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Wednesday, December 14, 2016

Es necesario "devaticanizar" la economía argentina

Gustavo Lazzari considera que es necesario "desvaticanizar" la política económica de Argentina y, a la vez, despolitizar los preceptos espirituales del Papa Francisco.


Gustavo Lazzari
 
es Economista de la Fundación Libertad y Progreso (Argentina).
Cada vez que el Papa Francisco formula una declaración lindera a la cuestión económica se disparan en la Argentina sendos proyectos y declaraciones tendientes a postular nuevas medidas de política económica.
Fuentes periodísticas consideran que el Vaticano funciona como una usina de políticas públicas distribucionistas. Es probable que los alcahuetes sean los mayores papistas.
El mayor exponente de esta suerte de “política económica vaticana” es el reciente proyecto de ley presentado por el Senador Juan Manuel Abal Medina llamado “Ley de Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”. El proyecto es muy corto. Consta de sólo seis artículos mediante los cuales:


  1. Instruye al Ministerio de Desarrollo Social a crear un millón de puestos de trabajo
  2. Crea un Consejo de la Economía Popular
  3. Crea, obviamente, un registro llamado Renatrep.
  4. Declara la Emergencia Social
  5. Aumenta asignaciones
  6. Instruye a financiar todo con el presupuesto general de la Administración
Tomando la base de un “salario solidario social” de $3.600 este proyecto tiene un costo fiscal de al menos 46.000 millones de pesos al año, sin contar el aumento en las asignaciones ni los costos administrativos del consejo y el registro que ad hoc se crea. Si consideramos que los salarios del millón de “nuevos trabajadores” debieran tributar como el resto de los trabajadores el costo fiscal ascendería a 75.000 millones. Es decir 5.000 millones de dólares. Un punto más de déficit fiscal sobre el PIB.
Este proyecto es un disparate y más disparate es que lo debatamos y consideremos. Pero lo grave no es sólo el costo. No es una cuestión de números sino de conceptos. El estado no puede crear trabajo pues el estado es un ente meramente distribuidor no productor. El estado no produce, no crea, sólo distribuye. El trabajo, como concepto, implica creación de riqueza y de valor a través de la transformación de la materia y la provisión de servicios.
El financiamiento de un empleo estatal implica necesariamente la exacción de parte de la productividad de un trabajador privado. La pregunta que debiera hacerse el Vaticano y sus acólitos neo monaguillos como Abal Medina y el Senador Pino Solanas no es cómo crear empleos en el estado sino como evitar que se destruyan en el sector privado.
A este punto es importante recordar a Frederic Bastiat quien en 1850 escribió:
“El Estado no es manco ni puede serlo. Tiene dos manos, una para recibir y otra para dar, dicho de otro modo, la mano ruda y la mano dulce. La actividad de la segunda está necesariamente subordinada a la actividad de la primera.
En rigor, el Estado puede tomar y no dar. Esto se observa y se explica por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, que retienen siempre una parte y algunas veces la totalidad de lo que ellas tocan. Pero lo que no se ha visto jamás ni jamás se verá e incluso no se puede concebir es que el Estado dé al público más de lo que le ha tomado”.
Grave error comete la política argentina (y la vaticana) en creer míticamente que las soluciones pueden provenir de la mano del estado.
La influencia, supuesta influencia y el exceso de atención que el gobierno presta a las directivas o sugerencias del Vaticano son un error. Grave. El error, tremendo, consiste en mezclar preceptos espirituales (respetables y nobles) con medidas de política económica concreta que necesitamos para salir de la pobreza. El cristianismo es una religión. Procura por tanto, el bienestar y la salvación espiritual de las personas.
El capitalismo es un sistema de organización social. Procura el bienestar material de las personas. No garantiza el capitalismo ni la libertad de los mercados la satisfacción de deseos espirituales. Solo se refiere al modo de crear la mayor cantidad de bienes y servicios posibles para el mayor número de personas.
Argentina necesita, imperiosa y muy rápidamente, autopistas, viviendas, cloacas, puentes, puertos, fábricas, energía, centros de distribución, maquinarias, tecnología. Todo eso se construye, se crea, se compra en el mundo de la economía. No de la religión.
No hay tiempo para perder. Los funcionarios, diputados y senadores deberían ir al Vaticano en tiempos de receso, no en horario de trabajo. Las palabras del Papa pueden llevar a mayor satisfacción espiritual. Es un tema religioso. Pero es un error muy grave utilizarlas y considerarlas como guía de acción de política pública.
Los principios de “distribución del ingreso”, “justicia social”, las apelaciones míticas contra un bien que se utiliza como medio de cambio (Dinero), las diatribas anti globalización y anti mercado no hacen otra cosa que alejar inversiones y por lo tanto, son auténticas fábricas de pobreza. El sistema económico debe procurar ser eficiente. El progreso material, el crecimiento y la inclusión son temas de la economía.
Si queremos crear un millón de empleos es necesario eliminar muchos de los noventa y seis impuestos que sufren los argentinos, pulverizar las torpes regulaciones que bloquean la actividad y replantear toda la legislación laboral pues allí mueren las pymes y se abortan todos los sueños emprendedores.  
Es necesario desvaticanizar la política económica y a la vez despolitizar los preceptos espirituales del líder la Iglesia

