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Saturday, December 24, 2016

¿Se justifican el pesimismo y el desaliento?

Hernán Büchi indica que si el gobierno de Bachelet no cambia el rumbo de las políticas públicas, hay justificados motivos para ser pesimistas acerca del futuro de la economía chilena.

Cada cierto tiempo, la Presidenta Bachelet expresa opiniones que a primera vista son disonantes, pero que no pueden tomarse como dichas sin pensar. No tiene el carácter de otros políticos en quienes no sorprenden los sinsentidos. Cuando hace ya un tiempo expresó que cada día puede ser peor, probablemente es lo que realmente pensaba y lo que objetivamente sucedió para el común de los ciudadanos.

Sunday, August 28, 2016

Al mercado no le importa, y eso es algo maravilloso

Al mercado no le importa, y eso es algo maravilloso

Mercado
Por Jason Kuznicki
Al mercado no le importan en  lo más mínimo tus sentimientos. Por la misma razón, no se preocupa por tus creencias políticas. Tampoco se preocupa por tu equipo de béisbol favorito, pero estará encantado de venderte algo de mercadería de este. (Incluso haría lo mismo para los fanáticos de los Yankees). El mercado sólo se preocupa por lo que tu tienes, por lo que tu quieres y por los diferentes precios que te interesan.
En gran parte, la indiferencia despreocupada del mercado es una tranquila y casi inadvertida bendición. Permite que cada uno de nosotros consigamos lo que queremos, con relativa facilidad y eficiencia, a pesar de nuestros vastos desacuerdos; desacuerdos que de otro modo nos causarían un daño severo.


De vez en cuando, sin embargo, y sobre todo en las batallas entre tradicionalistas y progresistas, esto no es cierto. Ambas partes han tenido sus quejas últimamente.
Por un lado, la queja es que a algunos panaderos, fotógrafos, propietarios de la capillas y otros en la industria de la boda (valuada en US$53 mil millones en EE.UU.) ahora se les pide servir a clientes del mismo sexo. Una cuestión que estos profesionales tradicionalistas prefieren no hacer. (Las quejas sobre la sinceridad de sus denuncias son fácilmente desacreditables: Nadie puede decirles lo que manda o no manda su religión).
Al mercado no le importa en lo más mínimo la postura política de estos tradicionalistas; simplemente impondrá costos bien definidos en ellos en forma de pérdidas de ventas y tal vez una reputación dañada. Los tradicionalistas, por su parte,  están conformes al absorber dichos costos. Las parejas gay, por la suya, no se enfrentan a una  escasez  de proveedores para elegir  el servicio pues es una inmensa industrial de US$ 53 mil millones la de la boda y tampoco es como si los servicios de la boda se proporcionan con carácter de emergencia.
En resumen, los problemas éticos son excepcionalmente pocos y los asuntos deben llegar hasta allí. Pero a veces, a los tradicionalistas no se les pregunta tan amablemente. Mientras que al mercado no le importa ni un poco nuestra postura política, sí responde, a veces, a las imposiciones de la política pública. Y aquí es donde las quejas de la izquierda comienzan: El mercado debería preocuparse por la postura política de la gente, dicen. Y si no lo hace, entonces tenemos que hacer que lo haga, en particular cuando se refiera a una cuestión de cómo se trata a los clientes  gays y lesbianas. ¡Todos deben tener el mismo derecho a su pastel!
En cuanto a mí, me gustaría pensar que los gays y las lesbianas pueden superar los prejuicios, e incluso la discriminación abierta, sin el privilegio de leyes de no discriminación.
Me gustaría pensar esto porque eso es más o menos la forma en que realmente ocurrió. No es una fantasía libertaria. Es una historia real del mundo real. La historia de la integración de las personas gays y lesbianas en la vida estadounidense tuvo lugar en millones de decisiones privadas, no anunciadas, en unos pocos miles de políticas corporativas y – en gran medida en el último momento – en un par de docenas de leyes estatales altamente visibles pero inconsecuentes. El sector privado mostró el camino y no obtuvo crédito. El gobierno siguió  después a regañadientes, y todo el mundo lo trató como si hubiese hecho algo valiente.
Ya en 2003, cuando no habían estados que aprobaran el matrimonio del mismo sexo y cuando más de una docena de estados todavía tenían leyes de sodomía (!), casi 300 de las compañías Fortune 500 tenían políticas de no discriminación formales y escritas, y casi 200 de ellas ofrecían beneficios para parejas de hecho. Y las cosas han mejorado en el ínterin. El sector privado siempre ha tomado la delantera.
Esto se debe a que independientemente de nuestra postura política, todos cosechamos beneficios de la existencia de un orden de mercado que es groseramente indiferente a todo lo que nos importa en nuestra vida privada. El mercado simplemente no tiene el tiempo para estas cosas sin relación, y gracias a Dios es así. Todos nos lamentaríamos si la pureza ideológica – o la pureza sexual, o la pureza de cualquier tipo – se convirtiera en el precio de hacer negocios, o si nos paramos a preguntar demasiado a menudo acerca de las visiones del mundo, los compañeros de cama y ​​las debilidades de aquellos con los que negociamos.
A los tradicionalistas que quieran discriminar a gays y lesbianas, se les debe permitir que lo hagan. No es que estén haciendo algo noble o eficiente. Se están comportando despreciablemente y hasta cierto punto de manera ineficiente cuando discriminan. (Tenga en cuenta que imponen externalidades en los demás, en aras de un beneficio que sólo ellos consumen, es decir, la satisfacción que se toman en la discriminación. Si pudieran tener esta satisfacción de algún otro acto, la externalidad podría desaparecer. Podrían también ser mejores vecinos). En un mundo mejor, no existirían este tipo de comportamientos. Pero por el mismo motivo, no debemos prohibido pues  al hacerlo también se reduciría el orden económico prolongado, aquel del que todos nos beneficiamos, independientemente de las creencias.
Todos estamos locos en la percepción de alguien más. Pero en nuestra propia percepción, a veces podríamos parecer exiliados en un planeta lleno de locos. Debemos tener cuidado, entonces, en no comprar una pequeña cantidad de protesta simbólica al precio de una gran cantidad de beneficios del comercio. Podemos estar hoy a la ofensiva, en contra de lo que vemos como políticas absurdas de nuestros vecinos intolerantes. Pero mañana, alguien va a venir preguntando por nosotros, y tal vez nos boicoteará así, por razones que no podemos comprender.
Las barreras a la entrada en el mercado no deben ser tan fácilmente obtenidas: gran parte de lo que hacemos en el camino de la coordinación social consiste en ignorar de forma estratégica lo extraño, indefendible, reaccionario, intolerante, o de otro modo, totalmente inexcusable en las creencias o prácticas de los demás. El mercado es la forma como todos nosotros, locos, nos llevamos en paz a pesar de nosotros mismos.

Al mercado no le importa, y eso es algo maravilloso

Al mercado no le importa, y eso es algo maravilloso

Mercado
Por Jason Kuznicki
Al mercado no le importan en  lo más mínimo tus sentimientos. Por la misma razón, no se preocupa por tus creencias políticas. Tampoco se preocupa por tu equipo de béisbol favorito, pero estará encantado de venderte algo de mercadería de este. (Incluso haría lo mismo para los fanáticos de los Yankees). El mercado sólo se preocupa por lo que tu tienes, por lo que tu quieres y por los diferentes precios que te interesan.
En gran parte, la indiferencia despreocupada del mercado es una tranquila y casi inadvertida bendición. Permite que cada uno de nosotros consigamos lo que queremos, con relativa facilidad y eficiencia, a pesar de nuestros vastos desacuerdos; desacuerdos que de otro modo nos causarían un daño severo.

Tuesday, August 2, 2016

El otro (gran) peligro de Trump

Yuriria Sierra Yuriria Sierra es conductora de Cadena Tres Noticias y de Imagen Informativa (México), así como columnista habitual de Excélsior.
Los últimos días hemos dedicado este espacio para hablar de lo que sucede en la contienda electoral en Estados Unidos. La semana pasada fue la Convención Nacional Republicana, hoy termina la del Partido Demócrata. Los candidatos ya lo son de manera oficial. Ambos, tan opuestos entre sí y no sólo por el partido que los abandera. Más allá de que gane una mujer o un demente, el interés (para nosotros) radica en las implicaciones que los resultados en su elección tendrán en nuestro país.



