“El verdadero precio que hay que pagar por convivir civilizadamente, por vivir en sociedad, es el respeto a los derechos de los demás, de ninguna manera el pago de impuestos.”
Yo no pago impuestos, a mí me los cobran, y los pago, no por estar convencido (¡todo lo contrario!) de que así contribuyo al bien común, a la justicia social, al interés general, al bien de la patria, o a cualquier otra entelequia por el estilo, sino por miedo. ¿A qué? Al castigo al que me haría acreedor si no pago, en tiempo, monto y forma, los impuestos a los que la ley me obliga, sanción que puede ir desde un recargo, pasando por hasta la cárcel, hasta la confiscación de bienes.
Confesado lo anterior (Yo no pago impuestos, ¡a mí me los cobran!, y los pago por miedo), alguien podrá decirme que estoy equivocado, y que ello se debe a que no me he dado cuenta de que el pago de impuestos es el precio que debemos pagar por vivir en sociedad, por convivir civilizadamente, afirmación ad hoc para justificar su cobro, misma que es falsa. El verdadero precio que hay que pagar por convivir civilizadamente, por vivir en sociedad, es el respeto a los derechos de los demás, de ninguna manera el pago de impuestos, lo cual no quiere decir que no se deban pagar, pero no por ser el precio por convivir civilizadamente, por vivir en sociedad.
En una sociedad en la cual todos respetaran todos los derechos de todos el gobierno saldría sobrando, y por ello mismo también el cobro de impuestos. Dado que no todos respetan todos los derechos de todos es que necesitamos del gobierno y, por ello, del cobro de impuestos, gobierno que debe garantizar el respeto a los derechos, impuestos que deben cobrarse para ese fin.
