LA CREACIÓN DE CONCEPTOS POLÍTICOS
INTRODUCCIÓNEl ser humano es esclavo de un sistema de conceptos que el mismo ha diseñado sin ser consciente de su proceso de constitución. El hombre moderno se ha negado a pensar por sí mismo y no a querido participar en ese proceso. Siente fatiga, cansancio y se siente derrotado: desconoce que el modelo del mundo que en la actualidad permanece vigente, desde hace mucho tiempo, ha entrado en crisis y constituye una barrera infranqueable para el progreso y la innvocación. Los síntomas de nuestra época revelan que es el momento de renovarlo, reformularlo y volverlo a construir. Pero el hombre a perdido sus valores, los valores que una vez le hicieron hombre y se siente perdido y sin rumbo en su existencia. Como un animal cualquiera, sin auténtico control sobre su vida, sigue los rastros de esas huellas caducas que una vez fueron sus guías pero que, hoy por hoy, lo encierran en la tragedia que define los contornos de su tiempo: la necesidad de negar la realidad objetiva, la necesidad de negar el poder de la razón.
El concepto es la forma mínima del conocimiento humano: una red integrada de conjuntos lógicos que se reunen en función de clases o géneros de experiencias que representan estados de cosas observadas en el mundo. El mundo, no obstante, es inconmensurable e irreductible a toda clase de sistemas racionales. Los sistemas quedan abiertos, incompletos y entran en paradojas internas si se fuerza su cierre prematuro antes de tiempo. Es necesario, por tanto, renovarlos cada cierto tiempo y ajustarlos a los nuevos datos de la experiencia. Sin embargo, un hecho sólo puede ser pensado y comunicado gracias al concepto, sin el concepto, la experiencia deja de ser un acontecimiento. Cabe decir del concepto que tiene dos partes bien diferenciadas que hacen esto posible: 1. Una forma o estructura (articulación lógica en figuras o modelos sobre mundo); y 2. Un contenido experiencial o sensible (conformado por sensaciones y percepciones).
La forma o estructura lógica establece los límites del sentido de un concepto dado: los límites de aquello qué es posible pensar y de aquello qué es posible conocer mediante la experiencia.
Las preguntas que nos interesa responder en este artículo son: ¿qué hacemos exactamente cuando creamos un concepto político? ¿qué tenemos que decir en función de eso? Hagamos la pregunta de otra manera: ¿qué es eso de tener una idea política? o bien ¿ qué es eso de tener un modelo político de cómo debe funcionar la sociedad? Tanto si se decide hacer política, como si se decide no hacerla, hay que responder antes a una pregunta fundamental: ¿qué es, en general, tener una idea?
EL CONCEPTO EN UN SENTIDO GENERAL
Todo concepto supone una invención arbitraria en los siguientes sentidos: 1. Los conceptos no existen en la realidad, esperando que alguien los encuentre; 2. Los conceptos precisan de una articulación lógica previa y de una fuerte integración reglada en un modelo general sobre el funcionamiento del mundo; 3. Los conceptos se crean, siempre, por una necesidades vital y supervivencial y por eso, deben ser ajustados a criterios cognitivos de eficiencia dinámica.
El concepto es una integración mental de dos o más conjuntos lógicos articulados mediante una abstracción cognitiva precisa. Los conceptos reflejan sistemas y proyectan al exterior enjambres y racimos ideológicos diversos, dependiendo de sus relaciones y reglas internas, las cuales han sido determinadas de antemano (no siempre de forma consciente) por los autores de dichas ideas. Los sistemas conceptuales que se construyen reflejan los síntomas de la forma, según la cual, su autor afronta la vida. La forma en que valora y enfrenta de forma racional los hechos. El hombre que pretende huir o renunciar a la verdadera realidad, el hombre cansado, acaba por reducir los conceptos que usa a meras trampas retóricas que los alejan de su funcionamiento virtuoso: el control y la comprensión efectiva del mundo objetivo. El hombre se siente indefenso frente al devenir, frente al cambio, frente a la multiplicidad y frente a la suma de los particulares de su acontecer, no puede sigo engañarse así mismo para poder sobrevivir. La historia, a pesar de sus deseos y miedos, es la sucesión de acontecimientos irrepetibles, singulares y únicos, la sucesión de la repetición constante del cambio. Todo fluye y todo se transforma: el hombre cansado de luchar por su vida, no quiere asumir la tarea continua de la revisión conceptual de sus modelos. Quiere un sistema único, automático, programado por completo, cerrado y fijo, eterno y total. Los individuos sin fuerza vital perciben la verdadera realidad como hostil y amenazante para su integridad. El hombre que necesita estabilidad, necesitará ideologías que legitimen sus pobres acciones y pervertirá los conceptos hasta reducirlos a puras formas de engaño. El intelecto del hombre es su instrumento de supervivencia: apto para captar la esencia de la vida, su espontaneidad y su funcionamiento del mundo, su devenir. No obstante, el intelecto también puede negarse a pensar, puede decidir no razonar: no respetar el dinamismo de la vida, paralizarla, matarla y ahogarla en un concepto cerrado y sufrir las consecuencias.
Los conceptos son, en definitiva, unidades dispersas y articuladas de sentido que permiten captar, retener, identificar e integrar, toda la información sensorial dispersa y carente de conexión real, que llega a nuestros sentidos. La unión y conexión lógica de diversas unidades conceptuales da lugar a las figuras o modelos del mundo. La facultad conceptual de la razón responde esta necesidad vital de lidiar con grandes unidades de información singular. El concepto permite focalizar la atención y simplificar la realidad para su manejo y control. Conceptualizar la realidad es, en cierto modo y hasta cierto punto, una huida estratégica y selectiva de ciertos focos de la realidad, una retirada cognitiva planificada de lo considerado por cada cual como irrelevante: por eso los conceptos reflejan nuestros valores, nuestras preferencias y nuestros intereses reales.