Este miércoles leí el gran texto que Enrique Krauze publicó en El País a propósito de Donald Trump y lo que, como digo, nos representa para el futuro: “De ocurrir -un enfrentamiento entre México y un Estados Unidos gobernado por Trump- es obvio que la nueva guerra no será militar: será una guerra comercial, económica, social, étnica, ecológica, estratégica, diplomática y jurídica. Comercial, por la amenaza creíble de que EU abandone el TLC e imponga aranceles a nuestras exportaciones. Económica, por el secuestro anunciado de las remesas (...) Social, por las deportaciones masivas de mexicanos indocumentados (...) Étnica, por el previsible encono que desataría esa política de deportación (...) Diplomática, por las inevitables consecuencias que la aplicación de la doctrina nativista y discriminatoria de Trump (...) Jurídica, por el alud de demandas que someterían a las cortes individuos, grupos y empresas mexicanas, públicas y privadas, para defender sus intereses...”. La cosa se antoja complicada, por decir lo menos.
Una victoria de Trump fracturaría algo más allá de la relación diplomática, haría añicos la posibilidad de que nuestro vecino del norte presione y exija cuentas a las autoridades mexicanas. Nos guste o no, EU ha sido para México una suerte de semáforo moral, de hermano mayor, de filtro calificador.
Sin embargo, no sólo es el alto riesgo de que aquellas amenazas dichas como propuestas del republicano se conviertan eventualmente en una realidad. Sino lo que una Presidencia de EU encabezada por Trump estaría significando para las altas esferas del poder mexicano. ¿Y sabe usted qué? Su estancia en la Casa Blanca se convertiría en la coartada perfecta para la corrupción a la mexicana.
Una victoria de Trump fracturaría algo más allá de la relación diplomática, haría añicos la posibilidad de que nuestro vecino del norte presione y exija cuentas a las autoridades mexicanas. Nos guste o no, EU ha sido para México una suerte de semáforo moral, de hermano mayor, de filtro calificador. Aunque ambos países respetan su soberanía, muchas de las decisiones en México necesitan del aval del gobierno estadounidense.
México ha querido marcar distancia de esa relación tan estrecha. Quisimos voltear hacia China (un socio comercial importante) y todo salió fatal, debido, principalmente, a los escándalos de corrupción. Y esta enfermedad que padecemos -la corrupción- es la razón fundamental de que las cosas no marchen como deberían para un país con las potencialidades del nuestro.
Y sería mucho peor si no tuviéramos los ojos de EU (y de tantas organizaciones en el mundo) conteniendo a quienes operan en lo oscurito, no sólo estaríamos hablando de Javier o César Duarte, Tomás Yarrington, Roberto Borge, Rodrigo Medina, Andrés Granier o Guillermo Padrés, sería más cuantiosa la lista de funcionarios que, sin el más mínimo pudor, usarían su poder para servirse de las arcas del erario o para involucrarse con el crimen organizado. No digo que sea gracias a EU que esto no suceda, pero pasa con mayor dificultad cuando EU nos vigila.
¿Se imagina usted cuál sería la respuesta de nuestra clase política ante el primer reclamo o señalamiento de un gobierno encabezado por Trump? Que ni se le ocurra meterse, que para eso construyó su muro, dirán. Que con qué boca nos pide nada, si él es un demente. Que México no tiene porqué darle explicaciones a un “antimexicano” etc, etc.
Y con esa, la coartada perfecta, de este lado del muro, todos seguirán robando, violentando derechos humanos, violando garantías, manoseando el Estado de derecho y mancillando a las instituciones, sin que nadie, absolutamente nadie, les pueda poner un pero, ya no digamos un alto. Ése es para nosotros mexicanos, el otro gran peligro de que Trump se convierta en el próximo ocupante de la Oficina Oval, que aquí la impunidad ganará, sin querer, al más insospechado de todos sus aliados.

El otro (gran) peligro de Trump

Yuriria Sierra Yuriria Sierra es conductora de Cadena Tres Noticias y de Imagen Informativa (México), así como columnista habitual de Excélsior.
Los últimos días hemos dedicado este espacio para hablar de lo que sucede en la contienda electoral en Estados Unidos. La semana pasada fue la Convención Nacional Republicana, hoy termina la del Partido Demócrata. Los candidatos ya lo son de manera oficial. Ambos, tan opuestos entre sí y no sólo por el partido que los abandera. Más allá de que gane una mujer o un demente, el interés (para nosotros) radica en las implicaciones que los resultados en su elección tendrán en nuestro país.


Friday, July 29, 2016

Ignorancia e irracionalidad

Javier Aparicio 
 
Esta semana se confirmó oficialmente la candidatura presidencial de Donald Trump. El ascenso de Trump en las encuestas, primero, y en las elecciones primarias del Partido Republicano, después, ha puesto de relieve qué tan lejos puede llegar —inclusive en una democracia consolidada— un candidato carismático con una campaña populista, demagoga, xenófoba y falaz.
En columnas anteriores he discutido la viabilidad de su candidatura presidencial (19-sep-15), y si su eventual triunfo implicaría una “falla democrática” (27-feb-16). En esta ocasión quiero concentrarme en otro tema traído a cuentas cada vez que un proceso democrático parece llevar a un resultado “indeseable”:  la posible ignorancia o irracionalidad del electorado.



Una caricatura simple del juego democrático implica aplaudir la “sabiduría de las masas” cuando gana una candidatura que nos gusta y, en caso contrario, lamentar su ignorancia o irracionalidad. La realidad, por supuesto, es más compleja. Veamos por qué.
¿Por qué tantas personas saben o se interesan poco en asuntos político-electorales? Si lo duda, tan sólo analice la oferta de cualquier expendio de periódicos o revistas, la radio o televisión abiertas: se discute más de espectáculos o deportes que de política.
Si las personas son más o menos racionales, contrastarán los costos y beneficios de invertir tiempo, dinero y esfuerzo en adquirir información política. Los costos son tangibles porque nuestro tiempo es valioso. ¿Pero qué hay de los beneficios?  ¿De verdad necesitamos consumir noticias políticas todos los días de un sexenio para, digamos, “informar nuestro voto” una vez cada tres años? ¿Vale la pena hacerlo cuando, en caso de votar, éste tiene un impacto infinitesimal en el resultado? Habiendo tantísimos usos alternativos de nuestro tiempo y dinero, escasos por definición, quizás lo racional sea, justamente, ignorar los endiablados detalles de la política. Ésta es la teoría de la ignorancia racional.
Por fortuna, dicen algunos estudiosos de la política, la ignorancia de unas y otras personas tiende a cancelarse mutuamente a la hora de acudir a las urnas: mientras las y los votantes ignorantes de izquierda y derecha sean más o menos de la misma proporción, los resultados electorales se decidirán por una juiciosa minoría de votantes sofisticados, informados y con suerte poco influidos por los sesgos partidistas. Así, la agregación de cuantiosas preferencias de una democracia es una especie de seguro contra votantes en extremo radicales y/o ignorantes.
Pero esto no es todo.  Si las preferencias del electorado están sistemáticamente sesgadas, es posible que el principio de agregación antes delineado no surta efecto en una democracia. Bryan Caplan, profesor de la Universidad George Mason, ha estudiado este fenómeno a profundidad en su libro The myth of the rational voter. Si los votantes típicos son irracionales, nos dice Caplan, poco podemos esperar de las elecciones democráticas.
¿Cómo es posible que personas que se comportan de manera racional al comprar un coche o despensa, por ejemplo, se comporten de manera irracional a la hora de votar, quizás guiados por las vísceras antes que por sus bolsillos? Simple, insiste Caplan: nuestras decisiones privadas tienen consecuencias claras y observables en nuestro bienestar, mientras que las decisiones colectivas como votar o elegir a un presidente tienen consecuencias más bien difusas. Bajo este enfoque, puede resultar bastante racional el anular tu voto, apoyar el Brexit o votar por Trump… y al día siguiente afirmar que tú no votaste por tal o cual consecuencia específica.

Ignorancia e irracionalidad

Javier Aparicio 
 
Esta semana se confirmó oficialmente la candidatura presidencial de Donald Trump. El ascenso de Trump en las encuestas, primero, y en las elecciones primarias del Partido Republicano, después, ha puesto de relieve qué tan lejos puede llegar —inclusive en una democracia consolidada— un candidato carismático con una campaña populista, demagoga, xenófoba y falaz.
En columnas anteriores he discutido la viabilidad de su candidatura presidencial (19-sep-15), y si su eventual triunfo implicaría una “falla democrática” (27-feb-16). En esta ocasión quiero concentrarme en otro tema traído a cuentas cada vez que un proceso democrático parece llevar a un resultado “indeseable”:  la posible ignorancia o irracionalidad del electorado.


Sunday, July 24, 2016

La educación de un libertario

6876
Sigo comprometido con la fe de mis años de adolescente: con la verdadera libertad humana como condición previa para el mayor bien. Estoy en contra de los impuestos confiscatorios, los colectivos totalitarios y la ideología de la inevitabilidad de la muerte para todas las personas. Por todas estas razones, me sigo calificando como “libertario”.
Pero debo confesar que, a lo largo de las dos últimas décadas, he cambiado radicalmente sobre cómo alcanzar estos objetivos. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles. Analizando la evolución de mi pensamiento, espero mostrar algunos de los retos que afrontan hoy todos los liberales clásicos.



