Wikipedia

Search results

Showing posts with label Reflexiones. Show all posts
Showing posts with label Reflexiones. Show all posts

Monday, November 21, 2016

Sobre Trump: algunas anécdotas y reflexiones

Aníbal Romero señala que a algunos solo les agradan los resultados electorales cuando estos les convienen.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El 17 de junio de 2015, es decir, el día siguiente al lanzamiento de la candidatura de Donald Trump a la Presidencia de EE.UU., recibí un correo de un entrañable y viejo amigo cuyo criterio político mucho valoro y respeto. En su mensaje me decía, palabras más o palabras menos: “No cometas el error de tomar a broma lo ocurrido ayer en la Trump Tower de la Quinta Avenida de Nueva York. No se trata de un acto improvisado. De hecho, hace cuatro años, el 19 de noviembre de 2012 Trump registró en una Notaría la que será su consigna de campaña (que ya Reagan había usado, aunque brevemente), 'Make America great again'. El terreno está abonado y es propicio para una figura como Trump en la política norteamericana. Es cierto, Barack Obama derrotó por segunda vez a su débil adversario republicano (Mitt Romney), pero el partido Demócrata se ha convertido en un partido de élites arrogantes y autistas, que han abandonado amplios sectores de su electorado tradicional. Millones de ciudadanos están hartos de lo que ocurre en ese país. Con un mensaje radical Trump puede ganar la candidatura Republicana y la Presidencia”.


