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Thursday, July 14, 2016

El PP vuelve a mentir y a subir impuestos

Juan Ramón Rallo señala que, una vez más, el Partido Popular ha hecho campaña prometiendo reducir impuestos y ha roto esa promesa.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Rajoy lo ha vuelto a hacer: a los pocos días de ganar unas elecciones generales en cuya campaña se comprometió a bajar los impuestos —incluido el Impuesto de Sociedades—, ha anunciado un nuevo sablazo tributario, en este caso para las empresas. Por boca de su ministro de Economía, Luis de Guindos, hemos sabido que el Gobierno del PP pretende incrementar los pagos a cuenta de las sociedades mercantiles en 2017 para así recaudar 6.000 millones de euros adicionales con los que maquillar el déficit de ese ejercicio.



El movimiento rememora la puñalada por la espalda con la que el propio Rajoy castigó a todos los españoles a finales de 2011: tras obtener una amplísima mayoría absoluta al grito electoralista de que no incrementaría los impuestos, el recién estrenado gobierno del PP aprobó uno de más sangrantes sablazos en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) de toda nuestra historia. Al parecer, ni los españoles aprendieron la lección, ni Rajoy ha abandonado sus típicas prácticas marrulleras.
Sin embargo, y a decir verdad, el apretón de tuercas a las empresas que anunció ayer Luis de Guindos no es exactamente equiparable a la mordida del IRPF de 2011: y no porque el primero recaiga sobre personas jurídicas y el segundo sobre personas físicas (ambos son nefastos), sino porque lo que se ha prometido es aumentar los pagos a cuenta del Impuesto de Sociedades, esto es, el equivalente a las retenciones en el IRPF.
Como es sabido, una retención es un pago adelantado del impuesto por la obligación tributaria que se espera que devengaremos a lo largo de un ejercicio. La cuestión, claro, es que al no saber cuál será esa obligación tributaria futura, las retenciones son meramente estimativas: si la totalidad de las retenciones abonadas supera la obligación tributaria final, el Estado deberá devolvernos el exceso; si, en cambio, la obligación tributaria final supera la totalidad de las retenciones, deberemos saldar nuestra deuda pendiente.
En este sentido, si el Gobierno pretende recaudar 6.000 millones de euros más en 2017 mediante mayores pagos a cuenta en Sociedades, deberá incrementar muy sustancialmente el tipo de retención que aplica a las empresas: esto es, deberá obligarlas a que adelanten un porcentaje muy superior de la incierta suma que deberán abonar por todo el ejercicio fiscal.
Pero, como es obvio, si el tipo efectivo que soportan las empresas durante 2017 no se incrementa con respecto a 2016, es muy dudoso que las obligaciones tributarias se incrementen en 6.000 millones de euros. O dicho de otra manera, si no hay una subida impositiva real, las empresas adelantarán 6.000 millones de euros al Gobierno (para así maquillar el déficit de 2017) que luego el Gobierno tendrá que devolverles a lo largo de los siguientes ejercicios fiscales. Una mera maniobra de distracción para ocultar la gravedad del déficit a costa de machacar la posición de tesorería de las empresas (pues muchas de ellas tendrán que endeudarse para poder adelantar el pago de impuestos por unos beneficios que no han logrado todavía e incluso puede que ni siquiera logren). Mera contabilidad creativa para engañar a Bruselas mientras continúan endeudando insosteniblemente a los españoles.
Claro que acaso el ministro De Guindos no haya dicho toda la verdad y, junto al incremento de los pagos a cuenta, nos encontremos con un aumento del tipo efectivo del Impuesto de Sociedades: en tal caso sí que reeditaríamos plenamente el confiscador engaño colectivo que sufrimos en 2011 y se demostraría, nuevamente, que el PP prefiere castigarnos con impuestos antes que recortar enérgicamente el gasto público.
En definitiva, las opciones quedan reducidas a dos y ninguna es buena: o el Ejecutivo incrementa en términos efectivos los impuestos a las empresas (sablazo) o sólo está dándole un patadón hacia adelante al agujero del déficit (mascarada). Cualquiera de las dos, eso sí, serían actitudes típicamente rajoyanas.

