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Thursday, October 13, 2016

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas: que se deben respetar las libertades económicas y el derecho de propiedad, que hay que revisar los controles, que el Estado no puede seguir teniendo el dominio político que actualmente tiene sobre todos los bienes de producción, que hay que generar seguridad jurídica así como confianza para atraer las inversiones, restablecer el Estado de Derecho (que hayan tribunales independientes, leyes ciertas, etc.) y adoptar políticas que fomenten actividades hoy día paralizadas.



Todo lo anterior está muy bien, el único detalle es que ejecutar esas acciones (a las que habría que sumar la obligatoria reparación justa a las miles de víctimas de violaciones a la propiedad privada derivada de la política de Estado) implica no hacer en economía lo que sí han hecho todos los gobiernos de este país, entre 1976 y 2016 (con la excepción de los primeros años del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez), y al mismo tiempo hacer lo que esos gobiernos, todos en mayor o menor medida socialistas (en efecto, AD, Copei y el Psuv son por igual partidos socialistas), estatistas, populistas y mercantilistas, nunca quisieron o se atrevieron a hacer.
En pocas palabras, lo anterior supone echar atrás, con la más absoluta transparencia, responsabilidad y prudencia ante todos los sectores del país, al Estado paternalista, intervencionista y corrupto, muy cercano a la planificación central de los socialismos reales, y en su lugar erigir un Estado fuerte (eficaz) pero limitado (sin posibilidad alguna de dirigir la economía), regido por las instituciones de la economía social de mercado, por ejemplo, o algún otro sistema de economía libre, esto es, una en que sean las empresas privadas, los derechos de propiedad privada y la competencia, los pilares centrales (que no los únicos, pues las leyes y regulaciones serán necesarias) del libre desarrollo de las personas y la producción de riqueza (es decir, de bienes y servicios).
Pero existe un gran problema: la mentalidad anticapitalista que predomina en los grupos de interés que no quieren que esa tradición fracasada termine (en partidos políticos, empresas, universidades, medios de comunicación, Administración Pública, sindicatos, etc.) pues gracias a ella tienen muchos privilegios mal habidos, y que ellos con habilidad han difundido entre millones de venezolanos que, por falta de conocimiento y necesidad de sobrevivir, consideran que la alternativa al estatismo del Petroestado venezolano es algo así como la dictadura económica de los ricos, llamados ”los amos del Valle”.
Contra esa mentalidad, que expresa una creencia en contra de la libertad, del desarrollo, de la inclusión y la igualdad ante la ley, es necesario actuar desde ya, aún más al tomar en cuenta lo que Luis José Oropeza ha expresado en un libro tan revelador como oportuno: “Fue así como durante medio siglo, estas ideas fueron afianzándose en los círculos de las principales organizaciones políticas venezolanas. Acción Democrática, en sus derivaciones más influyentes, y URD, su contrincante en los mismos predios ideológicos, juntos y sin ocultarlo, patrocinaban vínculos con el dirigismo económico en sus propuestas doctrinarias asociadas a un nacionalismo abiertamente antiimperialista y extraño a todo orden económico identificado con la libre empresa y la discrecional actuación de los mercados. Incluso, el partido Copei, conservador en sus orígenes, se fue tiñendo de estatizantes coloraciones ideológicas…” (Oropeza, Luis José, Venezuela: fábula de una riqueza. El valle sin amos. Caracas: Artesano Editores y CEDICE-Libertad, 2014, p. 180).
Un primer paso tal vez sea el no usar la muy marxista palabra “capitalismo”, y en su lugar hablar de sistema de economía libre, de economía basada en la propiedad privada o en la economía social de mercado, como ya se indicó, y mostrar ejemplos a las personas de cómo hay prosperidad y desarrollo en los países en que la economía es abierta y los gobiernos no pueden actuar como señores de ella, sino sólo como árbitros que fijan reglas imparciales y supervisan su efectivo cumplimiento.
Pero son muchas otras las acciones a llevar a cabo para cambiar esas creencias equivocadas entre los venezolanos, ya que, salvo excepciones, los partidos políticos, las universidades, la Iglesia, los intelectuales, los empresarios y no pocos medios de comunicación, por décadas han promovido en muchos sectores del país, entre ellos en los jóvenes, ideas absurdas, alejadas de toda evidencia económica, que han expulsado a Venezuela de la senda del desarrollo en libertad.
De allí la pertinencia de citar una vez más a Oropeza: “La inclinación reñida con todo vínculo de aproximación al capitalismo es una creencia hondamente arraigada en la conciencia colectiva del venezolano. El tintineo de las prédicas del marxismo, la penetración y postración sumisa de un rudimentario concierto de empresarios siempre dúctiles a los intereses de la barbarie caudillesca, el rechazo anticipado a toda reflexión o iniciativa por más lúcida que parezca —pues siempre se le imputa tener su fragua y sus orígenes en las pervertidas academias del imperio— las lecturas escogidas en nuestros cuerpos de enseñanza para la juventud –orientadas siempre hacia el derrotero del pensamiento único–, todo, absolutamente todo conduce a pensar que la gestión del orden privado de la producción y la economía debía ser marginada o, en todo caso, erradicar para siempre su concurso de los comandos vitales de la vida nacional” (p. 187). Los cambios que deben aplicarse son conocidos, de modo que la pregunta más bien sería: ¿estamos dispuestos a apoyarlos y ejecutarlos?