Por suerte, no sólo me abrió los ojos en ese momento, sino que empezó a remitirme casi a diario nutrida información acerca de un proceso electoral que se extendió hasta este mes, cuando los vaticinios de mi amigo finalmente se cumplieron. Gracias a ese flujo permanente de datos, respaldados por bien sustentados análisis de su parte, logré focalizar con mayor claridad lo que estaba ocurriendo y a lo largo de este año y medio aprendí muchas cosas, pues se podría decir que las viví en carne propia.
Citaré un par de anécdotas, asegurando a los lectores acerca de su veracidad. En diciembre de 2015, durante un gratísimo almuerzo con un grupo de viejos amigos, uno de ellos preguntó quién, en mi opinión, ganaría las elecciones primarias del partido Republicano que se efectuarían en junio de 2016. Respondí: Donald Trump. De inmediato cundió una palpable sensación de estupor y en un par de casos se manifestó cierta hilaridad. Sólo una de las personas sentadas en torno a la mesa me observó con una mirada que sugería: “si lo afirma con tanta convicción es que algo sabe, que yo no he descubierto aún pero a lo que debería prestar atención”. Salimos juntos del lugar y caminamos un rato. Me formuló otras preguntas y procuré transmitirle lo que ya intuía, gracias —repito— a los datos y análisis que me llegaban desde hacía un tiempo. A partir del episodio empecé a enviar a ese pequeño grupo y a otras pocas personas de mi confianza parte de la información que estaba recibiendo.
No me sorprendió ni molestó la reacción de estupefacción que observé entonces. Posteriormente intenté que mis allegados estuviesen como mínimo mejor informados, y atravesasen la pantalla de humo creada por la abrumadora mayoría de los medios de comunicación en EE.UU. y en todo el mundo. Sin embargo, con el paso de los meses constaté de manera palpable la verdad de lo que los estudiosos del tema de la inteligencia estratégica concluyen, con relación a las razones que explican buen número de casos de sorpresa política y militar. Sostienen con razón esos expertos que las “señales” que nos llegan (información atinada y creíble) sobre lo que se avecina, pasan a través de varios filtros de “ruido” que las distorsionan, y el principal entre tales filtros somos nosotros mismos, los que somos tomados por sorpresa. Nuestros prejuicios, creencias, expectativas, valores y deseos se interponen y no nos permiten percibir lo que en el fondo no queremos admitir. Como lo expresó en otro contexto el gran poeta alemán J. W. Goethe, “nadie nos engaña, nos engañamos a nosotros mismos”. Escribí por cierto un libro acerca de estos temas, publicado inicialmente en 1992, que el lector interesado puede hallar en mi sitio web y que titulé La sorpresa en la guerra y la política.
Prosigo con las anécdotas. Otra persona de mi aprecio me escribió a mediados de este año, aseverando que “Trump es un fascista”, y enviándome links del New York Times y el Washington Post. En mi respuesta le expuse que no pensaba que Trump fuese un fascista (creo que el término, por lo demás ya muy devaluado, no se aplica a este caso), y le comenté que esos periódicos en particular se habían pronunciado oficialmente a favor de Hillary Clinton, y sus reportajes estaban por lo común muy sesgados. A consecuencia del intercambio mi interlocutor dejó de escribirme, hasta el día de hoy. La experiencia me ayudó a confirmar otro aspecto de la elección norteamericana de 2016: la soberbia e intolerancia de ese progresismo políticamente correcto, tanto dentro como fuera de EE.UU., frente al cual se rebelaron los millones que apoyaron a Trump, a pesar de las limitaciones personales y políticas del billonario de Nueva York.
Cabe dejar claro que yo no estaba seguro de que Trump ganaría; sencillamente lo consideré probable todo el tiempo y hasta antes de las elecciones. De algo me sirvieronlas encuestas, en la medida que realicé el necesario esfuerzo de analizarlas con detalle. Ahora bien, hubo dos problemas con las encuestas. De un lado el ya señalado del “ruido autogenerado”, es decir, la generalizada, repudiable y al final dañina parcialización de los medios tradicionales (prensa y TV) hacia Hillary Clinton, ruido estimulado por los prejuicios, creencias y deseos de tantos periodistas, analistas y comentaristas, que les impidieron observar la realidad con un mínimo de equilibrio y objetividad. De otro lado, es de importancia precisar que casi todas las encuestas pecaron en cuanto a la inadecuada representatividad de sus muestras estadísticas, concediendo una ventaja excesiva (oversampling) al número estimado de votantes Demócratas, en detrimento de Republicanos e Independientes. Esto fue algo acerca de lo que me alertó la persona a quien he hecho referencia al comienzo de estas notas. Hubo una encuesta, la que casi semanalmente publicó el diario Los Angeles Times, que adoptó otra metodología y con frecuencia apuntó hacia una posible victoria de Trump. Desde luego, esta encuesta y el diario que la publicaba fueron objeto de una avalancha de críticas, protestas, mofas y condenas de parte de los tradicionales lectores “liberales” (de izquierda) y “progresistas” de ese periódico de California.