El PP vuelve a mentir y a subir impuestos

Juan Ramón Rallo señala que, una vez más, el Partido Popular ha hecho campaña prometiendo reducir impuestos y ha roto esa promesa.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Rajoy lo ha vuelto a hacer: a los pocos días de ganar unas elecciones generales en cuya campaña se comprometió a bajar los impuestos —incluido el Impuesto de Sociedades—, ha anunciado un nuevo sablazo tributario, en este caso para las empresas. Por boca de su ministro de Economía, Luis de Guindos, hemos sabido que el Gobierno del PP pretende incrementar los pagos a cuenta de las sociedades mercantiles en 2017 para así recaudar 6.000 millones de euros adicionales con los que maquillar el déficit de ese ejercicio.


Friday, June 24, 2016

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.



Permítame regresar a mi interpretación de lo que nos ocurre. Somos un continente, América Latina, que no vivió la modernización. Como parte del Imperio Español, fuimos enemigos de la Reforma Protestante y de la revolución de los Países Bajos en el siglo XVI, los padres de la modernidad. Para el siglo XIX, cuando Napoleón diseminó las ideas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) por toda Europa, nosotros mejor nos independizamos para evitar que esas ideas exóticas llegaran por acá. Las élites que independizaron América Latina cosecharon su esfuerzo a partir de 1870, cuando la primera globalización produjo el enriquecimiento de Europa, y de las élites latinoamericanas, y de nadie más. De ahí nos viene ser el continente más desigual del mundo, todavía hoy.
Esas élites promovieron un pensamiento conservador, que tuvo en José Enrique Rodó a uno de sus principales promotores. En su “Ariel”, publicado al inicio del siglo XX, ponía a América Latina como el último baluarte de la cultura tradicional, grecorromana y cristiana, frente al bárbaro anglosajón. De ese conservadurismo abrevaron los extremos latinoamericanos, ambos populistas: el izquierdismo de Cárdenas, el derechismo de Perón.
Precisamente por no salir de esa visión premoderna, el tema de la ley se nos complica tanto. A unos más que a otros, como siempre. Las naciones en las que menos existió el Imperio Español pudieron construir un sistema de gobierno conservador, pero respetuoso de la ley (Argentina, Chile, Uruguay). En donde más pesó España, no hemos podido establecer el imperio de la ley. Menos en México, en donde el régimen de la Revolución hizo de la ilegalidad una virtud: la negociación.
Me parece que muchas personas no entienden que el origen de la corrupción es el mismo que el del populismo, que detrás de la negociación por un trámite, un contrato, o un puesto público, está exactamente el mismo proceso que detrás del diálogo con los inconformes. Que hace el mismo daño a la sociedad un gobernante abusivo como Duarte, en Veracruz, o Borge, en Quintana Roo, forzando la ley para esconder sus trapacerías, que un movimiento como la CNTE, en Oaxaca, forzándola para mantener sus prebendas.
La dificultad de entender que se trata del mismo fenómeno, con caras diferentes, refleja la incapacidad de ver cómo los enemigos del liberalismo, desde el siglo XVIII, han sido responsables de las peores matanzas, y de los peores resultados económicos. Igual de antiliberales fueron los nacionalistas de derecha (Hitler, Mussolini, Franco) que los comunistas (Stalin, Mao, Pol Pot). El mismo daño económico causaron en América Latina populistas de derecha, como Perón, que de izquierda, como Echeverría. La misma tragedia hermana a Fidel Castro y a Augusto Pinochet.
Pero, en la retórica medieval, argumentamos que hay unos que tienen razón, y otros no. Que hay guerras justas y que la justicia es más importante que la ley. En eso estamos

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.


Thursday, June 23, 2016

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.