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas: que se deben respetar las libertades económicas y el derecho de propiedad, que hay que revisar los controles, que el Estado no puede seguir teniendo el dominio político que actualmente tiene sobre todos los bienes de producción, que hay que generar seguridad jurídica así como confianza para atraer las inversiones, restablecer el Estado de Derecho (que hayan tribunales independientes, leyes ciertas, etc.) y adoptar políticas que fomenten actividades hoy día paralizadas.


Monday, October 3, 2016

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas:



que se deben respetar las libertades económicas y el derecho de propiedad, que hay que revisar los controles, que el Estado no puede seguir teniendo el dominio político que actualmente tiene sobre todos los bienes de producción, que hay que generar seguridad jurídica así como confianza para atraer las inversiones, restablecer el Estado de Derecho (que hayan tribunales independientes, leyes ciertas, etc.) y adoptar políticas que fomenten actividades hoy día paralizadas.
Todo lo anterior está muy bien, el único detalle es que ejecutar esas acciones (a las que habría que sumar la obligatoria reparación justa a las miles de víctimas de violaciones a la propiedad privada derivada de la política de Estado) implica no hacer en economía lo que sí han hecho todos los gobiernos de este país, entre 1976 y 2016 (con la excepción de los primeros años del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez), y al mismo tiempo hacer lo que esos gobiernos, todos en mayor o menor medida socialistas (en efecto, AD, Copei y el Psuv son por igual partidos socialistas), estatistas, populistas y mercantilistas, nunca quisieron o se atrevieron a hacer.
En pocas palabras, lo anterior supone echar atrás, con la más absoluta transparencia, responsabilidad y prudencia ante todos los sectores del país, al Estado paternalista, intervencionista y corrupto, muy cercano a la planificación central de los socialismos reales, y en su lugar erigir un Estado fuerte (eficaz) pero limitado (sin posibilidad alguna de dirigir la economía), regido por las instituciones de la economía social de mercado, por ejemplo, o algún otro sistema de economía libre, esto es, una en que sean las empresas privadas, los derechos de propiedad privada y la competencia, los pilares centrales (que no los únicos, pues las leyes y regulaciones serán necesarias) del libre desarrollo de las personas y la producción de riqueza (es decir, de bienes y servicios).
Pero existe un gran problema: la mentalidad anticapitalista que predomina en los grupos de interés que no quieren que esa tradición fracasada termine (en partidos políticos, empresas, universidades, medios de comunicación, Administración Pública, sindicatos, etc.) pues gracias a ella tienen muchos privilegios mal habidos, y que ellos con habilidad han difundido entre millones de venezolanos que, por falta de conocimiento y necesidad de sobrevivir, consideran que la alternativa al estatismo del Petroestado venezolano es algo así como la dictadura económica de los ricos, llamados ”los amos del Valle”.
Contra esa mentalidad, que expresa una creencia en contra de la libertad, del desarrollo, de la inclusión y la igualdad ante la ley, es necesario actuar desde ya, aún más al tomar en cuenta lo que Luis José Oropeza ha expresado en un libro tan revelador como oportuno: “Fue así como durante medio siglo, estas ideas fueron afianzándose en los círculos de las principales organizaciones políticas venezolanas. Acción Democrática, en sus derivaciones más influyentes, y URD, su contrincante en los mismos predios ideológicos, juntos y sin ocultarlo, patrocinaban vínculos con el dirigismo económico en sus propuestas doctrinarias asociadas a un nacionalismo abiertamente antiimperialista y extraño a todo orden económico identificado con la libre empresa y la discrecional actuación de los mercados. Incluso, el partido Copei, conservador en sus orígenes, se fue tiñendo de estatizantes coloraciones ideológicas…” (Oropeza, Luis José, Venezuela: fábula de una riqueza. El valle sin amos. Caracas: Artesano Editores y CEDICE-Libertad, 2014, p. 180).
Un primer paso tal vez sea el no usar la muy marxista palabra “capitalismo”, y en su lugar hablar de sistema de economía libre, de economía basada en la propiedad privada o en la economía social de mercado, como ya se indicó, y mostrar ejemplos a las personas de cómo hay prosperidad y desarrollo en los países en que la economía es abierta y los gobiernos no pueden actuar como señores de ella, sino sólo como árbitros que fijan reglas imparciales y supervisan su efectivo cumplimiento.
Pero son muchas otras las acciones a llevar a cabo para cambiar esas creencias equivocadas entre los venezolanos, ya que, salvo excepciones, los partidos políticos, las universidades, la Iglesia, los intelectuales, los empresarios y no pocos medios de comunicación, por décadas han promovido en muchos sectores del país, entre ellos en los jóvenes, ideas absurdas, alejadas de toda evidencia económica, que han expulsado a Venezuela de la senda del desarrollo en libertad.
De allí la pertinencia de citar una vez más a Oropeza: “La inclinación reñida con todo vínculo de aproximación al capitalismo es una creencia hondamente arraigada en la conciencia colectiva del venezolano. El tintineo de las prédicas del marxismo, la penetración y postración sumisa de un rudimentario concierto de empresarios siempre dúctiles a los intereses de la barbarie caudillesca, el rechazo anticipado a toda reflexión o iniciativa por más lúcida que parezca —pues siempre se le imputa tener su fragua y sus orígenes en las pervertidas academias del imperio— las lecturas escogidas en nuestros cuerpos de enseñanza para la juventud –orientadas siempre hacia el derrotero del pensamiento único–, todo, absolutamente todo conduce a pensar que la gestión del orden privado de la producción y la economía debía ser marginada o, en todo caso, erradicar para siempre su concurso de los comandos vitales de la vida nacional” (p. 187). Los cambios que deben aplicarse son conocidos, de modo que la pregunta más bien sería: ¿estamos dispuestos a apoyarlos y ejecutarlos?

