Manuel Suárez-Mier considera que el surgimiento de líderes populistas de izquierda y de derecha en muchos países "se debe a una combinación de factores entre los que destacan el profundo impacto de la Gran Recesión iniciada en 2008, que todavía aflige a muchos países con lento o nulo crecimiento, y el deterioro en la distribución de la riqueza en las últimas décadas".
El estancamiento económico hace que se exacerbe la disputa entre clases sociales por allegarse tajadas mayores de un pastel que no crece, mientras que el retroceso en la movilidad social se explica por un avance tecnológico que remplaza a la mano de obra poco calificada, que además se ve forzada a competir globalmente.
En EE.UU. la participación del 1% más acaudalado era del 10% del ingreso en 1970 cuando ahora es de más del 20%, mientras que el 0,1% más opulento detentaba un 7% del acervo de riqueza hace 45 años y hoy posee casi el 25%, proporción no alcanzada desde 1928 justo antes del inicio de la Gran Depresión.
Los populistas de izquierda pretenden corregir esta situación con lo que puede llamarse el modelo Robin Hood que consiste en quitarles a los ricos para darles a los pobres mediante elevadísimos impuestos al ingreso y la confiscación de parte de la riqueza, que tendrían que aplicarse globalmente, como propuso Thomas Piketty en su ya célebre texto, pues de otra naturaleza los ricos simplemente se mudan de país.
Esta propuesta, como muchas otras de los populistas, no es realista y sería adversa a una economía más dinámica como lo son también las que impulsan otros populistas “verdes,” como el Papa Francisco de visita en Washington, enemigos a ultranza del crecimiento económico en aras del combate al “calentamiento global”.
El Papa denuncia el “consumismo compulsivo”, que ya quisiera alcanzar el casi 20% de la población mundial, 1.300 millones de seres humanos sin acceso a electricidad que viven en la más abyecta miseria. Por el contrario, el crecimiento económico de los últimos 200 años que permitió abatir la pobreza como nunca antes, se sustentó en fuentes energéticas como el carbón, el petróleo y sus derivados.
La explosión en el comercio global, consecuencia de la expansión geográfica de la economía de mercado a cada vez más países, que Francisco I tanto deplora, fue lo que permitió que la población en extrema pobreza con ingresos de 20 pesos diarios o menos, cayera del 53% al 15% en los últimos 35 años.
La revolución verde y el uso de pesticidas y fertilizantes, fabricados en buena medida a partir de combustibles fósiles denunciados como tóxicos por el Papa y sus aliados, sustentan el 60% de la oferta global de alimentos y sin ellos la tierra cultivable tendría que haber crecido en más de 150%, equivalente a toda Sudamérica y Europa juntas, lo que hubiera provocado una desforestación de consecuencias fatales.
El populismo de derecha representado a la perfección por el mamarracho de Trump, es igualmente peligroso para el crecimiento económico al ofrecer un fuerte aumento de impuestos y una política proteccionista letal, como la que acabó de hundir a la economía mundial en 1930 cuando EE.UU. adoptó enormes barreras comerciales.
Deportar de ese país a más de once millones de trabajadores indocumentados pero productivos, sería otro golpe nefasto al crecimiento económico y requeriría montar un aparato de represión policial solo comparable al que creó la SS nazi en la Segunda Guerra Mundial para aprehender a los judíos de Europa. Crear un Estado policial de esa magnitud tendría devastadoras implicaciones políticas y económicas.
Lamentablemente el caldo de cultivo que genera estas bacterias populistas, el pobre crecimiento económico y una mayor concentración del ingreso y la riqueza, debe neutralizarse con políticas muy distintas a las aquí reseñadas, que aún si se adoptaran de inmediato tardarían en alcanzar los efectos deseados.