En la prensa venezolana se publicaron durante meses análisis que nos adelantaban una victoria decisiva para Hillary Clinton. No cuestiono esto en sí mismo, y de hecho leí unos cuantos de estos artículos con interés y provecho. Lo que sí cuestiono es la incapacidad autocrítica de algunos articulistas luego de la derrota, fenómeno que puede comprobarse estos días en gran parte de la prensa internacional. El progresismo “liberal” (de izquierda) alrededor del mundo no acaba de admitir sus despropósitos y exageraciones, su carencia de un sentido de las proporciones para evaluar y juzgar lo que no le gusta o no se amolda a sus preconcebidos y dogmáticos paradigmas. El partido Demócrata perdió la Presidencia, el Senado, la Cámara de Representantes, la aplastante mayoría de legislaturas estadales, y Trump se apresta a designar un juez conservador (o quizás varios) para la Corte Suprema, cambiando su composición por una o dos generaciones. Como si lo anterior fuese poca cosa, en la guerra civil que ha comenzado dentro del partido Demócrata se perfila como triunfador el sector más extremista, encabezado por la senadora Warren y el senador Sanders, sector que sin duda profundizará todavía más la obsesión de esa organización por la política de la identidad y de género y en general por los temas de la confrontación cultural, en detrimento del acuciante reto económico y migratorio que afrontan las clases media y obrera norteamericanas. No han aprendido nada porque no desean aprender nada.
La derrota de Hillary Clinton no se debió a que sea mujer o a los torpes vaivenes del Director de la FBI, sino al hecho de que era una pésima candidata, políticamente desgastada, sin mensaje, con un pesado fardo de escándalos y corrupción sobre los hombros, carente de carisma y percibida como deshonesta por la mayoría del electorado. En una coyuntura caracterizada por el deseo de cambio, luego de ocho años de mediocre y decepcionante gobierno Demócrata, Hillary Clinton representaba el pasado, pero la gente vota por el futuro. Pocos hechos pusieron tan claramente de manifiesto las limitaciones de la candidatura de Hillary Clinton como su desprecio hacia los votantes de Trump, llamándoles “deplorables”. Ese instante permanecerá para siempre en los estudios políticos, a manera de ejemplo insuperable de lo que no debe hacer jamás un político democrático en campaña electoral.
En fin, la victoria de Trump abre un panorama incierto y desafiante para EE.UU. y el resto del mundo. Confío abordar y discutir más adelante algunos de los asuntos de fondo que plantea la nueva situación, pues creo conveniente esperar que el Presidente electo avance en la conformación de su equipo y la mayor definición de sus políticas. Los eventos de estos pasados meses me trajeron a la memoria la campaña de 1980 entre Carter y Reagan, las burlas de tanta gente hacia ese “actor de tercera clase” quien, no obstante, se convirtió en un gran Presidente. Lo menciono sólo a manera de analogía, pues las situaciones y personajes cambian y también las dinámicas históricas. Eso sí, no estoy en la línea de subestimar a Trump, de mofarme de su persona o condenarle sin que siquiera se haya posesionado de su cargo. Todos los que han subestimado a Trump se han equivocado, y creo que para EE.UU. y el mundo es importante que lo haga bien, sin que ello signifique que deje de lado su proyecto de cambio radical en diversos ámbitos. Me parecieron lamentables las violentas protestas callejeras que asolaron diversas ciudades estadounidenses la semana pasada, luego de concretarse el legítimo triunfo de Trump. Los que participan en esos motines no parecieran caer en cuenta que con semejante actitud, únicamente lograrán que los millones de votantes que llevaron a Trump a la Casa Blanca se multipliquen, obligándole a cumplir su promesa de ser “el Presidente de la ley y el orden”. El progresismo internacional está movido por una creciente renuencia a admitir los resultados de la democracia constitucional cuando estos últimos no le agradan, y ello se está evidenciando también en la Gran Bretaña pos Brexit, donde el veredicto de las urnas electorales está siendo sometido a la contra-ofensiva judicial de quienes no aceptan, y por lo visto jamás aceptarán, su derrota en el referendo del pasado mes de junio. Son demócratas sólo cuando las consecuencias de la democracia les agradan.