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas:


Friday, September 30, 2016

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas: que se deben respetar las libertades económicas y el derecho de propiedad, que hay que revisar los controles, que el Estado no puede seguir teniendo el dominio político que actualmente tiene sobre todos los bienes de producción, que hay que generar seguridad jurídica así como confianza para atraer las inversiones, restablecer el Estado de Derecho (que hayan tribunales independientes, leyes ciertas, etc.) y adoptar políticas que fomenten actividades hoy día paralizadas.



Todo lo anterior está muy bien, el único detalle es que ejecutar esas acciones (a las que habría que sumar la obligatoria reparación justa a las miles de víctimas de violaciones a la propiedad privada derivada de la política de Estado) implica no hacer en economía lo que sí han hecho todos los gobiernos de este país, entre 1976 y 2016 (con la excepción de los primeros años del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez), y al mismo tiempo hacer lo que esos gobiernos, todos en mayor o menor medida socialistas (en efecto, AD, Copei y el Psuv son por igual partidos socialistas), estatistas, populistas y mercantilistas, nunca quisieron o se atrevieron a hacer.
En pocas palabras, lo anterior supone echar atrás, con la más absoluta transparencia, responsabilidad y prudencia ante todos los sectores del país, al Estado paternalista, intervencionista y corrupto, muy cercano a la planificación central de los socialismos reales, y en su lugar erigir un Estado fuerte (eficaz) pero limitado (sin posibilidad alguna de dirigir la economía), regido por las instituciones de la economía social de mercado, por ejemplo, o algún otro sistema de economía libre, esto es, una en que sean las empresas privadas, los derechos de propiedad privada y la competencia, los pilares centrales (que no los únicos, pues las leyes y regulaciones serán necesarias) del libre desarrollo de las personas y la producción de riqueza (es decir, de bienes y servicios).
Pero existe un gran problema: la mentalidad anticapitalista que predomina en los grupos de interés que no quieren que esa tradición fracasada termine (en partidos políticos, empresas, universidades, medios de comunicación, Administración Pública, sindicatos, etc.) pues gracias a ella tienen muchos privilegios mal habidos, y que ellos con habilidad han difundido entre millones de venezolanos que, por falta de conocimiento y necesidad de sobrevivir, consideran que la alternativa al estatismo del Petroestado venezolano es algo así como la dictadura económica de los ricos, llamados ”los amos del Valle”.
Contra esa mentalidad, que expresa una creencia en contra de la libertad, del desarrollo, de la inclusión y la igualdad ante la ley, es necesario actuar desde ya, aún más al tomar en cuenta lo que Luis José Oropeza ha expresado en un libro tan revelador como oportuno: “Fue así como durante medio siglo, estas ideas fueron afianzándose en los círculos de las principales organizaciones políticas venezolanas. Acción Democrática, en sus derivaciones más influyentes, y URD, su contrincante en los mismos predios ideológicos, juntos y sin ocultarlo, patrocinaban vínculos con el dirigismo económico en sus propuestas doctrinarias asociadas a un nacionalismo abiertamente antiimperialista y extraño a todo orden económico identificado con la libre empresa y la discrecional actuación de los mercados. Incluso, el partido Copei, conservador en sus orígenes, se fue tiñendo de estatizantes coloraciones ideológicas…” (Oropeza, Luis José, Venezuela: fábula de una riqueza. El valle sin amos. Caracas: Artesano Editores y CEDICE-Libertad, 2014, p. 180).
Un primer paso tal vez sea el no usar la muy marxista palabra “capitalismo”, y en su lugar hablar de sistema de economía libre, de economía basada en la propiedad privada o en la economía social de mercado, como ya se indicó, y mostrar ejemplos a las personas de cómo hay prosperidad y desarrollo en los países en que la economía es abierta y los gobiernos no pueden actuar como señores de ella, sino sólo como árbitros que fijan reglas imparciales y supervisan su efectivo cumplimiento.
Pero son muchas otras las acciones a llevar a cabo para cambiar esas creencias equivocadas entre los venezolanos, ya que, salvo excepciones, los partidos políticos, las universidades, la Iglesia, los intelectuales, los empresarios y no pocos medios de comunicación, por décadas han promovido en muchos sectores del país, entre ellos en los jóvenes, ideas absurdas, alejadas de toda evidencia económica, que han expulsado a Venezuela de la senda del desarrollo en libertad.
De allí la pertinencia de citar una vez más a Oropeza: “La inclinación reñida con todo vínculo de aproximación al capitalismo es una creencia hondamente arraigada en la conciencia colectiva del venezolano. El tintineo de las prédicas del marxismo, la penetración y postración sumisa de un rudimentario concierto de empresarios siempre dúctiles a los intereses de la barbarie caudillesca, el rechazo anticipado a toda reflexión o iniciativa por más lúcida que parezca —pues siempre se le imputa tener su fragua y sus orígenes en las pervertidas academias del imperio— las lecturas escogidas en nuestros cuerpos de enseñanza para la juventud –orientadas siempre hacia el derrotero del pensamiento único–, todo, absolutamente todo conduce a pensar que la gestión del orden privado de la producción y la economía debía ser marginada o, en todo caso, erradicar para siempre su concurso de los comandos vitales de la vida nacional” (p. 187). Los cambios que deben aplicarse son conocidos, de modo que la pregunta más bien sería: ¿estamos dispuestos a apoyarlos y ejecutarlos?

