Por Francisco Capella
Libertad Digital, Madrid
Si se quiere comprender la sociedad humana es necesario dominar ciencias sociales como la economía y el derecho. Curiosamente muchos de los profesionales más incompetentes en estos ámbitos se denominan a sí mismos sociólogos: son presuntos investigadores de lo social, en realidad necios como Enrique Gil Calvo, profesor de Sociología y columnista habitual del diario El País, donde la alta concentración de estupideces no es ninguna sorpresa.
Gil Calvo escribe acerca del "destino inmediato del capitalismo liberal, que se precipita en caída libre hacia la implosión de un agujero negro impulsado por el continuo agravamiento de su crisis sistémica". Como no sabe gran cosa ni de economía ni de filosofía política, cree que el sistema socioeconómico actual es no sólo capitalista sino además liberal. O sea que no sólo se confirma que los medios de producción están todos en manos privadas, sino que se respetan los derechos de propiedad como normas fundamentales de la organización social, los Estados son mínimos y sólo se dedican a la protección de estos derechos y su intervencionismo en la economía es nulo: muy realista.
Como la ignorancia es atrevida, este "sociólogo" ve "fascinantes paralelos" entre el "colapso global" actual y "la súbita extinción de la cultura de los moais que tuvo lugar en la polinesia isla de Pascua", sobre la cual ha leído en Colapso, de Jared Diamond, cuya idea principal es que "la intensificación de la competencia por los recursos puede acabar con el suicidio colectivo de los competidores".
Diamond es un autor muy recomendable e interesante pero con graves lagunas en ámbitos económicos y jurídicos. Gil Calvo ni siquiera es capaz de aprovechar la calidad de su fuente sino que la estropea a conciencia. Se refiere a la "tragedia de los bienes públicos" cuando en realidad es la tragedia de los bienes comunes (tragedy of the commons, los bienes públicos son otra cosa muy diferente que obviamente tampoco entiende); se equivoca al citar a su autor (es Garrett Hardin y no Russell Hardin); y no ve el principal problema que subyace al "agotamiento de los ecosistemas a partir de un cierto umbral de explotación", que él superficialmente señala como "la escalada social de la competición" pero que en realidad es la ausencia del marco institucional jurídico adecuado: la no existencia de derechos de propiedad, precios y mercados sobre los árboles que se utilizaron para transportar las estatuas gigantes (que servían como símbolos ostentosos de prestigio entre los diversos clanes) y que dejaron de usarse para fabricar canoas y poder pescar.
Resulta que ahora "los moais son las burbujas especulativas que erigen nuestros clanes estatales y empresariales, unos moais hechos de especulación financiera e inmobiliaria que, al adentrarse en una escalada de intensificación de la competencia, no tardan en agotar los recursos productivos de la economía real". Lo estatal y lo empresarial quedan emparejados como si no hubiera ninguna diferencia entre la institucionalización de la coacción y el esfuerzo por organizar proyectos productivos que satisfagan los deseos de los consumidores; la especulación y la competencia son demonizadas, como siempre sin comprender sus funciones esenciales para la economía.
Gil Calvo asegura que las actuales "ciudades vacías" son nuestros moais, como si sus constructores las hubieran producido como símbolos de ostentación en lugar de ser oportunidades (equivocadas) de negocio. Es cierto que "los isleños de Pascua" agotaron "sus fuentes de subsistencia para erigir sus moais", pero no tiene sentido decir que "se endeudaron a muerte" si no tenían mercados de capitales (¿quiénes eran los acreedores?): la analogía es penosa. Trata de aparentar que sabe pero no puede y lo mezcla todo en un potaje indigestible donde aparecen sin ninguna coherencia "apalancadas pirámides especulativas", "crédito solvente", "empleo productivo", "tejido empresarial", "suelo público esquilmado", todo ello bajo la absurda etiqueta del "capitalismo liberal". Y le faltan los ingredientes esenciales que no puede o no quiere reconocer: la manipulación estatal del dinero y del crédito.
Ni siquiera entiende el keynesianismo, que ve como un posible "medio de evitar el colapso colectivo" mediante "el racionamiento impuesto por el poder público". El keynesianismo se basa en la estimulación de la demanda agregada, en que se siga consumiendo cuanto más mejor, o sea lo contrario del racionamiento. Dada su necedad no es extraño que crea que "la salida liberal" es la "que proponen los poderes financieros globales respaldados por los organismos internacionales como la UE, el FMI o la OCDE", basada en "mantener intacto el sistema de mercado" y "la dominación absoluta del mercado global". Es difícil reprimir las carcajadas ante tanta insensatez: políticos, funcionarios y banqueros defendiendo el mercado libre, qué bonita ficción.
Cuando parece que Gil Calvo ve algo de luz "los mercados libres no se pueden gobernar, siendo como son un orden espontáneo", resulta que era un espejismo: "La mano visible del Estado puede regularlos variando su estructura de incentivos pero no puede imponerles normas ejecutivas, pues cuando intenta hacerlo la mano invisible del mercado reacciona generando un desorden espontáneo como el actual". La culpa del desastre actual es del mercado, faltaría más, el Estado nunca es sospechoso de nada malo.