Como alumno de Stanford que estudiaba filosofía a finales de la década de 1980, naturalmente entraba en el toma y daca del debate y el deseo de conseguir libertad a través de medios políticos. Fundé un periódico estudiantil para desafiar las ortodoxias que prevalecían en la universidad y conseguimos algunas victorias limitadas, la más notable en la anulación de los códigos de lenguaje instituidos por la universidad. Pero, en un sentido más amplio, no conseguimos tanto con todo el esfuerzo aplicado. Se parecía mucho a una guerra de trincheras en el frente occidental en la Primera Guerra Mundial: había mucha carnicería, pero no llegamos a ser el centro del debate. En retrospectiva, estábamos predicando principalmente al coro, aunque esto tuviera el beneficio adicional importante de convencer a los miembros del coro para continuar cantando el resto de sus vidas.
Como abogado y trader joven en Manhattan en la década de 1990, empecé a entender por qué tantos se desilusionan después de la universidad. El mundo parece un lugar demasiado grande. En lugar de luchar contra la constante indiferencia del universo, muchos de mis iguales más sensatos se retiraban a atender sus pequeños jardines. Cuanto mayor es el CI, más pesimista se vuelve uno con respecto a las políticas de libre mercado: el capitalismo sencillamente no es tan popular entre la multitud. Entre los conservadores más inteligentes, este pesimismo se manifestaba a menudo en beber compulsivamente; los libertarios más inteligentes, por el contrario, tenían más resacas de derecho positivo y escapaban no solo del alcohol sino de lo que viene después.
Avanzando hasta 2009, las perspectivas para una política libertaria parecen realmente sombrías. La prueba A es una crisis financiera causada por un exceso de deuda y apalancamiento, facilitado por un gobierno que garantizó todo tipo de riesgo moral, y ya sabemos que la respuesta a esta crisis implica más deuda y apalancamiento y más gobierno. Quienes han argumentado a favor de los mercados libres han estado gritando en un huracán. Los acontecimientos de meses recientes hicieron añicos cualquier esperanza remanente de libertarios con mentalidad política. Para lo que somos libertarios en 2009, nuestra educación culmina con el conocimiento de que la más amplia educación del cuerpo político se ha convertido en una pérdida de tiempo.
De hecho, aún más pesimistamente, la tendencia ha ido en el sentido incorrecto durante mucho tiempo. Volviendo a las finanzas, la última depresión económica en Estados Unidos que no generó una intervención pública masiva fue el colapso de 1920-21- Fue agudo pero corto y conllevó el tipo de “destrucción creativa” schumpeteriana que podía llevar a un auge real. La década que siguió (los felices 20) fue tan fuerte que los historiadores han olvidado la depresión que la inició. La década de 1920 fue la última en la historia estadounidense durante la cual se podía ser verdaderamente optimista en política. Desde 1920, el enorme aumento en los beneficiarios sociales y la extensión del voto a las mujeres (dos grupos de votantes que son notablemente duros con los libertarios) han convertido a la idea de “democracia capitalista” en un oxímoron.
A la vista de estas realidades, cabría desesperarse si se limitara el horizonte al mundo de la política. Yo no desespero porque ya no creo que la política abarque todos los futuros posibles de nuestro mundo. En nuestros tiempos, la gran tarea del libertarismo es encontrar una vía de escape de la política en todas sus formas: desde las catástrofes totalitarias y fundamentalistas a las irreflexivas demostraciones que guían la llamada “socialdemocracia”.
Así que la cuestión crucial se refiere solo a los medios, a cómo escapar, no por vía política, sino más allá de ella. Como en realidad no quedan lugar libre en nuestro mundo, sospecho que el modo de escapar debe implicar algún tipo de proceso nuevo y no intentado hasta ahora que nos lleve a algún país no descubierto y, por esta razón, he centrado mis esfuerzos en las nuevas tecnologías que puedan crear un nuevo espacio de libertad. Dejadme que hable brevemente de tres de esas nuevas fronteras tecnológicas:
(1) Ciberespacio. Como empresario e inversor, he centrado mis esfuerzos en Internet. A finales de la década de 1990, la visión creadora de PayPal se centró en la creación de una nueva divisa mundial, libre de todo control público y dilución, el fin de la soberanía monetaria, por decirlo así. En la década del 2000, empresas como Facebook crearon el espacio para nuevas formas de disensión y nuevas formas de crear comunidades no ligadas a estados-nación históricos. Empezando un nuevo negocio de Internet, un empresario puede crear un mundo nuevo. La esperanza de Internet es que estos nuevos mundos impacten y obliguen al cambio del orden social y político existente. La limitación de Internet está en que estos nuevos mundos son virtuales y cualquier escapada puede ser más imaginaria que real. La cuestión pendiente, que no se responderá en muchos años, se centra sobre cuál de estas posibilidades de Internet resultará verdad.
(2) Espacio exterior. Debido a que los vastos alcances del espacio exterior representan una frontera ilimitada, también representan una posibilidad ilimitada de escapar de la política mundial. Pero la frontera final sigue teniendo una barrera de entrada: Las tecnologías de cohetes han visto solo modestos avances desde la década de 1960, así que el espacio exterior sigue estando todavía casi imposiblemente lejos. Debemos redoblar los esfuerzos por colonizar el espacio, pero también debemos ser realistas acerca de los horizontes temporales que supone. El futuro libertario de la ciencia ficción clásica, al estilo de Heinlein, no llegará antes de la segunda mitad del siglo XXI.
(3) Ocupación del mar. Entre el ciberespacio y el espacio exterior se encuentra la posibilidad de colonizar los océanos. Para mí, las preguntas sobre si la gente viviría allí (respuesta: lo harían los suficientes) son secundarias con respecto a las preguntas acerca de si es inminente la tecnología de ocupación del mar. Desde mi punto de vista, la tecnología implicada es más provisional que Internet, pero mucho más realista que el viaje espacial. Podemos haber llegado a la etapa en la que sea económicamente viable o en la que pronto lo sea. Es un riesgo realista y por esta razón apoyo con entusiasmo esta iniciativa.
El futuro de la tecnología no está predeterminado y debemos resistir la tentación del utopismo tecnológico, la idea de que la tecnología tienen un impulso o voluntad propia y de que garantizará un futuro más libre y por tanto podemos ignorar el terrible arco de la política en nuestro mundo.
Una metáfora mejor es que estamos en una carrera mortal entre política y tecnología. El futuro será mucho mejor o mucho peor, pero la cuestión del futuro sigue estando muy abierta. No sabemos exactamente lo apretada que está esta carrera, pero sospecho que puede estarlo mucho, hasta el final. Al contrario que en el mundo de la política, en el mundo de la tecnología las decisiones de las personas pueden seguir siendo lo esencial. El destino de nuestro mundo puede depender de los esfuerzos de una sola persona que construya o divulgue la maquinaria de la libertad que haga al mundo seguro para el capitalismo.
Por esta razón, todos debemos desear a Patri Friedman lo mejor en su extraordinario experimento.

La educación de un libertario

6876
Sigo comprometido con la fe de mis años de adolescente: con la verdadera libertad humana como condición previa para el mayor bien. Estoy en contra de los impuestos confiscatorios, los colectivos totalitarios y la ideología de la inevitabilidad de la muerte para todas las personas. Por todas estas razones, me sigo calificando como “libertario”.
Pero debo confesar que, a lo largo de las dos últimas décadas, he cambiado radicalmente sobre cómo alcanzar estos objetivos. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles. Analizando la evolución de mi pensamiento, espero mostrar algunos de los retos que afrontan hoy todos los liberales clásicos.


Friday, July 22, 2016

Los límites del hartazgo

Jorge Fernández Menéndez
¿Alguien ha calculado los millones de personas afectadas por estas acciones?
El Nuevo Modelo Educativo tiene prácticamente todo lo que se necesita para darle forma y objetivos a la Reforma Educativa. Si se logra implementar tendremos, finalmente, un modelo pedagógico moderno sobre el cual sustentar la educación de nuestros niños y jóvenes. Ayer, con toda razón, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño le pidió a la Coordinadora que no deseche el modelo educativo antes siquiera de conocerlo. El llamamiento ha caído en el vacío: la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y sus aliados, los que en realidad hace ya meses que se adueñaron del movimiento, desconocieron un modelo que no conocen.