La mentalidad anticapitalista

Luis Alfonzo Herrera señala que la actual situación de Venezuela se debe en parte a un largo consenso entre los partidos políticos más importantes acerca del socialismo.

Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
Casi a diario los venezolanos escuchamos o leemos entrevistas a personas de diferentes áreas de formación, sobre todo a economistas y políticos, en las que se pregunta a estos expertos o eventuales responsables del destino del país acerca de las medidas que a corto, mediano y largo plazo tendrían que adoptarse para que Venezuela pudiera lograr el milagro de pasar a ser la economía más pobre y arruinada (de forma deliberada) de esta región, a ser una de las más prósperas y desarrolladas de Hispanoamérica y casi siempre en esas entrevistas se responden más o menos las mismas cosas: que se deben respetar las libertades económicas y el derecho de propiedad, que hay que revisar los controles, que el Estado no puede seguir teniendo el dominio político que actualmente tiene sobre todos los bienes de producción, que hay que generar seguridad jurídica así como confianza para atraer las inversiones, restablecer el Estado de Derecho (que hayan tribunales independientes, leyes ciertas, etc.) y adoptar políticas que fomenten actividades hoy día paralizadas.


Tuesday, September 13, 2016

Abandonando mi mentalidad pre-11 de septiembre

Por Anthony Gregory


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En vísperas del 10 de septiembre de 2001, me fui a dormir como un libertario, que desconfiaba del Estado, despreciaba a los dos principales partidos políticos y veía al gobierno federal como el principal enemigo del pueblo estadounidense, sus vidas y libertades. A la mañana siguiente, observando las dantescas noticias de los criminales ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, me encontré por primera vez en años del lado del gobierno. Es decir, pensé que sería apropiado que el gobierno encontrase a los culpables del 11 de septiembre y los llevase ante la justicia. Pensé que la captura y ejecución de los cabecillas sería apropiada. Estaba a favor del ofrecimiento de una recompensa para capturar a Osama bin Laden, o tal vez incluso del envío de comandos a una misión específica para aprehenderlo.