En todo lugar, el Estado siempre trata de ganar a costa de los demás. No se ha registrado ningún avance en esta realidad. Podemos cambiar las definiciones y afirmar que, debido a que votamos, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Pero eso no cambia la esencia del problema moral del Estado: todo lo que tiene lo ha conseguido a través del robo. Ni un centavo de su presupuesto multimillonario (trillonario, en el caso de EE.UU.) se adquiere mediante el intercambio voluntario.
Los gobiernos dividen la sociedad en dos castas: los que dan obligatoriamente su dinero al Estado y los que ganan dinero del Estado. Para mantener el sistema en funcionamiento, los que dan dinero debe ser numéricamente mucho mayores que los que reciben. Fue así en los primeros días de las naciones-estado y así sigue siendo hoy en día. La existencia de elecciones no cambia la esencia de esta operación.
En los EE.UU., cuando leemos los escritos de los padres fundadores, notamos una gran preocupación acerca de las facciones. Por facciones, los padres fundadores se referían a grupos de personas en guerra entre sí para decidir quién tendría el control sobre el bolsillo de la población. La solución a este problema no fue abolir las diferencias de opinión, sino, más bien, mantener el gobierno en un tamaño mínimo, por lo que las ventajas de ganar el poder eran pequeñas. Puedes limitar el poder de una facción limitando el tamaño del gobierno. Todos los mecanismos creados por los padres fundadores -separación de poderes, el colegio electoral, la Declaración de Derechos- se instituyeron como un medio para lograr este objetivo.
Pero, ¿cómo se produjo toda la distorsión? ¿Cómo pasó que los seres humanos permitiesen que el Estado actual exista? ¿Cómo pasamos a permitir que ellos nos gobernasen de esta manera déspota? ¿Y por qué hay algunos que lo aman, e incluso se inclinan hacia él, tomados por un sentimiento casi religioso en relación al Estado?
Bueno, si piensas en el argumento central a favor del Estado verás que es muy fácil ver un error fundamental en su concepción; y verás que es realmente un milagro que el Estado haya surgido. El argumento a favor de la existencia del Estado es simplemente este: hay una escasez de recursos en el mundo, y debido a esta escasez existe la posibilidad de conflictos entre los diferentes grupos de personas. ¿Qué hay que hacer con los conflictos que puedan surgir? ¿Cómo garantizar la paz entre las personas?
La propuesta hecha por los estatistas, desde Thomas Hobbes hasta la actualidad, es la siguiente: ya que hay conflictos constantes produciéndose, los contratos hechos entre varios individuos no serán suficientes. Por lo tanto, necesitamos un tomador de decisiones supremo que sea capaz de decidir quién tiene razón y quién está equivocado en cada conflicto. Y este tomador de decisiones supremo en un determinado territorio, esta institución que tiene el monopolio de la decisión en un territorio determinado se define como el Estado.
La falacia de este argumento se hace evidente cuando te das cuenta de que, si hay una institución que tiene el monopolio de la última toma de decisiones en todos los casos de conflicto, entonces esta institución también dirá quién tiene razón y quién está equivocado en los casos de conflicto en el que esta misma institución está involucrada. Es decir, no es sólo una institución que decide quién tiene razón o no en los conflictos que tenemos con terceros, sino también es la institución que decidirá quién tiene razón o no en los casos en que esta institución está envuelta en conflictos con otros.
Una vez que te das cuenta de esto, entonces se hace inmediatamente evidente que esta institución puede por sí misma provocar conflictos para, entonces, decidir a su favor quién tiene razón y quién está equivocado. Esto se puede ejemplificar en particular por instituciones como la Corte Suprema de Justicia. Si una persona tiene un conflicto con una entidad gubernamental, el tomador supremo de decisiones -el que decidirá quién tiene la razón, si el Estado o el individuo- es la Corte Suprema de Justicia, que no es más que el núcleo de la misma institución con que ese individuo está en conflicto. Así que, por supuesto, será fácil de predecir cuál será el resultado del arbitraje de este conflicto: el Estado tiene razón y el individuo acusado es culpable.
Esa es la receta para aumentar continuamente el poder de esta institución: provocar conflictos para, a continuación, decidir a favor de sí misma, y luego decirle a la gente que se queja del Estado cuánto deben pagar por estos juicios emitidos por el Estado. Es fácil, entonces, entender esta falacia fundamental presente en la construcción de una institución como el Estado.
Y como hemos visto una expansión imparable del poder del Estado en absolutamente todos los países del mundo, cabe preguntarse: ¿hay alguna esperanza? ¿El Estado es, de hecho, una institución tan poderosa contra la que nada se puede hacer? ¿Hay alguna manera de oponerse a él?