Pero el problema no es ése: en realidad la Coordinadora, a la que se le dedica tanto tiempo y espacio no representa más que al 9% de los maestros. Lo que sucede es que su capacidad desestabilizadora ha resultado tan amplia como el espacio que se le ha dado para que lo ejerza. Y esa impunidad comienza a generar reacciones que terminarán siendo indeseables.
Lo ocurrido el miércoles en Chiapas, cuando un grupo de indígenas de San Juan Chamula se hartó de que durante dos meses estuviera bloqueada la carretera entre San Cristóbal y Tuxtla y desalojó con violencia al grupito que mantenía ese bloqueo, fue presentado por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación como una “agresión contra los maestros y padres de familia”. En realidad la agresión original es ese bloqueo de dos meses lo que implica que se derrumbe el turismo, que no lleguen a tiempo los alimentos que consume la población, que se estanque aún más una economía que apenas sobrepasa la supervivencia. La gente en Chiapas, en Oaxaca, en Michoacán y en Guerrero está harta de los bloqueos y de pagar los costos sociales, económicos, educativos que ellos producen. Y los de San Juan Chamula actuaron como actúan las comunidades indígenas cuando se hartan de los atropellos. Nadie se
debería asombrar por lo sucedido, en realidad deberíamos preguntarnos por qué no ocurre con mucha mayor frecuencia.
Los datos son contundentes y apabullantes: hay buques de carga varados en Lázaro Cárdenas y en Salina Cruz porque no llegan las mercancías que deben transportar o no pueden entregar las que importaron; en Michoacán hay 135 trenes paralizados porque ahora lo que está de moda es bloquear las vías del ferrocarril; hay 40 mil toneladas de granos que no se han podido entregar; los costos para el transporte terrestre son inconmensurables: se calcula que sólo en Michoacán unos 35 mil tráileres se han quedado varados; hasta la semana pasada en ese estado estaban secuestrados 142 autobuses de pasajeros y cuando sus propietarios pidieron a los secuestradores que no los quemaran porque eso no lo cubre el seguro, la respuesta fue precisamente quemarlos; se han robado miles de camiones y tráileres y se ha saqueado (y en muchas ocasiones revendido) las mercancías que transportaban. En el centro de Oaxaca 25 hoteles están a punto de quebrar. Están en una situación similar los de Puerto Escondido, Zipolite, Mazunte, Huatulco. Hace ya algunas semanas supimos que dos niños habían muerto en Chiapas porque los bloqueadores no dejaron pasar las ambulancias que los transportaban, hemos sabido de un médico que tenía que atender una urgencia y reclamó pasar y terminó golpeado y con su auto destrozado. Y la lista podría seguir indefinidamente porque los agravios lo son.
¿Alguien ha calculado los millones de personas afectadas por estas acciones? ¿Los costos económicos, sociales que la gente está asumiendo a fuerza por estos hechos?, ¿alguien comprende el costo social, la lectura que se genera, lo que implica que todo esto ocurra en un marco de absoluta impunidad?
¿Quién se tendría que asombrar si viendo la pasividad oficial un grupo o muchos deciden tratar de hacer justicia por su propia mano y desalojar a los que bloquean decenas de carreteras y caminos? Por supuesto que esa no es la solución, es el estado el que debe actuar, pero si no hay soluciones de otro tipo eso es lo que más tarde o más temprano ocurrirá. Y las buenas conciencias que se indignan porque se levantó a la fuerza el bloqueo de San Juan Chamula deben recordar que jamás dijeron una palabra en contra de los delitos, agresiones y agravios que han cometido la Coordinadora y sus aliados con toda impunidad. Y a toda acción sobreviene una reacción.
Insisto: lo extraño no es que un grupo de indígenas haya decidido recuperar por su propia mano una carretera con tanto lujo de violencia como los que la bloquearon, lo extraño es que eso no ocurra en muchas más ocasiones.
Hablando de estos temas: ¿qué espera el gremio periodístico en hacer patente su solidaridad con Héctor de Mauleón que continúa recibiendo las amenazas de esa banda que se hace llamar Asamblea de Barrios, con sus extrañas ramificaciones delincuenciales? Y estamos hablando de un escritor y periodista notable. Quizás el silencio se debe a
que para algunos la indignación es selectiva.

Los límites del hartazgo

Jorge Fernández Menéndez
¿Alguien ha calculado los millones de personas afectadas por estas acciones?
El Nuevo Modelo Educativo tiene prácticamente todo lo que se necesita para darle forma y objetivos a la Reforma Educativa. Si se logra implementar tendremos, finalmente, un modelo pedagógico moderno sobre el cual sustentar la educación de nuestros niños y jóvenes. Ayer, con toda razón, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño le pidió a la Coordinadora que no deseche el modelo educativo antes siquiera de conocerlo. El llamamiento ha caído en el vacío: la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y sus aliados, los que en realidad hace ya meses que se adueñaron del movimiento, desconocieron un modelo que no conocen.


Tuesday, July 19, 2016

Separación de Estado y Educación

estado-educacion 
El objetivo de la educación es enseñarle a los jóvenes a usar sus mentes: a usar su capacidad de pensar y razonar. Una educación adecuada les da a los estudiantes el conocimiento de los hechos, y más importante, les enseña cómo adquirir conocimiento de nuevos hechos para vivir y conseguir sus valores.
La educación pública, por definición, ni cumple ni puede cumplir los objetivos de una educación adecuada, porque las escuelas públicas no sólo proveen los edificios donde se imparte la educación, sino que además determinan el contenido de lo que se enseña en ellos.
En las escuelas subsidiadas por el gobierno, los estudiantes no aprenden necesariamente “los hechos” ni cómo adquirir nuevo conocimiento. Ellos aprenden los hechos que el Estado decide que deberían aprender y por el método sancionado por el estado, con todos los prejuicios ideológicos que los gobernantes del momento quieran imbuir en esas mentes indefensas, sean teorías místicas, religiones variadas, o ideas políticas tendenciosas escondidas bajo rubros como “Educación para la Ciudadanía”.