Este no es el curso que tomó el gobierno, ni el enfoque apoyado por la mayoría de los estadounidenses. En particular, vi a casi la totalidad del movimiento conservador, por el que había sentido una afinidad más cercana que por los izquierdistas que me rodeaban en la universidad, convertirse en colectivistas sedientos de sangre bregando por una guerra total. La abrumadora mayoría de los progresistas se unieron a la causa, elevando el nivel de aprobación de Bush a aproximadamente el 90%.
En el canal Fox News la noche del 11 de septiembre, un comentarista dijo, “es el momento de soltar a los perros de la guerra”. Esto sonaba como una locura para mí. ¿Cómo podría una guerra descomunal ser verosímilmente justificada? Los chicos malos eran un grupo pequeño y los asesinos directos murieron en los ataques. Huelga decir que, a pesar de que me fui a dormir la noche del 11 de septiembre creyendo que el gobierno debía llevar a cabo su única función primaria, la defensa de la vida y la libertad, nunca abrasé esta ideología colectivista que permitió la matanza de extranjeros que tuvieron la mala ocurrencia de vivir en la misma parte del mundo que los terroristas.
De hecho, los ataques del 11/09 fueron obviamente una represalia por la política exterior de los EE.UU.. Esto parecía completamente claro para mí, sobre todo cuando nuestros líderes señalaron con el dedo a Osama, viendo cómo él había dejado siempre en claro que sus agravios estaban enraizados en la política estadounidense en Medio Oriente. Las sanciones contra Iraq, la ayuda militar a Israel, las tropas en Arabia Saudita, y otras intervenciones de los Estados Unidos en la zona habían contribuido a la muerte de más de un millón de personas en las últimas dos generaciones.* Cualquier persona que prestase atención tenía que conocer esto.
No obstante, por supuesto, los ataques del 11/09 fueron injustificados. Fueron terrorismo. Fueron malignos. Fueron homicidas. ¿Por qué podemos decir esto? Porque a pesar de lo que el gobierno de los EE.UU. le había hecho a árabes y musulmanes inocentes, estos crímenes nunca podían justificar actos de violencia que de manera previsible lesionan a personas inocentes. Sin embargo, el corolario del propio principio que torna malos a los ataques del 11 de septiembre es que la respuesta al 11/09 debe también evitar a toda costa la muerte de inocentes. Los árabes que responden a los crímenes estadounidenses en su parte del mundo mediante el ataque a inocentes es terrorismo. Del mismo modo, los estadounidenses respondiendo a los crímenes árabes en nuestra parte del mundo atacando a inocentes también es terrorismo. El bombardeo de Kabul, Afganistán, en octubre de 2001 fue por ende criminal, no menos que los ataques del 11/09. La Guerra de Irak, que comenzó en 2003 fue, si cabe, incluso menos defendible.
Esto no es relativismo moral. Es claridad moral. Es aplicar los mismos estándares morales a todos los agentes morales. Los estadounidenses pro-guerra fustigan a cualquiera que se atreva a tener una “mentalidad pre-11/09”. Pero esta es una crítica insostenible. En realidad tiene un tufillo a relativismo moral en sí misma. Los actos que eran inmorales antes del 11/09 siguieron siéndolo después. Los derechos humanos son universales y atemporales. El 11 de septiembre no cambió la moralidad de matar a civiles como tampoco cambió la naturaleza del gobierno.
La naturaleza del gobierno es, por supuesto, coercitiva y autoritaria. A pesar de que favorecí una respuesta enérgica al 11/09 para aprehender a los culpables, seguí viendo al gobierno como la principal amenaza a la libertad. Esta mentalidad pre-11/09 está fundada en miles de años de historia. Todos esos miles de años de gobiernos subyugando a sus pueblos,  exponiéndolos a amenazas externas más a menudoque protegiéndolos, deberían pesar por lo menos tan fuertemente como la fuerza emocional del 11 de septiembre de 2001. Mucho más aconteció en el mundo antes del 11/09 que después.
La semana posterior al 11/09 recuerdo haber pensado acerca de cómo, incluso después de los criminales ataques de esa fecha, el gobierno de los EE.UU. todavía tenía un número mucho mayor de muertos estadounidenses por el cual responder. Había matado a muchos, muchos miles a través de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA es su sigla en inglés). Había asesinado a cientos de miles en sus guerras, reclutando hombres para morir por causas en las que podían no creer. En cuanto a la libertad, los terroristas nunca podrían tomar ese camino. Sólo el gobierno podría. Y así fue, a través del teatro de la seguridad aeroportuaria, la destrucción de la Cuarta Enmienda y el hábeas corpus, las escuchas telefónicas sin orden judicial, la detención indefinida y la tortura, y miles de billones (trillones en inglés) en concepto de impuestos a pagar por todo ello.
Hemos llegado a un punto en el cual la guerra perpetua en el exterior, incluso en persecución del fantasma de Bin Laden, es aceptada como un componente natural de la realidad estadounidense. Rendimos nuestra dignidad en los aeropuertos sin pensar. Vemos la militarización de la policía local y nos figuramos que ella debe ser necesaria y sabia. Nos olvidamos de los muchos prisioneros encerrados en mazmorras estadounidenses en Guantánamo y Afganistán, personas cuyo único delito pudo haber sido encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado, o haberse atrevido a luchar contra una fuerza invasora que estaba desolando a su vecindario y familia. Se sientan allí, languideciendo en condiciones primitivas, totalmente abandonados como si no se tratase de personas, y la pura inmoralidad de este abandono nunca es registrado en las líneas magistrales de los debates políticos.
Antes del 11 de septiembre veía al gobierno como un mal necesario, la mayor amenaza a la vida y libertad de sus propios súbditos, pero un baluarte esencial de la protección contra los delincuentes internos y los agresores foráneos. La experiencia poco tiempo después del 11/09 desafió este importante elemento de tal pensamiento. Las guerras de Bush en Afganistán y, a través de la Ley Patriota, contra el pueblo estadounidense demostraron que incluso en una de sus funciones más celebradas, el Estado es lo opuesto a lo que pretende ser. No detiene las amenazas, las exacerba. No protege la libertad, sino que cada una de sus acciones, en particular aquellas realizadas en nombre de la protección, socava la libertad. No defiende la vida, sino que trata a la vida humana como un bien fungible para sus propias necesidades. Ya no veía al gobierno como necesario o eficaz en la defensa de su pueblo.
Hace cuatro años, un nuevo candidato presidencial ganó la elección presidencial. Aquí estamos en el final de su primer mandato y no hay señales de que la estampida hacia el Estado total de tregua en el corto plazo. Dos grandes guerras basadas en mentiras y propaganda que han lacerado a más estadounidenses que el 11/09, para no hablar de los millones de extranjeros muertos, mutilados o desplazados de sus hogares; la miríada de operaciones militares en todo el mundo; los miles acorralados sin justicia y las docenas de torturados hasta morir; la presidencia adoptando el poder absoluto sobre la vida y la muerte de cualquier individuo sobre la tierra y las inestimables libertades hechas jirones en el altar del poder sin nada que mostrar a cambio. Pero la experiencia me ha desengañado seguramente de mi mentalidad pre-11/09. Antes del 11 de septiembre, yo era lo suficientemente ingenuo como para pensar que el gobierno, no obstante torpe y peligroso en casa, podría protegernos de las amenazas extranjeras. Ahora me percato de que esa es quizás la mayor mentira de la historia humana.
*Corrección: Originalmente escribí que estas intervenciones contribuyeron a millones de muertes. Esta podría ser una cifra elevada, incluso con la frase “contribuido a”, en relación a la zona. Teniendo en cuenta el millón o más de personas que murieron en la guerra entre Irak e Irán, apoyada por los EE.UU., y los cientos de miles de personas que perecieron por las sanciones a Irak, y las muchas personas oprimidas y asesinadas por los déspotas apoyados por los Estados Unidos en la región desde las década de 1950 y 60, me siento muy cómodo afirmando que los EE.UU. contribuyeron a “más de un millón” de muertes. “Millones” podría incluso ser sostenido como exacto, pero es un mucho más difícil de argumentar.
Traducido por Gabriel Gasave
Anthony Gregory es Investigador Editor en The Independent Institute. Obtuvo su título de bachiller en Historia Estadounidense de la University of California en Berkeley y brindó el discurso sobre historia como no graduado en la ceremonia de graduación de 2003. Además de su labor en el Independent Institute, escribe regularmente para numerosos websites de noticias y comentarios, incluidos LewRockwell.com, Future of Freedom Foundation y el Rational Review.