Sobre Trump: algunas anécdotas y reflexiones

Aníbal Romero señala que a algunos solo les agradan los resultados electorales cuando estos les convienen.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El 17 de junio de 2015, es decir, el día siguiente al lanzamiento de la candidatura de Donald Trump a la Presidencia de EE.UU., recibí un correo de un entrañable y viejo amigo cuyo criterio político mucho valoro y respeto. En su mensaje me decía, palabras más o palabras menos: “No cometas el error de tomar a broma lo ocurrido ayer en la Trump Tower de la Quinta Avenida de Nueva York. No se trata de un acto improvisado. De hecho, hace cuatro años, el 19 de noviembre de 2012 Trump registró en una Notaría la que será su consigna de campaña (que ya Reagan había usado, aunque brevemente), 'Make America great again'. El terreno está abonado y es propicio para una figura como Trump en la política norteamericana. Es cierto, Barack Obama derrotó por segunda vez a su débil adversario republicano (Mitt Romney), pero el partido Demócrata se ha convertido en un partido de élites arrogantes y autistas, que han abandonado amplios sectores de su electorado tradicional. Millones de ciudadanos están hartos de lo que ocurre en ese país. Con un mensaje radical Trump puede ganar la candidatura Republicana y la Presidencia”.

Friday, July 8, 2016

Reflexiones sobre los jóvenes

Alberto Benegas Lynch (h) explica que la importancia de la privacidad para la dignidad de las personas y cómo sorprende que hoy haya muchos quienes entregan voluntariamente su propiedad.

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Es por cierto extraña la cuarta dimensión, el tiempo del reloj no es igual al tiempo interior. Lo que se considera son hazañas en realidad no son más que  mojones insignificantes en un universo que excede la capacidad de asombro. En mi caso, no parece cierto estar escribiendo sobre la juventud desde otra posición cuando da la impresión que no hace mucho fui elegido como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes en la selección de la Cámara Junior de Buenos Aires o que fui el más joven de todas las incorporaciones a la Academia Nacional de Ciencias hasta ese momento, que en la primera promoción a mi cargo los alumnos eran mayores que yo en la universidad y era habitual que me dijeran que era el joven del grupo al encaramarme a una tribuna. Mi primer artículo se publicó cuando tenía dieciocho años en “Programa” del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires…ahora hacen casi seis décadas de eso (no recomiendo su lectura por la pobreza de la pluma, aunque para los curiosos consigno que encabeza una colección en mí Contra la corriente de Editorial El Ateneo).



Sensaciones que seguramente no son originales para nadie en cuanto al paso del tiempo, pero así son. Y no es que quisiera regresar al pasado, esto es lo último que haría si estuviera en mi facultad simplemente porque en todo he tenido mucha suerte que no podría repetir y si la repitiera no me gustaría pasar por etapas de incertidumbre respecto a los desenlaces que ahora se como fueron (en gran medida “a mi manera” como diría Frank Sinatra) y, por último, mi vida ha sido y es muy intensa por lo que es suficiente vivirla una vez. Por otra parte no puede jugarse con el contrafáctico.
Tampoco es cuestión de adelantar el final, queda mucho por hacer y cumplido un proyecto es indispensable reemplazarlo por otro para sacarle el jugo a la vida en la que nunca se llegará a un término en el que uno pueda decir que cumplió con todas las metas porque eso es imposible dada nuestra infinita ignorancia.
Entonces, manos a la obra con los jóvenes de hoy. Me refiero a las personas entre dieciséis y veintiséis años de edad. Tomo convencionalmente diez años de vida. En esta franja puede decirse que hay tres tipos de juventudes: los jóvenes viejos, los jóvenes bebes y los jóvenes en sentido estricto.
El primer tipo —los jóvenes viejos— está compuesto por los que no solo no tienen el necesario fuego interior como empuje para sus vidas sino que tienen muy pocas brasas con un fuego extinguido a puro rigor de apatía. Son los conformistas, los que nunca se alinean con lo nuevo, con los desafíos, con el cambio en la buena dirección (ni en la mala) son los que se sienten a disgusto con los que critican para mejorar, son especímenes del status quo, sin vida interior ni exterior y miran la vida con lentes de dinosaurios, son amargos que carecen de ese capital tan indispensable para vivir que es el sentido del humor.
Por su parte, los jóvenes en sentido estricto son los de la fuerza de sus ideales, son los que no se dejan estar, son los que tienen ansia de mejora y superación en cualquier campo en el que se desempeñen. Son los que saben que quieren pero capaces de rectificarse cuando son refutados. Son curiosos y no se quedan con la primera respuesta a los problemas. Son la luz en las aulas, se destacan por sus interrogatorios inteligentes y en los trabajos son los que llevan la voz cantante. Son la esperanza del futuro.
Ahora vienen los jóvenes bebes, los que han crecido anatómicamente pero se han quedado en la niñez y la inmadurez mental. Hablan entrecortado como Tarzán en su peor época y escriben con llamativas abreviaturas y con monosílabas inconexas. Son los que quieren pasar desapercibidos en el aula y en el trabajo, solo lo indispensable para pasar a gatas un examen y cobrar su sueldo en su excursión laboral. Son los atrapados por los teléfonos celulares, por los selfies, por Internet, los auriculares y Facebook que rehúyen lo muy bueno de estos adelantos tecnológicos para escaparse de la verdadera comunicación con otros, para atenuar  y anestesiar su vida interior y para renunciar a su intimidad, para no mirar su interior y eludir el espejo. Perdieron el sentido de la concentración por lo que no pueden sostener una conversación ni de largo ni de corto aliento. Murmuran y en el intento de explicarse se limitan a mover los brazos “en ademán natatorio” como dice Ortega en otro contexto.
Por razones de especio vamos a concentrarnos solamente en Facebook en relación a los jóvenes bebes. Desde que en 2004 irrumpió en escena esta herramienta a raíz del descubrimiento de un estudiante (completado por otras contribuciones posteriores), se convirtió en un sistema con múltiples aplicaciones y que ha crecido de modo exponencial: actualmente hay más de ochocientos millones de participantes.
Los jóvenes bebes muestran muchas facetas pero aquí nos limitamos a su obsesión por entregar la propia privacidad al público, lo cual sucede aunque los destinatarios sean pretendidamente limitados (los predadores suelen darle otros destinos a lo teóricamente publicado para un grupo). De todos modos, lo que llama la atención es la tendencia a la pérdida de ámbitos privados y la necesidad de publicitar lo que se hace en territorios íntimos, no necesariamente sexuales sino, como decimos, lo que se dice y hace dirigidas a determinadas personas o también actitudes supuestamente solitarias pero que deben registrarse en Facebook para que el grupo esté informado de lo que sucede con el titular.
Parecería que no hay prácticamente espacio para la preservación de las autonomías individuales, las relaciones con contertulios específicos quedan anuladas si se sale al balcón a contar lo que se ha dicho o hecho. Con los Facebooks y compañía no parece que se desee preservar la privacidad, al contrario hay una aparente necesidad de colectivizar lo que se hace. No hay el goce de preservar lo íntimo en el sentido antes referido. Parecería que estamos frente a un problema psicológico de envergadura: la obsesión por exhibirse y que hay un vacío existencial si otros no se anotician de todo lo que hace el vecino. Es como una puesta en escena, como una teatralización de la vida donde los actores no tienen sentido si no cuentan con público.
Una cosa es lo que está destinado a los demás, por ejemplo, una conferencia, la publicación de artículos, una obra de arte y similares y otra bien diferente es el seguimiento de lo que se hace privadamente durante prácticamente todo el día (y, frecuentemente, de la noche). Una vida así vivida no es individual sino colectiva puesto que la persona se disuelve en el grupo.
Ya dijimos que hay muchas ventajas en la utilización de este instrumento por el que se trasmiten también buenos pensamientos, humor y similares, pero nos parece que lo dicho anteriormente, aun sin quererlo, tiene alguna similitud con lo que en otro plano ejecuta el Gran Hermano orwelliano, o más bien, lo que propone Huxley en su antiutopía más horrenda aun.
Es perfectamente comprensible que quienes utilizan Facebook sostengan que publican lo que les viene en gana y lo que desean preservar no lo exhiben, pero lo que llama la atención es precisamente el volumen de lo que publican como si eso les diera vida, como si lo privado estuviera fuera de la existencia.
Según el diccionario etimológico “privado” proviene del latín privatus que significa en primer término “apartado, personal, particular, no público”. El ser humano consolida su personalidad en la medida en que desarrolla sus potencialidades y la abandona en la medida en que se funde y confunde en los otros, esto es, se despersonaliza. La dignidad de la persona deriva de su libre albedrío, es decir, de su autonomía para regir su destino.
La privacidad o intimidad es lo exclusivo, lo propio, lo suyo, la vida humana es inseparable de lo privado o privativo de uno. Milan Kundera en La insoportable levedad del ser anota que “La persona que pierde su intimidad lo pierde todo”.  La primera vez que el tema se trató en profundidad, fue en 1890 en un ensayo publicado por Samuel D. Warren y Luis Brandeis en la Harvard Law Review titulado “El derecho a la intimidad”. En nuestro días, Santos Cifuentes publicó El derecho a la vida privada donde explica que “La intimidad es uno de los bienes principales de los que caracterizan a la persona” y que el “desenvolvimiento de la personalidad psicofísica solo es posible si el ser humano puede conservar un conjunto de aspectos, circunstancias y situaciones que se preservan y se destinan por propia iniciativa a no ser comunicados al mundo exterior” puesto que “va de suyo que perdida esa autodeterminación de mantener reservados tales asuntos, se degrada un aspecto central de la dignidad y se coloca al ser humano en un estado de dependencia y de indefensión”.
Los instrumentos modernos de gran sofisticación permiten invadir la privacidad sea a través de rayos infrarrojos, captación de ondas sonoras a larga distancia, cámaras ocultas para filmar, fotografías de alta precisión, espionaje de correos electrónicos y demás parafernalia pueden anular la vida propiamente humana, es decir, la que se sustrae al escrutinio público.
Sin duda que en una sociedad abierta se trata de proteger a quienes efectivamente desean preservar su intimidad de la mirada ajena, lo cual no ocurre cuando la persona se expone al público. No es lo mismo la conversación en el seno del propio domicilio que pasearse desnudo por el jardín. No es lo mismo ser sorprendido por una cámara oculta que ingresar a un lugar donde abiertamente se pone como condición la presencia de ese adminículo.
Pero es sorprendente que hoy haya entregadores voluntarios de su privacidad. Los jóvenes bebes arrojan al viento partes sustanciales de sus identidades sin contemplar que de la intimidad nace la diferenciación y unicidad que, como escribe Julián Marías en Persona, es “mucho más que lo que aparece en el espejo”, lo cual parecería que de tanto publicar privacidades desde muy diversos ángulos queda expuesta la persona en Facebook (además de que en ámbitos donde prevalece la inseguridad ese instrumento puede tener ribetes de peligrosidad).
Demás está decir que este tema no debe ser bajo ningún concepto materia de legislación, la cual infringiría una tremenda estocada a la libertad de expresión que constituye la quintaesencia de la sociedad abierta.
Para cerrar esta nota, es de interés reproducir un dictum anónimo, especialmente en relación a la juventud: “Cuide sus pensamientos, se convierten en palabras. Cuide sus palabras, se convierten en acciones. Cuide sus acciones, se convierten en hábitos. Cuide sus hábitos, se convierten en su carácter. Cuide su carácter, se convierte en su destino”.