Cualquier influencia del Estado sobre la educación corrompe su objetivo, y por lo tanto la capacidad de las personas de pensar y razonar. Lo único que le permite a los padres equipar a sus hijos para funcionar en el mundo – y lo único que no viola los derechos de los padres ni de los hijos – es una separación total entre Estado y Educación.
Preguntas y Respuestas con Ayn Rand
¿Cuál es el objetivo de la educación?
El único objetivo de la educación es enseñarle al estudiante cómo vivir su vida, desarrollando su mente y dándole los medios para que sepa hacerle frente a la realidad. La formación que necesita es teórica, es decir, conceptual. Hay que enseñarle a pensar, a entender, a integrar, a validar. Hay que enseñarle el conocimiento esencial descubierto en el pasado, y prepararle para que pueda adquirir nuevos conocimientos por su propio esfuerzo.
¿Existe el derecho a la educación?
Puestos de trabajo, alimentos, ropa, diversión (!), viviendas, atención médica, educación, etc., no crecen en la naturaleza. Estos son valores creados por el hombre – bienes y servicios producidos por los hombres. ¿Quién ha de proporcionarlos?
Si algunos hombres pueden exigir por derecho los productos de la labor de otros, esto significa que esos otros están siendo privados de sus derechos y condenados a trabajos forzados.
Cualquier supuesto “derecho” de un hombre que requiera la violación de los derechos de otro no es y no puede ser un derecho.
Ningún hombre puede tener derecho a imponer sobre otro hombre una obligación que éste no escogió, un deber no recompensado o una servidumbre involuntaria. No puede existir tal cosa como “el derecho a esclavizar”.
Un derecho no incluye el que ese derecho tenga que ser físicamente proporcionado por otros hombres; incluye sólo la libertad para ganar algo por el propio esfuerzo de cada uno.
Observad, en este contexto, la precisión intelectual de los Padres Fundadores [de los Estados Unidos]: ellos hablaron del derecho a la búsqueda de la felicidad – no del derecho a la felicidad. Eso significa que un hombre tiene el derecho a tomar las medidas que considere necesarias para lograr su felicidad; no quiere decir que otros tengan la obligación de hacerle feliz.
El derecho a la vida significa que un hombre tiene derecho a mantener su vida a través de su propio trabajo (en cualquier nivel económico, tan alto como su capacidad le lleve); no quiere decir que otros deban proporcionarle lo que necesita para vivir.
El Derecho a la Propiedad significa que un hombre tiene derecho a tomar las medidas económicas necesarias para obtener propiedad, usarla y disponer de ella; no quiere decir que otros deban proporcionarle esa propiedad.
El Derecho a la Libertad de Expresión significa que un hombre tiene derecho a expresar sus ideas sin riesgo de represión, interferencia o acción punitiva por parte del gobierno. No significa que otros deban proporcionarle una sala de conferencias, una estación de radio o una editorial de prensa a través de las cuales pueda expresar sus ideas.
Toda iniciativa que involucre a más de un hombre requiere el consentimiento voluntario de cada uno de los participantes. Cada uno de ellos tiene derecho a tomar sus propias decisiones, pero ninguno de ellos tiene derecho a forzar su decisión sobre los otros.
No hay tal cosa como “el derecho a un trabajo” – sólo existe el derecho al libre comercio, es decir: el derecho de un hombre a aceptar un empleo si otro hombre decide contratarlo. No hay “derecho a una vivienda,” sólo el derecho de libre comercio: el derecho a construir una casa o a comprarla. No hay “derechos a un salario ´justo´ o a un precio ´justo´” si nadie opta por pagarlo, por contratar a un hombre o comprar su producto. No hay “derechos de los consumidores” a leche, zapatos, películas o champán si no hay productores que deciden fabricar tales artículos (sólo existe el derecho a fabricar esos productos uno mismo). No hay “derechos” de grupos especiales, no hay “derechos de agricultores, de trabajadores, de empresarios, de trabajadores, de hombres de negocios, de los viejos, de los jóvenes, de los que aún no han nacido”. Sólo hay Derechos del Hombre – los derechos que posee cada hombre individualmente y todos los hombres como individuos.
Las becas. . . se ofrecen para fomentar la habilidad, para recompensar la inteligencia, para alentar la búsqueda del conocimiento, para conseguir más logros – no para fomentar la incompetencia.
Si los padres de un niño brillante no pueden mandarlo a la universidad (o si el niño no tiene padres), eso no es un fallo moral por parte de los padres ni por parte del niño. No es culpa de la “sociedad”, por supuesto, y el niño no puede exigir el derecho a ser educado a costa de otra persona; él tiene que estar dispuesto trabajar y estudiar al mismo tiempo, si es necesario. Pero esta es un área adecuada para la asistencia voluntaria. Si alguna persona u organización privada se ofrece a ayudarle, en reconocimiento de su capacidad, y así evitarle años de lucha – él tiene el derecho moral de aceptar.
El valor de las becas es que le ofrecen a un joven ambicioso un regalo de tiempo cuando más lo necesita: al principio.
¿Debería el gobierno darles becas escolares y ayudas a estudiantes y a investigadores?
El mal fundamental de las subvenciones del gobierno es el hecho de que los hombres se ven forzados a pagar por el subsidio de ideas diametralmente opuestas a las suyas propias. Esa es una seria violación de la integridad y la consciencia de un individuo. Es brutalmente malvado quitarles el dinero a hombres racionales para apoyar a B.F. Skinner – o viceversa. La Constitución prohíbe que el gobierno establezca formalmente la religión, considerando correctamente que es una violación de los derechos individuales. Dado que las creencias de un hombre están protegidas de la intrusión por la fuerza, el mismo principio debería proteger sus convicciones razonadas y prohibir los establecimientos gubernamentales en el campo del pensamiento.
Los que se aprovechan de las subvenciones del gobierno están generalmente entre los manifestantes que más virulentamente protestan contra “la tiranía del dinero”: la ciencia y la cultura, ellos lloriquean, deben ser liberadas del poder arbitrario y privado de los ricos. Pero hay una diferencia: los ricos no pueden comprar toda una nación, ni forzar a un solo individuo. Si un hombre rico decide apoyar actividades culturales, puede hacerlo sólo en una escala muy limitada, y sufre las consecuencias de sus acciones. Si no hace uso de su juicio, sino que simplemente le da rienda suelta a sus caprichos irracionales, consigue lo contrario de sus intenciones: sus proyectos y sus protegidos son ignorados o despreciados en sus profesiones, y ninguna cantidad de dinero podrá comprarle influencia sobre la cultura. Al igual que publicar por vanidad, su empresa seguirá siendo un derroche privado sin mayor significado. La cultura está protegido de él por tres elementos invencibles: elección, variedad y competencia. Si él pierde su dinero en emprendimientos irresponsables, no perjudica a nadie más que a sí mismo. Y, por encima de todo: el dinero que gasta es su propio dinero; no es arrancado por la fuerza de víctimas indefensas.
¿Por qué es la distribución de las subvenciones del gobierno inherentemente injusta?
Esta situación de hecho le prohíbe a un funcionario honesto el que pueda utilizar su propio juicio. Supuestamente él debe ser “imparcial” y “justo” – mientras considera a quién darles subvenciones en las ciencias sociales. Un funcionario que no tenga conocimientos y algunas convicciones en ese campo en particular, no tiene ningún derecho moral a ser un funcionario público. Sin embargo, la clase de “justicia” que se le exige significa que él debe anular, ignorar o evadir sus propias convicciones (pues ellas podrían ser impugnadas como “prejuicios” o “censura”) y proceder a repartir grandes sumas de dinero público, con consecuencias incalculables para el futuro del país – sin juzgar la naturaleza de las ideas de los beneficiarios, es decir, sin usar en absoluto su propio juicio.
Los que adjudican subsidios pueden esconderse detrás de la noción de que, al haber sido escogidos como “líderes”, están actuando “democráticamente” y recompensando a los hombres elegidos por el público. Pero no hay “democracia” en este campo. La ciencia y la mente no funcionan por votación o por consenso. Lo más conocido no es necesariamente lo mejor (ni tampoco es lo menos conocido, dicho sea de paso). Dado que no se pueden aplicar criterios racionales, el método de los que adjudican conduce a guiarse por las personalidades, no por las ideas; por enchufe, no por mérito; por “prestigio “, no por la verdad. El resultado es: el regirse por los agentes de prensa.
¿Cómo podrían saber los burócratas del gobierno – o del Congreso – a qué científicos apoyar? El método más seguro es escoger a hombres que ya han conseguido algún tipo de reputación. Si su reputación es merecida o no, si sus resultados son válidos o no, si ascendieron por mérito, enchufe, publicidad o por accidente, son preguntas que los adjudicadores no consideran ni pueden considerar. Cuando el juicio personal es inoperante (o prohibido), la primera preocupación de los hombres no es cómo elegir, sino cómo justificar su elección. Esto necesariamente les influencia a miembros de comités, a burócratas y a políticos a gravitar hacia “nombres de prestigio”. El resultado es ayudarles a establecerse a los que ya están establecidos, es decir, a afianzar el régimen existente.
La peor parte de ello es el hecho de que este método de selección no se limita a los cobardes o a los corruptos, sino que también el funcionario honesto está obligado a utilizarlo. El método se le impone por las circunstancias de la situación. Para emitir un juicio informado e independiente sobre el valor de cada solicitante o cada proyecto en cada campo de la ciencia, un funcionario tendría que ser un erudito universal. Si él consulta a “expertos” en ese campo, el dilema sigue siendo: o bien él tiene que ser un erudito que sabe a qué expertos consultar – o tiene que rendir su juicio a hombres educados por los mismos profesores que él debe supuestamente juzgar. El concederles subvenciones a “líderes” famosos, por lo tanto, se le aparece como la única política justa – basada en la premisa de que “si alguien les hizo famoso, alguien debe saber por qué, incluso si yo no lo sé”.
(Si los funcionarios intentaran saltarse a los “líderes” y darles subvenciones a principiantes prometedores, la injusticia y la irracionalidad de la situación sería mucho peor, y la mayoría de ellos tienen el sentido común de no intentarlo. Si es necesario un conocimiento universal para juzgar el valor de lo que ya existe en cada uno de los campos, nada menos que omnisciencia sería necesaria para juzgar el valor de algo potencial – como varios concursos privados para descubrir nuevos talentos, incluso en campos limitados, han demostrado claramente.)
¿De qué forma las subvenciones del gobierno inhiben la libertad intelectual e influencian las ideas que se enseñan en las universidades?
Todo el mundo sabe que la mayoría de las universidades dependen ahora de los proyectos de investigación del gobierno como una de sus principales fuentes de ingresos. Los subsidios que el gobierno les concede a cada uno de esos investigadores “Senior” convierte a cada uno que los recibe extraoficialmente en un poder oficial. Es su influencia – sus ideas, sus teorías, sus preferencias en la contratación de profesores – la que llegará a dominar la escuela, de manera silenciosa e inadmitida. ¿Qué endeudado administrador de universidad se atrevería a contrariar a quien le aporta tal prosperidad?
¿Es moralmente correcto el aceptar becas, privadas o públicas?
Me apresuro a responder: “Sí” – para luego proceder a explicar y cualificar. Hay muchas confusiones sobre estos temas, creadas por la influencia y las implicaciones de la moralidad altruista.
No hay nada malo en aceptar becas privadas. El hecho de que un hombre no tenga ningún derecho sobre los demás (es decir, que no es el deber moral de ellos el ayudarle, y que él no puede exigir su ayuda como derecho), no es opuesto a, ni prohibe, la buena voluntad entre los hombres, y no hace que sea inmoral ofrecer o aceptar asistencia voluntaria y que no implique un sacrificio.
Un principio diferente y consideraciones diferentes están involucradas en el caso de las becas públicas (es decir, del gobierno). El derecho a aceptarlas se basa en el derecho de las víctimas a la propiedad (o parte de la propiedad) que les fue quitada por la fuerza.
El beneficiario de una beca pública está moralmente justificado sólo en la medida en que él la considera como la restitución y se opone a cualquier forma del estatismo del subsidio. Los que abogan por becas públicas no tienen derecho a ellas; los que se oponen a ellas, sí lo tienen. Si esto parece una paradoja, el problema radica en las contradicciones morales del estatismo del subsidio, no en sus víctimas.
Puesto que no existe el derecho de algunos hombres a quitarles por voto los derechos a los demás – ni el derecho del gobierno para apoderarse de la propiedad de algunos hombres para el beneficio inmerecido de otros – los defensores y partidarios del estado del subsidio son moralmente culpables de robarles a sus oponentes, y el hecho de que el robo esté legalizado hace que ello sea moralmente peor, no mejor. Las víctimas no tienen por qué añadir un martirio auto-impuesto al daño que otros ya les han hecho; no tienen por qué dejar que los saqueadores se beneficien por partida doble, dejándoles que les distribuyan el dinero exclusivamente a los parásitos que clamaban por él. En cada oportunidad que las leyes del estado del subsidio permitan alguna pequeña restitución, las víctimas deben tomarla. . . .
Los mismos principios morales y consideraciones se aplican a la cuestión de las becas de investigación del gobierno.
El crecimiento del Estado del Subsidio (mal llamado Estado del “bienestar”) está llegando a una etapa en la que prácticamente los únicos fondos disponibles para la investigación científica son dinero del gobierno. (Los desastrosos efectos de esta situación y la vergonzosa situación de la ciencia patrocinada por el gobierno ya son evidentes, pero ese es un tema diferente. Lo que nos importa aquí es sólo el dilema moral de los científicos.)  Los impuestos están destruyendo los recursos privados, mientras que el dinero del gobierno está inundando y adjudicándose el campo de la investigación.
En estas condiciones, un científico está moralmente justificado a aceptar subvenciones del gobierno – siempre que se oponga a todas las formas de estatismo de subsidios. Como en el caso de los estudiantes que reciben becas, un científico no tiene por qué agregar más auto-martirio a las injusticias que ya sufre.
¿Es la educación pública un éxito?
De todas las iniciativas del gobierno, ninguna de ellas ha fracasado tan estrepitosamente como la educación pública. El alcance, la profundidad, y la evidencia de este fracaso pueden observarse a todo nuestro alrededor. Para nombrar tres de sus síntomas obvios: la adicción a la droga entre los jóvenes (que es un intento de escapar del insoportable estado de una mente incapaz de hacerle frente a la existencia) – el analfabetismo funcional (la incapacidad de un estudiante normal o un universitario medio de hablar o escribir de forma coherente) – y la violencia estudiantil (lo que significa que los estudiantes no han aprendido lo que los salvajes saben en cierta mínima medida: la imposibilidad y la inmoralidad de recurrir a la fuerza física).