Abandonando mi mentalidad pre-11 de septiembre

Por Anthony Gregory


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En vísperas del 10 de septiembre de 2001, me fui a dormir como un libertario, que desconfiaba del Estado, despreciaba a los dos principales partidos políticos y veía al gobierno federal como el principal enemigo del pueblo estadounidense, sus vidas y libertades. A la mañana siguiente, observando las dantescas noticias de los criminales ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, me encontré por primera vez en años del lado del gobierno. Es decir, pensé que sería apropiado que el gobierno encontrase a los culpables del 11 de septiembre y los llevase ante la justicia. Pensé que la captura y ejecución de los cabecillas sería apropiada. Estaba a favor del ofrecimiento de una recompensa para capturar a Osama bin Laden, o tal vez incluso del envío de comandos a una misión específica para aprehenderlo.

Thursday, July 28, 2016

La mentalidad del rebaño

Hunting Buffalo (1858-1860) by Alfred Jacob Miller
Es conocido que Randolph Bourne escribió: “La guerra es la salud del estado”. Este ha sido durante mucho tiempo el lema de los libertarios antiguerra y antiestado y con razón. Pero Bourne no quería decir exactamente lo que la mayoría de los libertarios creen que significa esta frase. Para entender el significado original de la expresión, tal y como la usaba Bourne en su gran ensayo inacabado “The State”, hay que entender sus distinciones entre tres conceptos que se confunden a menudo: país, estado y gobierno.
Para Bourne, un país (o nación) es un grupo de personas ligadas por afinidad cultural. Un estado es un país/nación movilizado colectivamente para atacar o protegerse. Tal y como distinguía entre ambos:


