Por Jaime Juárez Rodríguez
Primero fue ante un tablero de ajedrez; después, en los platós del programa “Jeopardy”; posteriormente, separados de nuevo por un tablero, esta vez de go… Por mucho que nos pese, son cada vez menos las áreas en las que la “finura” de la inteligencia humana supera a la “fuerza bruta” de la máquina. Las máquinas, y el frío cálculo, han llegado incluso a ser fundamentales a la hora de tomar decisiones sobre la gestión óptima de los recursos, incluidos los humanos, de los equipos de baseball.
La acumulación de capital y el ingenio humano han permitido ir sustituyendo por máquinas las tareas más repetitivas y de menos valor añadido de los distintos procesos productivos. Pero no nos hemos quedado ahí. Es muy posible que en no muchos años sean también sustituidos, no sólo los conductores o los carteros, los teleoperadores o los traductores, sino también la necesidad de médicos, ingenieros, arquitectos o abogados. IBM, Google y otros llevan años desarrollando proyectos en los que los avances en Inteligencia Artificial y “big data” -tanto en hardware como en software- van a suponer una revolución en el mundo de la medicina, del derecho, de la arquitectura, de la ingeniería, la ciencia o incluso el arte. Desde el momento en el que una máquina cualquiera “sepa” “leer”, “ver”, “escuchar” (verbos, todos ellos, que sólo se puede aplicar a las máquinas analógicamente), “entendiendo” y “asimilando” esa información, “aprendiendo” de su actuar y de sus propios errores -lo que, a la vista de los avances recientes, no está tan lejos- el hombre dejará de ser necesario para hacer la mayor parte de las tareas y trabajos que desarrollamos en la actualidad.
Los que confían en la superioridad del hombre afirman que las máquinas sólo harán los trabajos o procesos automáticos o automatizados, quedando el resto de tareas para los hombres, sobre todo las “más creativas” y que sólo están al alcance de la naturaleza humana; o que la innovación y el desarrollo tecnológico harán que surjan nuevas necesidades humanas y, en consecuencia, un mayor número de tareas necesarias para satisfacerlas, lo que abrirá el número de posibilidades para el hacer del hombre.
Otros, sin embargo, no son tan optimistas: ¿qué diferencia un proceso automático de uno “creativo”? La creatividad, en el sentido al que se refieren esos optimistas, no es sino la capacidad de idear una nueva combinación de una serie finita de elementos, directa o indirectamente dados, que permita satisfacer mejor una determinada necesidad humana. En el momento en el que las máquinas sean capaces de extraer directamente de la realidad información, sin necesidad de que el hombre se la facilite “cocinada”, su mayor capacidad de gestión de dicha información hará que las habilidades netamente humanas, de las que tanto nos enorgullecemos, resulten casi ridículas. Si las máquinas son capaces de “aprender” a media que actúan e interactúan (como ya están empezando a hacer), llegará un momento en el que no necesitarán al hombre para que las dirija.
A esas preguntas contestan algunos afirmando que las máquinas, por su propia naturaleza, no podrán, a priori, conocer la totalidad de las necesidades humanas posibles. El problema es que, aunque sean subjetivas esas necesidades, un ser humano individual tampoco es capaz de hacerlo. La empresarialidad y la prueba y el error siempre han estado ahí en el proceso de desarrollo tecnológico, y muchos no ven ninguna razón “metafísica” que permita afirmar que las máquinas no van a ser capaces de hacerlo igual o mejor que nosotros en el futuro. El hecho de que en el futuro surjan o se descubran nuevas necesidades, y, con ello, la posibilidad de realizar nuevas tareas para satisfacerlas, no significa que vayan a ser necesariamente los humanos quienes primero las detecten y “definan” y, menos aún, quienes mejor descubran la manera de satisfacerlas. ¿Seguirán teniendo importancia, si ese día llega, las ganancias empresariales como incentivo?
Es cierto que, a pesar de su brutal capacidad de cálculo, existen todavía limitaciones técnicas no superadas por el hombre para mejorar la capacidad de las máquinas (como el famoso cuello de botella de Von Neumann) y asemejarlas a nuestro cerebro, pero los avances en los últimos años están siendo muy importantes. Si gracias al proceso evolutivo ha podido surgir, en este mundo, el cerebro humano tras miles de millones de años de evolución, quién dice que el hombre no vaya a poder poner en marcha los procesos necesarios para que, a partir de la misma materia prima, aparezca otro artefacto capaz de realizar, de igual o mejor manera, las mismas actividades y funciones de nuestro cerebro; sobre todo si se tiene delante el modelo que hay que “replicar” y en el que uno puede fijarse para avanzar.
No creo que haya razones “ontológicas” para dudar de que las máquinas, en algún momento más o menos cercano, podrán hacerlo todo por nosotros, salvo ser o existir. Puede que hagamos entonces muchas de las tareas que, como trabajos, hacemos ahora o puedan hacer las máquinas en el futuro, pero, si lo hacemos, será por simple hobby, para ocupar el tiempo, y no por necesidad. Cuando llegue ese día, muchos, simplificando el discurso del filósofo alemán, dirán que, en cierto sentido, Marx tenía razón al vislumbrar una era regida -gracias al capitalismo, y después de él-, por la famosa la máxima “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Es cierto que, aparentemente, la capacidad de deseo del hombre es teóricamente “infinita” y que las posibilidades físicas de satisfacer esos deseos, limitadas, lo que hace que, al menos teóricamente, cierta frustración -necesidades no satisfechas- siempre exista. El problema es que, a medida que evolucione también la realidad virtual aumentada, también ese límite podrá ser superado. Al final, lo queramos o no, todos los deseos están o parten de nuestro cerebro, y cuando existan artefactos que puedan manipular las sensaciones y percepciones de ese cerebro, la línea que separa lo real de lo virtual también desaparecerá, y con ella, la insatisfacción tal y como la conocemos. Como decía Calderón, al final, la vida no es más que sueño, y los sueños… La gran incógnita es ¿qué nos “moverá” cuando tal día llegue? (y no hablo de movimiento físico, como podrán Uds. comprender)