Lo primero que hay que hacer para oponerse al Estado debe ser, por supuesto, entender su naturaleza interior. Por ejemplo, es curioso que los economistas, en todas las otras áreas de la economía, se opongan a los monopolios y estén a favor de la competencia. (Se oponen a los monopolios ya que, desde el punto de vista del consumidor, las instituciones monopólicas producen a costos más altos que el costo mínimo y ofrecen un producto más caro cuya calidad es más baja de lo que sería en un entorno competitivo. Consideran la competencia como algo bueno para los consumidores porque los competidores están constantemente tratando de reducir sus costos de producción con el fin de trasladar estos costos más bajos en forma de menores precios para los consumidores y, por lo tanto, superar a sus competidores. Además, por supuesto, de tener que producir productos con la mayor calidad posible en estas circunstancias). Sin embargo, cuando se trata de la cuestión más importante para la vida humana -es decir, la protección de la vida y la propiedad- casi todos los economistas están a favor de que haya un monopolista prestando estos servicios. Parece que piensan que el argumento de la competencia ya no es válido. Parecen no entender que el monopolio de estos servicios requerirá gastos mucho mayores y, de la misma manera, la calidad del producto -en este caso la ley, el orden y la justicia- será menor.
Así que, para iniciar cualquier tipo de retirada del Estado tenemos que entender claramente su naturaleza íntima monopolística y discernir los efectos negativos que tienen monopolios sobre todos los ámbitos de la vida, especialmente en el área de la ley y el orden. Lo que podemos desear, en la mejor de las hipótesis -en caso que no consigamos abolir el Estado-, es que el número de estados competitivos sea lo suficientemente grande. Un gran número de estados no permite fácilmente a cada estado en particular aumentar los impuestos y las regulaciones porque la gente, en este caso, “votan con sus pies”, es decir, cambiarían de Estado (cambiando de país). La situación más peligrosa concebible es aquella en que un gobierno mundial impondría los mismos impuestos y las regulaciones a nivel mundial, eliminando todos los incentivos para que las personas se muevan de un país a otro, debido a que la estructura de los impuestos y las regulaciones serían las mismas en todas partes.
Por otro lado, imagina una situación en la que hubiese decenas de miles de Suizas, Liechtensteines, Monacos, Hong Kongs y Singapures. En este caso, aunque cada Estado quisiese aumentar los impuestos y las regulaciones, simplemente no tendría éxito porque habría repercusiones inmediatas -es decir, la gente pasaría de los sitios menos favorables a los lugares más favorables.
Cuando pensamos en pensadores como Étienne de La Boétie, Hume, Mises, Rothbard, etc, vemos que todos ellos dijeron que, por más inexpugnable que el Estado parezca, con todo su ejército, con su gran número de empleados y con su vasto aparato de propaganda, en realidad es vulnerable debido a que el Estado es una minoría que vive parasitariamente a expensas de la mayoría, que depende del consentimiento de los gobernados. Incluso los Estados más poderosos -como, por ejemplo, aquellos que vimos en la Unión Soviética (URSS), Irán bajo el Shah, y la India bajo el dominio británico- pueden desmoronarse. Y esto sigue siendo una esperanza.
Una vez más, la idea es la siguiente: el presidente puede dar una orden, pero la orden debe ser aceptada y ejecutada por un general; el general puede emitir una orden, pero la orden ha de ser ejecutada por el teniente; el teniente puede dar una orden, pero la orden debe ser ejecutada en última instancia por los soldados, que son los que tendrán que disparar. Y si ellos no disparan, entonces todo lo que el presidente -o el comandante supremo- ordenan pasa a no tener efecto alguno. Por lo tanto, el Estado sólo puede efectuar sus políticas si la gente le da su consentimiento voluntario. Ellos pueden no estar de acuerdo con todo lo que hace el Estado y/o ordena que otros hagan, pero, mientras colaboran, obviamente tendrán la opinión de que el Estado es una institución necesaria, y los pequeños errores que esta institución cometa serán a penas el precio necesario a pagar para mantener la excelencia de lo que produce. Cuando esta ilusión desaparece, cuando la gente entiende que el Estado no es más que una institución parasitaria, cuando ellos ya no obedecen las órdenes dadas por esta institución, todos los poderes del Estado, incluso el déspota más poderoso, desaparecen inmediatamente.
Pero para que eso sea posible, es necesario en primer lugar que las personas desarrollen lo que llamamos “conciencia de clase”, no en el sentido marxista -que dice que hay un conflicto entre empresarios y trabajadores-, sino en el sentido de una lucha de clases que se opone, por un lado, a los regentes del Estado, o a la clase dominante, y por el otro lado, los que están bajo el dominio del Estado. Por lo tanto, el Estado debe ser visto como un explotador, una institución parásita. Sólo cuando hemos desarrollado una conciencia de clase de este tipo hay esperanzas de que el Estado, precisamente a causa de la difusión general de este concepto, pueda derrumbarse.
Por último, el punto de vista de Hobbes es interesante. Una de las cosas que más amenaza al Estado es el humor y la risa. El Estado asume que debes respetarlo, que lo debes tomar muy en serio. Hobbes decía que era algo muy peligroso el hecho de que las personas se rieran del gobierno. Así que, trata de seguir siempre la siguiente regla: riéte y búrlate del gobierno tanto como te sea posible.