País es un concepto de paz, de tolerancia, de vivir y dejar vivir. Pero estado es esencialmente un concepto de poder, de competencia: significa un grupo en sus aspectos agresivos.
Y el gobierno, según Bourne, “es la maquinaria por la que la nación, organizada como estado, lleva a cabo sus funciones estatales” y “un marco de la administración de leyes y del funcionamiento de la fuerza pública”.
Aquello a lo que los libertarios normalmente se refieren como “el estado”, Bourne lo llamaba “el gobierno”, en su lugar. Así que la manera en la que los libertarios interpretan a menudo su famoso aforismo es lo que había expresado Bourne si hubiera escrito: “La guerra es la salud del gobierno”. Esto también resulta ser verdad, pero no es lo que él quería decir.
Para Bourne, el estado no es un cuerpo gobernante distinto que subsista extractivamente sobre los gobernados, es decir, una “banda de ladrones con mayúscula”, como lo entendía incisivamente Murray Rothbard. Más bien lo veía como una cierta orientación de todo un pueblo: un fenómeno espiritual que prevalece en toda una población que anima y da poder a ese cuerpo gobernante. Tal y como lo expresaba Bourne:
El gobierno es la idea del estado puesto en funcionamiento práctico en las manos de hombres definidos, concretos y falibles. Es la señal visible de la gracia invisible. Es la palabra hecha carne. Y tiene necesariamente las limitaciones propias de todo pragmatismo. El gobierno es la única forma en la que podemos ver el estado, pero no es en modo alguno idéntico a él. Nunca debe olvidarse que el estado es una concepción mística. Su atractivo y su importancia permanecen detrás del marco del gobierno y dirigen sus actividades.
En tiempo de paz, explicaba Bourne, el estado es en buena parte relegado al fondo; las personas están entonces más preocupadas por sus propios asuntos y propósitos. Pero durante la creación de una guerra y especialmente después de estallar, el enemigo extranjero amenaza mucho en la imaginación pública. Por tanto, el país se ve poseído por la fiebre elitista y desarrolla lo que Garet Garrett llamaba un complejo de “jactancia y temor”. Esta manía híbrida de beligerancia presuntuosa y arroz timorato (“luchar o huir”) hace que la población que retroceda de una civilización a un rebaño. La gente busca seguridad en las cifras: una multitud unificada en uno solo propósito (un “gran fin”) y dirigida por una sola institución. El baile diverso de individuos da paso al apiñamiento y estampida de la manada uniforme, con el gobierno como jefe de manada.
Como escribía Bourne:
El estado esla organización de la manada para actuar ofensiva o defensivamente contra otra manada organizaba de forma similar.
Y en tiempo de guerra, la “concepción mística” del estado “se hace reconocible” al hacerse dominante el “sentimiento del rebaño” en el país y los “aspectos agresivos” del grupo entran en acción. A esto se refería Bourne con “La guerra es la salud del estado”. El dicho habla del florecimiento de un ideal y de la transformación resultante de todo una sociedad, no solamente del agrandamiento de un gobierno.
Aun así, la guerra es también la salud del gobierno, que es la única institución directora hacia cuya bandera acuden las masas con mentalidad estatal. Bajo las exigencias percibidas de la guerra, el pueblo:
Procedía a permitirse ser segmentado, coaccionado, perturbado en todos los aspectos de sus vidas y se convertía en una sólida manufactoría de destrucción hacia cualquier otro pueblo que, en el esquema de cosas apuntado, entrara en el rango de la desaprobación de gobierno. El ciudadano se deshace de su desdén e indiferencia hacia el gobierno, se identifica con sus propósitos, reaviva todos sus recuerdos y símbolos militares y el estado empieza a andar de nuevo, con su augusta presencia, a través de la imaginación de los hombres.
Económicamente, esto significa la mano de obra y los recursos del país son sometidos a “movilización”: una enorme redirección, alejándolos de la provisión de los deseos de los consumidores individuales y hacia el importantísimo esfuerzo de guerra. De esta manera, también el gobierno crece en poder y grandeza, ya que la economía de mercado dirigida al consumidor es suplantada por la “economía de guerra” o incluso el “socialismo de guerra” dirigido por el gobierno (Kriegssozialismus, como lo llamaban los alemanes en la Primera Guerra Mundial).
En la fiebre de la guerra, el individuo es sacrificado a la “voluntad general”, que se expresa ostensiblemente a través del gobierno. Los individuos al renunciar a sus identidades para unirse como un Voltron en un estado, como el “Leviatán” en de su tiempo dibujado en la portada del libro de Thomas Hobbes de ese nombre.
E pluribus unum.Como decía Bourne:
La guerra hace que la corriente de propósito y actividad fluya hacia los niveles más bajos del rebaño y sus ramas más remotas. Todas las actividades de la sociedad se reúnen tan rápidamente como sea posible para este propósito central de realizar una ofensiva o defensa militar y el estado se convierte en lo que en tiempo de paz ha intentado vanamente ser: el árbitro y determinante inexorable de los negocios y actitudes y opiniones de los hombres.
