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Monday, August 1, 2016

La lección de El Salvador para Colombia

Mary Anastasia O'Grady considera que el desenlace del proceso de paz en El Salvador podría aportar algunas lecciones al intento de lograr la paz en Colombia.
Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Los planes para un acuerdo de “paz” entre el gobierno de Colombia y la organización narcoterrorista conocida como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) empezaron a mostrar grietas en julio cuando una unidad clave de la guerrilla anunció que no se desmovilizaría. Otros frentes de combatientes de las FARC aparentemente mantienen posturas similares y se espera que se unan a grupos subversivos rivales y otras redes delictivas si el acuerdo se concreta.
Ahora, la iniciativa respaldada por el presidente estadounidense Barack Obama enfrenta un mayor escrutinio porque el modelo se basa en el pacto que El Salvador alcanzó en 1992 con el grupo guerrillero marxista conocido como FMLN, el cual se ha venido abajo.



La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia del país centroamericano falló el 13 de julio que la amnistía general otorgada a las dos partes del conflicto negaba a las víctimas sus derechos. La Sala citó asesinatos específicos, secuestros y masacres que, dijo, podrían no estar cubiertos por la amnistía. Los grupos de derechos humanos se regocijaron. El fiscal general de El Salvador tiene ahora la tarea de investigar y procesar a los perpetradores y a los autores intelectuales.
Lo que se conoce hasta ahora del acuerdo de Colombia también viola su constitución al permitir que los criminales de guerra eviten la cárcel y se postulen a cargos de elección popular. Para el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, el pacto equivale a un tratado internacional y, por ende, está por encima de la constitución. Pero como lo muestra el caso de El Salvador, se necesitan más que trucos políticos para apaciguar los fantasmas de las atrocidades de la guerra.
El acuerdo de El Salvador, que también fue respaldado por EE.UU., otorgó igualmente derechos políticos a los beneficiarios de la amnistía. Durante dos décadas, los guerrilleros trabajaron para rehabilitar el nombre del FMLN. Hoy, el partido está instalado en la presidencia, tiene una mayoría simple en el Congreso y controla varios cargos en el poder judicial.
Pero los líderes del FMLN, discípulos de Fidel Castro, nunca dejaron de lado sus sueños de tiranía tropical. Utilizaron a candidatos moderados para quedarse con una parte del poder gubernamental y luego debilitaron gradualmente las instituciones civiles y gubernamentales usando los métodos de los dictadores Hugo Chávez, de Venezuela, y Recep Erdogan, de Turquía. Un ejemplo de la represión insidiosa es la persecución política de los opositores de la izquierda populista.
A algunos salvadoreños les preocupa que la decisión de la Sala de lo Constitucional reactive el conflicto. Pero lo que más importa es que la independencia del poder judicial sea respetada y que las investigaciones se lleven a cabo en forma transparente sin la interferencia política. Todo esto está en riesgo ya que el gobierno del FMLN y la organización del partido son los que tendrían más que perder si una justicia independiente lleva a cabo sus funciones.
Como observó el economista salvadoreño Manuel Hinds en una columna que publicó 17 de julio en El Diario de Hoy, una investigación exhaustiva decapitará la estructura política del FMLN. Muchos miembros de su cúpula están presuntamente ligados a las masacres, asesinatos y secuestros en la lista de la Sala de lo Constitucional. Uno de los líderes guerrilleros más notorios fue Salvador Sánchez Cerén, el actual presidente salvadoreño. Además, la decisión de la Sala cubre los asesinatos que el FMLN perpetró contra sus propios miembros, una práctica en la que presuntamente se apoyó Sánchez Cerén para aterrorizar y controlar a sus subordinados.
Compare la situación del FMLN con la del opositor partido Arena y sus figuras elegidas por voto popular. Ninguno de ellos estaba siquiera en posiciones de poder durante los años 80 y comienzos de los 90, cuando los rebeldes libraban la guerra contra el Estado. De todas maneras, el FMLN es el partido en el poder y no saldrá de allí sin dar batalla. En reacción al fallo, Sánchez Cerén hizo un llamado a “todos los sectores comprometidos con la paz, el progreso y la justicia social a asumir esta situación con responsabilidad y madurez en función de los intereses del país”. En otras palabras, encontremos un arreglo político para ignorar la decisión.
Un partido Arena más seguro confiaría en el estado de derecho. Pero en lugar de ello, respondió pidiendo que una comisión bipartidista analice el fallo, sugiriendo que está procediendo con cautela.
Arena tiene razón en temer una investigación parcial debido al poder político del FMLN. Durante años, la izquierda ha amenazado con implicar al ex presidente de Arena, Alfredo Cristiani, en el asesinato de seis sacerdotes jesuitas, su empleada doméstica y la hija de esta en 1989. La acusación es absurda puesto que los asesinatos casi descarrilan las conversaciones de paz que Cristiani encabezaba en ese entonces. De todas formas, el ex mandatario es vulnerable al acoso persistente del FMLN sobre el tema. Altos mandos de las fuerzas armadas pueden enfrentar suertes similares independientemente de si ordenaron cometer delitos o no.
A pesar de estos riegos, los demócratas de Arena estarían equivocados si ayudan al FMLN a disminuir la estatura de la Sala de lo Constitucional. Como lo señaló Hinds en su columna, es una de las pocas instituciones que quedan que protege a la democracia del despotismo. Los ex guerrilleros ya trataron de aniquilar la Sala de lo Constitucional en 2012. Si Arena les sigue el juego, equivaldría a rendirse, algo idéntico a lo que querían los guerrilleros hace 30 años.
Así que colombianos, tengan cuidado: es mucho más probable que una amnistía para los crímenes de guerra de las FARC lleve al grupo guerrillero al poder que antes que traer la paz al país.