De este modo, los conjuntos lógicos de los hombres cansados integran las multiplicidades sensoriales bajo el umbral de un único término lingüístico que refleja su desprecio por la vida y su debilidad para afrontar la realidad. Por esta razón, la obsesión de los hombres cansados es el poder: no aspiran a otra cosa, sino a totalizar, a mandar y a empoderarse del orden disperso de los acontecimientos que los empequeñecen y humillan. El concepto de los hombres sin fuerza vital produce la sensación ficticia de homogeneidad y de naturalidad del mundo: una trampa seductora e infantil que atrapa al autor en su propia fantasía de poder. El concepto así concebido, es el síntoma de la variedad pensada como unidad inexorable y cerrada. El síntoma de la multiplicidad totalizada bajo el marco rígido de una ley lógica inmutable y constante que ha sido impuesta desde un centro teórico que no existe en realidad, pero que es preciso afirmar para legitimar el ejercicio del poder.
EL CONCEPTO POLÍTICO
Un concepto político consiste en la forma antes descrita de articular conjuntos lógicos. Esta estructura singular de articulación, que la distingue de otras formas de discurso, es la polarización. Esto quiere decir que construimos un discurso político cuando diferenciamos bandos, cuando dividimos y señalamos una división enfrentada que antes no existía en la realidad, anulando de este modo, la singularidad de las partes que la componen: los individuos. Politizar es definir los límites lógicos que se pondrán en juego en las alianzas, en los pactos y en los términos de toda disputa dada, de toda contienda y de toda negociación imaginable. La política es el inicio inevitable del encuentro entre los hombres, ente los hombres que se saben diferentes y no idénticos entre sí, sino idénticos a sí mismos, pero que están cansados de enfrentarse a la vida. La política es la apertura natural al marco cognitivo del enfrentamiento y de la guerra, sea esta militar o dialéctica, sea esta tiránica o democrática, sea esta comercial o religiosa. La política es, por decirlo en pocas palabras, el límite lingüístico de toda pugna.
La ideología es el soporte lógico de una visión estable y fija del mundo. Es, por tanto, el modelo del mundo que niega la vida, el modelo del mundo propio de los hombres cansados. Todo concepto cerrado mata la vida, la espontaneidad y la naturalidad dinámica del aquí y ahora característico de la sociedad libre. El error fatal está en creer que el concepto representa la realidad misma a la que pretende aludir, cuando en cierto modo, es una forma, como otra cualquiera, de hablar sobre ella. Por eso, todo concepto cerrado es, por esencia, un símbolo de dominio y de poder.
La polarización es la relación generada por el discurso político. Antes del discurso político había paz, no había guerra, no había conflicto. La polarización, decimos, colectiviza, genera bandos: nosotros y vosotros, amigos y enemigos, familiares y extraños, sanos y enfermos, cuerdos y locos. El “nosotros” es siempre un entidad supra-individual que agrupa a una serie de individuos independientes. El “nosotros” es un conjunto lógico que reglamenta, de forma estricta y cerrada, las lineas ideológicas que debe cumplir una situación social precisa para coordinarse y funcionar en una dirección marcada de ante mano. Esto es cierto, tanto a nivel sincrónico (para los miembros de una comunidad) como a nivel diacrónico (entre generaciones de dicha comunidad). En un universo de individuos singulares y particulares, la constitución de un “nosotros” precisa necesariamente de una exclusión previa para hacer posible su constitución. Precisa de un exterior extraño que sea vomitado, expulsado, ridiculizado y criminalizado como un “vosotros” para definir así los límites y contornos lógicos de las señas de pertenencia entre los míos y los tuyos. Si el “nosotros” integrara ese exterior marginal expulsado, si integrara dentro de sí ese exterior que necesita permanecer alejado del centro para sostener la ficción de la identidad de todo el conjunto, acabaría por entrar en contradicción consigo mismo. Por eso, todo “nosotros” pretende esconder siempre las marcas de sus contradicciones, ocultar sus huellas y sus fantasmas al conjunto de sus integrantes. En resumidas cuentas, constituirán los núcleos explicativos de todo hecho político los siguientes elementos: 1. Las condiciones que han sido creadas para definir todo aquello que una comunidad entiende por la fraternidad; y 2. Todo aquello que una comunidad ha tenido que excluir para poder fundarse como tal.
Entender un hecho político implica saber leer los síntomas que genera el uso sistemático de sus conceptos. Entender un concepto político, por tanto, es hacer ingeniería inversa de su construcción: ser capaz de entender, a partir de sus efectos, los mecanismos lingüísticos que han hecho posible su funcionamiento singular y sus particulares efectos de sentido. Esto implica entender, en fin, las bases ideológicas que sustentan las valoraciones, así como el estilo de vida que generó esas valoraciones. Comprender, además, todos aquellos elementos que han tenido que ser excluidos para poder consolidar las identidades ficticias de esos colectivos que estudiamos, así como todos aquellos elementos que dichos colectivos han tenido que criminalizar, humillar y censurar, para poder fundarse como entidades independiente de los individuos y adquirir su soberanía. Por eso, todo concepto político, en el fondo, esconde y vela la verdad de un crimen detestable contra la auténtica realidad de la individualidad y la libertad: un fantasma que reclama la satisfacción de una deuda que no ha sido jamás saldada con la tradición política de nuestro tiempo y que reclama innovación y progreso, emancipación y cambio.