El rebaño se moviliza, con no sólo contra el enemigo exterior, un sino contra cualquier disidente en dentro del grupo que se resista a la asimilación en la mentalidad de colmena o rebaño en al estilo de Borg y que rechace unirse al enjambre o estampida de la guerra: en otras palabras, contra “enemigos extranjeros y nacionales”.
Como explicaba Bourne:
El estado es un Dios celoso y no tolerará rivales. Su soberanía se debe prevalecer en todas partes y todo sentimiento ha de expresarse en las formas estereotipadas del militarismo patriótico romántico, que es la expresión tradicional del sentimiento de rebaño del estado. (…) En esta gran maquinaria del rebaño, el disenso es como arena en los engranajes. El estado ideal es sobre todo una especie de impulso animal ciego hacia la unidad militar. Cualquier interferencia con esa unidad convierte todo el enorme impulso hacia su aplastamiento.
El estado aplasta a los disidentes a través de políticas públicas que restringen las libertades civiles, pero también a través de ciudadanos privados actuando como “agentes aficionados” del gobierno: son quienes reprenden a los escépticos para que se callen, informan de críticas a las autoridades por “deslealtad” e incluso asumen la seguridad del rebaño y la patria con sus propias manos violentas. Recordemos que, en el marco de Bourne, el gobierno no es en modo alguno idéntico al estado. Como tal, el estado puede animar a un ciudadano privado aún más de lo que lo hace un funcionario. Como señalaba Bourne:
En todos los países hemos visto grupos que eran más leales que el rey, más patrióticos que el gobierno: los ulsteritas en Gran Bretaña, los junkers en Prusia, l’Action Francaise en Francia, nuestros patrioteros en Estados Unidos. Estos grupos existen para mantener recto el volante del estado e impiden que la nación se desvíe demasiado del ideal estatal.
Es una descripción extremadamente apropiada para los tipos de Fox News que castigan a Brack Obama por su falta de patriotismo y la insuficiencia de su belicismo. El espíritu del estado se aloja dentro de Sean Hannity más incluso que dentro del presidente de los Estados Unidos. Lo que es paradójico es que un chauvinista belicista como Hannity normalmente se imagine como un ejemplo humanidad, pero su mentalidad aburrida de rebaño en estampida hace de él menos un hombre y más una bestia.
Randolph Bourne no era un libertario, sino un disidente progresista. Aun así, los libertarios podemos aprender mucho de él. Por ejemplo, nuestra terminología, por muy penetrante e ilustradora que sea, nos ha llevado a centrarnos demasiado en los hombres del rebaño que están al cargo y nos dirigen, esquilan, ordeña y sacrifican, y no tanto del problema más esencial: la propensión bovina de nuestra sociedad a convertirse en un rebaño manipulable, especialmente cuando se nos asusta. Pensar de vez en cuando los términos de la tipología de Bourne puede ser un útil correctivo a este respecto.
La terminología y análisis de Bourne también ayudan a responder la importantísima cuestión de cómo conseguir la liberación. El estado vive en las mentes de las víctimas del gobierno. Eliminar simplemente a un gobierno solo asustará aún más al rebaño. El estado no solo sobreviviría a esa eliminación, sino que probablemente se nutriría de ella, ya que el rebaño en pánico actúa más como rebaño en una crisis, concediendo a sus nuevos jefes un poder aún más tiránico que el que tenían los anteriores.
El estado es un estado mental, es la propia mentalidad del rebaño. Como tal, sólo puede ser eliminado del campo de batalla de la mente. Una vez el estado es destronado espiritualmente y la población se transforma completamente de rebaño la civilización, el “gobierno”, como un pastor sin rebaño, ya ni siquiera merece esta designación. Estarían entonces solamente bien armados, pero estarían todavía más superados en número, una banda de cuatreros con minúscula.
Lograr esto se hace cada vez más urgente a medida que los estadounidenses se ven impelidos hacia guerras cada vez más calamitosas, incluso después de haber elegido a un candidato de “paz” como presidente. Es cada vez más evidente que romper el hechizo del estado que transforma a los hombres en bestias puede ser la única manera en que podamos evitar ser dirigidos hacia la autodestrucción por belicistas alarmistas y sus simbiontes terroristas, como bisontes lanzados en estampida hacia un barranco por cazadores que atemorizan al rebaño.

La mentalidad del rebaño

Hunting Buffalo (1858-1860) by Alfred Jacob Miller
Es conocido que Randolph Bourne escribió: “La guerra es la salud del estado”. Este ha sido durante mucho tiempo el lema de los libertarios antiguerra y antiestado y con razón. Pero Bourne no quería decir exactamente lo que la mayoría de los libertarios creen que significa esta frase. Para entender el significado original de la expresión, tal y como la usaba Bourne en su gran ensayo inacabado “The State”, hay que entender sus distinciones entre tres conceptos que se confunden a menudo: país, estado y gobierno.
Para Bourne, un país (o nación) es un grupo de personas ligadas por afinidad cultural. Un estado es un país/nación movilizado colectivamente para atacar o protegerse. Tal y como distinguía entre ambos: