El Fondo Monetario Internacional prevé que, en 2016-17, Chile sea el país de peor desempeño dentro de la Alianza del Pacífico. |
Juan Andrés Fontaine
Prueba de lo maltrecha que está nuestra economía es que el ministro Rodrigo Valdés -un profesional serio- se haya sentido motivado a celebrar como un éxito el crecimiento interanual de apenas 2% que, según el Banco Central, registró el producto interno bruto en el primer trimestre. Es cierto que había pronósticos peores, pero la diferencia parece deberse solo a factores pasajeros. La generalidad de los expertos sigue pensando que a lo largo del año estaremos bajo el dos. Si la cuenta presidencial de ayer fuese un examen escolar, reprobamos el curso.
Nadie se hace cargo del fracaso. Ni siquiera la oposición interpela a sus responsables. Las autoridades continúan culpando a la situación internacional -el fin del auge del cobre-, pero pasan por alto el enorme beneficio que nos causa la caída del petróleo, la que ya se aprecia acá en la disminución de los costos de combustibles y energía eléctrica. Tampoco explican por qué el Fondo Monetario Internacional prevé que, en 2016-17, Chile sea el país de peor desempeño dentro de la Alianza del Pacífico.
Con motivo de ese pintoresco evento llamado el “Chile Day”-en el que autoridades y banqueros viajan a Londres a conversar entre ellos sobre nuestros asuntos-, el titular de Hacienda avanzó una interpretación honesta: “Siempre las reformas como las que ha hecho este gobierno -sentenció- tienen algunos efectos de corto plazo, que son costos que vale la pena pagar para tener un mejor futuro”.
Movidos por sus anhelos ideológicos y políticos, deliberadamente, los estrategas de la coalición gubernamental planearon reformas que priorizaron la redistribución del ingreso al costo de frenar su crecimiento. Podrá debatirse si además fallaron los cálculos o la implementación, o si acaso es la caída del cobre la que tornó inviable el programa. Lo cierto es que a propósito de un muy dudoso “mejor futuro”, nos han llevado a un muy deplorable presente. Mientras el Gobierno no rectifique el rumbo, ¿quién puede sorprenderse que cunda el pesimismo?
Es desde luego positivo que las autoridades reconozcan ahora la importancia de reanimar el crecimiento económico y que anuncien medidas. Pero mientras no renuncien a la estrategia que han aplicado, es difícil que conquisten la credibilidad necesaria. Mientras tanto, el panorama económico mundial se nos torna más difícil y -en el plano interno- todo parece indicar que la cesantía aumentará significativamente a lo largo del año. El mensaje que debimos haber escuchado ayer es que para encarar la ardua coyuntura económica y social que se avecina desechamos los desvaríos ideológicos y pulsiones demagógicas de ayer, y nos reenfocamos hacia políticas públicas que infundan austeridad e impulsen la competitividad.