Mary Anastasia O'Grady dice que aún si fuesen ciertos los logros en salud del régimen de Fidel Castro, no hay logro que justifique la brutalidad de su régimen.
Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Dejando de lado las celebraciones en las calles de Miami, la reacción más generalizada entre los cubanos a la muerte de Fidel Castro, dentro y fuera de la isla, parece ser el alivio. Uno de los mayores narcisistas de la historia, padre de casi 60 años de tormento nacional, ha regresado al polvo del que vino. Eso es un consuelo.
Castro dejó a una otrora tierra próspera y prometedora en una pobreza abyecta. Pero su legado es mucho peor que la ruina material de un país. Su apetito insaciable de poder absoluto quedó demostrado en una obsesión con cazar hasta el último inconforme, quitándole a la población su dignidad humana.
Vale la pena recordar esta realidad en momentos en que el mundo ofrece retrospectivas sobre la vida de Castro, casi siempre agregando que el tirano le dio a Cuba un gran sistema de salud. Si eso fuera cierto no justificaría su brutalidad. Y no es cierto, como descubrimos en 2007, cuando los doctores cubanos cometieron errores en su tratamiento por diverticulitis y un especialista español tuvo que viajar para salvarlo. La verdad es que al régimen la vida humana le importa un comino.
A Castro lo propulsaba una ambición maniática de poseer y dominar el alma cubana. No hay lugar donde se aprecien más las consecuencias que en las altísimas tasas de aborto del país. En un artículo del 22 de noviembre para el sitio Cubanet, el periodista independiente Eliseo Matos citó un estudio de abortos realizado por los doctores cubanos Luisa Álvarez Vásquez y Nelli Salomón Avich. Hallaron que desde 1980, un tercio de los embarazos cubanos han sido interrumpidos.
Igualmente perturbador es que las tasas de aborto son altas entre las adolescentes y a menudo son exigidas por el Estado. No hay que ser religioso para ver esto como una crisis existencial nacional, un reflejo de una sociedad que lucha contra el nihilismo.
Esto no sucedió de la noche a la mañana. Es el resultado de décadas de vivir bajo una dictadura que exige la total sumisión a la voluntad de una persona. En una entrevista de 1986 con Los Angeles Times, Armando Valladares, quien fue prisionero de Castro durante 22 años, describió el uso por parte del régimen de “celdas cajón” en sus mazmorras. Cinco o seis prisioneros eran confinados por días en estos estrechos espacios de 1,8 metros de largo. “Tenían que sentarse con las rodillas contra sus cuerpos. No había espacio para moverse; los prisioneros tenían que orinar y defecar ahí”, explicó Valladares.
Todo tipo de tortura era usada con el fin de “romper la resistencia del prisionero”, dijo Valladares. Si un prisionero decía que “estaba equivocado, negaba sus creencias religiosas, asegurando que provenían de la edad obscura y si admitía que ahora entendía que el comunismo era la solución para los problemas de la humanidad y deseaba la oportunidad de reingresar a la nueva sociedad comunista, entonces podía salir de la celda y pasar a una granja de reeducación”.
No podía haber un mayor poder, nadie más adorado que Fidel. Dios era un problema, así que los sacerdotes y monjas fueron apresados y exiliados, la religión fue prohibida y el régimen hizo todo lo posible para destruir a la familia cubana.
En 1997, la navidad fue legalizada y las iglesias católica y protestante lentamente han ganado cierto espacio. Pero esto fue permitido siempre y cuando las enseñanzas sobre lo sacro de la vida humana no interfieran con el control del régimen. Por lo tanto, el cardenal Ortega de La Habana se distancia del grupo disidente de mujeres católicas conocido como las Damas de Blanco, pese a que frecuentemente son golpeadas en las calles.
En un sistema en el que todos deben someterse al Estado, no es una sorpresa que las tasas de aborto sean particularmente altas entre las adolescentes. Los niños aprenden sobre sexualidad humana de sus maestros comunistas, en términos puramente mecánicos, por supuesto. Generaciones de adolescentes han sido alejadas de sus familias y enviadas a campos de trabajo como parte de su adoctrinamiento.
Como Valladares escribió en The Wall Street Journal en mayo de 2000, “lejos de toda supervisión paterna por nueve meses, los niños sufren de enfermedades venéreas, así como embarazos adolescentes, que inevitablemente terminan en abortos forzados”. Otra razón de las altas tasas de abortos adolescentes es que prostitutas adolescentes ahora ocupan las calles de La Habana, trabajando para ganar divisas extranjeras de los turistas.
El aborto también es una herramienta clave del régimen para su “salud”. Cualquier embarazo considerado como riesgoso es terminado inmediatamente, una decisión que toma el Estado. Esto reduce la tasa de mortalidad infantil, la cual es usada por Cuba para impresionar al mundo con su “progreso”.
Sin embargo, Cuba no ha logrado nada especial respecto de la mortalidad infantil. En una entrada de blog del 1 de diciembre en el sitio web HumanProgress del Instituto Cato, Marian Tupy señaló que entre 1963 y 2015, la mortalidad infantil en Cuba cayó en 90%, mientras en Chile bajó en 94%. En Latinoamérica y el Caribe en general ha caído 86%.
El único logro singular de Fidel Castro fueron 57 años de represión que buscaron exterminar cualquier significado de la vida de aquellos que vivían bajo su yugo.