Separación de Estado y Educación

estado-educacion 
El objetivo de la educación es enseñarle a los jóvenes a usar sus mentes: a usar su capacidad de pensar y razonar. Una educación adecuada les da a los estudiantes el conocimiento de los hechos, y más importante, les enseña cómo adquirir conocimiento de nuevos hechos para vivir y conseguir sus valores.
La educación pública, por definición, ni cumple ni puede cumplir los objetivos de una educación adecuada, porque las escuelas públicas no sólo proveen los edificios donde se imparte la educación, sino que además determinan el contenido de lo que se enseña en ellos.
En las escuelas subsidiadas por el gobierno, los estudiantes no aprenden necesariamente “los hechos” ni cómo adquirir nuevo conocimiento. Ellos aprenden los hechos que el Estado decide que deberían aprender y por el método sancionado por el estado, con todos los prejuicios ideológicos que los gobernantes del momento quieran imbuir en esas mentes indefensas, sean teorías místicas, religiones variadas, o ideas políticas tendenciosas escondidas bajo rubros como “Educación para la Ciudadanía”.

Thursday, July 14, 2016

Adam Smith y su política pública para la educación

Paul Mueller reseña lo que Adam Smith tenía que decir acerca de la educación básica y como esta debía ser financiada.

Paul Mueller es un profesor asistente de economía en King's College. Completó su maestría y Ph.D. en George Mason University. También tiene un título de economía y filosofía política de Hillsdale College. Ha publicado varios artículos en publicaciones académicas incluyendo al Adam Smith Review y el Review of Austrian Economics.
Adam Smith pensaba que todos deberían recibir una educación y que el financiamiento debería ser organizado para concordar con la justicia e incentivar un producto de alta calidad.
Adam Smith era un filósofo político y moral que tenía una visión de la política pública. Muchas de las opiniones de Smith todavía son relevantes hoy. Smith tenía mucho qué decir acerca de la educación. Exploraré su punto de vista sobre la educación primaria general aquí, incluyendo cómo esta debería ser financiada y a quién debería requerírsele recibirla.