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.


Monday, June 20, 2016

MOISES NAIM Regalar dinero: ¿idea inevitable?







Los suizos han planteado la posibilidad de cobrar por parte del Estado un subsidio de 2.500 euros al mes a cambio de nada.

 
Esta consulta es muy importante. No porque la propuesta vaya a ganar (según las encuestas, no tendrá los votos necesarios), sino porque puede ser la precursora de una tendencia mundial. De hecho, en varios países ya se está probando la idea de garantizar un ingreso mínimo y sin condiciones a los ciudadanos. En Finlandia, el gobierno seleccionó al azar a 10.000 adultos a quienes durante dos años pagará 550 euros mensuales. El objetivo es medir el impacto que tendrá ese ingreso en la propensión a trabajar y otras decisiones de vida que toman los beneficiarios. Si esta prueba tiene éxito, la intención del Gobierno finlandés (¡que es de derecha!) es extender este esquema a nivel nacional. Experimentos parecidos se están llevando a cabo en Canadá, Holanda, Kenia y otros países.


 
Los defectos y problemas con esta idea son obvios. Tener un ingreso garantizado puede desestimular el trabajo. Darle una compensación material a una persona sin que, a cambio, haya producido algo de valor es una propuesta cuestionable tanto desde el punto de vista económico como social y ético. Los riesgos de corrupción y clientelismo político que tienen iniciativas de este tipo son altos. Finalmente, esta no es una idea barata. Este tipo de subsidios pueden transformarse en una pesada carga para el Estado y crear gigantescos y crónicos déficits en el presupuesto público.
Y sin embargo… Puede ser una idea inevitable.
No hay dudas de que la globalización y las nuevas tecnologías han creado inmensas oportunidades para la humanidad. De la disminución de la pobreza a nivel mundial a los avances en medicina o el empoderamiento de grupos sociales históricamente marginados, el progreso es obvio. Pero es igual de obvio que la globalización y las tecnologías que reemplazan a trabajadores por máquinas también tienen efectos nocivos. La destrucción de puestos de trabajo, la compresión de salarios y en algunos países -sobre todo en Estados Unidos y Europa – el aumento de la desigualdad, tienen diversas causas. Pero sabemos que tanto la globalización como la automatización contribuyen a crear condiciones que nutren mucho del populismo y el tóxico extremismo político que estamos viendo en tantos países.
Para muchos, la respuesta es que, si bien las nuevas tecnologías destruyen industrias, también crean otras que producen tantos o más empleos que los que desaparecen. Y eso ha estado sucediendo. No obstante, a medida que se acelera el cambio tecnológico y se popularizan robots que, a bajo costo, pueden hacer muchas de las tareas que hoy desempeña un trabajador, crece la preocupación de que las nuevas industrias y los nuevos puestos de trabajo no aparecerán ni en la cantidad ni al ritmo necesarios para compensar las pérdidas de empleo y la reducción salarial. Ante esta situación, las respuestas que da el mundo son tres.
1) Más educación y entrenamiento para los desplazados. Esto es prioritario. Pero la realidad es que, si bien hay éxitos ocasionales en este campo, el resultado de los esfuerzos de formación ha sido decepcionante. En la mayoría de los países -aún en los más avanzados- los presupuestos dedicados a ayudar a los trabajadores desplazados han sido poco generosos, las técnicas educativas que se usan son poco eficaces y las burocracias encargadas de estos programas suelen ser ineficientes. Cambiar esto es urgente.
2) Más proteccionismo. Donald Trump, por ejemplo, es solo uno de los políticos que hoy proliferan en el mundo y que prometen proteger el empleo reduciendo tanto el número de inmigrantes que compiten con trabajadores locales como el volumen de productos importados que, por ser más baratos, desplazan la producción nacional. No es difícil imaginar a uno de estos demagogos prometiendo que, de ganar las elecciones, prohibirá el uso de robots y otras tecnologías “mata empleos”. Que estas propuestas no son una solución y que, en muchos casos, ni siquiera se pueden aplicar no parecen ser obstáculos para que millones de personas se entusiasmen con las promesas de los populistas. Temo que algunos países acabarán adoptando estas malas ideas.
3) Más ingresos mínimos garantizados. Así es. Regalar dinero a cambio de nada. Puede ser una idea descabellada. Pero un mundo donde nueve robots de bajo costo pueden hacer el trabajo de 140 obreros (¡en China!) es un mundo donde hay que estar abierto a examinar todas las opciones. Aún aquellas que puedan parecer -o ser- descabelladas. Unos niveles altos y permanentes de paro son inaceptables e insostenibles. Por ello hay que probarlo todo, entendiendo siempre que gobernar raras veces implica escoger entre una política maravillosa y otra espantosa. Lo más usual es que quienes gobiernan se vean obligados a escoger entre lo malo y lo terrible.

