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Thursday, July 7, 2016

Izquierda y derecha

Macario Schettino

Hace tiempo que hemos comentado aquí que la división política entre izquierda y derecha no tiene sentido. No es nada nuevo, se ha hablado de ello desde la caída de la Unión Soviética a inicios de los noventa, pero también desde entonces los izquierdistas se han defendido afirmando que quien sostiene que la diferencia no existe, por definición (según ellos), es de derecha.

La salida de Reino Unido de la Unión Europea ha llevado a varios analistas a regresar al tema. Ross Douthat, en The New York Times, publicó el domingo un texto llamado algo así como “El mito cosmopolita”, en donde plantea que la división es entre quienes quieren formar parte de esa visión cosmopolita y quienes son más bien localistas. De manera más explícita, George Friedman, en Geopolitical Futures, habla acerca de “un nuevo mapa para las facciones políticas”: nacionalistas versus internacionalistas. Y antes de ellos, Peter Turchin, en su blog, había propuesto algo similar.

La idea de que el mundo político se divide entre izquierda y derecha es muy reciente. No existía antes de la Primera Guerra Mundial, y sólo se hizo popular después de la Segunda. Antes de eso, la división política era entre liberales y conservadores, al menos desde la Revolución Francesa (de donde viene lo de izquierda y derecha, por cierto). Si quiere usted irse antes de eso, las divisiones fueron entre aristócratas (terratenientes) y ciudadanos (habitantes de las ciudades, artesanos) desde el siglo XIV de forma dispersa y general desde fines del XVII.

Pero percibir ahora una división entre nacionalistas y globalistas (o internacionalistas) no creo que sea la mejor forma de entender lo que ocurre. Efectivamente hay fenómenos asociados a ello, como el Brexit o las posturas de demagogos como Trump, Le Pen y otros que rechazan el comercio (puede incluir al demagogo local, si gusta). Pero eso no es lo único que ocurre. En España e Italia, por ejemplo, la discusión política no toma este rumbo, y sólo en Italia hay alguna preocupación por la migración, lejana de lo que ocurre en Francia.

Mi percepción es que lo que realmente divide a las personas, desde que inició la modernidad, es una lucha entre regresar a las creencias y afrontar la incertidumbre. Los adalides de la incertidumbre, desde el siglo XVI, han promovido la ciencia, el comercio, la democracia, la discusión de ideas; mientras que desde entonces sus opositores han intentado enfrentarlos con creencias religiosas, autarquía, autoritarismo y cerrazón.

Por eso en el siglo XVIII el mercantilismo, recuperado en el XX como “sustitución de importaciones” o “economía mixta”; por eso el intento permanente de romper la democracia estableciendo un nexo empático entre las masas y el líder, también conocido como populismo (aunque eso ni Obama lo tiene, perdón, entiende); por eso la recurrencia de los actos “pacíficos” en los que nadie puede hablar en contra.

Pero lo más relevante es que desde el inicio de la modernidad los esfuerzos por detener a quienes abrazan la incertidumbre han sido religiosos en sus formas: nacionalismo y comunismo fueron las grandes religiones del siglo XX, con su liturgia, rituales, textos sagrados, sacerdotes, parafernalia y, sobre todo, su inquisición. El primero fue derrotado en las guerras y el segundo es el que hizo pensar a muchos en que la división política iba de izquierda a derecha. No es así: la gran división tiene que ver con la incertidumbre. Quienes la han enfrentado han construido la ciencia, el desarrollo económico y la democracia. Se llaman liberales.

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.

Izquierda y derecha

Macario Schettino

Hace tiempo que hemos comentado aquí que la división política entre izquierda y derecha no tiene sentido. No es nada nuevo, se ha hablado de ello desde la caída de la Unión Soviética a inicios de los noventa, pero también desde entonces los izquierdistas se han defendido afirmando que quien sostiene que la diferencia no existe, por definición (según ellos), es de derecha.

La salida de Reino Unido de la Unión Europea ha llevado a varios analistas a regresar al tema. Ross Douthat, en The New York Times, publicó el domingo un texto llamado algo así como “El mito cosmopolita”, en donde plantea que la división es entre quienes quieren formar parte de esa visión cosmopolita y quienes son más bien localistas. De manera más explícita, George Friedman, en Geopolitical Futures, habla acerca de “un nuevo mapa para las facciones políticas”: nacionalistas versus internacionalistas. Y antes de ellos, Peter Turchin, en su blog, había propuesto algo similar.