Reflexiones sobre los jóvenes

Alberto Benegas Lynch (h) explica que la importancia de la privacidad para la dignidad de las personas y cómo sorprende que hoy haya muchos quienes entregan voluntariamente su propiedad.

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Es por cierto extraña la cuarta dimensión, el tiempo del reloj no es igual al tiempo interior. Lo que se considera son hazañas en realidad no son más que  mojones insignificantes en un universo que excede la capacidad de asombro. En mi caso, no parece cierto estar escribiendo sobre la juventud desde otra posición cuando da la impresión que no hace mucho fui elegido como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes en la selección de la Cámara Junior de Buenos Aires o que fui el más joven de todas las incorporaciones a la Academia Nacional de Ciencias hasta ese momento, que en la primera promoción a mi cargo los alumnos eran mayores que yo en la universidad y era habitual que me dijeran que era el joven del grupo al encaramarme a una tribuna. Mi primer artículo se publicó cuando tenía dieciocho años en “Programa” del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires…ahora hacen casi seis décadas de eso (no recomiendo su lectura por la pobreza de la pluma, aunque para los curiosos consigno que encabeza una colección en mí Contra la corriente de Editorial El Ateneo).


Thursday, July 7, 2016

Reflexiones sobre los jóvenes

Reflexiones sobre los jóvenes

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es por cierto extraña la cuarta dimensión, el tiempo del reloj no es igual al tiempo interior. Lo que se considera son hazañas en realidad no son más que  mojones insignificantes en un universo que excede la capacidad de asombro. En mi caso, no parece cierto estar escribiendo sobre la juventud desde otra posición cuando da la impresión que no hace mucho fui elegido como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes en la selección de la Cámara Junior de Buenos Aires o que fui el más joven de todas las incorporaciones  a la Academia Nacional de Ciencias hasta ese momento, que en la primera promoción a mi cargo los alumnos eran mayores que yo en la universidad y era habitual que me dijeran que era el joven del grupo al encaramarme a una tribuna. Mi primer artículo se publicó cuando tenía dieciocho años en “Programa” del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires…ahora hacen casi seis décadas de eso (no recomiendo su lectura por la pobreza de la pluma, aunque para los curiosos consigno que encabeza una colección en mí Contra la corriente de Editorial El Ateneo).