MOISES NAIM Regalar dinero: ¿idea inevitable?







Los suizos han planteado la posibilidad de cobrar por parte del Estado un subsidio de 2.500 euros al mes a cambio de nada.

 
Esta consulta es muy importante. No porque la propuesta vaya a ganar (según las encuestas, no tendrá los votos necesarios), sino porque puede ser la precursora de una tendencia mundial. De hecho, en varios países ya se está probando la idea de garantizar un ingreso mínimo y sin condiciones a los ciudadanos. En Finlandia, el gobierno seleccionó al azar a 10.000 adultos a quienes durante dos años pagará 550 euros mensuales. El objetivo es medir el impacto que tendrá ese ingreso en la propensión a trabajar y otras decisiones de vida que toman los beneficiarios. Si esta prueba tiene éxito, la intención del Gobierno finlandés (¡que es de derecha!) es extender este esquema a nivel nacional. Experimentos parecidos se están llevando a cabo en Canadá, Holanda, Kenia y otros países.


Friday, June 17, 2016

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.



En todo lugar, el Estado siempre trata de ganar a costa de los demás. No se ha registrado ningún avance en esta realidad. Podemos cambiar las definiciones y afirmar que, debido a que votamos, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Pero eso no cambia la esencia del problema moral del Estado: todo lo que tiene lo ha conseguido a través del robo. Ni un centavo de su presupuesto multimillonario (trillonario, en el caso de EE.UU.) se adquiere mediante el intercambio voluntario.
Los gobiernos dividen la sociedad en dos castas: los que dan obligatoriamente su dinero al Estado y los que ganan dinero del Estado. Para mantener el sistema en funcionamiento, los que dan dinero debe ser numéricamente mucho mayores que los que reciben. Fue así en los primeros días de las naciones-estado y así sigue siendo hoy en día. La existencia de elecciones no cambia la esencia de esta operación.
En los EE.UU., cuando leemos los escritos de los padres fundadores, notamos una gran preocupación acerca de las facciones. Por facciones, los padres fundadores se referían a grupos de personas en guerra entre sí para decidir quién tendría el control sobre el bolsillo de la población. La solución a este problema no fue abolir las diferencias de opinión, sino, más bien, mantener el gobierno en un tamaño mínimo, por lo que las ventajas de ganar el poder eran pequeñas. Puedes limitar el poder de una facción limitando el tamaño del gobierno. Todos los mecanismos creados por los padres fundadores -separación de poderes, el colegio electoral, la Declaración de Derechos- se instituyeron como un medio para lograr este objetivo.
Pero, ¿cómo se produjo toda la distorsión? ¿Cómo pasó que los seres humanos permitiesen que el Estado actual exista? ¿Cómo pasamos a permitir que ellos nos gobernasen de esta manera déspota? ¿Y por qué hay algunos que lo aman, e incluso se inclinan hacia él, tomados por un sentimiento casi religioso en relación al Estado?
Bueno, si piensas en el argumento central a favor del Estado verás que es muy fácil ver un error fundamental en su concepción; y verás que es realmente un milagro que el Estado haya surgido. El argumento a favor de la existencia del Estado es simplemente este: hay una escasez de recursos en el mundo, y debido a esta escasez existe la posibilidad de conflictos entre los diferentes grupos de personas. ¿Qué hay que hacer con los conflictos que puedan surgir? ¿Cómo garantizar la paz entre las personas?
La propuesta hecha por los estatistas, desde Thomas Hobbes hasta la actualidad, es la siguiente: ya que hay conflictos constantes produciéndose, los contratos hechos entre varios individuos no serán suficientes. Por lo tanto, necesitamos un tomador de decisiones supremo que sea capaz de decidir quién tiene razón y quién está equivocado en cada conflicto. Y este tomador de decisiones supremo en un determinado territorio, esta institución que tiene el monopolio de la decisión en un territorio determinado se define como el Estado.