Como en los buenos fuegos de artificio, la traca mayor de la idiotez se reserva para el final: podríamos "convertir la actual crisis de los mercados en una verdadera crisis del sistema, eventualmente capaz de dar a luz un nuevo modelo de sociedad. Una sociedad sostenible y ya no basada en el depredador capitalismo neoliberal, que de ciclo a ciclo y de burbuja en burbuja está conduciendo al planeta a un inminente colapso como el de la isla de Pascua, ahora masivamente amplificado a escala global". Fíjense en que al menos la depredación ya no es liberal sino neoliberal.
Como la ignorancia es atrevida, este "sociólogo" ve "fascinantes paralelos" entre el "colapso global" actual y "la súbita extinción de la cultura de los moais que tuvo lugar en la polinesia isla de Pascua", sobre la cual ha leído en Colapso, de Jared Diamond, cuya idea principal es que "la intensificación de la competencia por los recursos puede acabar con el suicidio colectivo de los competidores".
Diamond es un autor muy recomendable e interesante pero con graves lagunas en ámbitos económicos y jurídicos. Gil Calvo ni siquiera es capaz de aprovechar la calidad de su fuente sino que la estropea a conciencia. Se refiere a la "tragedia de los bienes públicos" cuando en realidad es la tragedia de los bienes comunes (tragedy of the commons, los bienes públicos son otra cosa muy diferente que obviamente tampoco entiende); se equivoca al citar a su autor (es Garrett Hardin y no Russell Hardin); y no ve el principal problema que subyace al "agotamiento de los ecosistemas a partir de un cierto umbral de explotación", que él superficialmente señala como "la escalada social de la competición" pero que en realidad es la ausencia del marco institucional jurídico adecuado: la no existencia de derechos de propiedad, precios y mercados sobre los árboles que se utilizaron para transportar las estatuas gigantes (que servían como símbolos ostentosos de prestigio entre los diversos clanes) y que dejaron de usarse para fabricar canoas y poder pescar.
Resulta que ahora "los moais son las burbujas especulativas que erigen nuestros clanes estatales y empresariales, unos moais hechos de especulación financiera e inmobiliaria que, al adentrarse en una escalada de intensificación de la competencia, no tardan en agotar los recursos productivos de la economía real". Lo estatal y lo empresarial quedan emparejados como si no hubiera ninguna diferencia entre la institucionalización de la coacción y el esfuerzo por organizar proyectos productivos que satisfagan los deseos de los consumidores; la especulación y la competencia son demonizadas, como siempre sin comprender sus funciones esenciales para la economía.
Gil Calvo asegura que las actuales "ciudades vacías" son nuestros moais, como si sus constructores las hubieran producido como símbolos de ostentación en lugar de ser oportunidades (equivocadas) de negocio. Es cierto que "los isleños de Pascua" agotaron "sus fuentes de subsistencia para erigir sus moais", pero no tiene sentido decir que "se endeudaron a muerte" si no tenían mercados de capitales (¿quiénes eran los acreedores?): la analogía es penosa. Trata de aparentar que sabe pero no puede y lo mezcla todo en un potaje indigestible donde aparecen sin ninguna coherencia "apalancadas pirámides especulativas", "crédito solvente", "empleo productivo", "tejido empresarial", "suelo público esquilmado", todo ello bajo la absurda etiqueta del "capitalismo liberal". Y le faltan los ingredientes esenciales que no puede o no quiere reconocer: la manipulación estatal del dinero y del crédito.
Ni siquiera entiende el keynesianismo, que ve como un posible "medio de evitar el colapso colectivo" mediante "el racionamiento impuesto por el poder público". El keynesianismo se basa en la estimulación de la demanda agregada, en que se siga consumiendo cuanto más mejor, o sea lo contrario del racionamiento. Dada su necedad no es extraño que crea que "la salida liberal" es la "que proponen los poderes financieros globales respaldados por los organismos internacionales como la UE, el FMI o la OCDE", basada en "mantener intacto el sistema de mercado" y "la dominación absoluta del mercado global". Es difícil reprimir las carcajadas ante tanta insensatez: políticos, funcionarios y banqueros defendiendo el mercado libre, qué bonita ficción.
Cuando parece que Gil Calvo ve algo de luz "los mercados libres no se pueden gobernar, siendo como son un orden espontáneo", resulta que era un espejismo: "La mano visible del Estado puede regularlos variando su estructura de incentivos pero no puede imponerles normas ejecutivas, pues cuando intenta hacerlo la mano invisible del mercado reacciona generando un desorden espontáneo como el actual". La culpa del desastre actual es del mercado, faltaría más, el Estado nunca es sospechoso de nada malo.
Como en los buenos fuegos de artificio, la traca mayor de la idiotez se reserva para el final: podríamos "convertir la actual crisis de los mercados en una verdadera crisis del sistema, eventualmente capaz de dar a luz un nuevo modelo de sociedad. Una sociedad sostenible y ya no basada en el depredador capitalismo neoliberal, que de ciclo a ciclo y de burbuja en burbuja está conduciendo al planeta a un inminente colapso como el de la isla de Pascua, ahora masivamente amplificado a escala global". Fíjense en que al menos la depredación ya no es liberal sino neoliberal.
Francisco Capella es director del área de Ciencia y Ética del Instituto Juan de Mariana y creador del proyecto Inteligencia y libertad.