Sensaciones que seguramente no son originales para nadie en cuanto al paso del tiempo, pero así son. Y no es que quisiera regresar al pasado, esto es lo último que haría si estuviera en mi facultad simplemente porque en todo he tenido mucha suerte que no podría repetir y si la repitiera no me gustaría pasar por etapas de incertidumbre respecto a los desenlaces que ahora se como fueron (en gran medida “a mi manera” como diría Frank Sinatra) y, por último, mi vida ha sido y es muy intensa por lo que es suficiente vivirla una vez. Por otra parte no puede jugarse con el contrafáctico.
Tampoco es cuestión de adelantar el final, queda mucho por hacer y cumplido un proyecto es indispensable reemplazarlo por otro para sacarle el jugo a la vida en la que nunca se llegará a un término en el que uno pueda decir que cumplió con todas las metas porque eso es imposible dada nuestra infinita ignorancia.
Entonces, manos a la obra con los jóvenes de hoy. Me refiero a las personas entre dieciséis y veintiséis años de edad. Tomo convencionalmente diez años de vida. En esta franja puede decirse que hay tres tipos de juventudes: los jóvenes viejos, los jóvenes bebes y los jóvenes en sentido estricto.
El primer tipo -los jóvenes viejos- está compuesto por los que no solo no tienen el necesario fuego interior como empuje para sus vidas sino que tienen muy pocas brasas con un fuego extinguido a puro rigor de apatía. Son los conformistas, los que nunca se alinean con lo nuevo, con los desafíos, con el cambio en la buena dirección (ni en la mala) son los que se sienten a disgusto con los que critican para mejorar, son especímenes del status quo, sin vida interior ni exterior y miran la vida con lentes de dinosaurios, son amargos que carecen de ese capital tan indispensable para vivir que es el sentido del humor.
Por su parte, los jóvenes en sentido estricto son los de la fuerza de sus ideales, son los que no se dejan estar, son los que tienen ansia de mejora  y superación en cualquier campo en el que se desempeñen. Son los que saben que quieren pero capaces de rectificarse cuando son refutados. Son curiosos y  no se quedan con la primera respuesta a los problemas. Son la luz en las aulas, se destacan por sus interrogatorios inteligentes y en los trabajos son los que llevan la voz cantante. Son la esperanza del futuro.
Ahora vienen los jóvenes bebes, los que han crecido anatómicamente pero se han quedado en la niñez y la inmadurez mental. Hablan entrecortado como Tarzán en su peor época y escriben con llamativas abreviaturas y con monosílabas inconexas. Son los que quieren pasar desapercibidos en el aula y en el trabajo, solo lo indispensable para pasar a gatas un examen y cobrar su sueldo en su excursión laboral. Son los atrapados por los teléfonos celulares, por los selfies, por Internet, los auriculares y Facebook que rehúyen lo muy bueno de estos adelantos tecnológicos para escaparse de la verdadera comunicación con otros, para atenuar  y anestesiar su vida interior y para renunciar a su intimidad, para no mirar su interior y eludir el espejo. Perdieron el sentido de la concentración por lo que no pueden sostener una conversación ni de largo ni de corto aliento. Murmuran y en el intento de explicarse se limitan a mover los brazos “en ademán natatorio” como dice Ortega en otro contexto.
Por razones de especio vamos a concentrarnos solamente en Facebook en relación a los jóvenes bebes.  Desde que en 2004 irrumpió en escena esta herramienta a raíz del descubrimiento de un estudiante (completado por otras contribuciones posteriores), se convirtió en un sistema con múltiples aplicaciones y que ha crecido de modo exponencial: actualmente hay más de ochocientos millones de participantes.
Los jóvenes bebes muestran muchas facetas pero aquí nos limitamos a su obsesión por entregar la propia privacidad al público, lo cual sucede aunque los destinatarios sean pretendidamente limitados (los predadores suelen darle otros destinos a lo teóricamente publicado para un grupo). De todos modos, lo que llama la atención es la tendencia a la pérdida de ámbitos privados y la necesidad de publicitar lo que se hace en territorios íntimos, no necesariamente sexuales sino, como decimos, lo que se dice y hace dirigidas a determinadas personas o también actitudes supuestamente solitarias pero que deben registrarse en Facebook para que el grupo esté informado de lo que sucede con el titular.
Parecería que no hay prácticamente espacio para la preservación de las autonomías individuales, las relaciones con contertulios específicos quedan anuladas si se sale al balcón a contar lo que se ha dicho o hecho. Con los Facebooks y compañía no parece que se desee preservar la privacidad, al contrario hay una aparente necesidad de colectivizar lo que se hace. No hay el goce de preservar lo íntimo en el sentido antes referido. Parecería que estamos frente a un problema psicológico de envergadura: la obsesión por exhibirse y que hay un vacío existencial si otros no se anotician de todo lo que hace el vecino. Es como una puesta en escena, como una teatralización de la vida donde los actores no tienen sentido si no cuentan con público.
Una cosa es lo que está destinado a los demás, por ejemplo, una conferencia, la publicación de artículos, una obra de arte y similares y otra bien diferente es el seguimiento de lo que se hace privadamente durante prácticamente todo el día (y, frecuentemente, de la noche). Una vida así vivida no es individual sino colectiva puesto que la persona se disuelve en el grupo.