La falacia de este argumento se hace evidente cuando te das cuenta de que, si hay una institución que tiene el monopolio de la última toma de decisiones en todos los casos de conflicto, entonces esta institución también dirá quién tiene razón y quién está equivocado en los casos de conflicto en el que esta misma institución está involucrada. Es decir, no es sólo una institución que decide quién tiene razón o no en los conflictos que tenemos con terceros, sino también es la institución que decidirá quién tiene razón o no en los casos en que esta institución está envuelta en conflictos con otros.
Una vez que te das cuenta de esto, entonces se hace inmediatamente evidente que esta institución puede por sí misma provocar conflictos para, entonces, decidir a su favor quién tiene razón y quién está equivocado. Esto se puede ejemplificar en particular por instituciones como la Corte Suprema de Justicia. Si una persona tiene un conflicto con una entidad gubernamental, el tomador supremo de decisiones -el que decidirá quién tiene la razón, si el Estado o el individuo- es la Corte Suprema de Justicia, que no es más que el núcleo de la misma institución con que ese individuo está en conflicto. Así que, por supuesto, será fácil de predecir cuál será el resultado del arbitraje de este conflicto: el Estado tiene razón y el individuo acusado es culpable.
Esa es la receta para aumentar continuamente el poder de esta institución: provocar conflictos para, a continuación, decidir a favor de sí misma, y luego decirle a la gente que se queja del Estado cuánto deben pagar por estos juicios emitidos por el Estado. Es fácil, entonces, entender esta falacia fundamental presente en la construcción de una institución como el Estado.
Y como hemos visto una expansión imparable del poder del Estado en absolutamente todos los países del mundo, cabe preguntarse: ¿hay alguna esperanza? ¿El Estado es, de hecho, una institución tan poderosa contra la que nada se puede hacer? ¿Hay alguna manera de oponerse a él?
Lo primero que hay que hacer para oponerse al Estado debe ser, por supuesto, entender su naturaleza interior. Por ejemplo, es curioso que los economistas, en todas las otras áreas de la economía, se opongan a los monopolios y estén a favor de la competencia. (Se oponen a los monopolios ya que, desde el punto de vista del consumidor, las instituciones monopólicas producen a costos más altos que el costo mínimo y ofrecen un producto más caro cuya calidad es más baja de lo que sería en un entorno competitivo. Consideran la competencia como algo bueno para los consumidores porque los competidores están constantemente tratando de reducir sus costos de producción con el fin de trasladar estos costos más bajos en forma de menores precios para los consumidores y, por lo tanto, superar a sus competidores. Además, por supuesto, de tener que producir productos con la mayor calidad posible en estas circunstancias). Sin embargo, cuando se trata de la cuestión más importante para la vida humana -es decir, la protección de la vida y la propiedad- casi todos los economistas están a favor de que haya un monopolista prestando estos servicios. Parece que piensan que el argumento de la competencia ya no es válido. Parecen no entender que el monopolio de estos servicios requerirá gastos mucho mayores y, de la misma manera, la calidad del producto -en este caso la ley, el orden y la justicia- será menor.