Thursday, June 16, 2016

Vulnerabilidad

Uno se puede quejar mucho de la economía mexicana y casi siempre habrá razones para ello. Sin embargo, me parece que hoy mismo no hay casi nada de qué preocuparse. La inflación es muy baja, aun con los vaivenes del tipo de cambio; la economía crece poco, pero nada mal comparando con el resto del mundo; el empleo formal también está creciendo; seguimos siendo un país desigual, pero no empeoramos. Rumbo mediocre, habrá quien diga, pero cuando buena parte del mundo está sufriendo de estancamiento o franca contracción, tampoco es para ponerse a llorar.

Pero el casi es lo importante. Hay un asunto que tenemos encima y para el que no hay mucho tiempo: la deuda pública. También aquí, si comparamos con el resto del mundo, no estamos muy mal. Prácticamente todos los países industrializados traen deudas superiores al 100 por ciento de su PIB, y algunos casi triplican ese nivel. Pero el tamaño razonable de la deuda depende no sólo del tamaño de la economía (y por eso se presenta como proporción del PIB), sino de la paciencia que tienen los acreedores, que varía de país en país.

En aquel libro famoso de Reinhart y Rogoff, This Time is Different, proponían los autores un par de techos para el endeudamiento de una nación. Para los ricos, el límite parecía ser 90 por ciento del PIB, mientras que para los emergentes rondaría 60 por ciento. Fue famoso esto porque hubo una polémica alrededor de la primera cifra, y se afirmó que los autores habían cometido un error de cálculo elemental, y ese 90 por ciento no era realmente el techo. Puesto que ahora andan por encima de 100 por ciento y no ha pasado nada raro, parece que los críticos tenían razón. Pero del otro límite, el que nos toca a nosotros, no tenemos evidencia para saber si aplica o no. China ha superado ese nivel por bastante, y no le ha pasado mucho, aunque hay varios factores que podrían explicarlo, desde su tamaño hasta el nivel de sus reservas. Brasil está ya encima de 60 por ciento y no le está yendo bien.

Pero lo importante aquí es si nosotros queremos probar ese límite o no. Yo creo que no, y por eso me parece que la deuda es el tema más importante que tenemos que enfrentar, y pronto. La deuda del sector público federal no ha llegado a 60 por ciento del PIB, pero ya se acerca. Si utilizamos los Requerimientos Financieros del Sector Público como indicador, por ser una medida ampliada de deuda, al cierre de 2015 estábamos en 47.6 por ciento del PIB. (La deuda formal es de 45 por ciento, pero creo que los requerimientos deben ser nuestra referencia). A esa cantidad hay que sumar la deuda de los gobiernos estatales, que al final está respaldada por el gobierno federal, y más desde la aprobación de la nueva ley sobre el tema. Ahí tenemos 2.9 por ciento del PIB, al primer trimestre de 2016. Actualizando el dato federal a marzo y sumando todo, nuestra deuda pública está por ahí de 51 por ciento del PIB. En el resto del año, si no pasa nada, se le sumarán dos puntos más, al menos, que es lo que falta de déficit. Cerraríamos por ahí de 53, tal vez 54 por ciento del PIB.

Esto significa que estaremos a seis puntos de un posible nivel de riesgo. Al ritmo que traemos, con un anual de 3.0 por ciento del PIB, son dos años más. Este gobierno entregaría la administración en condiciones vulnerables, tal vez a otro partido político, y tal vez con un gobierno hostil en Estados Unidos. No suena bien. Hay que enfrentar esto ya.

Vulnerabilidad

Uno se puede quejar mucho de la economía mexicana y casi siempre habrá razones para ello. Sin embargo, me parece que hoy mismo no hay casi nada de qué preocuparse. La inflación es muy baja, aun con los vaivenes del tipo de cambio; la economía crece poco, pero nada mal comparando con el resto del mundo; el empleo formal también está creciendo; seguimos siendo un país desigual, pero no empeoramos. Rumbo mediocre, habrá quien diga, pero cuando buena parte del mundo está sufriendo de estancamiento o franca contracción, tampoco es para ponerse a llorar.