Ya dijimos que hay muchas ventajas en la utilización de este instrumento por el que se trasmiten también buenos pensamientos, humor y similares, pero nos parece que lo dicho anteriormente, aun sin quererlo, tiene alguna similitud con lo que en otro plano ejecuta el Gran Hermano orwelliano, o más bien, lo que propone Huxley en su antiutopía más horrenda aun.
Es perfectamente comprensible que quienes utilizan Facebook sostengan que publican lo que les viene en gana y lo que desean preservar no lo exhiben, pero lo que llama la atención es precisamente el volumen de lo que publican como si eso les diera vida, como si lo privado estuviera fuera de la existencia.
Según el diccionario etimológico “privado” proviene del latín privatus que significa en primer término “apartado, personal, particular, no público”. El ser humano consolida su personalidad en la medida en que desarrolla sus potencialidades y la abandona en la medida en que se funde y confunde en los otros, esto es, se despersonaliza. La dignidad de la persona deriva de su libre albedrío, es decir, de su autonomía para regir su destino.
La privacidad o intimidad es lo exclusivo, lo propio, lo suyo, la vida humana es inseparable de lo privado o privativo de uno. Milan Kundera en La insoportable levedad del ser anota que “La persona que pierde su intimidad lo pierde todo”.  La primera vez que el tema se trató en profundidad, fue en 1890 en un ensayo publicado por Samuel D. Warren y Luis Brandeis en la Harvard Law Review titulado “El derecho a la intimidad”. En nuestro días, Santos Cifuentes publicó El derecho a la vida privada donde explica que “La intimidad es uno de los bienes principales de los que caracterizan a la persona” y que el “desenvolvimiento de la personalidad psicofísica solo es posible si el ser humano puede conservar un conjunto de aspectos, circunstancias y situaciones que se preservan y se destinan por propia iniciativa a no ser comunicados al mundo exterior” puesto que “va de suyo que perdida esa autodeterminación de mantener reservados tales asuntos, se degrada un aspecto central de la dignidad y se coloca al ser humano en un estado de dependencia y de indefensión”.
Los instrumentos modernos de gran sofisticación permiten invadir la privacidad sea a través de rayos infrarrojos, captación de ondas sonoras a larga distancia, cámaras ocultas para filmar, fotografías de alta precisión, espionaje de correos electrónicos y demás parafernalia pueden anular la vida propiamente humana, es decir, la que se sustrae al escrutinio público.
Sin duda que en una sociedad abierta se trata de proteger a quienes efectivamente desean preservar su intimidad de la mirada ajena, lo cual no ocurre cuando la persona se expone al público. No es lo mismo la conversación en el seno del propio domicilio que pasearse desnudo por el jardín. No es lo mismo ser sorprendido por una cámara oculta que ingresar a un lugar donde abiertamente se pone como condición la presencia de ese adminículo.
Pero es sorprendente que hoy haya entregadores voluntarios de su privacidad. Los jóvenes bebes arrojan al viento partes sustanciales de sus identidades sin contemplar que de la intimidad nace la diferenciación y unicidad que, como escribe Julián Marías en Persona, es “mucho más que lo que aparece en el espejo”, lo cual parecería que de tanto publicar privacidades desde muy diversos ángulos queda expuesta la persona en Facebook (además de que en ámbitos donde prevalece la inseguridad ese instrumento puede tener ribetes de peligrosidad).
Demás está decir que este tema no debe ser bajo ningún concepto materia de legislación, la cual infringiría una tremenda estocada a la libertad de expresión que constituye la quintaesencia de la sociedad abierta.
Para cerrar esta nota, es de interés reproducir un dictum anónimo, especialmente en relación a la juventud: “Cuide sus pensamientos, se convierten en palabras. Cuide sus palabras, se convierten en acciones. Cuide sus acciones, se convierten en hábitos. Cuide sus hábitos, se convierten en su carácter. Cuide su carácter, se convierte en su destino.”

Reflexiones sobre los jóvenes

Reflexiones sobre los jóvenes

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es por cierto extraña la cuarta dimensión, el tiempo del reloj no es igual al tiempo interior. Lo que se considera son hazañas en realidad no son más que  mojones insignificantes en un universo que excede la capacidad de asombro. En mi caso, no parece cierto estar escribiendo sobre la juventud desde otra posición cuando da la impresión que no hace mucho fui elegido como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes en la selección de la Cámara Junior de Buenos Aires o que fui el más joven de todas las incorporaciones  a la Academia Nacional de Ciencias hasta ese momento, que en la primera promoción a mi cargo los alumnos eran mayores que yo en la universidad y era habitual que me dijeran que era el joven del grupo al encaramarme a una tribuna. Mi primer artículo se publicó cuando tenía dieciocho años en “Programa” del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires…ahora hacen casi seis décadas de eso (no recomiendo su lectura por la pobreza de la pluma, aunque para los curiosos consigno que encabeza una colección en mí Contra la corriente de Editorial El Ateneo).