Hace seis o siete años tuve mi primer encuentro con el libertarismo, encuentro que no podía materializarse de una forma distinta que a través de los libros, que eran prácticamente la única alternativa que había para hacerlo. Las ideas de la libertad estaban -y siguen estando- relegadas de los ámbitos intelectuales y culturales más concurridos, donde el marxismo y el socialismo en general predominaban de forma absoluta. Las alternativas para llegar a unas ideas distintas a las predominantes eran pocas, y aunque en internet podía conseguirse información muy valiosa, también es verdad que no había la cantidad de material audiovisual y referencial del que disponemos hoy día en castellano: conferencias, foros, cortos, etc. Lo cierto es que uno se hacía libertario de la única forma que podía: leyendo.
De ahí que a los libertarios se nos trate en mayor o menor medida como a ratones de biblioteca. Siempre estamos leyendo, citando, haciendo referencia a uno u otro autor, o discutiendo entramadas teorías de órdenes sociales y económicos. Creo que estas características son bastante comunes en los libertarios de mi generación y de las anteriores: hemos aprendido a discutir y a razonar como libertarios. Esta forma de llegar al libertarismo nos ha llevado a desconfiar de todo aquel que se diga libertario y que no demuestre una tendencia natural hacia la actividad intelectual. Si consideramos que el libertario que tenemos en frente no está suficientemente preparado intelectualmente podemos llegar al punto de desdeñarlo, de ridiculizarlo y de apartarlo.
Es por ello que considero oportuno que nos preguntemos lo siguiente: ¿sólo puede ser libertario el típico ratón de biblioteca que consume horas y horas leyendo o también puede ser libertaria una persona normal que sólo siente intuitivamente que el libertarismo es el camino correcto?
Hemos aprendido a pensar como libertarios, pero la mayoría de nosotros no tiene la más mínima idea de lo que es vivir como un libertario. Más allá de las complejas preguntas filosóficas, de los problemas que nos plantean las teorías políticas y de los entramados desafíos científicos de la economía, el libertarismo es esencialmente una ética. El libertarismo es una forma de percibir nuestro entorno, es una forma de sentir, es una forma de establecer relaciones con los demás; en definitiva: ¡es una forma de vivir!
Es verdaderamente inconsistente defender unas ideas al tiempo que en la vida real no las practicas a nivel personal. ¿Cómo vamos a ser creíbles si no practicamos lo que predicamos? Hay una nueva generación de libertarios que no han tenido entre sus manos un libro de Rothbard, o no han leído un tratado de Mises, o ni siquiera han ojeado una novela de Rand, pero que han asumido el compromiso de vivir acorde a unas ideas que son profundamente intuitivas, y eso tiene tanto valor y mérito que leer todos los tratados económicos o políticos de los diversos autores del universo liberal-libertario.
El libertarismo tiene la suerte de ser una teoría consistente, totalmente compatible con los más diversos estilos de vida, por lo que algunos han pretendido calificarlo de relativismo moral. ¿Relativismo moral? Para nada: si algo es verdad es que los seres humanos tenemos gustos y preferencias que varían de un sujeto a otro, y que la única opción viable para enfrentarse a los desafíos que presenta esta diversidad es el respeto irrestricto al plan vital del prójimo –gracias Alberto Benegas Lynch (h)– que sólo representa el liberalismo libertario. Cualquier filosofía que tenga el utópico propósito de hacer que los hombres se amolden a unos patrones predefinidos, desconociendo la diversidad existente dada la condición humana, está condenada al fracaso. El libertarismo pasa esta prueba de fuego: usted puede ser un conservador en sus relaciones personales o un libertino sexual, puede ser un religioso practicante o un ateo, puede consumir drogas o no hacerlo, puede ser pobre o rico; pero siempre y cuando respete el espacio vital de los demás y no vulnere sus derechos o la integridad de su propiedad, entonces usted puede ser un libertario.
Para ser libertario no hace falta ser un intelectual curtido y tampoco un lector voraz, sino ser una persona razonablemente respetuosa de la forma de vida de los demás, aunque en mayor o menor medida no la compartamos, así como de sus derechos y propiedades.
Sinceramente creo que necesitamos mucha más gente viviendo como libertario que gente pensando como libertario. Y no pretendo con esto desdeñar la actividad intelectual, de la que yo mismo disfruto en demasía y a la que le doy un valor casi supremo, sino darles la importancia que se merecen a aquellas personas que se han avocado a vivir y a sentir de forma coherente con el libertarismo, pues es una forma efectiva de transformar nuestro entorno y llevarlo a una situación más favorable y abierta para recibir las ideas de la libertad y que pueda materializarse así el cambio que tanto anhelamos los libertarios.
El cambio comienza desde dentro, no sólo creyendo que es posible, sino demostrando con nuestro ejemplo que no hay mejor forma de vivir que ejerciendo la libertad con responsabilidad, y que por tanto sólo el libertarismo representa una base sólida no sólo para el progreso sino también para la felicidad.
Quiero darle las gracias a Roi Vázquez-Guerra, pues la conversación que tuvimos sobre éste tema me inspiro para escribir este artículo. Y a la vez quiero dedicar estas líneas a Gloria Álvarez, quien ha demostrado no sólo que se puede ser un libertario sin ser un gran intelectual, sino que ha logrado empezar a transformar su entorno inspirando a otras personas que gracias a su figura hoy se acercan al ideario de la libertad.