Es necesario "devaticanizar" la economía argentina

Gustavo Lazzari considera que es necesario "desvaticanizar" la política económica de Argentina y, a la vez, despolitizar los preceptos espirituales del Papa Francisco.


Gustavo Lazzari
 
es Economista de la Fundación Libertad y Progreso (Argentina).
Cada vez que el Papa Francisco formula una declaración lindera a la cuestión económica se disparan en la Argentina sendos proyectos y declaraciones tendientes a postular nuevas medidas de política económica.
Fuentes periodísticas consideran que el Vaticano funciona como una usina de políticas públicas distribucionistas. Es probable que los alcahuetes sean los mayores papistas.
El mayor exponente de esta suerte de “política económica vaticana” es el reciente proyecto de ley presentado por el Senador Juan Manuel Abal Medina llamado “Ley de Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”. El proyecto es muy corto. Consta de sólo seis artículos mediante los cuales:

Monday, September 12, 2016

EMILIO J. CÁRDENAS Como Cristina Fernández de Kirchner asfixió la economía argentina




La presión fiscal argentina pasó de un 27 del PBI, al 40, castigando especialmente al Agro.

Un total de 19,6 millones de personas hoy, de un modo u otro, reciben felices un cheque mensual del Estado argentino
Para los populistas, que hoy están de capa caída en nuestra región, crear empleo es simplemente aumentar el número de personas que trabajan para el Estado. Apenas eso.

Con lo que, de paso, generan dependencia y crean lealtades, las de aquellos a los que incorporan irresponsablemente a la creciente planta de trabajadores del Estado, de muy escasa productividad, quienes los seguirán votando con tal que su situación laboral (de privilegio) no se altere nunca.


Lo sucedido en la Argentina es de libro de texto. Las cifras que seguidamente invocaré fueron publicadas recientemente por el diario La Nación. Y son bien elocuentes, por cierto.

En el año 2002, antes del calvario o suplicio kirchnerista, la Argentina sumaba unos 2.100.000 empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, a los que debía sumar unos 3.000.000 de jubilados y pensionados. Todos ellos estaban entonces, bien o mal, a cargo de quienes pagan impuestos. Así de simple. Hablamos de unos seis millones de personas, frente a las cuales había unos siete millones de trabajadores activos en el sector privado que aportaban religiosamente a la seguridad social y pagaban puntualmente sus impuestos. La balanza podía ser mejor, pero no estaba groseramente desequilibrada. Pese a que, ya entonces, ciertamente sobraban empleados públicos.