La educación era importante para Smith. Se pasó toda su vida enseñando, ya sea como profesor de filosofía moral, como tutor privado, o como un influyente intelectual público. Escocia, que hace menos de 50 años era una de los países más pobres de Europa, tuvo una de las tasas más altas de alfabetización en Europa en la época de Smith. La transformación dramática del sistema educativo de Escocia se dio gracias a la influencia de John Knox y de la formación de la Iglesia Presbiteriana de Escocia.
Knox lideró la Reformación Escocesa y fundó la Iglesia de Escocia. Pasó tiempo con John Calvin en Ginebra y se convirtió en un predicador radical de la teología reformada ante la aristocracia escocesa, incluyendo a su monarca católica, la Reina María. Hubo muchos conflictos marcados entre los católicos y los nuevos reformadores —finalmente terminando con el surgimiento meteórico de la Iglesia Presbiteriana como la Iglesia oficial de Escocia (‘the Kirk’, en inglés). La teología presbiteriana enfatizaba la importancia de que cada cristiano lea y estudie la Biblia por cuenta propia. Pero para hacer eso, los escoceses tenían que aprender a leer.
La Iglesia Escocesa trabajó sin descanso con ese fin en mente —estableciendo pequeñas escuelas parroquiales en cada pueblo y aldea en las tierras bajas de Escocia. Estas escuelas eran algo modesto, usualmente con un solo maestro y respaldadas casi totalmente con pagos por parte de cada estudiante. De vez en cuando, la aldea proveía un pequeño edificio para la escuela. Smith indica que a pesar de sus medios modestos, las escuelas parroquiales de Escocia lograron llevar la tasa de alfabetización del pueblo escocés desde una de las más bajas en Europa hasta llegar a ser una de las más altas en menos de cincuenta años: “En Escocia el establecimiento de dichas escuelas parroquiales le ha enseñado a casi toda la gente ordinaria a leer, y a una gran proporción de ellos a escribir y a contar”.
Considerando ese contexto, ¿qué pensaba Smith acerca de la educación primaria? Su principal preocupación era acerca de cómo financiarla: “Las instituciones para la educación de los jóvenes pueden, de la misma forma, proporcionar un ingreso suficiente para sufragar sus gastos. Las tasas u honorarios que el estudiante paga al maestro constituyen un ingreso de este tipo”. En los 1700s los estudiantes no le pagaban a la “escuela” por su educación. En cambio, le pagaban directamente a su profesor —muy similar a lo que las personas hacen hoy con los tutores privados o lecciones particulares de música. Smith aplaude este tipo de arreglo como algo tanto justo como útil.
Incluso reconociendo que las personas más pobres “tienen poco tiempo libre para la educación”, él todavía consideró que la educación básica era importante para ellos:
“Pero aunque el pueblo llano en una sociedad civilizada no pueda tener tanta educación como la gente de rango y fortuna, las partes más fundamentales de la educación —leer, escribir y contar— pueden ser adquiridas en una etapa tan temprana de la vida que la mayoría de quienes se dedican a las ocupaciones más modestas tienen tiempo de aprenderlas antes de poder ser empleados en esas ocupaciones. Con un gasto muy pequeño el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer sobre la gran masa del pueblo la necesidad de adquirir esos elementos esenciales de la educación”.
Aunque el trabajo académico puede que no sea útil para muchas personas, todos se pueden beneficiar de una educación básica para leer, escribir y contar. De manera que, ¿cómo pensaba Smith que el nivel básico de educación debería ser financiado?
“El estado puede facilitar esa adquisición estableciendo en todas las parroquias o distritos una pequeña escuela donde los niños puedan estudiar pagando una tasa tan moderada que incluso un trabajador común sea capaz de pagarla; el maestro sería pagado por el estado en parte pero no totalmente, porque si fuera totalmente, o incluso principalmente pagado por el estado, pronto se acostumbraría a desatender su trabajo”.
Incluso los trabajadores modestos, que generalmente eran pobres durante su época, deberían poder contribuir con una tasa a la educación de sus hijos.
Pero él reconoce que las tasas de los estudiantes puede que no sean una compensación suficiente para el maestro. En ese caso, argumenta Smith, la brecha sería mejor cubierta por “algún ingreso local o provincial, proveniente de la renta de algún estrato propietario, o del interés derivado de alguna suma de dinero apartada y puesta bajo la administración de fideicomisarios para este propósito particular, algunas veces por el mismo soberano, y algunas veces por algún donante privado”. Él resalta muchas fuentes potenciales de financiamiento pero excluye explícitamente el financiamiento proveniente de “el ingreso [de la tributación] general de la sociedad”. Respecto de las obras públicas, Smith esgrimió varios argumentos acerca de por qué los fondos generales no deberían ser utilizados para financiar proyectos locales. Habrá menos rendición de cuentas y habrá distorsiones mediante las cuales algunas partes se beneficiarán considerablemente mientras que otras no —aún cuando todos tienen que contribuir. Requerir que paguen tasas o impuestos a quienes usan el bien provisto por el Estado, sin embargo, aporta una mejor apreciación de si el proyecto realmente vale la pena. El financiamiento de los maestros escolares no era la excepción.
Smith señala que históricamente la educación no había sido financiada mediante el ingreso fiscal. En la Grecia y Roma antiguas los filósofos y oradores aceptaban estudiantes por voluntad propia. Estos maestros tenían que atraer a estudiantes sin ayuda alguna por parte del Estado más allá de asignarles:
“un lugar especial para sus actividades....No había nada parecido a los privilegios de la graduación, y no era necesario asistir a ninguna de esas escuelas para poder practicar un oficio o una profesión. Si la opinión establecida sobre su utilidad no podía atraer alumnos hacia ellas, la ley no obligaba a nadie a que fuese ni retribuía a nadie por el hecho de ir”.
La gente elegiría su educación libremente si creían que los beneficiaría. Pero la educación no era una barrera para cualquier ocupación. Tampoco era promovida por el gobierno. Era un asunto totalmente privado.
Aunque Smith habla muy bien acerca de esta educación privada y voluntaria, él consideraba que a todos se les debería requerir tener una educación básica: “El estado puede obligar a casi todo el pueblo a conocer esos elementos fundamentales de la educación estableciendo un examen obligatorio sobre ellos” antes de que puedan iniciarse en cualquier ocupación. Smith también hizo una aseveración similar de que a la gente de “rango y fortuna medios” o más altos debería requerírseles estudiar ciencia y filosofía. Esto se haría cumplir mediante la evaluación antes de que cualquiera pudiese ingresar en una “profesión liberal” u “oficio honorable”. Pero también dijo claramente que el estado “no debería preocuparse en lo absoluto de suministrarles los profesores adecuados. Pronto hallarían mejores profesores para sí mismos que cualquiera que podría proporcionarles el estado”.
Smith también parece sugerir que es justo financiar la educación a través de la recaudación general:
“El gasto de las instituciones para la educación y la instrucción religiosa, es de igual forma, beneficioso para toda la sociedad y puede, por lo tanto, sin injusticia, ser sufragado por la contribución general de toda la sociedad. Este gasto, sin embargo, puede que tal vez con igual propiedad, e incluso con cierta ventaja, sea sufragado totalmente por quienes reciben el beneficio inmediato de dicha educación e instrucción, o por la contribución voluntaria de quiénes consideran que tienen el tiempo para la una o para la otra”.
Dado que la educación beneficia a toda la sociedad, no es injusto pagarla con la recaudación general. Entre esa afirmación acerca del financiamiento y el requisito de que las personas obtengan cierto nivel de educación, algunos podrían estar pensando “¡Llamen al departamento de educación!” Pero esa conclusión pasa por alto el punto de que el estado no debería proveer profesores. También pasa por alto las salvedades importantes que Smith hace acerca del financiamiento. Es igual de apropiado, según Smith, que estos gastos educativos sean sufragados por aquellos que se benefician directamente (es decir, los estudiantes y sus familias) o por filántropos que quieren ayudar a educar a los estudiantes. Smith incluso dice que podría haber “cierta ventaja” en tal arreglo.
Smith argumentó repetidas veces que muchos proyectos que benefician “a toda la sociedad” no necesariamente deben ser financiados por la recaudación general. Los proyectos de infraestructura son “más inmediata y directamente beneficiosos para aquellos que viajan o transportan productos de un lugar a otro, y para aquellos que consumen dichos productos”. Pero al financiarlos mediante peajes e impuestos, aquellos que se benefician “por lo tanto alivian la recaudación general de la sociedad de una carga muy considerable”. Smith quería aliviar la carga tributaria general, no aumentarla. Smith pensaba que el financiamiento local y las tasas de quienes se benefician más directamente sufragarían la “carga considerable” del gasto público en las vías. ¿No aliviaría así también los miles de millones de dólares que gasta el gobierno federal hoy en educación?

Adam Smith y su política pública para la educación

Paul Mueller reseña lo que Adam Smith tenía que decir acerca de la educación básica y como esta debía ser financiada.

Paul Mueller es un profesor asistente de economía en King's College. Completó su maestría y Ph.D. en George Mason University. También tiene un título de economía y filosofía política de Hillsdale College. Ha publicado varios artículos en publicaciones académicas incluyendo al Adam Smith Review y el Review of Austrian Economics.
Adam Smith pensaba que todos deberían recibir una educación y que el financiamiento debería ser organizado para concordar con la justicia e incentivar un producto de alta calidad.
Adam Smith era un filósofo político y moral que tenía una visión de la política pública. Muchas de las opiniones de Smith todavía son relevantes hoy. Smith tenía mucho qué decir acerca de la educación. Exploraré su punto de vista sobre la educación primaria general aquí, incluyendo cómo esta debería ser financiada y a quién debería requerírsele recibirla.


Tuesday, July 12, 2016

Educación: La promesa de los cupones

Milton Friedman, cuando el huracán Katrina dejó a muchas escuelas públicas de Nueva Orleans en las ruinas, propuso que el estado de Luisiana le de un cupón para gastos de educación a los padres para que estos escojan dónde estudiarían sus hijos.
Milton Friedman (1912-2006) fue Premio Nobel de economía y académico de Hoover Institution.
La mayoría de las escuelas de Nueva Orleans está en ruinas, lo mismo que las viviendas de los niños inscritos en ellas. Esos niños están hoy  dispersados por todo el país. Es una tragedia y también una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo.
Las escuelas destruidas no prestaban un buen servicio. Como escribe Chris Kinnan: “el sistema de escuelas públicas de Nueva Orleans ha estado fallando durante años. Según las normas estatales de calidad educativa, 73 de sus más de 120 escuelas se consideran por debajo de un nivel aceptable”. (“Cupones para Nueva Orleáns”, National Review Online).



Las escuelas de Nueva Orleans fracasan por las mismas razones que fracasan en otras ciudades grandes; porque las escuelas pertenecen y son operadas por el gobierno. El gobierno decide qué se va a producir y quién va a consumir sus productos, generalmente asignando los estudiantes a escuelas según el lugar donde viven. El único remedio para padres descontentos es mudarse a otra parte o renunciar al subsidio gubernamental y pagar doble por la educación de sus hijos: una vez con sus impuestos y por segunda vez al colegio privado. Este tipo de organización enfocada de arriba hacia abajo no funciona mejor en EE.UU. de lo que funcionaba en la Unión Soviética o en Alemania Oriental.
En lugar de reconstruir las escuelas, el estado de Luisiana que ha tomado el control del sistema escolar de la ciudad de Nueva Orleans, debe aprovechar la oportunidad para otorgarle poderes al consumidor, a los estudiantes, entregándole a los padres cupones por un valor equivalente a, digamos, tres cuartas partes de lo que cuesta educar a un estudiante en una escuela pública, lo cual puedan utilizar únicamente como gastos de educación. Los padres así tendrían la libertad de escoger la educación que consideren mejor para sus hijos. Esto introduciría la competencia que hace falta en el sistema actual y el sistema funcionaría de abajo hacia arriba, lo cual ha tenido un éxito comprobado en las demás áreas de nuestra sociedad.
Para hacer efectiva la competencia, Luisiana debe ofrecer un clima favorable a los nuevos colegios, sean estos parroquiales, sin fines de lucro o con fines de lucro. Para ello se debe dejar claro que los cupones no son una medida pasajera de emergencia sino que se trata de una reforma permanente del sistema educativo.
Esto cubriría las necesidades de la actual emergencia y los cupones podrían ser utilizados por los estudiantes que están actualmente diseminados por todo el país para pagar por su educación donde se encuentren. En lo que respecta a Nueva Orleans, ello le permitiría a los colegios privados que sobrevivieron el huracán incrementar el número de estudiantes y admitir a aquellos que regresan a la ciudad. Más importante aún, los cupones fomentarían la creación de nuevos colegios por parte de la empresa privada. ¿Hay, acaso, duda alguna que el mercado privado proveería escuelas para los niños que regresan a Nueva Orleans mucho más rápido que el estado?  
Los cupones serán combatidos por los sindicatos de maestros y por los administradores de escuelas públicas. Ellos controlan actualmente un sistema educativo monopólico y están decididos a no soltar ese control, cueste lo que cueste.
A pesar de la oposición sindical, la reforma lograría los propósitos de Luisiana mucho mejor que el sistema actual. El objetivo estatal es la educación de los niños, no la construcción de edificios ni el manejo de las escuelas. Esos son los medios para alcanzar un fin. El objetivo se alcanzaría mucho mejor con un mercado competitivo en la educación que a través del monopolio estatal. Los padres, con el poder que les dan los cupones, tendrían entonces mucho dónde escoger. Y como sucede en otras áreas, ese libre mercado competitivo conduce a mejoras en la calidad y a reducción en los costos.
Si milagrosamente Luisiana lograra vencer la oposición sindical y promulga la utilización de cupones, no sólo se beneficiaría ese estado sino a toda la nación, al dar un ejemplo a gran escala de lo que el mercado logra cuando se le permite operar libremente.

