Son muchas las frases que se escuchan al respecto de la distribución de la riqueza en Chile. La impresión es que aquellos que han amasado fortunas son TODOS corruptos, desalmados y que, para que ellos sean ricos, las personas de más bajos ingresos son los que tienen que perder. En la mente popular, la carrera de la vida es un juego de suma cero. Para que alguien gane, otro debe perder.
Por esta concepción de la riqueza como producto de la mala fe y la deshonestidad, es que se considera que la misma convierte a quienes la poseen en personas faltas de virtud, personas que no generan aporte social, ya que para que ellos estén arriba, alguien quedó abajo. Estas percepciones son muy de la sensibilidad de la izquierda y, aunque las personas no siempre lo saben, es la idea que predomina en las personas y que guía sus conductas electorales. Por esta visión es que se satanizan sectores políticos completos, por considerarlos vampiros sociales solo por el hecho de ser de origen acomodado, mientras que los políticos de izquierda proliferan utilizando el discurso de la procedencia popular.
Al parecer, en Chile, ser pobre es virtud. Es sinónimo de honradez y esfuerzo, es sinónimo de conciencia social y disposición al servicio.
Pero si analizamos la realidad nacional podremos ver cómo la mayor virtud social es generar el mayor bien común posible conservando la libertad individual. En Chile, ser pobre es garantía de la misericordia popular. Da lo mismo si no hay mérito de ninguna clase mientras el origen social provoque un sentimiento de identificación de las masas hacia el político.
Es tan grande la virtud de ser pobre, que aquellos que alzaron sus banderas de pobreza para llegar al poder se aferran a esa masa votante implementando políticas públicas que los mantengan en esa pobreza, ya que ellos mantendrán su tendencia electoral por fidelidad a los “virtuosos”. Políticas como una reforma tributaria que aniquila a las pequeñas y medianas empresas, pues las priva de su capital de crecimiento, los obliga a recortar gastos y, cuando sus márgenes se vuelven insostenibles, estas desaparecen exterminando consigo los empleos que traían aparejados. Empleos que, con el tiempo, sacan a la gente de la pobreza.
Ser pobre en Chile es virtud, porque cuando la clase política es cuestionada, no todos se miden con la misma vara. Si el personaje en cuestión pertenece a la izquierda, se lo asocia a fines loables e intenciones beatas que encauzan a la sociedad a la armonía y al empoderamiento de los más desposeídos. Pero cuando el sujeto es de derecha, generalmente proviene de sectores de clase media y algunos muy acomodados, y se le acusa de ser partidario de los abusadores, quienes explotan al proletariado y, por lo tanto, el resultado de todas sus políticas es ilegítimo. La muestra está en cómo fueron percibidas socialmente las acciones de algunos políticos reveladas en un reportaje de televisión en el que se mostraba al diputado Iván Fuentes, líder de los trabajadores e ícono de la inocencia política, aceptando dineros de las pesqueras para sesionar a su favor en la cámara baja. La misma acción fue registrada con Patricio Walker, tambien diputado pero de clase media acomodada, y la reacción fue infantilizar la conducta de Fuentes y satanizar la de Walker.
Todo debido al origen social. La pobreza excusa a Iván Fuentes de cualquier error. Él es víctima de las circunstancias, su corrupción queda sin efecto porque él proviene de un bajo estrato social y fue manipulado. Al menos, esa es la opinión pública, mientras que Patricio Walker es un corrupto de tradición que debería renunciar porque pertenece a la clase abusadora y no pertenece al “pueblo”. Muchos dicen que la cobertura del caso de Iván Fuentes ha sido desproporcionada y que se ha olvidado lo esencial que es la intervención de empresas de ricos en el congreso, acusando a los periodistas que se centran en señalar al pobre diputado.
Estos raciocinios indican que el congresista, por su origen social, es inocente de todo lo que se le acusa y es una víctima del sistema y que juzgarlo solo hace que la gente pobre no tenga cabida en la participación política.
Hay una cierta tendencia a condonar los pecados sociales, ya sean actos de violencia o el acceso a ciertos bienes económicos como la universidad, o lo que sea, pero siempre sobre la base de una supuesta virtud, que es ser pobre. Por eso se justifican falsos exonerados políticos, más de mil en Chile. Por eso se justifican pensiones millonarias y cargos ficticios en el gobierno de izquierda de Michelle Bachelet. Por eso se justifica la violencia en la Araucanía que por medio del terrorismo despoja a los agricultores ricos y pobres de su capital de producción y de su riqueza, sea esta mucha o poca, y si es necesario los despoja también de su vida, como ocurrió con los Luchsinger Mackay.
La verdad es que NO. La pobreza no es una virtud, sino una condición que debe ser superada en primer lugar por los titulares de esa pobreza y con los apoyos necesarios que sean razonables. La pobreza no es una virtud en lo absoluto, como para justificar las situaciones de todo orden o aminorarlas en su daño. Si consideramos la pobreza una virtud, llegaremos a despreciar la riqueza porque genera desigualdad, porque estructura la sociedad, porque hace que ciertas diferencias afloren entre quienes saben cómo producirla y quienes dependen de los que saben.
El problema es que el desprecio de la riqueza y la valoración de la pobreza ha llevado a la izquierda al poder, ha amparado sus políticas públicas que castigan el mérito y la riqueza y está sentando las bases para un modelo en que hay que destripar a quienes se atrevan a producir bienes y servicios y obtener el beneficio económico de ello. Esto sin duda acaba en un profundo desincentivo que lleva a la escasez y la miseria…
…Quizás cuando todos estén en iguales condiciones, en la más absoluta pobreza, quizás ahí Chile por fin se replantee su escala de valores y vea si en realidad la pobreza es virtud.