En los doce años del verdadero azote kirchnerista (2002-2015) esas cifras, como era de suponer, cambiaron dramáticamente. Los empleados públicos pasaron a ser de unos 4.100.000. Se duplicaron, entonces. Y los jubilados y pensionados pasaron a ser 7.100.000, a los que se agregaron unos ocho millones de beneficiarios de “planes sociales” (subsidios). Un total de 19,6 millones de personas hoy, de un modo u otro, reciben felices un cheque mensual del Estado argentino. Los aportantes  y contribuyentes del sector privado treparon también, hasta llegar a unos 8.500.000 personas. Pero la relación entre ambos grupos de personas quedó sensiblemente desequilibrada. Ocurre que hoy unos 8,5 millones de argentinos pagan y aportan y unos 19,6  millones de argentinos, en cambio, cobran o reciben.

No hay país del mundo que tenga una relación parecida. Porque ella testimonia una suerte de vocación de suicidio económico y una intención oculta de destruir la realidad para generar alguna crisis grave que permita reestructurar la economía para empujarla hacia el “modelo” colectivista, aquel  que ha generado los “paraísos” cubano y venezolano. Increíble, pero esto es lo que, simplificando, sucedió en la Argentina, en muy pocas palabras.

Para mantener, al menos por un rato, un “estado de cosas” que constitutivamente era  insostenible, el kirchnerismo aumentó exponencialmente la presión tributaria sobre el sector privado, castigando muy especialmente al agro, al que odia. La presión fiscal argentina pasó así de ser un 27% del PBI, a alcanzar un asfixiante -y absurdo- 40% del PBI.

Presión fiscal escandinava y servicios públicos obsoletos, de país de tercer nivel. Especialmente en la educación, atención de la salud, y provisión de electricidad, gas domiciliario, agua corriente, etc...

De esa manera, el frágil equilibrio fiscal que existía antes del kirchnerismo despareció primero y fue luego reemplazado por un déficit fiscal realmente fenomenal: del 7% del PBI, endosado perversamente al actual nuevo gobierno, presidido por el Ingeniero Mauricio Macri.

Gigantismo estatal y déficit fiscal fueron las consecuencias de lo antedicho, que ahora deben corregirse ante un pueblo que está acostumbrado (cual drogadicto) a que le “regalen” los servicios públicos, a lo que, cree, “tiene derecho”.

Por eso, hoy ajustar las tarifas para que por lo menos reflejen sus respectivos costos, levanta polvaredas y alimenta protestas y da de comer y beber a los resentimientos de muchos, perturbando profundamente al plexo social y haciendo muy compleja la corrección de los errores antes descriptos.

No obstante, ese esfuerzo es la tarea primera que el presidente Macri debe encarar. Porque está frente a un estado de cosas que no puede mantenerse, sin acercar a los argentinos al abismo que, en las urnas, eligieron mayoritariamente dejar atrás.

Esto frente a un agro (el sector más competitivo de la economía argentina) que recién comienza a respirar, pero que está dañado. Ha caído un 10% en su producción de trigo y otros cereales y que, de ser en el 2002 el tercer exportador mundial de carne, pasó a ser el 12° del mundo. Perdiendo, de paso, unas nueve millones de cabezas de su “stock” de ganado vacuno, lo que deberá reconstruirse para poder volver a ser lo que hasta no hace mucho fuera.

Como las plagas destruyeron, hace siglos, a los faraones egipcios, los Kirchner hicieron algo similar con la Argentina. Que,gracias a Dios, pudo evitar, sobre el filo mismo de la navaja, convertirse en un triste satélite más de Cuba y de Venezuela. Política y económicamente. Pero además, peor, aún también moralmente.

EMILIO J. CÁRDENAS Como Cristina Fernández de Kirchner asfixió la economía argentina




La presión fiscal argentina pasó de un 27 del PBI, al 40, castigando especialmente al Agro.

Un total de 19,6 millones de personas hoy, de un modo u otro, reciben felices un cheque mensual del Estado argentino
Para los populistas, que hoy están de capa caída en nuestra región, crear empleo es simplemente aumentar el número de personas que trabajan para el Estado. Apenas eso.

Con lo que, de paso, generan dependencia y crean lealtades, las de aquellos a los que incorporan irresponsablemente a la creciente planta de trabajadores del Estado, de muy escasa productividad, quienes los seguirán votando con tal que su situación laboral (de privilegio) no se altere nunca.