Educación: La promesa de los cupones

Milton Friedman, cuando el huracán Katrina dejó a muchas escuelas públicas de Nueva Orleans en las ruinas, propuso que el estado de Luisiana le de un cupón para gastos de educación a los padres para que estos escojan dónde estudiarían sus hijos.
Milton Friedman (1912-2006) fue Premio Nobel de economía y académico de Hoover Institution.
La mayoría de las escuelas de Nueva Orleans está en ruinas, lo mismo que las viviendas de los niños inscritos en ellas. Esos niños están hoy  dispersados por todo el país. Es una tragedia y también una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo.
Las escuelas destruidas no prestaban un buen servicio. Como escribe Chris Kinnan: “el sistema de escuelas públicas de Nueva Orleans ha estado fallando durante años. Según las normas estatales de calidad educativa, 73 de sus más de 120 escuelas se consideran por debajo de un nivel aceptable”. (“Cupones para Nueva Orleáns”, National Review Online).


Educación y sindicatos docentes

María José Romano Boscarino explica que los productores y consumidores del sistema educativo argentino termina siendo excluidos al momento de determinar las políticas educativas, las cuales terminan siendo fijadas por una negociación entre los sindicatos docentes y las autoridades del momento.

María José Romano Boscarino es Licenciada en Economía y tiene una maestría en Políticas Públicas. Es columnista de Punto de Equilibrio (Argentina). 
En las ciencias naturales, cuando dos tipos de criaturas vivientes se benefician mutuamente, se habla de una relación simbiótica. El mundo de la política por su parte, tiene su propia versión de esta “dependencia” y se denomina: el triángulo de hierro. Se trata de un modelo de tres aristas de beneficio mutuo que conforman un esquema cerrado de vinculaciones, donde los participantes son: el Congreso, el Poder Ejecutivo y los grupos de interés.
De manera implícita, en este modelo existe la noción de que las preferencias políticas y los intereses de los actores involucrados difieren de los del público general. Normalmente, el triángulo opera de manera independiente, buscando crear su propia base de poder.



Si uno analiza la dinámica y características del ámbito educativo en Argentina, puede notarse que la política que le subyace es factible de ser explicada por medio de esta teoría.
La triangulación nace en torno al conflicto entre “productores” dentro del sistema y “consumidores” fuera de él. Y es así, porque la comunidad queda excluida del juego que se entabla respecto a la formulación de políticas educativas, que terminan siendo establecidas en un espacio “cercado” por la negociación entre los sindicatos docentes y las autoridades de turno.
La particularidad aquí, es que los gremios cuentan con un asiento especial en la mesa de discusión colectiva, no disponible para otros grupos relacionados al gobierno escolar, siendo capaces de delinear fuertemente las decisiones que se toman. Además, su forma de proceder atraviesa lógicas cíclicas, determinadas fundamentalmente por los tiempos del período lectivo (previo al inicio de clases, en general), que les abren ventanas de oportunidad para tomar partido frente al poder político, especialmente al ejercer el derecho a huelga. Esto afecta de lleno a la comunidad, perjudicando a los alumnos y en algunas circunstancias hasta poniendo en jaque la estabilidad política del país.
El poder sobre-representado de las agrupaciones sindicales, sumado a la recurrente inestabilidad económica (que hace prevalecer las urgencias de los tiempos de crisis) y a las deficiencias básicas existentes, lleva a que la educación quede sistemáticamente cautiva en discusiones repetidas.
Hasta ahora sólo se ha logrado avanzar en la expansión del sistema educativo en lo que algunos han llamado “inclusión” y en este caso, la cooperación entre los actores ha sido de más fácil acceso, básicamente porque la política implementada permitió la generación de más puestos de trabajo para los docentes, lo que además se tradujo en una enorme proporción de presupuesto a salarios (han llegado a insumir más del 90% de los fondos educativos, alrededor de un 5% del producto bruto interno).
El problema es que las mejoras cualitativas aún constituyen una enorme deuda pendiente y no alcanza con “democratizar” el acceso a la educación si no se “democratiza” también el éxito educativo, garantizando verdaderas oportunidades. Es por ello que se requiere avanzar en la discusión de propuestas que necesariamente conduzcan a una reforma del sistema. Y esto incluye cambios que afectan de lleno a sus principales recursos, es decir a la labor docente y directiva. A saber: un régimen más estricto de acceso a la carrera docente, una formación más rigurosa y moderna en función a las necesidades del nuevo siglo y de cara al futuro, la selección de los mejores candidatos para desempeñarse en el cargo, un régimen de incentivos (que comprende buenos salarios) ligados a la performance, evaluaciones y supervisiones, un rol más fortalecido y autónomo del director de escuela para tomar decisiones y gestionar con mayor eficiencia, etc. Se trata de medidas tomadas de los mejores sistemas educativos del mundo que en nuestro país llegan a ser temas tabú.
De allí que, avanzar de manera efectiva sobre las rigideces existentes, significaría que los funcionarios públicos están dispuestos a asumir el costo político del enfrentamiento gremial, con apoyo de la ciudadanía; haciendo además una apuesta por sobre el corto horizonte temporal que afrontan, dado el juego electoral al que se encuentra sometida su agenda. Esto último, necesariamente requeriría la búsqueda de consensos para asegurar la continuidad de los proyectos que se encaren, pues estos cambios requieren tiempo para su implementación pero también para la observación de resultados.
Si esto no ocurriera, la tiranía del status quo seguiría prevaleciendo sobre el sistema educativo.
Continuaremos entonces girando en torno a las determinaciones y apremios sindicales y a las miradas restringidas y permisivas de los sectores políticos involucrados. Quedaremos sumergidos aún más en un atraso autoimpuesto, por no priorizar en las discusiones, la calidad y la eficiencia educativa, es decir, el bienestar presente y futuro de toda la comunidad.
Quizás, en los tiempos que corren, sería importante que nuestros nuevos dirigentes reflexionaran sobre la crítica que el prestigioso intelectual Milton Friedman haría al ex presidente de EE.UU., Ronald Reagan (a quién además asesoraba), allá por 1984: debe aprovecharse la llamada “luna de miel” que los votantes conceden a las autoridades recién electas, pues, o el cambio se impulsa durante los primeros meses de gobierno, o el triángulo de hierro será capaz de bloquear toda capacidad de reforma.

Educación y sindicatos docentes

María José Romano Boscarino explica que los productores y consumidores del sistema educativo argentino termina siendo excluidos al momento de determinar las políticas educativas, las cuales terminan siendo fijadas por una negociación entre los sindicatos docentes y las autoridades del momento.

María José Romano Boscarino es Licenciada en Economía y tiene una maestría en Políticas Públicas. Es columnista de Punto de Equilibrio (Argentina). 
En las ciencias naturales, cuando dos tipos de criaturas vivientes se benefician mutuamente, se habla de una relación simbiótica. El mundo de la política por su parte, tiene su propia versión de esta “dependencia” y se denomina: el triángulo de hierro. Se trata de un modelo de tres aristas de beneficio mutuo que conforman un esquema cerrado de vinculaciones, donde los participantes son: el Congreso, el Poder Ejecutivo y los grupos de interés.
De manera implícita, en este modelo existe la noción de que las preferencias políticas y los intereses de los actores involucrados difieren de los del público general. Normalmente, el triángulo opera de manera independiente, buscando crear su propia base de poder.