La lección de El Salvador para Colombia

Mary Anastasia O'Grady considera que el desenlace del proceso de paz en El Salvador podría aportar algunas lecciones al intento de lograr la paz en Colombia.
Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Los planes para un acuerdo de “paz” entre el gobierno de Colombia y la organización narcoterrorista conocida como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) empezaron a mostrar grietas en julio cuando una unidad clave de la guerrilla anunció que no se desmovilizaría. Otros frentes de combatientes de las FARC aparentemente mantienen posturas similares y se espera que se unan a grupos subversivos rivales y otras redes delictivas si el acuerdo se concreta.
Ahora, la iniciativa respaldada por el presidente estadounidense Barack Obama enfrenta un mayor escrutinio porque el modelo se basa en el pacto que El Salvador alcanzó en 1992 con el grupo guerrillero marxista conocido como FMLN, el cual se ha venido abajo.


El Salvador: La venida del FMI

El Salvador: La venida del FMI

 
Por Manuel Hinds
 
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha hecho una visita al país y ha dicho lo que ya es obvio para todos: que la situación fiscal es insostenible. El FMI ha identificado sólo la parte más sencilla del problema: que los gastos son mucho más altos que los ingresos del gobierno, con lo que la deuda del gobierno ha subido rápidamente en términos absolutos (el número de dólares que se deben) y relativos (la deuda como porcentaje del Producto Interno Bruto, que es la medida de la producción del país). Típicamente, el FMI no ha identificado tres problemas igualmente serios, que son síntomas de una enfermedad más grave que aqueja no sólo a las finanzas del estado sino al manejo del gobierno en general.


El primero de estos es que a pesar de que los aumentos tan altos en los gastos, el volumen y la calidad de los servicios públicos han disminuido sustancialmente. Es decir, estos aumentos de gastos no se han realizado para mejorar la suerte de la población. Al contrario, los servicios de salud y educación están cada vez peores, los hospitales no tienen medicinas ni equipo, las unidades de salud y las escuelas se encuentran en un estado ruinoso, el presupuesto por alumno de las escuelas se ha disminuido de 25 a 13 dólares por alumno, la inversión pública está deprimida y el gobierno se queja de que necesita dinero para seguridad. Es decir, la voracidad del gasto es un cáncer que está comiéndose no solo los ingresos sino también está quitando los recursos que antes se dedicaban a los servicios públicos.

El segundo problema es que el gobierno está tomando dinero prestado no para financiar inversión sino para financiar gastos corrientes. La diferencia es enorme. Cuando el país toma prestado para invertir (digamos en escuelas, o en carreteras, o en unidades de salud) las obras así financiadas generan beneficios que desarrollan a la sociedad y así mejoran la capacidad de pago del país. De esta forma, cuando hay que pagar las deudas, la capacidad productiva de la población ha aumentado, y la economía ha crecido, lo que vuelve más ligera la carga del pago. El gobierno actual, sin embargo, usa el dinero prestado para pagar salarios y gastos del día que no mejoran ni a la población ni su capacidad de pago. Lo único que aumenta es la burocracia, que tiene efectos muy negativos en el desarrollo del país.

El tercer problema es que con su retórica, su pública actitud en contra de los inversionistas, sus aumentos continuos de impuestos y su aumento de la burocracia, el gobierno ahoga no sólo la inversión, el empleo y el desarrollo económico sino también su propia capacidad de generar ingresos. Una economía que no crece no puede generar ingresos fiscales.

De esta forma, el gobierno se ha metido en un círculo vicioso que él mismo se ha labrado. Quiere hundir al sector privado por razones de poder y al mismo tiempo quiere tener más ingresos para contratar correligionarios que les ayuden a ganar elecciones. En su desaforada obsesión por obtener fondos para este propósito el gobierno deja sin servicios públicos a la población y los deja endeudados en préstamos que tendrán que pagar por décadas.

El FMI no analiza estos tres problemas porque su mandato no es arreglarle las políticas económicas y sociales a los países sino hacer que la diferencia entre sus gastos y sus ingresos sean sostenibles. Estos son problemas que tendremos que resolver nosotros.

Entonces, ¿por qué debe venir el FMI si sólo se encarga del problema más fácil, el que un niño que sepa leer y escribir puede financiar, de hacer que los gastos sean consistentes con los ingresos? Por dos razones. Primero, porque el gobierno no tiene esta capacidad. Alguien tiene que venir y hacerle los cálculos. Segundo, porque el gobierno del FMLN ha demostrado una y otra vez que no cumple con ninguna promesa. Un programa con el FMI se convierte en un convenio que tiene que cumplirse. El gobierno no cumplió con el anterior. En esa vez, pudo conseguir préstamos porque el gobierno no estaba tan endeudado y no había mostrado toda su incapacidad. Ahora, si no cumple, no podrá tomar dinero prestado en los mercados. Tendrá que cumplir.

El Salvador: La venida del FMI

El Salvador: La venida del FMI

 
Por Manuel Hinds
 
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha hecho una visita al país y ha dicho lo que ya es obvio para todos: que la situación fiscal es insostenible. El FMI ha identificado sólo la parte más sencilla del problema: que los gastos son mucho más altos que los ingresos del gobierno, con lo que la deuda del gobierno ha subido rápidamente en términos absolutos (el número de dólares que se deben) y relativos (la deuda como porcentaje del Producto Interno Bruto, que es la medida de la producción del país). Típicamente, el FMI no ha identificado tres problemas igualmente serios, que son síntomas de una enfermedad más grave que aqueja no sólo a las finanzas del estado sino al manejo del gobierno en general.