que posteriormente en el gabinete y en algunas de las políticas.

En esa reunión en la que Peña fue enfático con sus colaboradores en que no iba a “rendir la plaza”, les recordó que él tenía las renuncias de todos desde que llegaron y que no dudaría en usarlas.

En los meses que siguen veremos con certeza más capítulos de la estrategia del presidente, pero por lo pronto quien quiera minimizar la llegada de Ochoa al PRI, es que no lo conoce: vienen cambios profundos en el tricolor.

¿Por qué Enrique Ochoa?

En una reunión del gabinete ampliado, posterior a la elección del 5 de junio, el presidente Peña leyó la cartilla a su equipo de colaboradores y les dio un mensaje claro: no iba a rendir la plaza.
Es decir, no se iba a resignar a que el PRI perdiera las elecciones estatales en el 2017 y menos aún las presidenciales del 2018, o que se quisieran echar para abajo las reformas.

Y, para hacer realidad ese propósito tendrán que venir cambios, de personas y de estrategias. Todo parece indicar que en un principio se pensaba en un lapso un poco más prolongado para gestarlos. Como el propio presidente Peña lo refirió, quizás en el contexto del Cuarto Informe de Gobierno, poco antes o poco después.

Thursday, July 7, 2016

Los partidos políticos están perdidos

Jorge Suárez-Vélez

Brexit, Trump, el resurgimiento del nacionalismo, el arraigamiento del racismo (a veces violento) y la polarización ideológica tienen todos en común un mismo origen: la rigidez y miopía de los partidos políticos.

Éstos se han empeñado en vender la misma ideología rígida y estrategia fallida, dejando enormes huecos que han sido llenados por populistas o por irresponsables que toman a partidos establecidos como rehenes, aprovechando que éstos no están dispuestos a enfrentarlos, ante la posibilidad de beneficiarse de votos, independientemente de dónde éstos provengan.

La semana pasada George Will, quien por décadas ha sido uno de los pensadores conservadores más respetados en Estados Unidos, declaró que ha dejado de ser republicano. Usando la misma frase que expresara Ronald Reagan cuando le preguntaron por qué dejó al Partido Demócrata en los años sesenta, dijo: “yo no dejé al partido, el partido me dejó a mí”. Un republicano tradicional no puede identificarse con un partido que promueve el proteccionismo, que está contra la migración y que sataniza al libre comercio. Espero, tampoco puede identificarse con un racista.

Trump es el resultado de un Partido Republicano obtuso, rehén de grupos extremos como la NRA (Asociación Nacional del Rifle), de grupos que niegan el calentamiento global, de quienes defienden posiciones religiosas extremas, de aquellos que promueven la ignorancia al manifestarse, incluso, contra la Teoría de la Evolución, que 99.99 por ciento de los científicos del mundo validan.

Los demócratas tampoco son un ejemplo de flexibilidad y modernidad. Fueron ellos quienes plantaron la semilla de la duda con respecto a las bondades del comercio internacional (validado, también, por la gran mayoría de los economistas respetables) e insisten en recetas trilladas que han mostrado una y otra vez que no funcionan. Cuando proponen aumentar salarios mínimos en forma drástica y arbitraria, por ejemplo, lejos de proteger a los trabajadores, los marginan. Aceleran la robotización y automatización de procesos con máquinas y tecnologías que existen, fuerzan a quien no tiene la capacitación para demandar salarios competitivos a subemplearse o a refugiarse en la economía informal, perdiendo todo acceso a capacitación y protección social.

Nunca en la historia de la humanidad se había generado tanto cambio en menos tiempo. Estamos frente a un cambio tecnológico que marca un parteaguas en la historia, nada menos que eso. Lejos de buscar cómo aprovecharlo en forma inteligente, los partidos le han cedido la palestra a populistas que lucran al asustar, al buscar culpables, al amarrar navajas. En vez de abocarse a generar progreso, fomentan envidia. Como dijera el propio George Will, “la envidia es el único pecado capital que ni siquiera permite un momento de placer”.

En países desarrollados y con fortaleza institucional, el populista es una amenaza real que puede provocar mucho daño al vender la posibilidad de que regrese un pasado que quizá nunca existió. Dígase lo que se diga, la globalización es un fenómeno incontenible e irreversible. Lo es porque el muro de Trump no puede contener a WhatsApp, Facebook o Skype. En 2016 las grandes empresas son de todos los países y de ninguno; y el poder de las computadoras es irreversible, porque su capacidad ha crecido en forma exponencial por décadas.

En México pasa lo mismo. Los partidos políticos alimentan a su base tradicional, independientemente de cuáles sean sus intereses. PAN y PRD hacen alianzas alrededor de candidatos impresentables, con tal de aprovecharse del enojo de los electores. López Obrador acoge al nefasto CNTE, y se muestra dispuesto a sacrificar el futuro de millones de niños, a cambio de obtener mayor poder político.

En nuestro país el riesgo del populista es mucho más grave. Lo es porque la debilidad institucional es patente y, por ello, sería más difícil contener el daño; porque es fácil dar marcha atrás a logros que han sido el resultado de situaciones a veces milagrosas. Por ello, lo que está haciendo el PRI es particularmente irresponsable. Lo es cuando tantos de sus militantes se enriquecen en forma grotesca, cuando abusan del poder, cuando restriegan la impunidad en la cara de quienes nada tienen, cuando permiten que la ley se aplique en forma selectiva, cuando favorecen al amigo, cuando doblan las reglas. Me preocupa ver que están más preocupados en vender una reforma educativa que en el mejor de los casos ira a la décima parte de la velocidad que el entorno exige, que en buscar incorporar a millones de jóvenes a la economía moderna, dotándolos con habilidades y herramientas que les permitan ganarse una vida digna. Pero, lo que más me irrita es ver el flagrante descaro con el que Duarte y Borge pretenden blindarse después de haber sido de los gobernadores más corruptos y que más daño han hecho a sus estados en décadas, me queda claro que o no entienden el peligro o no les importa sembrar tanta frustración y enojo. Éstos se acabarán manifestando en las urnas, o en las calles. Debería darles vergüenza.

Los partidos políticos están perdidos

Jorge Suárez-Vélez

Brexit, Trump, el resurgimiento del nacionalismo, el arraigamiento del racismo (a veces violento) y la polarización ideológica tienen todos en común un mismo origen: la rigidez y miopía de los partidos políticos.

Éstos se han empeñado en vender la misma ideología rígida y estrategia fallida, dejando enormes huecos que han sido llenados por populistas o por irresponsables que toman a partidos establecidos como rehenes, aprovechando que éstos no están dispuestos a enfrentarlos, ante la posibilidad de beneficiarse de votos, independientemente de dónde éstos provengan.