Al mercado no le importa, y eso es algo maravilloso
Por Jason Kuznicki
Al mercado no le importan en lo más mínimo tus sentimientos. Por la misma razón, no se preocupa por tus creencias políticas. Tampoco se preocupa por tu equipo de béisbol favorito, pero estará encantado de venderte algo de mercadería de este. (Incluso haría lo mismo para los fanáticos de los Yankees). El mercado sólo se preocupa por lo que tu tienes, por lo que tu quieres y por los diferentes precios que te interesan.
En gran parte, la indiferencia despreocupada del mercado es una tranquila y casi inadvertida bendición. Permite que cada uno de nosotros consigamos lo que queremos, con relativa facilidad y eficiencia, a pesar de nuestros vastos desacuerdos; desacuerdos que de otro modo nos causarían un daño severo.
De vez en cuando, sin embargo, y sobre todo en las batallas entre tradicionalistas y progresistas, esto no es cierto. Ambas partes han tenido sus quejas últimamente.
Por un lado, la queja es que a algunos panaderos, fotógrafos, propietarios de la capillas y otros en la industria de la boda (valuada en US$53 mil millones en EE.UU.) ahora se les pide servir a clientes del mismo sexo. Una cuestión que estos profesionales tradicionalistas prefieren no hacer. (Las quejas sobre la sinceridad de sus denuncias son fácilmente desacreditables: Nadie puede decirles lo que manda o no manda su religión).
Al mercado no le importa en lo más mínimo la postura política de estos tradicionalistas; simplemente impondrá costos bien definidos en ellos en forma de pérdidas de ventas y tal vez una reputación dañada. Los tradicionalistas, por su parte, están conformes al absorber dichos costos. Las parejas gay, por la suya, no se enfrentan a una escasez de proveedores para elegir el servicio pues es una inmensa industrial de US$ 53 mil millones la de la boda y tampoco es como si los servicios de la boda se proporcionan con carácter de emergencia.
En resumen, los problemas éticos son excepcionalmente pocos y los asuntos deben llegar hasta allí. Pero a veces, a los tradicionalistas no se les pregunta tan amablemente. Mientras que al mercado no le importa ni un poco nuestra postura política, sí responde, a veces, a las imposiciones de la política pública. Y aquí es donde las quejas de la izquierda comienzan: El mercado debería preocuparse por la postura política de la gente, dicen. Y si no lo hace, entonces tenemos que hacer que lo haga, en particular cuando se refiera a una cuestión de cómo se trata a los clientes gays y lesbianas. ¡Todos deben tener el mismo derecho a su pastel!
En cuanto a mí, me gustaría pensar que los gays y las lesbianas pueden superar los prejuicios, e incluso la discriminación abierta, sin el privilegio de leyes de no discriminación.
Me gustaría pensar esto porque eso es más o menos la forma en que realmente ocurrió. No es una fantasía libertaria. Es una historia real del mundo real. La historia de la integración de las personas gays y lesbianas en la vida estadounidense tuvo lugar en millones de decisiones privadas, no anunciadas, en unos pocos miles de políticas corporativas y – en gran medida en el último momento – en un par de docenas de leyes estatales altamente visibles pero inconsecuentes. El sector privado mostró el camino y no obtuvo crédito. El gobierno siguió después a regañadientes, y todo el mundo lo trató como si hubiese hecho algo valiente.
Ya en 2003, cuando no habían estados que aprobaran el matrimonio del mismo sexo y cuando más de una docena de estados todavía tenían leyes de sodomía (!), casi 300 de las compañías Fortune 500 tenían políticas de no discriminación formales y escritas, y casi 200 de ellas ofrecían beneficios para parejas de hecho. Y las cosas han mejorado en el ínterin. El sector privado siempre ha tomado la delantera.
Esto se debe a que independientemente de nuestra postura política, todos cosechamos beneficios de la existencia de un orden de mercado que es groseramente indiferente a todo lo que nos importa en nuestra vida privada. El mercado simplemente no tiene el tiempo para estas cosas sin relación, y gracias a Dios es así. Todos nos lamentaríamos si la pureza ideológica – o la pureza sexual, o la pureza de cualquier tipo – se convirtiera en el precio de hacer negocios, o si nos paramos a preguntar demasiado a menudo acerca de las visiones del mundo, los compañeros de cama y las debilidades de aquellos con los que negociamos.
A los tradicionalistas que quieran discriminar a gays y lesbianas, se les debe permitir que lo hagan. No es que estén haciendo algo noble o eficiente. Se están comportando despreciablemente y hasta cierto punto de manera ineficiente cuando discriminan. (Tenga en cuenta que imponen externalidades en los demás, en aras de un beneficio que sólo ellos consumen, es decir, la satisfacción que se toman en la discriminación. Si pudieran tener esta satisfacción de algún otro acto, la externalidad podría desaparecer. Podrían también ser mejores vecinos). En un mundo mejor, no existirían este tipo de comportamientos. Pero por el mismo motivo, no debemos prohibido pues al hacerlo también se reduciría el orden económico prolongado, aquel del que todos nos beneficiamos, independientemente de las creencias.
Todos estamos locos en la percepción de alguien más. Pero en nuestra propia percepción, a veces podríamos parecer exiliados en un planeta lleno de locos. Debemos tener cuidado, entonces, en no comprar una pequeña cantidad de protesta simbólica al precio de una gran cantidad de beneficios del comercio. Podemos estar hoy a la ofensiva, en contra de lo que vemos como políticas absurdas de nuestros vecinos intolerantes. Pero mañana, alguien va a venir preguntando por nosotros, y tal vez nos boicoteará así, por razones que no podemos comprender.
Las barreras a la entrada en el mercado no deben ser tan fácilmente obtenidas: gran parte de lo que hacemos en el camino de la coordinación social consiste en ignorar de forma estratégica lo extraño, indefendible, reaccionario, intolerante, o de otro modo, totalmente inexcusable en las creencias o prácticas de los demás. El mercado es la forma como todos nosotros, locos, nos llevamos en paz a pesar de nosotros mismos.