Así que, para iniciar cualquier tipo de retirada del Estado tenemos que entender claramente su naturaleza íntima monopolística y discernir los efectos negativos que tienen monopolios sobre todos los ámbitos de la vida, especialmente en el área de la ley y el orden. Lo que podemos desear, en la mejor de las hipótesis -en caso que no consigamos abolir el Estado-, es que el número de estados competitivos sea lo suficientemente grande. Un gran número de estados no permite fácilmente a cada estado en particular aumentar los impuestos y las regulaciones porque la gente, en este caso, “votan con sus pies”, es decir, cambiarían de Estado (cambiando de país). La situación más peligrosa concebible es aquella en que un gobierno mundial impondría los mismos impuestos y las regulaciones a nivel mundial, eliminando todos los incentivos para que las personas se muevan de un país a otro, debido a que la estructura de los impuestos y las regulaciones serían las mismas en todas partes.
Por otro lado, imagina una situación en la que hubiese decenas de miles de Suizas, Liechtensteines, Monacos, Hong Kongs y Singapures. En este caso, aunque cada Estado quisiese aumentar los impuestos y las regulaciones, simplemente no tendría éxito porque habría repercusiones inmediatas -es decir, la gente pasaría de los sitios menos favorables a los lugares más favorables.
Cuando pensamos en pensadores como Étienne de La Boétie, Hume, Mises, Rothbard, etc, vemos que todos ellos dijeron que, por más inexpugnable que el Estado parezca, con todo su ejército, con su gran número de empleados y con su vasto aparato de propaganda, en realidad es vulnerable debido a que el Estado es una minoría que vive parasitariamente a expensas de la mayoría, que depende del consentimiento de los gobernados. Incluso los Estados más poderosos -como, por ejemplo, aquellos que vimos en la Unión Soviética (URSS), Irán bajo el Shah, y la India bajo el dominio británico- pueden desmoronarse. Y esto sigue siendo una esperanza.
Una vez más, la idea es la siguiente: el presidente puede dar una orden, pero la orden debe ser aceptada y ejecutada por un general; el general puede emitir una orden, pero la orden ha de ser ejecutada por el teniente; el teniente puede dar una orden, pero la orden debe ser ejecutada en última instancia por los soldados, que son los que tendrán que disparar. Y si ellos no disparan, entonces todo lo que el presidente -o el comandante supremo- ordenan pasa a no tener efecto alguno. Por lo tanto, el Estado sólo puede efectuar sus políticas si la gente le da su consentimiento voluntario. Ellos pueden no estar de acuerdo con todo lo que hace el Estado y/o ordena que otros hagan, pero, mientras colaboran, obviamente tendrán la opinión de que el Estado es una institución necesaria, y los pequeños errores que esta institución cometa serán a penas el precio necesario a pagar para mantener la excelencia de lo que produce. Cuando esta ilusión desaparece, cuando la gente entiende que el Estado no es más que una institución parasitaria, cuando ellos ya no obedecen las órdenes dadas por esta institución, todos los poderes del Estado, incluso el déspota más poderoso, desaparecen inmediatamente.
Pero para que eso sea posible, es necesario en primer lugar que las personas desarrollen lo que llamamos “conciencia de clase”, no en el sentido marxista -que dice que hay un conflicto entre empresarios y trabajadores-, sino en el sentido de una lucha de clases que se opone, por un lado, a los regentes del Estado, o a la clase dominante, y por el otro lado, los que están bajo el dominio del Estado. Por lo tanto, el Estado debe ser visto como un explotador, una institución parásita. Sólo cuando hemos desarrollado una conciencia de clase de este tipo hay esperanzas de que el Estado, precisamente a causa de la difusión general de este concepto, pueda derrumbarse.
Por último, el punto de vista de Hobbes es interesante. Una de las cosas que más amenaza al Estado es el humor y la risa. El Estado asume que debes respetarlo, que lo debes tomar muy en serio. Hobbes decía que era algo muy peligroso el hecho de que las personas se rieran del gobierno. Así que, trata de seguir siempre la siguiente regla: riéte y búrlate del gobierno tanto como te sea posible.

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.